Capítulo 38
Alex, Hernán y mi hermano llegaron juntos a mi oficina unos días más tarde. Eso no se veía nada bien. Cada día veíamos a Beatriz afuera del colegio. Ese solo hecho me ponía nervioso. Si bien era cierto esa mujer no hacía amago de acercarse, el hecho de que estuviera allí... me desagradaba. Elena la vio un día, me alegré de que lo supiera desde antes. La miró, le hizo un desprecio y se apoyó en mi hombro. Luego le pregunté qué había sentido. Dijo que le había dado un poco de miedo, pero que el estar conmigo, en mis brazos, y con su tío Roberto allí, le daba tranquilidad, además, que ella sabía que "esa señora" -así la llamó-, no podía acercársele.
Eso me dejó tranquilo. Al menos, mi pequeña estaba serena.
―Tenemos que hablar ―me dijo Roberto apartándome de mis cavilaciones.
―¿Qué pasa?
―Supimos quién pagó la fianza.
―Ya.
Ninguno se atrevió a hablar.
―¿Qué pasa? Para decir un nombre no hace falta tanto rodeo.
La incomodidad se sentía en el ambiente.
―¿Tú le dijiste a Miranda con quien se había ido Beatriz cuando te dejó?
―No, ¿por qué? Es decir, ella sabe que se fue con un ex socio, pero, no sé. La verdad, no sé.
―José Miguel...
Mi hermano estaba nervioso, más que eso diría yo, estaba angustiado.
―¿Que pasa, Roberto? Me extraña tu actitud. ¿Qué pasa? ¿Fue otro amante de Beatriz mientras estuvo conmigo?
―Es más complicado que eso.
―Ya, mira. Lárgala. Me pone peor tu actitud. La de los tres, en realidad. ¿Qué puede ser más terrible viniendo de esa mujer?
―Roberto Valdebenito es primo de Miranda ―soltó como si de un peso enorme se tratara.
Eso no me lo esperaba.
―Primo. ¿Primo, primo? ¿Qué clase de primo?
―Primo, hijo del hermano de su mamá.
No. Definitivamente, esto no me lo esperaba.
―Y no es todo.
―¿No?
―No. Roberto estuvo casado con la hermana de Lorenzo.
―¿¡Qué?! Miranda nunca me habló de una hermana de ese tipo.
―Tal vez ella no lo consideró importante.
―¿No lo consideró importante?
―Tú tampoco consideraste importante decirle el nombre del tipo por el que te dejó Beatriz.
―Ya. Y él qué tiene que ver con todo esto ―espeté.
―Él sacó de la cárcel a su suegra, a tu ex suegra y a Beatriz.
―Pero se suponía que no podían salir. Bueno, la señora Doris sí, pero...
―Mira, tú sabes que lo que él más tiene son contactos ―me explicó Hernán―, eso hizo que él pudiera pasar por alto las formalidades y las reglas establecidas en este caso. Ocupó sus influencias y las sacó.
―Pero Beatriz dice que él no quiere nada con ella.
―Claro que no. Lo que quiere es molestarte a ti. Ellas ni siquiera saben quién las sacó de la cárcel.
―¿Estás seguro que no lo saben?
―Sí. Ayer las interrogué ―intervino Alex―. Beatriz fue a buscar a Rodrigo y este la mandó con viento fresco a la calle de nuevo. Están viviendo en la casa de la mamá de Beatriz y apenas tienen para comer. Solo reciben la pensión de gracia de la mujer, que es mínima...
―O sea ¿no tiene idea que Rodrigo las sacó de la cárcel?
―No.
―¿No tienen idea? ¿Ellas no se imaginan quién?
―Dicen que no.
―¿Y qué quiere Beatriz? ¿Por qué se para cada día en la escuela?
―Según ella quiere recuperar a su hija.
―Es una mentirosa, no me vas a decir que le crees.
―Claro que no. Yo creo que Rodrigo está detrás de todo esto ―aclaró el policía.
―¿Por qué ese hombre quiere seguir lastimando a mi familia? ¿No hizo ya suficiente daño? ―apostillé molesto.
―No lo sé. Creo que nadie lo entiende. Cuando eran socios, ¿nunca vieron algo extraño en ese hombre? ―preguntó Alex.
―Yo no ―respondí mirando a mi hermano, sabía que él tenía otra opinión.
―Yo sí. Siempre ―acotó Roberto.
―¿A qué te refieres? ―consultó Alex extrañado.
―A mí nunca me gustó ese tipo ―explicó―. Desde el primer día que apareció para hacer negocios con mi hermano, me causó mala espina. Lo sentí hipócrita. No sé. No podría explicarlo, pero siempre sentí que el odiaba a José Miguel.
―¿Qué crees que pueda haber tenido en su contra?
―No sé. En ese tiempo ni siquiera llegaba Beatriz a sus vidas, como para pensar en un tema de faldas.
―¿Y si ella era parte del plan? ―intervino Hernán.
―¿A qué te refieres? ―No entendí.
―A que es posible que esa mujer siempre haya estado en los planes de Rodrigo para hundirte.
―En ese caso ella siempre supo...
―Puede que sí, puede que no. Quizás ella nunca se enteró de los planes de ese tipo.
―O quizás sigue trabajando para él y por eso se pasea por el colegio, por la casa y por donde andemos con Elena. De otro modo, díganme, ¿qué necesidad tiene de seguir molestando? Sabe que no logrará nada, mucho menos con esa actitud, acosando a Elena por donde ella anda. Esa mujer está coludida con Rodrigo, eso es definitivo ―sentencié.
―¿Qué haremos en caso de demostrar que es así? ―inquirió Roberto.
―Díganmelo ustedes ―repliqué en tono de broma―. Ustedes son los profesionales, yo solo soy un humilde ingeniero civil y un padre preocupado. Por mí, los mataría a todos ellos.
―No se puede hacer eso, hermano.
―Por eso, ustedes saben lo que se puede hacer, ¿o no?
―Tenemos que buscar pruebas de que ese hombre está detrás de todo esto. Mientras tanto, estamos luchando para que el juez nos ayude a emitir una orden de alejamiento de más distancia para Beatriz ―explicó Hernán―. Si no está Rodrigo detrás de esto, sí puede que lo esté Doris, la mamá de Lorenzo y en ese caso ya sabríamos los motivos.
―O el motivo ― aclaré pensando que como madre, querría vengar la muerte de su hijo.
―Así es, por tal razón, debemos aclarar quién está detrás de todo y por qué. No podemos permitir que le hagan más daño a la niña.
―Por supuesto que no. Aunque la justicia no haga nada, si uno de ellos intenta acercarse a mi familia... Lo mato.
―No digas eso, hermano, tienes que estar tranquilo, la justicia...
―Ya demasiado daño nos han hecho y la justicia, ¿dónde está? Esas mujeres están libres y si Lorenzo no hubiese muerto, estoy seguro que seguiría tras Miranda. No, Roberto, no me pidas que me esté tranquilo. No puedo estarlo con Beatriz suelta. Con la mamá de Lorenzo suelta. ¿Te imaginas si Beatriz quisiera vengarse de nosotros haciéndole daño a Elena?
―Pero no pienses en eso ―sugirió Alex.
―Lo tengo que pensar, Alex, tú vives con cosas así a diario. ¿A cuántas mujeres les has dicho que no se preocupen, que sus parejas tienen orden de alejamiento, que nadie les hará daño y luego son portadas en los diarios por haber sido asesinadas?
―No lo veas así.
―Lo veo así porque así es. No me pidas que no lo haga. Si algún día a Beatriz se le ocurre ir con una pistola al colegio y le dispara a mi hija, ¿qué crees que pase? ¿Crees que en ese momento me importará si paga o no con cárcel? O si le hace daño a mi mamá, a Miranda... A mí mismo. Imagínate, Roberto, ¿qué pasaría con mi familia si me pasara algo?
Roberto bajó la cabeza. Tal vez estaba siendo exagerado, pero no podía pensar en algo más que en el peligro al que estábamos expuestos mi familia y yo. Y solo pensar en eso me volvía vulnerable y fiero.
ΨΨΨ
No podía estar más intranquila. Ver a esa mujer parada al frente de la casa me ponía nerviosa. Esperaba que se fuera a las cuatro, como siempre, pero no lo hizo. Por lo que a las cinco llamé a José Miguel para avisarle. No me gustaba nada que ella estuviera allí. No sabía lo que pretendía.
―Váyanse a la biblioteca y quédense allí ―me respondió―. Yo estoy con Alex, Hernán y Roberto. Ya voy para allá.
―Con cuidado al volver ―supliqué.
―No te preocupes. ―Hizo una pausa y alguien habló en su oficina―. Dice Alex que enviará un par de oficiales. Él irá conmigo. Quédate tranquila, ¿sí?
―Sí, claro, como si fuera tan fácil ―repliqué con molesta ironía.
―Miranda...
―Lo siento. Esa mujer me pone nerviosa. Ya estoy que salgo y la echo a patadas de aquí.
―No hagas nada hasta que yo llegue. Ya vamos saliendo a la casa.
―Está bien ―respondí de mala gana.
Volví con mi suegra, Sonia y Elena que estaban en la biblioteca. Habíamos llevado unas galletas y unas bebidas para tener tarde de cine aprovechando que Elena no tenía tareas. Y para protegerla. Mal que mal, la biblioteca era la habitación más escondida de la casa y no tenía acceso a la calle.
Quince minutos más tarde, fingiendo que quería ir al baño, miré por la ventana a ver si esa mujer seguía allí. Y sí. Seguía allí. Pero también había un uniformado apostado en la puerta de la casa. Volví a la biblioteca. Suspiré para mis adentros antes de llegar al sofá. Temía por Elena. Si esa mujer le hacía daño...
―¿Qué pasa, mami? ―me preguntó mi hija al ver que me quedaba parada sin darme cuenta.
―Nada, mi amor, es que te ves muy linda, parece que creciste.
Se avergonzó. Yo me senté a su lado y la abracé a mi costado. Me encantaba sentirla.
―Te quiero, mami.
―Y yo a ti, mi vida.
En ese momento se abrió la puerta de la casa. José Miguel había llegado. Por fin pude respirar tranquila. Solo un momento...
José Miguel venía mal. Estaba pálido y tenía una expresión extraña en su rostro. No quise preguntar nada, sentí que no era el momento.
Poco rato después, Sonia se quedó con la niña en la biblioteca y nosotros nos fuimos a hablar fuera.
―¿Qué pasa? ―interrogué nerviosa.
Alex se sentó en el sofá sin dejar de mirarme. Roberto se encogió de hombros. José Miguel tenía los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos, sentado en su sitial.
―¿Pasó algo malo?
―Miranda... ―habló Alex―, ¿conoces a Rodrigo Valdebenito?
―Sí, ¿por? ¿Le pasó algo?
―No.
―¿Entonces?
―¿Por qué lo conoces?
―Es mi primo y mi cuñado. Ex cuñado ―aclaré.
―No sabía que Lorenzo tenía una hermana.
―Bueno, ellos no eran muy cercanos. Nunca se llevaron muy bien. Yo tampoco me llevaba bien con Rodrigo así que cuando se casaron...
―Se criaron juntos ―replicó Alex, mirando su móvil.
―Sí, pero no teníamos una buena relación.
―¿Hace cuánto se casó Rodrigo con tu cuñada? ―parecía un interrogatorio y José Miguel no intervenía.
―Ufff... No sé... hará unos cinco o seis años... No. No, estoy mal. A ver... Cinco años. Sí. Como cinco años ―titubeé.
―Poco más de cuatro años ―afirmó Alex.
―Sí....
―Después que se casó, ¿tuviste alguna relación con él?
―No. No. Ya te dije, él y yo no nos llevábamos bien. No entiendo, ¿qué pasa con él?
―¿Sabes en qué trabaja Rodrigo? ―Alex no contestaba mis preguntas.
―No, bueno, la última vez que lo vi trabajaba en una inmobiliar... ―¿José Miguel conocía a Rodrigo?
―¿Qué pasa? ―me consultó Roberto al ver que me quedé estática.
―Rodrigo trabajaba en lo mismo que ustedes, o parecido, ¿lo conocen? ¿Es eso?
José Miguel iba a contestar, pero Alex se le adelantó en hablar, como si no quisiera que dijera nada.
―¿Por qué no te llevabas bien con tu primo? Eran primos.
―Sí, pero él siempre estaba molestándome.
―Molestándote. ¿Se puede saber cómo te molestaba? ―siguió Alex.
Tragué saliva. Eso era algo que nunca le había contado a mi prometido.
―Miranda, estoy esperando, ¿cómo te molestaba tu primo?
―Él... ―Miré a José Miguel―. Él... me acosaba ―largué.
―¿¡Qué!? ―Mi prometido se puso en pie de una forma que me acobardó.
Di un paso atrás, asustada.
―Lo siento ―musité apenas.
―¿Qué es lo que sientes? ―cuestionó tomando mis hombros.
―No habértelo dicho. No pensé que volvería a saber de él.
―¿Y si alguna vez lo encontrábamos?
―No sé. Hace tanto que no lo veo, que capaz que ni siquiera lo reconozca.
―No me lo hubieras dicho.
―Sí. Si lo hubiésemos visto, sí. Pero... ¿por qué tanta pregunta? Me siento como si me estuvieran interrogando, como si me estuvieran juzgando.
―¿Por qué te sientes así? ¿Acaso tienes algo que temer?
―¡Alex! ―reprobó Roberto.
―Yo hago mi trabajo.
―¿Qué pasa?
―Dime, Miranda, ¿por qué te sientes juzgada?
―Porque mírate, Alex, estás cuestionando todo lo que digo y no respondes a mis preguntas. Todavía no entiendo qué tiene que ver Rodrigo. ¿Es porque está casado con la hermana de Lorenzo?
―Estaba.
―¿Se separaron?
―Ella murió.
―¡¿Qué?!
―Fue asesinada.
―¿Cuándo? ¿Quién?
―Hace un año.
―Un año... No puede ser. Lorenzo no me dijo nada.
―En Navidad.
―A ver, no entiendo. Yo siento que la hayan matado, pero nunca tuve una relación muy cercana con ella. Con Rodrigo igual. Es cierto, nos criamos juntos, como con mis otros primos, pero tampoco tuve una muy buena relación con él que digamos. Y no entiendo a qué vienen tantas preguntas.
―Ya sabemos quién pagó la fianza de Beatriz, de su madre y tu ex suegra.
―¿Rodrigo?
―Bingo ―ironizó Alex.
Yo ladeé la cabeza. No entendía su resquemor.
―Acaba de llegarme esto. Ahora lo entiendo todo. Tu enemigo, José Miguel, duerme en tu misma cama.
¿Qué estaba diciendo?
―¿Qué dices, Alex? ―cuestionó José Miguel.
―Mira esto.
Se acercó a nosotros y nos mostró, en su celular, una foto mía y de Rodrigo... Besándonos.