Capítulo Siete
Volver a casa de Flynn en su furgoneta nueva no debería tener nada de excitante, pero para Renee era como un potente afrodisíaco. Sabía que aquella noche volverían a tener sexo. Sólo sexo. Nada de emociones ni lazos afectivos. Únicamente seducción erótica, pasión desbordada y placer salvaje.
La excitación se apoderó de su cuerpo. El pulso se le aceleraba, la respiración se le entrecortaba, la piel le ardía y no dejaba de tragar saliva. Las manos le temblaban violentamente mientras se guardaba las llaves de la furgoneta y subía los escalones de la entrada.El silencio la recibió al entrar. Debería haber comprobado si el coche de Flynn estaba en el garaje. Entonces olió el aroma a especias, tomate y ajo que impregnaba el aire. Era una comida italiana. ¿La lasaña de Mama G, tal vez? Volvió a aspirar y distinguió el olor de la masa. Era la pizza de Papa G. La boca se le hizo agua y el estómago le rugió de apetito, no precisamente sexual.
Nadie hacía la pizza como Papa G. Ella y Flynn las habían pedido en muchas ocasiones, cuando las reformas de la casa los dejaban demasiado cansados para salir o cocinar.–¿Flynn? –siguió el olor hasta la cocina y se la encontró desierta. Había una nota en la mesa.Intentó no pensar en lo que habían hecho en aquella misma mesa el día anterior y agarró rápidamente la nota para alejarse de la escena del crimen.
«Ven al sótano», había escrito Flynn.
¿Había empezado ya a montar la cocina? Renee dejó el bolso en la encimera y bajó a toda prisa, pero tampoco lo encontró en la zona del sótano reservada para su negocio.
–¿Flynn?
–Estoy aquí –respondió él desde el cuarto trastero.
A medida que se acercaba, oyó un programa de reformas domésticas que emitían por televisión.
Abrió la puerta y se encontró con una alfombra que siete años antes no estaba allí, como tampoco los aparatos de gimnasia que llenaban el cuarto.
Un banco de pesas ocupaba el centro de la habitación, flanqueado por una bicicleta estática y una cinta andadora.
Flynn estaba de pie frente a un televisor de pantalla plana instalado en la pared. Iba vestido con unos vaqueros descoloridos, camiseta blanca y ceñida y botas de trabajo. El cinturón de herramientas que colgaba de sus caderas resaltaba su torneado trasero. Se giró hacia ella y extendió los brazos.
–¿Qué te parece?
Lo que le parecía era que Flynn tenía un aspecto irresistible.
Él le arrojó un pequeño objeto negro. Ella se sacudió rápidamente el ensimismamiento y lo agarró al vuelo. Era un mando a distancia.
–No sabía que habías transformado este cuarto en un gimnasio.
–Lo he hecho hoy. Así podrás ver tus programas de cocina mientras haces ejercicio.
Renee ahogó una exclamación de sorpresa.
–¿Has hecho todo esto por mí?
Él asintió.
–Encargué los aparatos el día después de que vinieras. Los han traído hoy.
El muro que Renee había erigido en torno a su corazón amenazó con derrumbarse.
Aquél era el Flynn de los primeros días, el que siempre la estaba sorprendiendo con toda clase de detalles y regalos. El hombre del que ella se había enamorado.
Trago saliva y se recordó a sí misma que no podía exponer su corazón.
–Eres muy amable, Flynn, pero podría haberme apuntado al gimnasio.
–Tu gimnasio favorito cerró. Las instalaciones más cercanas no son tan buenas, y siempre has odiado tener problemas para aparcar.
Renee puso una mueca al recordar cómo se había aprovechado de la menor oportunidad para evitar hacer deporte. Pero eso fue en su juventud, cuando podía comer de todo sin engordar un solo gramo. Al entrar en la treintena el cuerpo empezó a experimentar cambios bastante drásticos. Por mucho que apreciara la sabiduría que otorgaban los años, había ciertos aspectos de la madurez que no le gustaban tanto.
–Sí, bueno, pero… no tenías por qué comprar todo esto. Gracias.
Él señaló un rincón vacío.
–Ahí se puede colocar una cuna o un parque.
Para cuando nazca el bebé.
A Renee se le llenó la cabeza de imágenes de Flynn acariciándole el vientre, haciendo ejercicio a su lado mientras ella intentaba recuperar la figura, acunando a su hijo en los brazos…
–Espero… –se le formó un nudo de emoción en la garganta– espero que tú también uses estos aparatos.
–Lo haré. Especialmente éste –se sentó a horcajadas en el banco de pesas y tiró de la barra hacia abajo, flexionando sus poderosos bíceps.
Ella deseaba a aquel Flynn. Natural, relajado e irresistiblemente sexy.
Se acercó a él y se inclinó para besarlo. Él dejó que tomara la iniciativa y esperó a que le introdujera la lengua en la boca antes de responder, sin soltar la barra.
Sus lenguas se encontraron y a Renee se le aceleró el pulso mientras le sorbía el labio inferior.Flynn emitió un gruñido de placer y ella levantó la cabeza para mirarlo. La pasión ardía en sus pupilas dilatadas.
Él sacudió la cabeza.
–Por mucho que desee hacerlo aquí y ahora, esta noche no vamos a precipitarnos.
Esta vez quiero llevarte a la cama y que ambos acabemos desnudos, empapados de sudor y sin aliento.
El deseo casi le impedía hablar.
–Yo ya estoy sin aliento y… empapada.
Él respiró profundamente y una maliciosa sonrisa curvó sus labios.
–Lo primero es la cena.
Se levantó del banco y pasó rápidamente junto a ella, dejándola jadeante y muerta de hambre.
Pero no era la pizza de Papa G lo que quería comer.
Flynn estaba tan tenso que apenas podía tragar.
La cena fue una sesión interminable de juegos preliminares. Con un
brillo de picardía en los ojos, Renee se relamía los labios y los dedos para limpiar-se los restos de queso y pepperoni. Flynn quería aquella enloquecedora lengua en sus labios, y en cuanto Renee apartó su plato, él se levantó con brusquedad, agarró los platos y los dejó descuidada-mente en el fregadero. No había acabado de hacerlo cuando el chirrido de la silla de Renee lo hizo girarse.
Estaba de pie junto a la puerta de la cocina, y su mirada ardiente de deseo teñía sus ojos de un intenso color morado. Sin decir palabra, se quitó el jersey y lo dejó caer al suelo, antes de darse la vuelta y caminar tranquilamente hacia la escalera. Era el mismo camino por el que se había retirado la noche anterior, pero esa vez la invitación era flagrantemente obvia en el sensual contoneo de sus caderas.
Flynn sonrió al reconocer la seducción de los viejos tiempos, cuando él y Renee iban soltando sus prendas por la casa como un rastro de migas de pan que conducía al lugar elegido para hacer el amor. Por desgracia, aquellos juegos no duraron mucho. Y la culpa sólo era suya, por llegar demasiado cansado a casa y no tener ánimos para aceptar las invitaciones de su mujer. La decepción que vio en el rostro de Renee al rechazarla lo llevó a dormir en la oficina con demasiada frecuencia. Te-nía tanto miedo de fracasar en su trabajo que no podía aceptar la posibilidad de fracasar también en su casa. Al final, su miedo acabó siendo profético.
Pero eso se había acabado. Ahora podía controlar todos los aspectos de su vida.
Todos, salvo su relación con Renee… aún.
Se sentó para quitarse las botas y los calcetines y a continuación siguió a Renee, cuyo sujetador rosa colgaba del pasamanos de la escalera. Lo agarró y aspiró su olor. La diminuta prenda de encaje aún conservaba el calor de su cuerpo, y era tan diáfano que podían verse los dedos a través de las copas. A mitad de la escalera Renee había dejado un zapato. Y unos escalones más arriba, el otro. Flynn se quitó la camiseta y la dejó sobre la barandilla, sin importarle que resbalara hacia abajo. Los pantalones de Renee descansaban en el rellano. Flynn dejó caer los suyos encima y se detuvo. ¿A qué dormitorio dirigirse?
¿Al suyo o al de ella?
Las bragas rosas colgaban del pomo de la puerta de Flynn. Sonriendo, las enganchó con un dedo y las olió con deleite, antes de abrir la puerta. Renee estaba recostada en la cama sobre un montón de cojines, desnuda y voluptuosa, con una pierna doblada para ocultar su sexo.
Flynn le mostró la lencería que colgaba de sus dedos.
–La próxima vez quiero que las lleves puestas…para que yo pueda quitártelas.
Ella se lamió los labios y Flynn se imaginó aquella lengua recorriendo su erección.
Los ojos de Renee lo recorrieron de arriba abajo, deteniéndose en el bulto de sus bóxers.
–Uno de los dos lleva demasiada ropa…
Flynn soltó la ropa interior, se bajó los calzoncillos y los apartó con un puntapié.
Entonces, muy despacio, avanzó hacia la cama y se tendió junto a Renee, pero sin llegar a tocarla. Aún no. Una vez que lo hiciera ya no podría parar. La cara y los pechos de Renee ardían de excitación. Tenía los pezones duros y puntiagudos y el vientre le temblaba con cada respiración. Flynn se moría por estar dentro de ella, pero se había prometido que lo ha-ría con calma y que le recordaría a Renee lo bien que se entendían sus cuerpos.
Se enrolló uno de sus rubios mechones en el dedo y le acarició la mejilla, la nariz y
sus labios.
–He echado de menos esto… A nosotros.
Ella suspiró débilmente, le agarró la mano y la llevó hacia sus pechos. El pezón se le clavó en la palma, y Flynn lo masajeó entre sus dedos hasta hacerla gemir. Se apoyó en el codo y reemplazó los dedos con su boca, dejando la mano libre para ex-plorar el otro pecho, el vientre y la entrepierna.
Renee ya estaba caliente y mojada, y el deseo acuciaba a Flynn a poseerla. Pero no quería apresurar-se y siguió acariciándole la piel desnuda, buscando los puntos erógenos detrás de la rodilla, en la cintura, en el brazo y alrededor del ombligo. La convulsión de Renee lo acució a seguir el mismo recorrido con los labios. Ella lo agarró por el pelo y curvó los dedos de los pies contra las sábanas mientras Flynn se colmaba con su olor, su sabor y la exquisita suavidad de su piel. Subió un pie por su pantorrilla y volvió a bajarlo, y con la mano libre le acarició la espalda y el trasero, de camino hacia su erección. Pero Flynn la mantuvo fuera de su alcance para no sucumbir a las prisas. Entonces Renee le soltó el pelo y le rozó con las uñas un punto ultrasensible bajo la oreja. El deseo era enloquecedor. Renee nunca había sido una amante pasiva.
Todo lo contrario. Daba tanto como recibía.
Le recorrió el empeine con los dientes y sintió como tensaba las piernas. Rodeó el tobillo con la lengua y fue subiendo por la pierna hasta la curva de los glúteos, que también se endurecieron. Ella se retorció y lo rodeó con las piernas para frotar el sexo contra su muslo.
Flynn le hizo separar las piernas, exponiéndola a su mirada y su boca, y empezó a lamerla con avidez. Los jadeos, contracciones y temblores de Renee le indicaron lo cerca que estaba del orgasmo, pero él no quería concedérselo tan pronto. Con una lentitud deliberada, le tocaba el clítoris con la punta de la lengua y luego se retiraba, sonriendo al oír sus gemidos de frustración. Repitió el proceso unas cuantas veces, hasta que ella lo agarró por el pelo cuando se disponía a retroceder.
–Por favor, Flynn…
Aquel ruego entrecortado y jadeante a punto estuvo de ser su perdición. La sangre se le concentró en su sexo, abultado y palpitante, que le recordaba con insistencia quién mandaba allí. Deslizó los dedos en el interior de Renee y la sintió tan húmeda, caliente y preparada que le costó toda su fuerza de voluntad retrasar el momento culminante.
Siguió devorándola y tocándola, provocando que sus gemidos y contorsiones fueran cada vez más fuertes, hasta que sintió como sus músculos internos le apretaban los dedos y sus gritos llenaban la habitación. El orgasmo barrió a Renee con una intensidad arrolladora, pero Flynn apenas le dio tiempo para que recuperase el aliento antes de llevarla a un segundo clímax.
Finalmente, ella se derrumbó en la cama, exhausta y consumida, y Flynn le concedió un descanso antes del siguiente asalto. Ella le tocó la mejilla y lo miró a los ojos.
–Para mi próximo orgasmo te quiero dentro de mí. Por favor, Flynn… me encanta sentirte dentro.
Flynn no podía seguir conteniéndose por más tiempo. Se colocó sobre ella, se enganchó las piernas de Renee en sus brazos y empujó hasta el fondo del túnel anegado, cuyas elásticas paredes le oprimieron el miembro hasta que la cabeza casi le estalló de placer.
Se retiró y volvió a penetrarla repetidas veces.
Los pechos de Renee se agitaban con cada poderosa embestida. Flynn los agarró y masajeó, pellizcándole los pezones mientras empujaba frenéticamente con las caderas.
Renee cruzó los tobillos por detrás de su espalda y lo aferró por los hombros para tirar de él y besarlo. Sus labios y lenguas se unieron en un beso tan apasionado que Flynn creyó perder el juicio.
En un desesperado intento por retrasar lo inevitable se concentró por entero en ella, en la rigidez de sus músculos, en el sudor que la empapaba y en sus jadeos ahogados. Pero una mecha había prendido en su garganta y el fuego se propagó imparablemente por su piel como si fuera una bengala.
Un rugido retumbó en su pecho al tiempo que despegaba la boca de Renee, y hasta el último rincón de su cuerpo fue arrasado por una oleada de placer tras otra, hasta que de él no quedó más que un montón de cenizas.
Los brazos le cedieron y se derrumbó sobre Renee. Sus pechos amortiguaron la caída, pero él empleó las pocas fuerzas que le quedaban en echarse a un lado y no aplastarla bajo su peso. Una nube de satisfacción le nublaba la razón y le empañaba la vista mientras la envolvía con sus brazos. Aquello era lo que deberían haber hecho durante los últimos siete años. Ninguna aventura pasajera podía proporcionar el placer que sentía con Renee.Estaban hechos para estar juntos.
Mientras su cuerpo se iba enfriando y su mente se iba despejando, se dio cuenta de algo muy interesante. El trato que había hecho con Renee no era sólo para enmendar un error, sino también para ganar algo. O mejor dicho, para recuperar a su esposa.
De ninguna manera iba a dejarla escapar otra vez. La pasión era demasiado intensa para renunciar a ella. Emplearía todos los medios que fueran necesarios para que Renee permaneciera a su lado, donde debía estar.
Era el momento de aumentar el ritmo.
El jueves por la noche, Renee rebosaba de excitación mientras veía como los obreros guardaban las herramientas tras acabar la jornada laboral en el sótano. Las reformas se estaban realizando a una velocidad mucho mayor que las obras que tuvo que acometer en casa de su abuela. Y todo gracias a Flynn, quien sólo tenía que servirse de su influencia para que el trabajo se realizara con una rapidez sorprendente. El día anterior había instalado el gimnasio, y sólo veinticuatro horas después había conseguido los permisos y habían comenzado las obras de la nueva cocina de Renee.
–¿Cómo ha ido el primer día de reformas? –le preguntó Flynn detrás de ella, abrazándola por la cintura.
A Renee le dio un vuelco el corazón al oírlo y sentirlo. No esperaba que volviese a casa hasta mucho más tarde… en caso de que volviera, y por un instante se vio invadida por las sombras del pasado. Se dio la vuelta rápidamente al tiempo que se apartaba de él.
Flynn irradiaba un carisma arrollador con su impecable traje gris, pero ella lo prefería con pantalones caquis y camisas arremangadas como las que llevaba cuando trabajaba para la empresa de arquitectura, o con los vaqueros descoloridos y camisetas que se ponía para las reformas.
Los recuerdos de la noche anterior la impulsa-ron hacia delante, pero su conciencia la hizo retroceder. La satisfacción sexual no garantizaba la felicidad. Por esa razón se había
escabullido de la cama de Flynn en cuanto él se quedó dormido, y por eso
había madrugado aquella mañana, había bajado al gimnasio y se había puesto los auriculares para que él la encontrase haciendo ejercicio antes de irse a trabajar.
Tenía que admitir que se estaba comportando como una cobarde, evitando enfrentarse a la situación que más miedo le daba.
–Han colocado los azulejos. Mañana enlecharán las paredes y el lunes instalarán los armarios.
Flynn caminó hacia la puerta y echó un vistazo.
–Muy bien.
Ella se sorprendió mirando sus hombros, espalda y trasero. Se obligó a desviar la mirada, pero aquello no bastaba para sosegarle el pulso ni sofocar el calor que se concentraba en su entrepierna.
–Este fin de semana aprovecharé para pintar.
Él volvió a mirarla, pero ella evitó su mirada, temerosa de mostrar el deseo que apenas podía controlar.
–¿No has contratado a un pintor?
–No. Prefiero hacerlo por mí misma. Así ahorraré dinero y tendré tiempo para pensar –entre otras cosas, cómo acabaría aquel acuerdo tan peculiar entre ambos. Debería haberlo plasmado todo por escrito, preferiblemente en el despacho de su abogado, pero el secretismo impuesto por Flynn lo había impedido–. Además, me gusta pintar.
–Lo sé –afirmó él con una media sonrisa–. Y yo te ayudaré.
Renee sintió un hormigueo en el estómago.
Trabajar codo a codo con Flynn era una tentación demasiado peligrosa.
–Puedo hacerlo yo sola.
–Ya sé que puedes, Renee. No tengo la menor duda de que puedes desempeñar cualquier tarea que te propongas, pero mis intereses también están en juego.
Recordar que aquélla era la casa de Flynn le sirvió a Renee para adoptar la seriedad que tanto necesitaba.
–Sí, por supuesto.
–Quiero decir que tu negocio tiene que estar en marcha antes de que el embarazo te dificulte las cosas.
La consideración de Flynn la conmovió profundamente.
–Puede que aún no esté embarazada.
–Pero lo estarás. Y pronto.
La sensualidad de sus prometedoras palabras le encogió el corazón.
–No sé qué hilos habrás movido, pero el contratista me ha dicho que podré empezar a usar la cocina al final de la semana que viene.
–En ese caso, me alegro de tener una lista de clientes.
–¿Cómo dices? –le preguntó Renee, sorprendida.
–Les he hablado de California Girl’s Catering a unas cuantas personas y quieren hacerte algunos encargos. Uno de ellos quiere tener una cita lo antes posible para hacerte un pedido de emergencia.
Renee estaba asombrada de lo rápido que se movía Flynn.
–Ojalá te hubiera tenido cerca cuando empecé este negocio. No me resultó tan fácil conseguir clientes… Tengo que preparar un plan promocional y contratar personal a media
jornada.–Puedo recomendarte una agencia de empleo para que busques el personal adecuado, y en cuanto al plan promocional puedes recurrir a Maddox Communications.
La generosidad de Flynn era un serio obstáculo a la hora de guardar la distancia emocional.
–Gracias, pero Maddox Communications no entra en mi presupuesto.
–Eso ya lo veremos –repuso él. Levantó una mano y enredó los dedos en su pelo.
Renee se puso completamente rígida, con la respiración contenida–. Tienes algo en el pelo…Tiró suavemente de los mechones, pero no la soltó después de haber retirado lo que fuera que estuviese pegado en el pelo. En vez de eso, la agarró por la nuca y se inclinó para besarla en la boca.
Las alarmas saltaron en la cabeza de Renee, pero su cuerpo respondió de una forma muy distinta, y muy preocupante.
La boca de Flynn la acuciaba a separar los labios, y cuando lo hizo, su lengua la invadió y se enredó con la suya. Bajó las manos por sus brazos hasta posarse en su trasero y tiró de ella hasta en-volverla con el calor de su cuerpo.
Renee no podía permitirse volver a amarlo, pero no podía contener el deseo. Por muy grande que fuera el riesgo, la pasión que ardía en sus venas ahogaba la voz de la razón y la incitaba a saltar al vacío.
Le puso las manos en el pecho y sintió los fuertes latidos de su corazón. ¿Cómo era posible que Flynn pudiera excitarla de aquella manera con un simple beso?
Se oyó la puerta de una camioneta al cerrarse, seguramente la de uno de los trabajadores. Flynn se retiró de mala gana y miró la hora en su reloj.
–Se supone que voy a llevarte al Rosa Lounge para tomar una copa con el personal de Maddox Communications.
La farsa continuaba. Cuanta más gente la conociera en San Francisco, más explicaciones tendría que dar Flynn cuando volvieran a separarse.
–¿Qué es el Rosa Lounge?
–Es un bar en Stockton. El equipo siempre se reúne allí para celebrar algo.
–Flynn, no creo que sea buena idea que yo participe en una celebración con tus compañeros de trabajo. Cuando me marche…
–Ya me ocuparé de eso si llega el momento. Si queremos que esta reconciliación parezca real, tienes que acompañarme.
–«Si» llega el momento, no. «Cuando» llegue el momento –corrigió ella–. No me gusta mentirle a nadie.
–¿Prefieres que llame a Brock y le diga que hemos decidido acostarnos pronto?
Las mejillas le ardieron por la insinuación, al igual que la entrepierna. ¿Volverían a tener sexo aquella noche? ¿Lo deseaba ella? La repuesta era un sí tan rotundo que la asustó.–Lauren estará allí–le dijo él, colocándole un mechón detrás de la oreja.
Renee puso una mueca de remordimiento ante la idea de engañar a Lauren, quien le caía muy bien y con quien tenía mucho en común. Pero ¿qué otra opción tenía?
–Tengo que ducharme y cambiarme de ropa
–dijo, señalándose los vaqueros y el jersey viejo.
Se enfrentaría a los colegas de Flynn y haría la mejor actuación de su
vida. Por el bien de su futuro hijo, todo el mundo tenía que creerse la historia que Flynn se había inventado.