Capítulo Cuatro
¿Tenía Flynn una relación con otra mujer?
El veneno de la madre de Flynn volvió a llenar-la de dudas. Sobre él, sobre ella misma y sobre la intención de tener un hijo juntos.
Se le puso un doloroso nudo en la garganta.
¿Podría soportar que él la abrazara, le hiciera el amor y le plantara su semilla mientras pensaba en otra mujer?
La mujer se apartó de Flynn y se inclinó para recoger una carpeta de la silla.
–Gracias otra vez, Flynn. Te mantendré al corriente.
–Hazlo, pero tendrás que consultarlo con Brock antes de ponerte con ello –dijo él.
Entonces levantó la mirada y vio a Renee.
El rostro de Renee debió de delatar sus pensamientos, porque Flynn rodeó rápidamente la mesa, la estrechó entre sus brazos y la besó sin decir palabra. Ella se puso rígida en cuanto el cuerpo de Flynn se apretó contra el suyo y sus cálidos labios tomaron posesión de su boca. Pero la presencia de otra persona en el despacho obligaba a relajarse y a aparentar que aquello era algo que hacia todos los días con su marido.
Aun así, iba a costarle mucho trabajo volver a acostumbrarse al tacto de Flynn. No era que no le gustasen sus besos y caricias, todo lo contrario. Incluso en aquel momento, frente a aquella otra mujer, el corazón se le desbocaba del deseo que prendía en su interior.
Pero tenía que controlarse y mantener la cabeza fría. No podía permitirse que aquel deseo se apoderase de ella y la hiciera caer a los pies de Flynn, como ya le había pasado una vez.
Flynn se retiró y se giró hacia la mujer.
–Celia, quiero presentarte a mi mujer, Renee.
Renee, ésta es Celia Taylor, una de nuestras mejores publicistas.
La bonita pelirroja puso una mueca de incomodidad.
–Siento lo del abrazo, pero Flynn acaba de darme una magnífica oportunidad y me dejé llevar por el entusiasmo.
Las palabras y la expresión arrepentida de Celia parecían sinceras, y lo que Renee había visto después del abrazo tampoco hacía sospechar nada. No había habido complicidad ni miradas prolongadas.
–Encantada de conocerte, Celia –dijo, sintiendo como la tensión abandonaba sus agarrotados músculos.
–Lo mismo digo, Renee. Gracias a tu marido voy a estar de trabajo hasta las cejas, pero no creas que me estoy quejando… Si me disculpas –salió del despacho y se alejó rápidamente por el pasillo.
Renee miró a su alrededor mientras intentaba recuperarse del susto. Por mucho que quisiera negarlo, había sentido celos al ver a Flynn en los brazos de otra mujer. Y una reacción así no era en absoluto tranquilizadora.
El despacho presentaba el mismo aspecto que siete años antes. La fotografía de los dos seguía en la estantería y en la mesa se veían los restos de un almuerzo. Renee le había llevado la comida al despacho en muchas ocasiones, porque Flynn solía olvidarse de comer cuando trabajaba. Pero a pesar de sus atenciones, no pudo impedir que Flynn perdiera bastante peso en unos pocos meses.
Flynn la miró de arriba abajo, alterándola de nuevo.
–Llegas justo a tiempo… y estás muy guapa.
–Gracias –se pasó la mano por el jersey granate de cuello vuelto y los pantalones negros de sarga–. Veo que tienes nuevos empleados. He conocido a Gavin en el ascensor, a Shelby en recepción y también a Lauren. Me ha dicho que estaba casada, pero no recuerdo el nombre del marido. También me ha sugerido que comamos juntas alguna vez.
–Está casada con Jason Reagert, otro publicista de la empresa. Lo conocerás más tarde. Pero Lauren es un buen contacto. Puede recomendarte un buen ginecólogo, ya que está embarazada.
Un escalofrío recorrió la espalda de Renee. Lo que más deseaba en el mundo era tener un bebé, y que fuera de Flynn. Pero atarse a un hombre que le provocaba unas reacciones tan desproporciona-das le seguía dando un miedo atroz. ¿Sería lo bastante fuerte para sobrevivir a un matrimonio temporal y un lazo permanente mediante un hijo sin volver a derrumbarse y recurrir al alcohol?
–Lo tendré en cuenta.
–Después del trabajo los de la oficina solemos ir a tomar algo. La próxima vez nos acompañarás y así podrás conocerlos a todos.
–¿Qué les has contado de mí… o de nosotros?
–Que hemos solucionado nuestras diferencias y que volvemos a estar juntos.
Renee miró la foto del estante.
–¿Has tenido la foto ahí todo este tiempo?
Él frunció el ceño.
–No. La saqué de la caja cuando decidiste volver.
Por alguna razón, aquella respuesta consiguió tranquilizarla un poco. Tal vez Flynn no hubiera estado pensando en ella a diario, pero tampoco se había desecho de la foto. Por su parte, ella también conservaba una caja con los recuerdos de su matrimonio. Por mucho
que había querido sacarse a Flynn de la cabeza, le había resultado imposible.
Y si no había conseguido olvidarlo en siete años, ¿cómo iba a olvidarlo ahora?
El lunes por la noche, al introducir la llave en la cerradura, la cabeza de Renee seguía dándole vueltas a las muestras de pintura y de tela, los modelos de armarios y las encimeras de mármol y granito. Igual que en los viejos tiempos. Igual de maravilloso.
Había olvidado el buen equipo que formaban ella y Flynn, pero aquel día, viendo el brillo de inteligencia y entusiasmo en los ojos de Flynn mientras discutían los planes para el sótano, la habían invadido todos aquellos recuerdos agridulces.
–¿Quieres cenar en la cocina o en el salón mientras vemos una película? –le preguntó él.
Parecía no haber escapatoria al aluvión de recuerdos. Al principio de su matrimonio, solían acabar la jornada laboral cenando en el sofá mientras veían una película antigua. A veces la veían hasta el final, antes de abalanzarse el uno sobre el otro.
Pero normalmente se perdían la mitad de la película, pues estaban demasiado ocupados haciendo el amor como para oír los diálogos de fondo.
Renee se puso colorada y metió las llaves en el bolso con manos temblorosas.
–En la cocina.
La intensa mirada de Flynn le dijo que él también recordaba aquellos momentos del pasado. La emoción oprimió el pecho de Renee, hasta el punto de que tuvo que abrir la boca para poder respirar.
–No, Flynn.
Él se acercó y le puso una mano bajo la barbilla.
–¿No qué? ¿No puedo decirte que te deseo? ¿Que no dejo de pensar en ti y en lo mucho que me gustaría perderme en el calor de tu piel y la suavidad de tus cabellos?
Un estremecimiento sacudió a Renee de arriba abajo.
–¿No quieres que te diga que apenas he pegado ojo las tres últimas noches por si te oía moviéndote por nuestra casa?
A ella le había pasado lo mismo.
–Tu casa –corrigió automáticamente.
–Nuestra casa –replicó él–. Cada rincón lleva tu toque personal, Renee.
Ella se obligo a retroceder, pero sus piernas no respondían.
–No estoy preparada, Flynn. Ni siquiera estoy convencida de que sea buena idea.
–Es un buen plan. Un hijo… Nuestro hijo. Tú y yo haciendo lo que mejor sabemos hacer. Un hogar. El amor…
Su voz grave y sensual avivó aún más el deseo de Renee. Pero no podía ceder a la tentación sin erigir sus defensas. Antes de acostarse con él, tenía que encontrar la manera de limitarlo a una cuestión sexual y procreadora. Nada de hacer el amor.
De modo que, haciendo acopio de toda su voluntad, consiguió separarse y corrió hacia la cocina. Él la siguió en silencio.
Se habían pasado por su restaurante chino favorito y habían pedido comida para llevar. Renee le quitó la bolsa a Flynn y la puso en la mesa para abrirla. El olor a sopa agridulce, gambas, cerdo Yu–Hsiang y pollo Hunan impregnó el aire. Pero Renee había perdido el apetito.
–Para que esto funcione tendrás que desearlo, Renee.
–Lo sé, pero aún no –tenía que cambiar de tema, porque estaba peligrosamente cerca de sucumbir al deseo, y eso sería nefasto para ella–. Me gustaría respetar tus bocetos, pero creo que la cocina debería ser móvil en vez de fija.
–Querrás decir «desmontable».
Ella se mordió el labio.
–Siempre quisiste tener una sala de juegos o un cine en el sótano. Si instalamos una cocina desmontable te será más fácil volver a cambiarla más adelante.
–Sigues con un pie en la puerta.
–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella, aunque ya sabía la respuesta. Flynn había advertido sus temores y ambigüedad.
–Hoy te has negado a firmar el contrato con el contratista. Él puede creerse la excusa que le has dado sobre revisar el presupuesto, pero yo no. O estás en esto o estás fuera.
¿Dónde estás, Renee?
Ella sacó los platos del armario y los colocó en la mesa.
–Dentro, supongo.
–Una vez que hayamos concebido a nuestro hijo, no habrá vuelta atrás. Formaré parte de la vida del bebé… y también de tu vida, al menos durante dieciocho años.
Eso era lo que más la aterraba. Eso, y el hecho de que aquel día hubiera estado a punto de firmar un contrato para invertir una considerable suma de dinero en el sótano de Flynn. La asaltaron las dudas en cuanto agarró el bolígrafo. Afortunadamente, el contratista se mostró muy comprensivo y le concedió unos días para que reflexionara sobre el presupuesto.
–Lo sé, Flynn. Vamos a cenar antes de que se enfríe la comida –propuso ella, avergonzada por su cobardía.
–Olvídate de la comida –dijo él. Se acercó a ella por detrás y la rodeó con los brazos, haciéndole dar un respingo–. No sería la primera vez –extendió las palmas sobre el abdomen y la apretó contra él al tiempo que la besaba en el cuello–. Vamos a hacer un hijo esta noche, Renee…
El deseo hacía estragos en su voluntad. Intentó respirar con normalidad y buscó desesperadamente alguna razón que le permitiera resistir.
–No sé si es el momento adecuado del mes.
Él subió las manos hacia sus pechos y volvió a bajarlas a las caderas.
–Olvídate de las fechas… Centrémonos en el momento.
Le recorrió el torso con las manos de nuevo. A Renee se le endurecieron los pezones, pero Flynn no llegó a tocarlos. Detuvo las manos en el elástico inferior del sujetador y volvió a bajar.
Arriba y abajo. Arriba y abajo. Cada vez que ascendía, Renee aguantaba la respiración, y cuando descendía soltaba el aire… decepcionada. A pesar de todo lo que había pasado entre ellos, seguía anhelando el tacto de sus manos por todo el cuerpo.
Pero no estaba preparada. Aún no era lo bastante fuerte. ¿Por qué? No lo sabía. Era incapaz de concentrarse en los motivos por los que no deberían hacerlo. Las manos de Flynn le impedían pensar.
Siempre había sabido cómo excitarla, y ella tenía que admitir que físicamente se compenetraban a la perfección.
Las manos volvieron a subir y esa vez le cubrieron los pechos. Con los pulgares le
acarició los pezones, acercándola irremediablemente a su perdición.
¿Por qué molestarse en resistir? Iba a acabar sucumbiendo y no podía hacer nada por impedirlo.
Las manos iniciaron el descenso, y entonces ella las agarró y volvió a llevarlas donde más las necesitaba. Flynn la recompensó acariciándole de nuevo los pezones y mordisqueándole suavemente la oreja.
Renee se apretó contra él y sintió su erección, rígida y ardiente contra la parte inferior de la espalda. Su resistencia se derrumbó por completo.
Se giró hacia él y con la cadera le rozó deliberadamente el sexo, provocándole un jadeo ronco.
Flynn aspiró con fuerza y hundió los dedos en sus cabellos para sujetarle la cabeza y besarla. Sus lenguas se encontraron en el beso más salvaje y apasionado que hubieran compartido jamás, y los que siguieron fueron todavía más apremiantes y desesperados.
Flynn bajó las manos hasta su trasero y la apretó aún más contra él.
Ella le clavó los dedos en la cintura y echó la cabeza hacia atrás en busca de aire. El pasado y el presente se confundían en un arrebato de pasión y locura. Pero entonces…
¿cómo sobreviviría a aquella relación si no podía distinguir entre la realidad y las fantasías? Flynn había sido su mayor placer, pero también su mayor debilidad.
Interrumpió bruscamente el beso y se tocó los labios con los dedos.
Los ojos y las mejillas de Flynn ardían de deseo.
–Haz el amor conmigo, Renee –le susurró–. Ahora… Esta noche.
El corazón le latía con fuerza. La garganta se le secó por completo. Si se acostaba con él ahora, estaría perdida para siempre.
–No puedo… Lo siento.
Y entonces, hizo lo mismo que había hecho siete años antes, cuando se despertó en el sofá con dos botellas de vino vacías en el suelo y sin recordar haber abierto la segunda.
Echó a correr.
***
Flynn no podía dejar de sonreír. Se había despertado con una dolorosa erección y ardiendo de deseo insatisfecho por los besos de la noche anterior, pero no se quejaba. Todo marchaba a buen ritmo. Renee casi era suya. Sólo era cuestión de tiempo hasta que la química entre ellos acabara explotando.
Sosteniendo una bandeja en la mano, llamó con la otra a la puerta de Renee. Ella no respondió, lo cual no era raro. Renee siempre había tenido el sueño muy profundo. Giró el pomo y abrió la puerta.
La encontró tendida en la cama, de costado y con las mantas amontonadas a sus pies. Siempre le había gustado dormir destapada. Estaba abrazada a una almohada, rodeándola con su pierna, larga y desnuda, y el camisón se estiraba tanto en su trasero que podía verse claramente que no llevaba ropa interior.
En los primeros días de su matrimonio, él había sido su almohada, y la pierna de Renee reposaba en su muslo y cadera sin ningún camisón por medio. El recuerdo volvió a excitarlo, y la tentación de despertarla igual que hacía entonces, acariciándole la pierna y las nalgas, fue casi irresistible.
–Renee. Despierta.
Ella se despertó con un sobresalto y se dio la vuelta.
–¿Qué? –preguntó, apartándose los pelos de la cara–. ¿Qué pasa?
–No pasa nada. Te he traído el desayuno.
Ella se frotó los ojos medio dormida. Conocerla tan bien tenía sus ventajas, pensó Flynn. Se aprovechó de su modorra matutina para sentarse en la cama, antes de que ella se despejara lo suficiente como para darse cuenta de que le estaba ofreciendo una vista muy excitante. Si conseguía sujetar las mantas, ella no podría cubrirse y tendría que re-signarse a estar medio desnuda en su presencia.
–Incorpórate.
Ella obedeció y miró la bandeja.
–Nunca me habías traído el desayuno a la cama
–murmuró con recelo.
–La relación que teníamos antes no era muy equilibrada –admitió él–. Eras tú la que siempre cocinaba para mí. Pero las cosas han cambiado. Si los dos vamos a trabajar, tenemos que compartir las tareas de la casa. Sobre todo cuando nazca el bebé.
Ella se mordió el labio, rosado, carnoso y tentador. Flynn se moría por volver a besarla, pero sabía que si actuaba demasiado rápido perdería toda posibilidad de éxito, de modo que se limitó a dejarle la bandeja en el regazo y disfrutar de la imagen de sus pezones a través del camisón.
–He hecho algunos cambios en los planos, basándome en lo que dijiste ayer.
–¿A qué te refieres? –preguntó ella mientras pellizcaba un trozo de tostada con mermelada de frambuesa.
–Querías algo temporal. Y he encontrado la solución perfecta.
Ella mordisqueó la tostada y tomó un sorbo de café.
–Explícate.
Flynn sacó la hoja de debajo del plato de huevos revueltos, beicon y fruta.
–En vez de hacer una instalación fija, la cocina tendrá patas. Así podrá pegarse a la pared como un aparador o sacarse al patio cuando sea necesario.
Pero eso implica que no puedes tener el fregadero en ella, de modo que lo he colocado en el rincón.
Renee agarró la hoja y agachó la cabeza para examinar el boceto. El pelo le cayó sobre el rostro y Flynn se enrolló un mechón en el dedo. Ella levantó bruscamente la cabeza, pero él se tomó su tiempo en colocarle el mechón detrás de la oreja y acariciarle con un dedo la mandíbula y el cuello.
El pulso de Renee se aceleró.
–Siempre has estado muy guapa por la mañana…
Ella se apartó y se llevó una mano a la cabeza.
–Tengo el pelo hecho un desastre.
–Un poco alborotado, quizá, pero así está mucho más sensual que con un peinado impecable.
Ella se ruborizó y entornó la mirada.
–¿Has dormido toda la noche, Flynn?
Lo había pillado.
–Ya sabes que no puedo dormir cuando tengo ideas que plasmar en un papel.
Renee puso una mueca compasiva y examinó los bocetos de la cocina.–Está muy bien, Flynn, pero el contratista ya nos ha dado un presupuesto.
–Aún se puede modificar.
–Me parece una buena idea. Gracias por hacer los cambios. Pensaré en ellos.
Él asintió.
–Acaba de desayunar. Tengo una reunión con Brock y debo marcharme enseguida.
–¿Va todo bien? –la intuición de Renee lo sorprendió, aunque no debería ser así. Ella siempre había percibido su tensión, y él había sido un imbécil por descuidarla.
–Está obsesionado con un cliente. Tengo que convencerlo para que se tome un descanso.
–Se te da bien hacer eso.
Si se le diera bien convencer a las personas, habría podido persuadir a Renee para que no se marchara. Pero ella no le había dado la oportunidad.
Un día estaba allí y al siguiente había desaparecido.
–Se me dan bien muchas cosas –bajó la mirada a sus pechos y ella ahogó un débil gemido.–Si me disculpas, me daré una ducha y luego llamaré al contratista. Tú ocúpate de tu hermano.
Él le dio una palmadita en el muslo, que se endureció bajo el tacto de sus dedos.
Flynn se deleitó con la suavidad de su piel y se contuvo para no llevar los dedos hacia la fuente de calor que palpitaba entre sus piernas.
Era la primera vez en su vida que no le importaba fracasar en los primeros intentos.
Ni siquiera le importaba esperar un año o más. Mientras tuviera a Renee en su cama, estaría encantado.
–Así que Renee ha vuelto –dijo Brock en cuanto Flynn cerró la puerta del despacho–.
¿Por qué?
–¿Cómo que por qué? Ya te lo he dicho.
–Vamos, Flynn. Sé sincero conmigo.
–¿No te crees que me echara de menos y que hayamos decidido volver a intentarlo?
–No. Hace ocho días viniste a preguntarme por los papeles del divorcio, y cuatro días después Renee estaba instalándose en tu casa. ¿Qué ha ocurrido?
Flynn no tenía intención de contarle toda la verdad a Brock ni a nadie, porque eso implicaba admitir su fracaso.
–Nos seguimos queriendo y vamos a intentarlo de nuevo.
La expresión de su hermano pasó de la incredulidad al disgusto.
–El resto del personal tal vez se trague ese cuento, pero yo no –se recostó en su sillón–. No tendrá que ver con tu incapacidad para aceptar el fracaso, ¿verdad?
–No sé a qué te refieres –dijo Flynn, poniéndose tenso.
–No soportas la debilidad ni la derrota, y mucho menos cuando se trata de ti. Papá se encargó de que así fuera…
Flynn había sido un fracaso a ojos de su padre.
Lo sabía y lo aceptaba. Brock, en cambio, no podía permitirse la menor equivocación. Los viejos resentimientos volvieron a hervirle la sangre, pero los ignoró y se concentró en el asunto que lo había llevado al despacho de su hermano.
–Teníamos que hablar de ti, no de mí. Estás tan obsesionado con Reese Enterprises que no puedes evitarlo.
–Te equivocas. Siempre te has culpado a ti mismo por el fracaso de tu matrimonio –
replicó Brock–. No podías aceptar que Renee se hubiera cansado de jugar a las casitas.
Flynn se sorprendió por la sagacidad de su hermano, pero no iba a dejarse distraer tan fácilmente.
–Si vamos a hablar del pasado, deberías recordar que ya perdiste a una novia por culpa de tu adicción al trabajo.
Brock se cruzó de brazos.
–Buen intento, pero estábamos hablando de ti.
–Lo estabas haciendo tú, no yo. Quería hablar contigo porque estoy preocupado por ti. Por tu aspecto es evidente que apenas duermes.
–¿Ahora eres psiquiatra?
–Tienes que desconectar y distraerte un poco.
¿No tienes a ninguna mujer en tu agenda con la que puedas tener una aventura sin compromiso?
Pensó que él también podría probar un poco de su propia medicina. El problema era que, con Renee de nuevo en su vida, no le apetecía estar con nadie más. Y aunque quisiera, no podría arriesgarse a un escándalo que perjudicara a la empresa.
Vivir con Renee era como caminar por la cuerda floja. Un paso en falso y caería al vacío. Ella se empeñaba en avanzar poco a poco, y a Flynn le resultaba tan frustrante que apenas podía concentrarse en el trabajo.
La única ventaja era que, al no poder satisfacer su apetito sexual con ella, se veía obligado a fijarse en los aspectos menos carnales de su hermosa mujer. Por ejemplo, la fuerza y seguridad que había adquirido en sí misma. Por no mencionar las voluptuosas curvas de su cuerpo… La combinación era irresistiblemente sexy.
Brock dejó el bolígrafo en la mesa.
–El sexo no es la solución.
–Puede que no, pero ayuda a relajarse lo suficiente como para que la sangre vuelva a fluir en tu cabeza.
Llamaron a la puerta y un segundo después Elle Linton, la secretaria de Brock, asomó la cabeza por la rendija.
–Ha llegado su próxima cita.
Flynn miró a su hermano y por un instante fugaz vio un atisbo de emoción y deseo en su rostro.
Pero Brock volvió a adoptar una expresión severa antes de que Flynn pudiera descifrar nada.
–Gracias, Elle. Dame cinco minutos.
–Sí, señor –respondió ella, y volvió a cerrar la puerta.
Flynn tampoco dormía mucho últimamente, y la falta de sueño le hacía imaginar cosas. ¿Habría algo entre su hermano y Elle? No, no podía ser. Brock jamás tendría una aventura con alguien de la oficina.
Tal vez estuviera pensando en otra mujer justo antes de que su secretaria llamara a la puerta.
Flynn se levantó.
–Piensa en lo que te he dicho. Sal y diviértete un poco antes de que
te dé un patatús o algo parecido. No me gustaría tener que ocupar tu puesto…
–Estoy bien. Y tú ten cuidado con lo que haces.
No me gustaría tener que recoger los restos que vuelva a dejar el huracán Renee.
–Eso no va a pasar –le aseguró Flynn. Tal vez cometiera errores, como todo el mundo.Pero jamás cometía el mismo error dos veces.