Capítulo Nueve
Durante las dos horas siguientes, Flynn se concentró en el ritmo que Renee imprimía al rodillo mientras planeaba su próximo movimiento.
A medida que Renee se iba calmando, los ruidos que hacía al extender la pintura eran más débiles, y en los últimos diez minutos lo único que parecía mantenerla en pie era su deseo por acabar la labor.
Bajó la brocha y observó la postura encorvada de Renee.
–Vamos a dejarlo por esta noche.
Ella dio un respingo al oírlo y se giró.
–Hay que darle una segunda mano a las paredes.
Él dejó la brocha, atravesó la habitación y le quitó el rodillo de la mano.
–Vamos a comer algo, luego dormiremos un poco y después le daremos la segunda mano. Ella frunció el ceño con preocupación.
–Pero…
–Renee, son las cuatro de la mañana y el cansancio empieza a afectarnos –al igual que él, Renee siempre había sido una perfeccionista que se olvidaba del tiempo cuando estaba enfrascada en alguna tarea.
Ella miró la pared que había estado pintando y comprobó que, efectivamente, el cansancio empezaba a hacer mella en el resultado.
–Supongo que tienes razón.
Él le apartó un mechón de los ojos.
–Tenemos todo el fin de semana por delante.
Tu cocina estará lista para cuando lleguen los armarios. Te lo prometo.
Y también el cuarto del bebé. Si lo lograba, a Renee no le quedaría más remedio que dormir con él. Tal vez tuviera que proceder con un poco más de tacto, pero acabaría consiguiéndolo.
–Una ducha caliente me sentaría bien –admitió ella, moviendo los hombros como si los tuviera agarrotados.
A él nada le hubiera gustado más que llenarle la bañera y darle un masaje en el agua, pero sabía que ella no estaba preparada para dar ese paso.
–Ve a ducharte. Yo me encargo de limpiarlo todo y de preparar el desayuno.
–¿Estás seguro? –le preguntó ella mientras examinaba los botes de pintura con los ojos medio cerrados.
–Lo estoy. Vamos, vete.
La vio subir la escalera, admirando su redondeado trasero y sus piernas suaves y pálidas. Renee nunca había lucido un bronceado. Ni siquiera tomaba el sol. Decía que pasaba de estar blanca a estar roja como un cangrejo, sin término medio. Pero a él no le importaba. Siempre le había gustado su piel de marfil, sobre todo cuando le pasaba la lengua por los pechos, los brazos y el vientre.
Reprimió el deseo que palpitaba en su entrepierna y lo recogió todo antes de subir a lavarse. A continuación, sacó los ingredientes que necesitaba de la nevera y la despensa y se puso a preparar el que había sido el desayuno favorito de Renee, confiando en que lo siguiera siendo.
El destino tenía un curioso sentido del humor.
En el pasado, era él quien no podía abandonar un proyecto hasta haberlo acabado, y era Renee quien le preparaba la comida y lo animaba a descansar. Pero Flynn nunca podía dejar nada a medias. Su padre se había encargado de convertirlo en un fanático de la perfección.
Veinte minutos después la casa olía a canela, mantequilla y sirope de arce, y cuando Renee entró en el salón, el desayuno la estaba esperando en la mesa. Se había puesto unos pantalones de chándal y una camiseta, y también un sujetador, por desgracia. Flynn había disfrutado en el sótano con la imagen de sus pezones casi tanto como con las miradas furtivas que ella le lanzaba. Saber que Renee aún sentía atracción por él jugaba a su favor, y
tenía intención de avivar el fuego que ardía entre ellos hasta lograr la reacción deseada.
–¿Son tortitas de canela y manzana lo que huelo? –preguntó ella.
–Te dejaste la receta en el cajón.
–Hace años que no las pruebo. Desde… –se mordió el labio.
–¿Desde que las hacíamos juntos?
–Sí –sus miradas se encontraron y el recuerdo se alargó entre ellos. La ayuda de Flynn en la cocina era más bien una distracción y un estorbo. Él le pasaba los ingredientes que ella le pedía hasta que sus manos se adentraban en territorio íntimo y se olvidaban de la comida.
Renee se puso colorada y apartó la vista.
–¿Y eso es café?
–Descafeinado. A los dos nos hace falta dormir.
Ella agarró la taza y tomó un sorbo con los ojos cerrados.
–Casi me quedo dormida en la ducha.
–No sería la primera vez –dijo él con una sonrisa. Nunca había conocido a una mujer que traba-jase tanto como Renee, quien se quedaba dormida en cuanto dejaba de moverse. En más de una ocasión la había sorprendido dormitando en la ducha–. Come –la animó, tendiéndole el plato.
–Gracias –aceptó ella. Probó la tortita y puso una mueca de deleite–. Mmm… Tiene la cantidad exacta de canela.
Años atrás, cuando hacían tortitas, el azúcar y el sirope acababan embadurnando sus cuerpos desnudos para luego pasar la lengua hasta la última gota. La cocina había presenciado tanta actividad sexual como el dormitorio.
Al acabar de comer, Renee tenía tanto sueño que apenas podía mantenerse sentada.
Él le quitó el plato para dejarlo en la mesa y la agarró de la mano cuando ella se dispuso a levantarse.
–Quédate aquí mientras llevo los platos a la cocina.
Ella abrió la boca como si quisiera protestar, pero asintió en silencio y se hundió en los cojines.
Flynn llevó los platos a la cocina y se tomó su tiempo en meterlos en el lavavajillas.
Al volver al salón vio que Renee se había quedado dormida, tal y como esperaba. Sonrió por el éxito de su estrategia y pensó en su próximo movimiento. Renee dormía tan profundamente que podría subirla en brazos por la escalera sin despertarla. Pero si se despertaba en la cama de Flynn se pondrían a la defensiva.
Se sentó junto a ella y la tumbó suavemente.
Ella suspiró, colocó las manos bajo la mejilla y apoyó la cabeza en el regazo de Flynn. Igual que en los viejos tiempos. Lo único que tenía que hacer era convencerla para que se instalara en su habitación y la batalla estaría ganada.
Algo le abrasaba los párpados. Y tenía que cambiar de almohada, porque aquélla era demasiado dura y caliente. Además, el plumón le hacía cosquillas en la nariz.
¿Pelusa? Ella era alérgica al plumón. Tenía que apartar la cara antes de que se le hinchara como un globo.
Se obligó a abrir los ojos y recibió de lleno la luz del sol que entraba por las ventanas. Entonces descubrió que la almohada era el muslo de Flynn.
El corazón se le desbocó al recordar los acontecimientos de la noche anterior, que la habían llevado a quedarse dormida en el regazo de Flynn. El reloj antiguo del salón señalaba las doce del mediodía. No era la primera vez que ella y Flynn se echaban una siesta en aquel sofá los dos juntos, pero eso era cuando estaban enamorados.
Ahora tenía que andarse con mucho más cuidado. Sabía lo peligroso que podía ser abandonarse a una falsa sensación de seguridad con Flynn. Por eso no quería bajar la guardia del todo ni dormir en su cama.
Se incorporó con cuidado de no despertarlo y se levantó. Flynn tenía un aspecto tranquilo y relajado, con el pecho desnudo oscilando al sosegado ritmo de su respiración y sus rasgos desprovistos de todo estrés. Un mechón de pelo le caía sobre la frente, y Renee casi cedió al impulso de entrelazar los dedos en sus cabellos.
Se apartó de la tentación y vio un trozo de papel en la mesita lateral, junto a la lámpara. Aún estaba medio dormida, pero reconoció el boceto en el dorso de un sobre. Lo agarró y ahogó un gemido de asombro. Flynn había dibujado un cuarto para niños con una cuna provista de juguete móvil, una cómoda y un parque. Renee le había enseñado la foto de los muebles que hizo con el teléfono móvil, y él los había dibujado hasta el último detalle.No había duda de que la habitación que había elegido para plasmar los objetos era el dormitorio de Renee; las puertas del balcón lo delataban.
Flynn siempre había sido un artista con mucho talento, pero limitaba su potencial a los diseños arquitectónicos. Casi todo su trabajo lo había hecho por ordenador, aunque de vez en cuando le gustaba agarrar un lápiz y esbozar una idea.
Renee siguió con el dedo el contorno de un caballito de madera y sintió que se le formaba un nudo de emoción en la garganta. Viendo aquel dibujo casi podía creer que Flynn deseaba tener un hijo tanto como ella. Un hijo que posiblemente tuviera su pelo negro y sus ojos azules. Un precioso niño o niña que sería la familia que una vez pensaron tener. Al pensar en ello sentía un doloroso vacío en el pecho. Quería tener un hijo de Flynn, ahora más que nunca. Pero entonces el vacío se le llenó de in-dignación. A Flynn le encanta dibujar y crear, pero la lealtad hacia su familia le había arrebatado esa pasión. ¿Por qué insistía en rechazar ese don natural? Su madre era demasiado egoísta para valorar sus sacrificios, y en cuanto a su padre…
–¿Qué te parece? –le preguntó él con voz adormilada, deliciosamente sensual.
Renee contempló su rostro soñoliento con la barba incipiente. Sería muy fácil volver a amarlo.
Pero no podía. No podía…
–Es precioso.
–Podemos hacerlo, Renee… Podemos tener nuestra casa y nuestra familia, como una vez planeamos.
La tentación de tener lo que él le ofrecía era tan fuerte que apenas podía guardar la distancia física y emocional.
–¿Por qué lo hiciste, Flynn?
Él se incorporó lentamente.
–¿Por qué hice qué?
–Renunciar a tu sueño.
Él se levantó del sofá y la miró con el ceño fruncido.
–Ya hemos hablado de esto.
–Me duele ver cómo malgastas tu talento en un trabajo administrativo. Entendí que tuvieras que hacerlo durante la crisis, porque tu familia te necesitaba. Pero ¿y ahora? La crisis ha terminado. ¿Por qué no puede Brock contratar a otro vicepresidente y dejar que tú vuelvas al trabajo de tus sueños?
–No es tan fácil.
–Podría serlo.
–No acabé mis prácticas.
–En menos de un año obtendrías todos los certificados.
–Ya no soy un estudiante universitario –murmuró él, y se dirigió hacia la escalera con los hombros muy rígidos.
–Negando tu pasión por la arquitectura no recuperarás a tu padre, Flynn –le gritó ella. Él se detuvo en seco, como si acabara de recibir una bofetada, se giró bruscamente y marchó amenazadoramente hacia ella.
–¿Y a ti qué te importa?
Era una buena pregunta. ¿Por qué tenía que importarle su felicidad cuando su intención era alejarse de él lo más posible en cuanto tuviera lo que quería?
Entonces supo la respuesta con una certeza demoledora. Se dio cuenta de que le importaba porque seguía enamorada de su marido.
Rápidamente se estrujó los sesos para buscar una respuesta válida pero menos comprometedora.
–No quiero que mi hijo sea criado por un padre amargado y resentido.
–Yo no soy tu madre.
Renee puso una mueca de dolor por el comentario.
–No, no lo eres.
«Y yo tampoco me permitiré serlo».
Pero, como había dicho Flynn, no era tan sencillo como desearlo y punto. Evitar los errores de su madre le exigiría una vigilancia constante.
–Voy a acabar de pintar –dijo, y se marchó rápidamente para no darle tiempo a adivinar sus secretos.
El domingo por la mañana, contemplando la ostentosa casa de Gretchen Mahoney en Knob Hill, Renee pensó que no tenía el menor deseo de vivir en un lugar como aquél.
Era el tipo de casa que Carol Maddox deseaba para su hijo, pero Flynn había optado por una residencia más humilde y una mujer menos refinada.
Llamó al timbre y se preparó para conocer a la «amiga» de Flynn que había insistido en tener una entrevista el domingo por la mañana. A pesar de haberlo atosigado con sus preguntas, Flynn se había negado a revelar más detalles sobre su relación con aquella mujer. Tal vez fuera una conocida de su madre que vivía en el mismo barrio de clase alta, o una clienta a la que Flynn conocía del trabajo. O quizá se trataba de la esposa de un viejo amigo.La puerta se abrió y apareció una hermosa mujer de treinta y pocos años, delgada y morena, con zapatos de tacón y el tipo de traje que llenaba las portadas de la revista Vogue.
Miró a Renee de arriba abajo con un brillo de curiosidad en sus ojos verdes, enmarcados
por una melena lacia y brillante.
–Tú debes de ser la mujer de Flynn. Yo soy Gretchen. Pasa.
Renee agarró con fuerza su cartera de piel e intentó no parecer nerviosa.
–Sí, soy Renee Maddox.
–Según me ha contado Flynn, eres justamente lo que necesito para mi pequeña fiesta
–condujo a Renee a través de un inmenso vestíbulo con el suelo de mármol blanco y negro, una imponente escalera y un arreglo floral de enormes dimensiones, hacia un salón lleno de muebles antiguos y jarrones de aspecto carísimo.
–Siéntate, por favor –su anfitriona le indicó un sillón francés con la mano derecha, en la que no se veía ningún anillo. Aquello descartaba que fuera la mujer de algún conocido.
¿Sería la amante de Flynn? Renee se sentó e intentó concentrarse en el trabajo que tenía por delante, pero no saber quién era o qué era Gretchen la incomodaba bastante.
–Flynn no me dijo para qué clase de evento necesitaba el servicio de catering –dijo mientras abría su bloc–. ¿Qué tiene pensado?
–Directa a los negocios, ¿eh? ¿Nada de charla?
Renee se quedó muy sorprendida. Normalmente, la gente con tanto dinero no quería mezclarse con las clases inferiores.
–Lo siento. Creía que era un encargo urgente y que usted estaría impaciente por cubrir los detalles.
–Desde luego. Mi proveedora habitual sufrió un infarto la semana pasada y no puede trabajar.
–Lo siento. Si le parece, empecemos por definir el evento que quiere celebrar y la comida que quiere ofrecer, y así podremos preparar el presupuesto.
Gretchen arqueó una de sus cejas perfectamente depiladas.
–¿No sientes la menor curiosidad hacia mí? Te confieso que yo sí siento bastante hacia ti.Renee no sabía si admirar a aquella mujer por su franqueza u odiarla por ser tan hermosa, rica y sofisticada… todo lo que ella jamás sería.
–Como clienta, tiene derecho a hacerse preguntas sobre mí.
–En realidad, sólo tengo una pregunta: ¿sabes el daño que le causaste a Flynn al abandonarlo?
Renee se puso en guardia inmediatamente.
–Me refería a preguntas sobre mi currículum.
Gretchen se recostó en su asiento y cruzó sus larguísimas piernas. Irradiaba un aire cálido y protector en vez de maldad.
–¿Alguna vez te paraste a pensar en los rumores que tendría que soportar después de que te fueras?
¿En las explicaciones que tendría que dar?
A Renee le sorprendió el descaro de la mujer.
Pero Gretchen tenía razón. Después de que ella se marchara a Los Ángeles intentó no pensar en Flynn ni en el escándalo que dejaba atrás. Se volcó por entero en su nuevo trabajo y en los cuidados de su abuela, y así poder acabar el día tan cansada que no le hiciera falta el alcohol para dormir. Se había convencido de que Flynn estaría mejor sin ella que con una esposa que acabaría convirtiéndose en un lastre, y seguía pensando lo mismo.
–Flynn no es el tipo de hombre que ponga excusas por nada –dijo, e
intentó volver al tema principal de aquella entrevista–. ¿Qué tipo de comida quiere ofrecer en su fiesta?
–En la publicidad, la reputación lo es todo. Y tú dañaste gravemente la reputación de Flynn –insistió Gretchen, ignorando la pregunta de Renee.
–Señorita Mahoney, ¿podríamos centrarnos en el trabajo? A menos que su fiesta sólo sea un truco para hacerme venir e interrogarme, mi vida personal no tiene nada que ver con los servicios que ofrezco.
–Si de verdad piensas eso, estás muy equivocada. En este mercado tan competitivo no se trata tan sólo de lo que haces, sino a quién conoces y a quién has complacido o contrariado. Pero si insistes, lo haremos a tu manera… Por ahora –deslizó una invitación estampada en relieve sobre la mesa–. Como verás, voy a celebrar una subasta benéfica con intención de recaudar fondos para el refugio de mujeres maltratadas. Ese refugio es un lugar muy importante y querido para mí.
–Es una causa muy noble.
–Mi segundo marido me rescató de allí.
Renee se quedó tan sorprendida que no supo qué decir. Gretchen no parecía la típica víctima de abusos o maltratos.
–Cuando reuní el valor para dejar de ocultar mis heridas y admitir que tenía un problema, escapé de mi primer marido con la ayuda de unos amigos en los que podía confiar. Flynn era uno de ellos. Es un hombre maravilloso. Muy comprensivo y siempre dispuesto a ayudar. Me habría casado con él sin dudarlo después de morir mi segundo marido. Pero Flynn nunca habría sido mío del todo, porque una parte de él te sigue perteneciendo a ti.
A Renee se le paró corazón y la mano se le quedó congelada con el bolígrafo sobre el papel. –Se equivoca.
–Hay muy pocas cosas en la vida que no compartiría, pero mi hombre es una de ellas. –¿Está insinuando que me aleje de él?
–No, te estoy aconsejando que no vuelvas a hacerle daño. Flynn se merece algo mejor. –¿Se refiere a usted?
–Me refiero a una mujer que sea lo bastante fuerte como para hacer honor al compromiso y no salir huyendo cuando las cosas se ponen difíciles.
La furia y la vergüenza se mezclaron en el interior de Renee. Al huir sin darle explicaciones a nadie había dejado la puerta abierta para que todos pensaran mal de ella, pero siempre sería mejor que quedarse, convertirse en alcohólica y confirmar los rumores.
En retrospectiva, se daba cuenta de que lo que para ella había sido un acto desinteresado para los demás había sido una muestra imperdonable de egoísmo. Pero hacerle una confesión semejante a su anfitriona sería exponerse a un ataque aún mayor.
–Me está juzgando por algo de lo que no sabe nada.
–No te estoy juzgando, Renee. Sólo te hago saber que te estaré vigilando, al igual que todos los amigos de Flynn. Y si vuelves a hacerle daño, te será muy difícil que tu negocio prospere en San Francisco.
Tras pronunciar su amenaza, Gretchen descruzó las piernas y se inclinó hacia delante. La hostilidad que ardía en sus ojos dejó paso al entusiasmo.
–Y ahora, hablemos de mi pequeña fiesta para el viernes… Ya me han confirmado su presencia sesenta de los ciudadanos más ricos de San Francisco. ¿Qué me sugieres para que se sientan contentos y generosos?
Renee aún estaba aturdida por las advertencias de su anfitriona. Quería decirle que se metiera la fiesta por su elegante trasero, pero no podía. Tenía que velar por el futuro de su negocio y no podía permitir que una discusión echara sus aspiraciones por tierra.
Pero la confrontación con Gretchen le había dejado una cosa muy clara. Tenía dos opciones: una, renunciar al bebé y a la expansión de su negocio y volver a Los Ángeles antes de que el amor que sentía por Flynn la destruyera; dos, combatir a sus demonios, seguir adelante e intentar recuperar a su marido y la ilusión que una vez compartieron.
Desde su punto de pista, las dos opciones podían acabar en desastre. Pero sólo una podía acabar bien.
Observó a la hermosa mujer que estaba sentada ante ella. Si Gretchen había recuperado su vida y se había negado a ser una víctima, ¿podría Renee ser menos que ella?
De ningún modo. Había mantenido el alcoholismo bajo control desde aquella noche crucial, y seguiría haciéndolo costase lo que costase. Flynn nunca tendría por qué saberlo.