Capítulo Uno
1 de febrero
Con el móvil aún pegado a la oreja, Flynn rodeó la mesa y cerró la puerta de su despacho para apoyarse contra ella. Nadie en la sexta planta de Maddox Communications tenía por qué enterarse de lo que la mujer al otro lado de la línea acababa de decirle, ni de la respuesta que él pudiera dar.
–Lo siento… ¿Le importaría repetírmelo?
–Soy Luisa, de la clínica de fertilización New Horizons. Su mujer ha solicitado ser inseminada con su esperma –la alegre voz femenina se lo explicó con una claridad irritante, como si estuviera hablando con un idiota. Y en aquel momento Flynn se sentía como tal.
¿Su mujer? Él no tenía mujer. Hacía mucho que la había perdido.
–¿Se refiere a Renee?
–Sí, señor Maddox. Ha solicitado su muestra.
Flynn intentó ordenar sus caóticos pensamientos para tratar de encontrarle sentido a aquella conversación de locos. Primero, ¿por qué Renee intentaba hacerse pasar por su esposa cuando llevaban siete años separados? Fue ella la que solicitó los papeles del divorcio en cuanto transcurrió el periodo de espera de un año. Y segundo, cuando él estaba en la universidad hizo una donación de semen a unos laboratorios por culpa de una estúpida apuesta. No hacía falta ser muy listo para relacionar las dos cosas.
–Mi muestra es de hace catorce años. Creía que ya la habrían desechado.
–No, señor. Aún es viable. El semen puede durar más de cincuenta años si se conserva en las condiciones apropiadas. Pero usted dejó estipulado que su esperma no podía ser utilizado sin su consentimiento por escrito. Necesito que firme un formulario para entregárselo a su mujer.
«Ella no es mi mujer», pensó, pero se lo guardó para sí.
Su empresa de publicidad tenía clientes extremadamente conservadores, quienes no dudarían en irse a la competencia si aquella historia salía a la luz. Maddox Communications no podía permitirse que sus negocios se resintieran en tiempos de crisis económica.
Paseó la mirada por el despacho, el último proyecto de decoración que había compartido con su ex mujer. Cuando Flynn se despidió de su anterior trabajo y se unió a la empresa de su familia, él y Renee eligieron la mesa de cristal, los sofás de color crema y la abundancia de macetas. Habían formado un buen equipo…
«Habían». En pasado.
Su intención era llegar al fondo de aquel asunto, pero de algo estaba seguro, nadie iba a aprovechar su esperma de hacía catorce años.
–Destruya la muestra.
–Para eso también hará falta su consentimiento por escrito –respondió la mujer.
–Mándeme el formulario por fax. Lo firmaré y se lo enviaré de vuelta.
–Muy bien, señor Maddox. Si me da su número, se lo haré llegar enseguida.
Flynn le dio los números de memoria mientras intentaba recordar todo lo que había pasado en torno a la ruptura. En seis meses había perdido a su padre, su carrera de arquitecto y a su mujer. Un año después de que Renee se marchara, Flynn recibió los
papeles del divorcio, lo que reabrió la herida que nunca llegó a sanar del todo. Una furia ciega volvió a dominarlo, no sólo contra Renee por haberse rendido tan fácilmente, sino también contra él mismo por permitir que su matrimonio se echara a perder. No había nada que odiara más que el fracaso, sobre todo cuando era el suyo.
El fax emitió un pitido que alertaba de un documento entrante. Leyó el membrete y volvió a dirigirse a la mujer que estaba al teléfono.
–Ya ha llegado. Se lo enviaré en menos de un minuto.
Colgó y sacó las hojas de la máquina. Las leyó rápidamente, las firmó y las envió de vuelta.Lo último que recordaba de los papeles del divorcio era que su hermano le había prometido enviarlos, después de que hubieran permanecido más de un mes en la mesa de Flynn porque éste no había tenido el valor de romper aquel último vínculo con Renee.
¿Qué había sido de esos documentos una vez que Brock se hizo cargo de ellos?
Un escalofrío le recorrió la espalda. No recordaba haber recibido una copia de la sentencia de divorcio… Y sus amigos divorciados le habían dicho que siempre se recibía una notificación oficial por correo.
Pero él estaba divorciado de Renee. Los papeles estaban en regla. El divorcio se había hecho efectivo… Entonces, ¿por qué ella le mentía a la clínica?
Se le formó un nudo en la garganta. Renee era la persona más sincera que conocía.
Agarró el teléfono para llamar a su abogado, pero se lo pensó mejor y dejó el auricular. Andrew tendría que rastrear la información hasta darle alguna respuesta, y a Flynn nunca se le había dado bien esperar de brazos cruzados.
Era mucho más rápido recurrir a Brock.
Abrió la puerta del despacho con tanta brusquedad que asustó a su secretaria.
–Cammie, voy al despacho de Brock.
–¿Quiere que lo llame a ver si está libre?
–No, no hace falta. Va a tener que atenderme de todos modos.
Sus pasos resonaron en el suelo de roble mientras se dirigía rápidamente hacia el ala opuesta de la sexta planta. El despacho de Brock estaba situado en la esquina oeste del edificio. Flynn saludó con la cabeza a Ellie, la secretaria de su hermano, pero no hizo el menor ademán de detenerse e irrumpió en el despacho sin llamar a la puerta, ignorando las protestas de Ellie.
Sorprendió a su hermano en mitad de una llamada. Brock levantó la mirada hacia él y le indicó con el dedo que esperara, pero Flynn negó con la cabeza, le hizo un gesto para que colgara y cerró la puerta.
–¿Algún problema? –le preguntó Brock tras colgar el teléfono.
–¿Qué hiciste con los papeles de mi divorcio?
Brock se echó hacia atrás en el asiento. La sorpresa se reflejó en sus ojos, tan azules como los que Flynn veía en el espejo cada mañana, pero rápidamente dejó paso a una expresión de cautela.
–Los enviaste por correo, ¿verdad, Brock? –lo acució Flynn.
Su hermano se levantó y exhaló lentamente el aire. Abrió un cajón con llave y sacó unas cuantas hojas.
–No –murmuró.
Flynn se quedó de piedra.
–¿Cómo que no?
–Se me olvidó.
–¿Que se te olvidó? –repitió Flynn sin salir de su asombro–. ¿Cómo es posible?
Brock se llevó una mano a la nuca y puso una mueca, visiblemente incómodo.
–Al principio retuve los papeles, porque estabas tan destrozado por la pérdida de Renee que albergaba la esperanza de que superarais vuestras diferencias. En parte me sentía responsable por los problemas que sufrió tu matrimonio, ya que no dejaba de presionarte para que dejaras el trabajo que tanto te gustaba y te convirtieras en el vicepresidente de Maddox Communications. Y después…sencillamente se me olvidó.
Admito que fue un fallo imperdonable, pero recuerda que todos pasamos por momentos muy difíciles tras la muerte de papá.
A Flynn no se le sostenían las piernas. Se dejó caer en un sillón y hundió la cabeza en las manos.
Aún estaba casado… Con Renee.
Y si ella se hacía pasar por su mujer, era obvio que también sabía que el divorcio no se había hecho efectivo. La pregunta era ¿desde cuándo lo había sabido? ¿Y por qué no lo había llamado para recriminarle que no hubiera enviado los papeles? Ni siquiera le había mandado a su abogado.
–¿Estás bien, Flynn?
Claro que no estaba bien…
–Sí –respondió automáticamente. Nunca había compartido sus problemas con nadie, y no iba a empezar ahora.
Sin embargo, a medida que la conmoción se disipaba, una emoción completamente distinta ocupaba su lugar. Esperanza… O más bien, excitación.
No estaba divorciado de su mujer.
Tras años de silencio tenía una razón de peso para contactar con ella. No sólo para preguntarle por qué quería aprovecharse de su esperma congelado y no sólo para decirle que seguían casados, sino para saber por qué ella pretendía tener un hijo suyo… La situación le parecía tan irreal que sentía estar flotando en una nube.
–Llamaré a mi abogado para averiguar en qué situación me encuentro. Y mientras tanto, me tomaré unos días libres.
–¿Tú? Pero si tú nunca descansas… Además, por mucho que odie decirlo, no es un buen momento para tomarse unas vacaciones.
–Me da igual. Tengo que ocuparme de esta situación, y debo hacerlo ahora.
–Supongo que tienes razón… Te pido disculpas. Si hubieras mostrado el menor interés por cualquier otra mujer, tal vez me habría acordado de esos papeles. O tal vez no.
Es una excusa muy pobre, pero es la verdad. Y dime… ¿a qué se debe este repentino interés en tu divorcio? ¿Es que Renee piensa volver a casarse?
Flynn se estremeció. Era lógico que Renee hubiera salido con otros hombres desde su separación, pero la idea le despertaba unos celos que deberían haber muerto hace mucho. Se levantó y agarró el documento que tenía que haber puesto fin a su matrimonio.
Decidió que no le contaría nada a Brock sobre la inseminación artificial. Era mejor que nadie más lo supiera.
–No conozco los planes de Renee. Hace años que no la veo –ella lo
había querido así. Pero ahora tendrían que volver a verse, y sólo de pensarlo se le aceleraban los latidos.
–Flynn, no es necesario que te recuerde que debemos mantener todo este asunto en privado, pero aun así voy a hacerlo… Si esto sale a la luz, quedaremos en una posición muy débil frente a Golden Gate Promotions. Y lo último que quiero es que ese bastar-do de Athos Koteas saque partido.
La mención de su rival estuvo a punto de sofocar el entusiasmo de Flynn.
–Lo entiendo.
Regresó a su despacho y fue directamente hacia la trituradora de papel. Desde la ventana se veía el perfil de la ciudad bajo el sol matinal, como simbolizando un nuevo comienzo. Perder a Renee fue lo peor que le había pasado, pero la negligencia de su hermano mayor le había dado la oportunidad perfecta para saber si aún sentía algo por ella, y de ser así, para intentar recuperarla.
Introdujo uno a uno los papeles del divorcio en la trituradora, y se deleitó con el chirrido de la máquina al hacer trizas el mayor fracaso de su vida.
Al acabar sintió ganas de celebrarlo, pero lo que hizo fue sentarse ante el ordenador.
Lo primero era localizar a su esposa.
MADCOM2.
La matrícula del BMW color azul llamó la atención de Renee al girar en el camino de entrada a su casa. A punto estuvo de tirar el buzón con el parachoques de su mini furgoneta, pero sus rápidos reflejos lo impidieron en el último segundo.
MADCOM significaba Maddox Communications.
El estómago le dio un vuelco. Conocía muy bien al propietario de aquel vehículo, gracias al número 2 que aparecía en la matrícula. Se trataba de su ex… no, no era su ex.
Seguía siendo su marido, y estaba bajando del coche.
Desde que escuchó el mensaje de la clínica informándola de que su petición para usar el esperma de Flynn le había sido denegada, supo que sólo era cuestión de tiempo que Flynn fuera a buscarla.
La clínica debía de haberse puesto en contacto con él, tal y como su abogado le había advertido.
Pero no se esperaba ver a Flynn acercarse a su coche y esperar a que le abriera la puerta. Con el corazón desbocado, retiró la llave del contacto, agarró el bolso del asiento contiguo y salió, intentando aparentar tranquilidad, ignorando la mano que Flynn le ofrecía. Aún no podía tocarlo, y no estaba segura de que pudiera volver a hacerlo alguna vez, ni siquiera de la forma más natural.
Echó la cabeza hacia atrás y miró al hombre al que había amado con todo su ser. El mismo hombre que le había roto el corazón.
Flynn había cambiado mucho y al mismo tiempo nada. Sus ojos eran de un azul radiante y su pelo, negro como el azabache, aunque empezaban a aparecer canas por las sienes. Seguía siendo tan ancho de hombros como lo recordaba, y no parecía haber ganado ni un gramo. En todo caso, su mentón parecía más recio.
Pero los últimos siete años también le habían pasado factura. Tenía algunas arrugas en torno a la boca que en su día ella tanto deseaba besar, así como en la ceja y alrededor de los ojos. Renee no creía que estuvieran producidas por la risa, aunque Flynn sonreía mucho al principio, antes de empezar a trabajar para Maddox Communications.
–Hola, Flynn.
–Renee… ¿O debería decir «esposa»? –su voz grave y profunda hizo estragos en sus nervios–. ¿Desde cuándo lo sabías?
Por un momento pensó en hacerse la tonta, pero no tenía sentido.
–Desde hace unas semanas, tan sólo.
–Y, sin embargo, no me llamaste para decírmelo.
–Igual que tú tampoco me llamaste para decirme que no habías firmado los papeles del divorcio.
Él frunció el ceño ante el tono de insolencia.
–No fue eso exactamente lo que ocurrió.
–Cuéntame –lo apremió ella, pero entonces recordó que llevaba pescado y marisco en la furgoneta–. Si no te importa, sigamos con esta conversación dentro. Tengo que llevar la compra a la cocina.
Abrió la puerta trasera del vehículo y él se adelantó para sacar la nevera portátil. Al hacerlo la rozó con el hombro y la cadera, lo que le provocó a Renee un hormigueo instantáneo por todo el cuerpo. Igual que antes… Maldijo la reacción de su cuerpo y se dijo a sí misma que no significaba nada. Había superado la ruptura y todas las emociones que sentía por Flynn. Él se había encargado de ello al hacerle trizas el corazón. Lo único que albergaba hacia él era un profundo resentimiento.
–¡Sujeta la puerta!
La orden de Flynn la sacó de sus divagaciones.
Cerró la furgoneta y recorrió el camino intentando ver el exterior de su casa a través de los ojos de Flynn. Él no había puesto un pie allí desde los primeros días de su breve matrimonio, cuando aquélla era la casa de la abuela de Renee. Desde entonces había hecho muchos cambios, y el retiro original se había convertido en un acogedor centro de trabajo.
Había plantado flores bajo los naranjos y limoneros, había construido una fuente y había colgado cestos de helechos y un columpio en el porche.
El año anterior limpió a fondo los cimientos de piedra y pintó de verde esmeralda el saliente de la fachada. Pero la mayor parte de las reformas se habían realizado en el interior.Abrió la puerta principal y condujo a Flynn a través del vestíbulo y del salón hasta la cocina, su obra maestra.
–Has ampliado la cocina –observó él.
–Necesitaba una cocina grande para mi negocio de catering, así que añadí el porche trasero y transformé su viejo dormitorio en despacho.
«Deja de darle explicaciones», se ordenó a sí misma.
Se calló y observó con orgullo los electrodomésticos profesionales, las grandes encimeras de granito y los relucientes armarios blancos. El sueño de todo cocinero… Su sueño. Algo que se le había negado siendo la mujer de Flynn.
–Muy bonito. ¿Qué te animó a abrir tu propio negocio?
–Era algo que siempre había querido. Mi abuela me animó a dar el salto antes de morir, hace cuatro años.
La expresión de Flynn hacía suponer que no se había enterado de la muerte de su
abuela. Renee debería habérselo comunicado, pero bastante dolorosa le resultó la pérdida como para tener que enfrentarse a Flynn en el funeral.
–Lo siento mucho –dijo él–. Emma era una mujer extraordinaria.
–Sí que lo era. No sé qué habría hecho sin ella, y la echo terriblemente de menos.
Pero sé que le habría encantado esto… Otra generación de mujeres Lander dedicándose a alimentar a las masas.
–Estoy seguro.
Se quedaron en silencio y Renee miró la butaca favorita de su abuela. Había días en los que sentía que su abuela velaba por ella, lo cual no era extraño. Emma había sido para ella una madre más que una abuela. Fue en quien se apoyó tras abandonar a Flynn, cuando llegó a aquella casa con el corazón destrozado, Emma la recibió con los brazos abiertos y le ofreció su casa todo el tiempo que fuera necesario.
–¿Dónde quieres que deje la nevera? –le preguntó Flynn.
–En el suelo, delante del frigorífico –metió rápidamente los diez kilos de gambas y los seis filetes de salmón en el enorme frigorífico Sub–Zero y se lavó las manos antes de volverse hacia él–. Bueno… ¿vas a decirme qué problema había en pegar en un sello en un sobre con los papeles del divorcio?
–Brock creyó que nos hacía un favor al darnos tiempo para que lo meditásemos con calma, y guardó los papeles en un cajón.
–¿Durante seis años?
–Y en ese cajón habrían seguido si no hubieras intentado hacerte con mi esperma –
entornó la mirada y se apoyó con los brazos cruzados en la encimera–. Así que aún quieres tener un hijo mío…
El tono de su voz la hizo ponerse en guardia.
–Quiero tener un hijo –recalcó–. Y tú eras el único donante de semen al que conocía.
–¿Pensabas tenerlo sin decirme nada?
Ella puso una mueca.
–Puede que no fuera la decisión más acertada, pero después de examinar a los otros posibles donantes albergaba demasiadas dudas. Claro que ahora que te has negado tendré que recurrir a cualquier candidato anónimo.
Él la miró fijamente y sin pestañear.
–Eso no será necesario.
–¿Qué quieres decir?
–Renee… siempre he querido que tuvieras un hijo mío.
–Eso no es verdad. Te lo pedí hace siete años. Mejor dicho, te lo supliqué. Y tú te negaste.–No era el momento. Intentaba adaptarme a mi nuevo trabajo.
–Un trabajo que odiabas y que te convirtió en un desgraciado.
–Mi hermano y la empresa me necesitaban.
–Y yo también, Flynn. Necesitaba al hombre del que me enamoré y con el que me casé. Estaba dispuesta a ayudarte a superar la pérdida de tu padre, pero no podía quedarme al margen y ver cómo ese trabajo acababa contigo. Renunciaste a tu sueño de convertirte en arquitecto y te convertiste en un extraño taciturno y reservado. No hablábamos ni hacíamos el amor, y apenas ponías un pie en casa.
–Estaba trabajando, no engañándote.
–Ver como nuestro amor moría fue más de lo que podía soportar.
–¿Cuándo murió?
–Dímelo tú –cuando Renee recurrió al alcohol para ahogar su desgracia supo que, por mucho que amara a su marido, acabaría igual que su alcohólica madre si no salía de aquella relación. Si permanecían juntos, Flynn acabaría odiándola igual que los amantes de su madre la habían ido despreciando a lo largo de los años.
Renee recordaba vivamente las peleas, los portazos, los coches alejándose y esos
«tíos» a los que nunca volvía a ver. Ella no podía pasar por lo mismo, y jamás criaría a un hijo en un ambiente similar.
–Te amé hasta el día en que me dejaste –le dijo Flynn–. Podríamos haber hecho que funcionara, Renee, si nos hubieras dado una oportunidad.
–No lo creo. Tu trabajo te consumía por completo –intentó sacudirse los malos recuerdos–. Haré que mi abogado prepare otra vez el papeleo. Al igual que antes, tampoco ahora quiero nada de ti.
–Salvo mi hijo.
Otro sueño perdido. En una ocasión habían hablado de tener una familia numerosa.
Renee quería tener tres o cuatro hijos, porque odiaba haber sido hija única.
–Como ya te he dicho, buscaré otro donante.
–No tienes por qué hacerlo.
A Renee le dio un vuelco el corazón.
–¿Qué quieres decir?
–Puedes tener un hijo mío.
Ella se obligó a respirar a través del nudo que se le había formado en el pecho.
–En la clínica me dijeron que habían destruido tu muestra. ¿Vas a hacer otra donación?
–No me refiero a una muestra de esperma congelado ni a la inseminación artificial.
–¿Qué sugieres entonces, Flynn? –preguntó ella sin poder evitar que le temblara la voz. –Te daré un hijo… de la forma habitual.
La idea de volver a hacer el amor con Flynn la dejó tan anonadada que tuvo que apoyarse en la encimera. Pero al mismo tiempo sintió un atisbo de deseo. Era innegable que se habían compenetrado a las mil maravillas en la cama y que con ningún otro hombre podría sentir nada parecido. Pero de todos modos no podía arriesgarse.
–No, esa opción es imposible. Nunca he tenido sexo por sexo, y no voy a empezar ahora. –No sería sexo por sexo, ya que aún estamos casados Sé lo mucho que te afectó no saber quién era tu padre. De esta manera sabrás quién es el padre de tu hijo, y además dispondrás de mi historial médico.
La tentación era demasiado fuerte y peligrosa.
–¿Por qué harías algo así?
–Tengo treinta y cinco años. Es hora de pensar en los hijos.
Un nuevo temor asaltó a Renee.
–No busco a alguien para que forme parte de la vida de mi hijo.
–¿Cuánto tiempo dedicas a tu negocio de catering? ¿Cincuenta, sesenta horas a la
semana? ¿Cuán-do tendrás tiempo para ser madre?
¿Acaso Flynn la había estado espiando?
–Sacaré tiempo.
–¿Igual que hizo Lorraine?
Renee puso una mueca de dolor.
–Eso es un golpe bajo… incluso viniendo de ti, Flynn.
Su madre había trabajado como jefa de cocina en los mejores restaurantes de Los Ángeles para luego volver a casa a beber hasta perder el sentido.
Como suele pasar con los alcohólicos, nadie, salvo su familia, se enteraba de su estado. Su madre supo ocultarles su alcoholismo a sus empleados y al resto del mundo.
–Será más sencillo educar a un hijo en común, sin contar que sería mucho más beneficioso para el niño. Además, sería una buena medida de seguridad, por si acaso nos sucede algo a alguno de los dos.
Renee se echó hacia atrás, horrorizada.
–Puede que sigamos casados, pero no vamos a seguir así.
–Quiero estar a tu lado durante el embarazo y durante el primer año de vida del bebé. Después de eso podemos ir cada uno por nuestro lado, siempre que mantengamos la custodia compartida. Y dejaremos la puerta abierta para que nuestro hijo tenga los hermanos que tú nunca tuviste.
–¿Más hijos? ¿Te has vuelto loco? –exclamó, aunque tenía que admitir que la idea la tentaba poderosamente.
–Quiero ser padre, Renee. Quiero formar una familia.
–¿No tienes ninguna amiguita que pueda…?
–Yo podría hacerte la misma pregunta. ¿Hay algún hombre en tu vida?
–No salgo con nadie –estaría loca si volviera a arriesgar mi corazón y mi salud.
Sacudió la cabeza y se alejó al otro lado de la cocina–. Gracias por tu generosa oferta, pero me quedaré con mi catálogo de donantes.
–¿Prefieres confiar en un cuestionario tan poco fiable como un anuncio de contactos?
Era una pregunta que ella misma se había hecho. Había ligado lo suficiente por Internet para saber que los hombres rara vez decían la verdad.
–Tendré cuidado a la hora de elegir.
–Piensa en ello, Renee. Piensa en los planes que hicimos. En la casa que compramos y reformamos juntos con el propósito de formar una familia.
El jardín. El perro… Tu hijo podría tener el lote completo.
A Renee se le encogió el corazón.
–¿Todavía conservas la casa?
–Sí.
Habían pasado los seis primeros meses de su matrimonio reformando la bonita casa victoriana de Pacific Heights. Los segundos seis meses Renee los pasó vagando en solitario por las habitaciones vacías mientras intentaba salvar su matrimonio agonizante. Al final sólo pudo salvarse a sí misma.
–Es una locura, Flynn.
–También lo fue irnos a Las Vegas para casarnos. Y aun así funcionó.
–Por un tiempo. Y por la matrícula de tu coche, veo que sigues trabajando en
Maddox Communications. Nada ha cambiado…
–Ahora es distinto. El trabajo no me consume tanto tiempo como antes. Vente a vivir conmigo y tengamos un hijo, Renee.
Ella se quedó boquiabierta.
–¿Que me vaya a vivir contigo, dices? ¿Y qué pasa con mi trabajo? Me ha costado años levantar este negocio. No puedo ausentarme todo un año y esperar que mis clientes me estén esperando cuando vuelva. Y no puedo ir y venir todos los días desde tu casa; son cinco o seis horas en coche, sin contar con el tráfico.
–He visitado tu página web. Tienes una ayudante «con un talento increíble», o al menos eso aparece en tu blog. Puedes dejar el negocio en sus manos y expandirlo en la zona de San Francisco. Tengo contactos que podrían ayudarte.
Era indudable que Flynn sabía cómo negociar y persuadir. Renee confiaba en Tamara para hacerse cargo del negocio, y a través de Maddox Communications podría llevar a California Girl’s Catering a las más altas cotas del mercado en San Francisco.
Pero ¿merecería la pena correr el riesgo?
–Ten a mi hijo. Deja que pasemos el primer año de su vida bajo el mismo techo.
Después, te concederé el divorcio y te pasaré la pensión correspondiente.
Una parte de ella, minúscula y sentimental, quería aceptar la oferta. Renee siempre había querido creer que Flynn sería un padre maravilloso, la clase de padre que ella querría haber tenido. Había visto lo paciente y alentador que podía ser cuando le enseñaba los rudimentos de la restauración. Pero dejarlo entrar de nuevo en su vida era un riesgo demasiado grande.
Claro que… ahora era una mujer más sabia, fuerte y madura. Podría manejar la situación con soltura.
Quizá se había vuelto loca, porque realmente estaba considerando su oferta.
Aunque tal vez podría funcionar. Sólo tenía que concentrarse en el resultado. Un bebé.
Alguien a quien darle todo su amor y cuidado. Pero para conservar el juicio y la dignidad tendría que establecer algunas reglas básicas.
–Flynn, es una locura que nos liemos sólo por tener un hijo.
–Podría funcionar… para ambos.
–Si acepto, necesitaré ayuda para encontrar un espacio en San Francisco donde poder cocinar.
–Me ocuparé de ello.
Renee se frotó las manos. El corazón le latía desbocadamente y le costaba tragar saliva. –Está bien… Lo pensaré, pero pondré algunas condiciones.
Un brillo triunfal destelló en los ojos de Flynn.
–Tú dirás.
–Necesitamos tiempo para volver a conocernos y asegurarnos de que esta locura pueda funcionar antes de meternos en la cama.
–¿Cuánto tiempo?
–No lo sé. Un mes, supongo. Con eso debería bastar para saber si somos compatibles o no.
–Concedido.
–Si no funciona, volveremos a separarnos y tú firmarás los papeles del divorcio.
–Descuida.
El pánico se apoderaba de ella por momentos, como si se estuviera ahogando y necesitara aire.
¿Estaba tan loca como para tener un hijo de un matrimonio destrozado? Por otro lado, ella y Flynn nunca habían tenido la clase de discusiones que su madre tenía con sus amantes. Su hijo jamás se sentiría motivo de discordia en una pareja. Desde el primer día, sabría que era querido y que había sido concebido con ilusión, no como un error que lo marcaría de por vida.
–Quiero… quiero tener mi propia habitación. Dormiremos juntos cuando sea el momento, y sólo si decidimos seguir adelante con el plan.
Él frunció el ceño.
–Si insistes.
–Insisto.
–¿Algo más?
Renee se estrujó los sesos en busca de alguna defensa que erigir entre ellos, pero el caos que reinaba en su cabeza le impedía pensar.
–Por ahora, no. Pero me reservo el derecho a hacerlo más adelante, en caso de que fuera necesario.
–Acepto tus condiciones, y yo ya tengo algunas mías.
Ella se puso muy rígida.
–Oigámoslas.
–Quiero que el verdadero motivo quede entre nosotros. Es absolutamente crucial que nuestra familia, nuestros amigos y nuestros clientes vean esto como un intento de reconciliación definitiva, y no como un acuerdo temporal para tener un hijo.
¿Podría fingir esa clase de felicidad? No estaba muy segura, aunque por un hijo haría lo que hiciera falta.
–Supongo que será lo mejor a largo plazo… sobre todo si tenemos ese hijo.
–Entonces ¿trato hecho?
Las dudas se arremolinaban en su cabeza.
«Piensa en el bebé. Un niño precioso de ojos azules, con el pelo negro y mofletes».
Asintió y extendió la mano. Flynn la agarró con sus largos dedos y tiró de ella al tiempo que daba un paso hacia delante para besarla en la boca. El des-concierto dejó paralizada a Renee, pero fue rápidamente barrido por un aluvión de sensaciones incontroladas y muy familiares. A pesar de la considerable diferencia de estatura, un metro ochenta y cinco contra apenas un metro sesenta, sus cuerpos siempre habían encajado a la perfección, como dos piezas de un puzzle. Flynn deslizó el muslo entre sus piernas y la rodeó con sus fuertes brazos para apretarla contra el pecho. Para ella fue como si nunca hubiera abandonado aquellos brazos. De nuevo estaba donde debía estar…
Horrorizada, lo empujó con fuerza y se echó hacia atrás mientras intentaba recuperar el aliento. Pero no consiguió sofocar el deseo que ardía en sus venas.
–¿Por qué has hecho eso?
–Estaba sellando nuestro trato.
–No vuelvas a hacerlo.
–¿No se me permite tocarte?
–No. No hasta que… sea el momento.
–Renee, para hacer que nuestra reconciliación parezca real, tendremos que tocarnos, besarnos y comportarnos como si estuviéramos enamorados.
–Soy proveedora, no actriz.
Él le acarició la mejilla y luego bajó por el cuello. Renee se estremeció y sintió como se le endurecían los pezones.
–Escucha a tu cuerpo… Te está diciendo que aún me deseas.
Renee se quedó boquiabierta ante su atrevimiento. Pero por desgracia, decía la verdad. La reacción que había tenido a un simple beso demostraba hasta qué punto seguía deseando a su marido.
Si no tenía cuidado, Flynn Maddox volvería a romperle el corazón. O peor aún, podría llevarla a destruirse ella misma. Y entonces no podría servir para nada… ni ser una buena madre.