Capítulo
Diez
Cargada con tres bolsas de la compra para
preparar la cena favorita de Flynn, y con un contrato firmado y un
anticipo por su primer encargo en la cartera, Renee subió los
escalones de la entrada con un renovado entusiasmo por recomenzar
su relación con Flynn. Tan grande era su excitación que ni siquiera
las dos horas que había pasado planeando la fiesta con Gretchen
habían bastado para inquietarla. Al final se había visto obligada a
admitir que no podía culpar a Flynn en caso de que hubiera tenido
una relación íntima con aquella mujer, pues al fin y al cabo, su
esposa lo había abandonado.
Gretchen era muy inteligente y al parecer
ejercía una gran influencia en su círculo social. Era el tipo de
mujer con la que Carol Maddox hubiera querido casar a su hijo, no
sólo porque el marido de Gretchen le había dejado una enorme
fortuna al morir, sino porque ambos pertenecían a la misma clase
privilegiada. Con mujeres así esperando su oportunidad, Renee sabía
que tenía que actuar deprisa.
A pesar de la feroz competencia, estaba
deseando que llegara el viernes para
emplearse a fondo en la fiesta de Gretchen y
demostrarle a los esnobs de San
Francisco que California Girl’s Catering
ofrecía lo mejor.
Al entrar en casa, se encontró con un
reguero de pétalos de rosa que conducían a la escalera.
El corazón le dio un brinco. El Flynn del
que ella se había enamorado volvía a dejarse ver. Lo había echado
terriblemente de menos, sus juegos, sus conversaciones, sus
ilusiones compartidas… De repente, supo con toda certeza que
aquélla era la razón por la que no había encontrado al hombre
adecuado después de romper con Flynn. No había conocido a ninguno
que la comprendiera como él. Flynn entendía su necesidad de ser
creativa con la comida porque él compartía la misma necesidad,
salvo que su medio de expresión era el dibujo. Ambos eran felices
trasladando una idea abstracta al plano real.
¿Podrían significar aquellos pétalos que
Flynn aún sentía algo por ella? Le había dejado muy claro que
quería que se quedara con él, pero no le había dicho que la
amara.
Impaciente por descubrir la respuesta, soltó
las bolsas y la cartera y siguió el rastro de pétalos. El cuerpo le
vibraba de emoción. ¿Qué se encontraría al final de la escalera?
Las imágenes del pasado se agolpaban en su cabeza. Una bañera
antigua llena de espuma y de pétalos, y Flynn esperándola para ser
su masajista particular. Un vestido negro de noche con lencería
erótica a juego y zapatos de baile, y Flynn anudándose la pajarita
del esmoquin mientras salía del cuarto de baño. O quizá encontrara
a Flynn esperándola en la cama, desnudo y excitado…
Los pétalos se apartaban del dormitorio
principal y conducían a la puerta cerrada de la habitación de
invitados. ¿Estaría esperándola en su cama?
–¿Flynn?
–Aquí –respondió él desde dentro.
Renee abrió la puerta. El rastro de pétalos
acababa en Flynn, sentado junto a las puertas del balcón en el
único mueble que permanecía en la habitación. Todo lo demás había
desaparecido, incluso las alfombras. Flynn se levantó y se hizo a
un lado para mostrarle la mecedora de madera.
–Necesitarás esto cuando nazca el bebé –puso
una mano en el respaldo y acarició el listón de madera lijada–. La
ha hecho el hombre que hizo los muebles para el cuarto de los
niños. –¿Dónde está todo lo demás? –quiso saber ella, haciendo un
gesto a la habitación vacía. –He llevado tu ropa a nuestra
habitación, y los muebles están arriba.
Era un paso muy importante, pero Renee
estaba lista para todo.
–¿Tú solo?
–Brock me ayudó.
Al ver las rosas había esperado una
seducción romántica y una sesión de sexo salvaje. Pero Flynn le
estaba ofreciendo algo mejor… Una imagen del futuro que tenían a su
alcance.
–Pruébala –la animó él.
Ella obedeció y se sentó en la butaca. La
madera aún conservaba el calor de Flynn.
Acarició los relucientes reposabrazos y se
imaginó meciendo a su hijo o a su hija.
–Es preciosa, Flynn –dijo, con un nudo en la
garganta–. Gracias.
Él la besó en la cabeza y se arrodilló ante
ella.
–Feliz Día de San Valentín.
Renee ahogó un gemido.
–Se me había olvidado la fecha… Lo siento.
Yo no te he comprado nada.
–Estás donde tienes que estar. Es todo lo
que quiero.
La levantó de la silla y la estrechó entre
sus brazos al tiempo que la besaba, muy suavemente al principio,
pero la pasión se fue intensificando hasta que la sangre le hirvió
en las venas.
Sí, allí era donde debía estar. Y en esa
ocasión conseguiría que su matrimonio funcionara. Un lazo podía ser
tan fuerte como débil, y ella no iba a ser débil. Sería todo lo
fuerte que hiciera falta. Por ella, por Flynn y por su hijo.
Flynn sintió la capitulación de Renee por
todo el cuerpo. Sus labios y cuerpos se fundían en uno y ella le
clavaba las uñas en la espalda para acercarlo aún más. La
adrenalina le recorría las venas en una descarga triunfal. Había
ganado.
Quería celebrar su éxito haciendo el amor,
pero sin pensar para nada en el bebé.
Levantó a Renee en brazos y la llevó por el
pasillo hasta su habitación. Sin dejar de besarla, la tumbó en la
cama y él la siguió.
Ella le tiró de la camisa como si estuviera
impaciente por sentir su piel desnuda, igual que siempre. Sin
embargo, aquella vez había algo distinto.
La pasión que demostraba Renee en sus
movimientos iba más allá del deseo.
Deslizó las manos bajo la camisa y le buscó
directamente sus zonas más erógenas, recorriéndole los brazos, las
costillas, el trasero y el hueso de la cadera. Él dejó escapar un
gemido cuando los dedos se hundieron en su cintura, y el deseo fue
más fuerte que la curiosidad.
Se quitó la camisa e hizo lo mismo con el
jersey de Renee. Los pezones se adivinaban claramente a través del
sujetador blanco. Flynn se apoyó en un codo y capturó uno de ellos
con la boca. El olor de Renee le llenó los pulmones y el encaje le
abrasó la lengua. Tiró suavemente del pezón con los dientes y
empezó a sorber, y ella lo recompensó con un gemido
delicioso.
Renee lo agarró de la nuca con una mano y
con la otra le desabrochó los pantalones, para después introducir
la mano por la bragueta abierta y asirle la erección. Su tacto
aumentó aún más la excitación de Flynn, al igual que su impaciencia
por hundirse en el cálido manantial que lo aguardaba.
Se apartó de las hábiles manos de Renee y se
arrodilló en la cama para bajarle rápidamente la falda por las
piernas. Se detuvo un momento para admirar sus bragas blancas,
antes de quitárselas junto con el sujetador y dejarla completamente
desnuda, salvo por los zapatos negros de tacón.
Como una gata en celo, Renee también se puso
de rodillas y trató de alcanzarlo, pero él se levantó de la cama y
terminó de desnudarse bajo la mirada lasciva de sus ojos
violetas.
–Hazme el amor, Flynn –le pidió ella con voz
ahogada.
Flynn ansiaba su sabor con un apetito voraz.
Se inclinó hacia ella y se deleitó con su boca, su cuello, sus
pechos y su vientre, antes de llegar finalmente a su fuente de
jugoso néctar. Nadie sabía como Renee, y ninguna otra mujer había
podido nunca saciar su deseo.
Lamió, sorbió y mordió hasta que los
espasmos de Renee la sacudieron de la cama.
Flynn no quería ser egoísta; quería llevarla
al orgasmo una vez tras otra, pero no podía
seguir aguantando. Tenía que penetrarla o
explotaría sin remedio. La agarró por el trasero y la levantó, y
ella le rodeó el miembro con los dedos para guiarlo. La penetración
fue rápida y sencilla. El sexo de Renee lo recibió cálido y
empapado y Flynn tuvo que tensar todo el cuerpo para mantener el
control. Los músculos internos de Renee lo exprimían y sus dedos se
le clavaban en las nalgas, urgiéndolo a darse prisa. La resistencia
era inútil. Empujó más y más fuerte mientras las manos de Renee le
recorrían el cuerpo y con las uñas le rozaba los pezones. Una
descarga de placer se desató en su interior. Intentó concentrarse
en los gemidos y sacudidas de Renee, en el frenético balanceo de
sus pechos, en aumentar el ritmo que la llevaría al orgasmo…
Pero no podía seguir conteniéndose por más
tiempo y, con una última embestida, se abandonó a la oleada de
éxtasis que bramaba en su interior.
Un resto de conciencia advirtió los gritos
de Renee al compartir el clímax, seguido de una abrumadora
sensación de paz y pertenencia al lugar que le correspondía.
Se dejó caer junto a Renee y lo invadió una
inquietud pasajera. No sabía la razón por la que Renee lo había
abandonado años atrás, por lo que no podría prevenir que volviera a
pasar. Se quedó boca arriba, mirando al techo, y Renee le colocó la
pierna sobre los muslos y el brazo sobre el torso. Siempre le había
gustado acurrucarse. Él la abrazó y disfrutó de la unión de sus
cuerpos empapados de sudor. Debería haber superado aquella
atracción irracional hacia ella, y en verdad lo había intentado,
pero Renee era la única persona que entendía su necesidad de
liberar su creatividad artística, y lo había animado
ferviente-mente a que persiguiera su sueño de convertirse en
arquitecto cuando su propia familia maldecía esa elección.
Ella subió los dedos por su abdomen y le
trazó una figura en el pectoral izquierdo.
Era un corazón. Otro recuerdo del pasado…
Después de hacer el amor solían escribirse mensajes en la
piel.
–Te quiero, Flynn. Siempre te he
querido.
A Flynn se le aceleró el corazón. Giró la
cabeza y vio la sinceridad de sus palabras reflejada en sus
ojos.
Quería creerla, pero las dudas lo
asaltaban.
–Entonces, ¿por qué te fuiste?
La tensión invadió a Renee y cerró los ojos
para ocultar sus pensamientos.
–No quería irme, pero tuve que hacerlo. Por
favor, Flynn… créeme si te digo que me pareció la mejor solución
para todos.
Él no podía creerla sin hechos. Esa vez
no.
–¿Qué ocurrió, Renee?
Ella se apartó y se envolvió con la manta
mientras se levantaba de la cama.
–Tenía… tenía que irme, ¿de acuerdo? Eso es
todo lo que puedo decirte.
–¿Había alguien más? –se atrevió a formular
la pregunta que llevaba acechando en su subconsciente.
–¡No! –exclamó ella. Parecía horrorizada
sólo de pensarlo–. Claro que no. Nunca hubo nadie más. Sólo te he
amado a ti, Flynn.
Él se levantó y la encaró al otro lado de la
cama.
–Necesito una explicación más
convincente.
Ella se mordió el labio.
–Tendrás que conformarte con mi palabra. Te
quiero, y querré a nuestro hijo… si llegamos a tenerlo.
–¿Y si no lo tenemos?
–Dijiste que lo seguiríamos intentando.
Quiero estar contigo, Flynn. Quiero tener todo lo que deseábamos.
Una familia, una casa, un perro… Todo.
Pero tienes que confiar en mí.
Confiar en ella… No sabía cuánto le estaba
pidiendo. Él ya había confiado en ella anteriormente y a cambio
había recibido el desprecio. ¿Se atrevería a correr el mismo riesgo
dos veces?
El viernes por la noche, Renee tatareaba una
alegre melodía mientras guardaba sus utensilios en la cocina de
Gretchen.
La semana estaba resultando perfecta. El
cuarto de los niños había quedado precioso con los muebles nuevos y
las paredes pintadas de verde claro. La nueva cocina de California
Girl’s Catering estaba acabada y en funcionamiento. Y la vida con
Flynn…
Quería gritar de felicidad. La relación
estaba siendo como había sido antes de que muriera el padre de
Flynn. Él no le había dicho que la amaba, pero sus miradas y gestos
irradiaban tanta ternura que por fuerza tenía que significar
algo.
Al levantar la caja de utensilios notó que
tenía los pechos más sensibles al apretarlos. El pulso se le
aceleró por los nervios. ¿Estaría embarazada? ¿O sólo serían los
síntomas comunes de la regla? ¿Sería demasiado pronto para hacerse
un test de embarazo?
Dejó la caja junto a la puerta de servicio y
miró su reloj, impaciente por volver a casa y contarle a Flynn la
buena acogida que había tenido California Girl’s Catering en el
mercado de San Francisco. La subasta de Gretchen estaba a punto de
acabar. Si se daba prisa recogiéndolo todo, podría estar en casa
alrededor de la una. Confió en que Flynn no se hubiera acostado
aún.
La puerta de la cocina se abrió y entró una
de las tres trabajadoras temporales que había contratado Renee. Su
camisa blanca seguía tan impecable como tres horas antes, pero la
chica parecía tener los nervios de punta.
–Han derramado vino tinto en la alfombra del
salón, junto al piano.
–Yo lo limpiaré –dijo Renee, agarrando una
botella de agua con gas y un trapo. Se había pasado toda la noche
en la cocina, preparando comida y recargando bandejas, y le
apetecía darse una vuelta por el salón, donde apenas quedaban ya
una docena de invitados.
Un gran jarrón de flores sobre el piano de
cola ocultaba parcialmente la vista de Renee. Localizó la mancha de
vino en el suelo y se arrodilló para limpiarla. Un gran jarrón de
flores sobre el piano de cola la ocultaba a la vista de los
demás.
–Dime cómo has conseguido encontrar un
proveedor de este nivel en el último minuto –dijo una voz
familiar.
Renee se detuvo y puso una mueca de
desagrado. La madre de Flynn estaba allí.
–Carol, ya sabes que nunca revelo mis
secretos –respondió Gretchen.
Las dos mujeres estaban al otro lado del
piano, junto a las puertas abiertas. Lo único que Renee podía ver
de ellas eran sus zapatos de mil dólares y el bajo de sus vestidos
de noche, lo que significaba que ellas tampoco podían verla.
–Tengo que contratarlo para mi próxima
fiesta –continuó Carol–. La comida y la presentación han sido
absolutamente espléndidas.
A Renee se le llenó el pecho de orgullo. El
menú que había elegido con Gretchen había sido todo un éxito.
–Le transmitiré tus cumplidos –dijo
Gretchen.
–Sabes que acabaré averiguando quién es –el
tono de Carol sonó más amenazador que joco-so.
–Si mi proveedora quiere conocerte, no tengo
ningún problema en darle tu número para que se ponga en contacto
contigo.
Renee pensó si mostrarse o seguir oculta. No
quería poner a Gretchen en una situación incómoda, pero su negocio
nunca despegaría del todo si no se daba a conocer.
Los carísimos zapatos de tacón se dirigieron
hacia ella, obligándola a decidirse rápidamente. De ninguna manera
se enfrentaría a su suegra de rodillas, así que se levantó.
–Buenas noches, Carol.
Su suegra se detuvo en seco y abrió los ojos
todo lo que se lo permitía la parálisis química de sus
facciones.
–Tú eres la persona a la que se ha
contratado para el servicio, por lo que veo –dijo con todo el
desdén posible, fijándose en su uniforme blanco.
Renee se tragó el comentario que quería
hacerle para no rebajarse a su altura.
–Sí, yo soy la proveedora a la que tanto
querías conocer. La comida de esta noche ha sido cosa mía, así que…
te agradezco tus cumplidos.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó una
tarjeta de visita para ofrecérsela a su suegra.Carol hizo un gesto
engreído con la barbilla, se giró sobre sus talones y se alejó sin
aceptar la tarjeta.
–¿Por qué será que su grosería no me
sorprende? –preguntó Renee.
–Es una bruja –le corroboró Gretchen–. Pero
tiene mucha influencia en la ciudad, por lo que no es buena idea
enemistarse con ella.
–Carol me tiene en su lista negra desde que
Flynn me llevó a conocerla, hace ocho años y medio.
Gretchen emitió un murmullo
comprensivo.
–La única razón por la que yo no estoy en
esa lista es porque mi familia tiene mucho más dinero que ella, y
puesto que ahora soy yo la que controla ese dinero… –miró por
encima del hombro–. Te diré algo que aprendí de los maltratos:
nadie puede hacernos sentir inferiores sin nuestro
consentimiento.
–Eleanor Roosevelt –dijo Renee al
identificar la cita.
–Sí. He aprendido a mantener la cabeza alta,
especialmente cuanto la gente como Carol Maddox está merodeando a
mi alrededor. Es como un tiburón que se lanzará a devorarte en
cuanto huela un rastro de sangre en el agua, y sin preocuparse lo
más mínimo por los daños colaterales.
Renee sintió un escalofrío, aunque Gretchen
no le estaba contando nada nuevo.
Pero al fin tenía a su alcance el futuro con
el que tanto había soñado, y no iba a permitir que nada ni nadie se
interpusiera en la felicidad que la aguardaba junto a Flynn.
Ni siquiera Carol Maddox.
Renee metió los restos de la comida de la
fiesta en la nevera y cerró la puerta.
Era más de la una de la madrugada y estaba
agotada, pero también estaba demasiado nerviosa para irse a dormir.
Quería compartir su entusiasmo con Flynn y darle
las gracias por haber hecho posible aquella
noche, pues había sido él quien había llamado a Gretchen y a la
agencia de empleo.
Por desgracia, al llegar a casa había visto
que las luces del piso de arriba estaban apagadas, lo que
significaba que Flynn ya debía de estar durmiendo.
Entró en el lavadero y se quitó el uniforme
para meterlo en la lavadora. Giró los hombros y el cuello, que los
tenía agarrotados, y volvió a la cocina.
Allí se encontró con Flynn, en calzoncillos,
apoyado en la encimera.
La boca se le hizo agua al ver su cuerpo
desnudo y musculoso.
–¿Te he despertado?
La mirada de Flynn la recorrió de arriba
abajo.
–Aunque hubiera estado durmiendo, por esta
imagen merecía la pena despertar y bajar la escalera… Te estaba
esperando. Quería que me contaras cómo ha ido la fiesta.
–Todo ha ido muy bien –respondió ella con
una sonrisa–. He dejado las sobras en la nevera, por si tienes
hambre.
–Tal vez más tarde… Ahora tengo otros planes
para ti.
El brillo de sus ojos bastaba para
excitarla.
–¿Te importaría ser más preciso?
–Sube a verlo por ti misma –la invitó él,
tendiéndole la mano.
Ella la aceptó y Flynn la condujo hacia la
escalera. Cuando alcanzaron el rellano Renee oyó el ruido de un
grifo, y al entrar en el dormitorio la recibió el olor de sus sales
de baño favoritas. En el cuarto de baño vio la bañera de porcelana
con patas, llenándose de agua caliente.
Flynn le puso las manos en los hombros y
tiró suavemente de ella hacia atrás, hasta apretarla contra su
cuerpo.
–Tal y como me imaginaba… Tienes los
músculos muy tensos, igual que te ocurría siempre que volvíamos
tarde a casa. ¿Te acuerdas de lo que hacíamos después de una
fiesta? Los deliciosos recuerdos de los baños compartidos,
combinados con el suave roce de los dientes de Flynn en el hombro,
la hicieron estremecer.
–Sí… ¿Vas a acompañarme?
Sintió como él sonreía contra su
cuello.
–Esta vez no. Quiero que te enjabones a
gusto mientras me cuentas lo de la fiesta. Yo disfrutaré
observándote y haciendo de masajista.
Renee comprobó la temperatura del agua y se
metió en la bañera. Por su parte, Flynn se enjabonó las manos, se
sentó en un taburete que había colocado detrás de la bañera y
empezó a masajear-le los hombros y el cuello a Renee hasta hacerla
suspirar de placer.–Qué delicia…
–Relájate –le susurró él, dándole un beso en
la oreja–. Espero que esta noche sólo sea el comienzo de una nueva
y próspera aventura, pero tampoco hay ningún problema si tu negocio
tarda en despegar. No hay nada que no podamos solucionar siempre
que seas sincera conmigo.
Renee sabía que Flynn seguía preguntándose
por qué lo había abandonado hacía siete años. Ella quería y
necesitaba confesarlo, pero no se atrevía a hacerlo. Al igual que
ella, Flynn detestaba la debilidad en todas sus formas. Era un
hombre honesto y
permanecería a su lado pasara lo que pasara,
pero le perdería todo el respeto si descubriera la humillante
verdad. Y ella no podría soportar que dejara de amarla por segunda
vez.