Capítulo Seis
Flynn se dio cuenta de que había cometido un error de cálculo cuando su mujer salió desnuda de la cocina. Su delicioso trasero se meneaba al ritmo de sus pies descalzos mientras se alejaba por el vestíbulo y subía por las escaleras.
Los encuentros pasionales no eran nada nuevo para él. Durante los cuatro o cinco últimos años había tenido varios de ellos mientras creía estar divorciado, pero el que acababa de tener con Renee le había dejado un horrible vacío en el pecho.
Recogió su camisa y se la puso. Su teoría de que recordándole a Renee lo bien que se entendían podría llevar a una reconciliación feliz se había demostrado errónea. La pregunta era ¿y ahora qué?
Se frotó la nuca y observó la cocina. La cena.
Después de que ella se duchara, volvería a bajar y hablarían de la situación mientras comían el solo-millo de ternera con beicon, espárragos con mantequilla y el pan de chapata que había comprado de camino a casa.
Una vez que analizara los datos, se replantearía la estrategia a seguir. Al parecer, haría falta algo más que sexo y comida para que Renee perdonara y olvidara los seis meses de desatención continua.
Se giró hacia la cocina y movió la parrilla para acabar los filetes y los espárragos. Un paso atrás y dos adelante. El viejo dicho se cumplía a la perfección. Aquel día Renee había firmado el contrato para las reformas y había comprado muebles para el cuarto del bebé, lo que la comprometía indirectamente a pasar más tiempo con él. Y luego habían tenido sexo sin protección… Tal vez sus gametos ya se estuvieran uniendo.
Entonces, ¿dónde estaba el fallo? ¿En qué punto exacto la había perdido? El sexo había sido formidable, aunque muy rápido. Los dos habían alcanzado un orgasmo glorioso. Por más que lo pensaba, no entendía el motivo de la repentina frialdad de Renee.
No podía ser que tuviera miedo de quedarse embarazada, ya que lo del bebé había sido idea suya. Y además tenía intención de divorciarse, por lo que no podía temer que él fuera a abandonarla de nuevo. Algo que, por otro lado, no iba a suceder.
No le gustaba que Renee se reprimiera emocionalmente, aunque él estuviera haciendo lo mismo.
Pero tenía que andarse con cuidado. No estaba seguro de poder sobreponerse a otra pérdida si volvía a amarla como la había amado tiempo atrás. La vez anterior había sobrevivido a la ruptura gracias a Maddox Communications, lo cual no dejaba de resultar paradójico, ya que, según Renee, fue su obsesión por el trabajo lo que acabó destrozando el matrimonio.
Cuando acabó de preparar la carne tenía una ligera idea de cómo afrontar la
situación. Lo primero era identificar el problema. Después, hacerlo suyo.
Y
por último, solucionarlo.
Sirvió la comida en los platos, pero Renee seguía sin aparecer. ¿Pensaba quedarse en su habitación el resto de la noche? Él no estaba dispuesto a permitirlo, así que puso los platos en una bandeja y subió la cena por la escalera. La estrategia de llevarle el desayuno a la cama le había funcionado aquella mañana, de modo que ¿por qué no volver a intentarlo?
Renee le había dicho en una ocasión que su familia comparaba la comida con el amor, y Flynn estaba dispuesto a demostrarle sus sentimientos alimentándola bien, igual que ella había hecho por él en el pasado. Estaba seguro de que entendería el mensaje.
Llamó a la puerta, pero no recibió respuesta.
Seguramente Renee seguía en la ducha. Abrió y se encontró con la cama hecha y con la puerta del cuarto de baño abierta. Vacío. Entonces se fijó en que la puerta del balcón estaba entreabierta. Renee estaba apoyada en la barandilla, envuelta con una manta, contemplando la puesta de sol.
Flynn cruzó la habitación y abrió con el pie la puerta de la terraza. Ella se asustó y se giró bruscamente, pero él ignoró la severa expresión de su rostro y dejó la bandeja en la mesita.–La cena está lista.
Ella no se apartó de la barandilla.
–Estoy ovulando, Flynn. Lo he comprobado.
Él ahogó un gemido.
–¿Cómo lo has comprobado?
–Me he hecho una prueba después de ducharme.
–¿Hay pruebas para eso?
–Sí, y como ya es tarde para echarse atrás, necesito saber si vas a respetar las condiciones que puse.
Él las había respetado… hasta que las echó por tierra. Quería recuperar a su mujer y no iba a con-formarse con menos.
–Renee, sabes que nunca te obligaría a hacer algo que no quieras. Ni usaría a nuestro hijo como un arma contra ti.
–Me alegra saberlo.
–¿Cuánto tiempo estarás ovulando?
Ella recorrió la habitación con la mirada, antes de mirarlo a él.
–Tres días.
Eso significaba que tenían tres días para ilusionarse con la posibilidad del embarazo. Por otro lado, cada mes que Renee pasara sin quedarse embarazada sería más tiempo del que dispondría Flynn para intentar convencerla de que su relación podía funcionar.
Flynn le indicó la silla y esperó a qué se sentara.
–Te debo una disculpa.
La expresión de Renee se torno desconfiada.
–¿Por qué?
–En los últimos seis meses que estuvimos juntos, usaba esta casa como si fuera una habitación de hotel. Sólo venía cuando necesitaba ducharme o descansar para que no me estallara la cabeza. Y a ti te trataba como si fueras una criada. Incluso te dejaba dinero en la
mesa como si fuera una propina.
Ella frunció el ceño.
–Flynn…
–Déjame acabar. Mi única excusa es que tenía miedo de fallarle a mi familia y al resto del personal de Maddox Communications. Pero al final te fallé a ti, que eras mucho más importante para mí que todos los demás juntos. Asumo toda la culpa por el fracaso de nuestro matrimonio.
Ella se quedó boquiabierta unos segundos, agachó la cabeza y bajó la mirada a los dedos que entrelazaba en el regazo. Un momento después, volvió a levantar la cabeza y lo miró bajo sus largas y espesas pestañas.
–Disculpa aceptada. Pero eso no cambia la situación. Tendremos a nuestro hijo y luego nos iremos cada uno por nuestro lado. No estoy buscando nada permanente, Flynn.
No era lo que él más deseaba oír, pero ya la ha-ría cambiar de opinión…
–Todo se decidirá en su momento –dijo él, observándola atentamente. Renee tenía los hombros hundidos y una expresión de inquietud le cubría el rostro. Era evidente que le estaba ocultando algo, pero ¿de qué se trataba?
No descansaría hasta averiguarlo.
Hacer el amor con Flynn no había sido frío ni mecánico, como Renee había esperado que fuera.
Y la exquisita cena que él le había preparado sólo empeoraba la situación, porque al cenar con él volvían a asaltarla los recuerdos. Recuerdos maravillosos de veladas compartidas, y recuerdos horribles de las horas que se pasaba esperándolo en el sofá, vestida con su lencería más sexy, o sentada en aquel mismo balcón bebiendo en solitario.
Era una de las razones por las que había elegido aquella habitación… para recordarse lo débil que había sido.
Tal vez fuera una masoquista, pero su abuela siempre decía que la única forma de superar una debilidad era reconociéndola y enfrentándose a ella. Algo que la madre de Renee nunca había hecho con su problema de alcoholismo.
Renee dejó el tenedor y miró a Flynn. Su espeso cabello negro, sus intensos ojos azules, su recia mandíbula y sus sensuales labios. Flynn aborrecía la debilidad en todas sus formas. ¿La despreciaría también a ella si descubriese su secreto? ¿Intentaría volver a su hijo en su contra?
El impulso de escapar le aceleró el pulso y le secó la garganta. En aquella casa no podría encontrar el espacio que necesitaba para distanciarse de Flynn. El pasado se lo impedía.
–Me voy a Los Ángeles esta noche. Tengo que ver cómo lleva Tamara el negocio y alquilar una furgoneta nueva para la sucursal de San Francisco.
–Has dicho que estabas ovulando –le recordó él con el ceño fruncido.
Ahí estaba la complicación. Su ausencia habría de ser muy breve. Al día siguiente por la noche regresaría y haría el am… volvería a acostarse con Flynn aunque siguiera hecha un lío. Pero en esos momentos necesitaba la fuerza que sólo el distanciamiento físico y mental podía ofrecer.
–Serán sólo veinticuatro horas. Mañana mismo estaré de vuelta, en cuanto haya hecho todo lo que tengo que hacer en Los Ángeles.
Flynn la miró sin pestañear.
–Si te vas ahora no llegarás hasta después de medianoche.
–A estas horas habrá menos tráfico.
Él apretó los labios en una mueca severa e inclinó la cabeza.
–Deja que te ayude a conseguir la furgoneta. Conozco a un vendedor en un concesionario que te hará un buen precio.
Flynn siempre intentaba cuidar de ella y protegerla de cualquier dificultad, pero Renee tenía que hacerle entender que necesitaba valerse por sí misma.
–Puedo conseguir un coche sin la ayuda de un hombre, Flynn. Ya lo he hecho antes.
–Si esperases unos días, podría acompañarte.
Renee no podía depender de él. Al fin y al cabo, Flynn no era más que un arreglo temporal en su vida.
–El contratista vendrá pronto a empezar las obras, y entonces no podré ausentarme.
Tengo que irme ahora. Esta noche.
El rostro de Flynn reflejó resignación.
–Llámame cuando llegues y cuando vayas a salir mañana.
Su preocupación le recordó a Renee los días en que no podían permanecer separados más de unas pocas horas, cuando se desvivían por complacerse mutuamente.
Pero aquellos días formaban parte de un pasado que jamás se repetiría. Ella no iba a permitirlo.
–¿Qué tal ha ido tu semana en el purgatorio? –le preguntó Tamara desde el otro lado del mostrador de la cocina.
Renee dejó caer la violeta azucarada que intentaba colocar en un petit four.
–Sólo han sido cinco días, y no es el purgatorio.
–Vivir con mi ex lo sería.
–Tu ex es un idiota, y Flynn es un buen hombre. ¿Estás segura de que puedes encargarte tu sola de la boda de este fin de semana? Podría retrasar mi vuelta hasta el viernes por la noche y echarte una mano.
Los ojos de Tamara se abrieron como platos.
–¿Estás loca? Y no me cambies de tema. ¿Sabes?
No tienes por qué buscar un bebé con él. Si tanto quieres tener un hijo, yo estaré encantada de darte una de las mías. Ya están enseñadas y te adoran como a una segunda madre.–Ja, ja. ¿Ahora te dedicas a la comedía? Te recuerdo que fui yo quien tuvo que consolarte cuando tu hija menor empezó a ir a la escuela, ¿o es que lo has olvidado?
Tamara puso una mueca de desdén.
–¿Qué quieres que te diga? Estaba acostumbrada a llevarla a trabajar conmigo… Fue muy duro perder a la pequeña esclava que me hacía los recados.
Renee se echó a reír y usó las pinzas para glasear otra violeta. Se había arriesgado mucho al contratar a Tamara como ayudante cuatro años atrás. En la primera entrevista Tamara le había advertido que su hija Angela era epiléptica y que, tras sufrir unos cuantos ataques en una guardería, no confiaba en dejarla con nadie y por eso la llevaba con ella a todas partes. Le había asegurado a Renee que Angela no le daría ningún problema, y realmente el nombre de la pequeña hizo honor a su comportamiento.
Desde el primer día, Angela formó parte de la cocina. Renee preparó un rincón con juguetes y una cuna para que Tamara pudiera vigilar a su hija mientras trabajaba. Y a la
hora del almuerzo salían a comer al aire libre para que Angela pudiera corretear por el jardín de la abuela.
El vínculo afectivo que Renee entabló con la niña aumentó su deseo de tener su propio hijo, y cuando Angela empezó a asistir al jardín de infancia el otoño pasado no fue Tamara la única que la echaba terriblemente de menos. Los juguetes y la cuna ya no estaban y Renee sentía un doloroso vacío en la cocina.
–Quiero tener una familia, Tamara.
–Supongo que sabrás que un hijo no te garantiza que vayas a recibir el mismo amor que das, ¿verdad?
Renee intentó disimular una mueca de dolor.
–Claro que lo sé.
–Ser madre soltera es muy duro.
–Eso también lo sé. Pero tú eres mi ejemplo a seguir. Además, después de haber practicado con tus hijos me siento preparada –observó la superficie del mostrador–. ¿Qué queda por preparar además de esto?
–Vuelves a cambiar de tema, pero lo único que queda por hacer son los sándwiches, y no los haré hasta mañana por la mañana. ¿Qué me dices de la bruja? ¿Sigue metiendo cizaña?Renee puso los ojos en blanco. Había veces en que lamentaba contarle todo a su ayudante.
–Carol vino a verme con su arsenal de dardos venenosos, pero Flynn la oyó y la echó de casa.
–Ohh, impresionante. Lástima que no tuviera agallas para hacer eso mismo hace siete años.
–Nunca le dije que su madre me trataba como si fuera escoria –confesó Renee.
–Pues debiste hacerlo. ¿Estás segura de que puedes mantener esta relación en un plano pura-mente sexual? Te lo pregunto porque pareces dispuesta a defender a Flynn con uñas y dientes.
–Sé cómo manejar la situación… También te tengo a ti de ejemplo para eso.
Tamara soltó un bufido.
–Si sólo quiero sexo con los hombres es porque no confío en ninguno para que me ayude a criar a mis hijas… o porque todos salen corriendo cuando les hablo de ellas.
Aunque no me quejo. Disfrutar de un hombre sin ataduras también tiene sus ventajas.
–Ésas son las ventajas que quiero disfrutar.
–Aun así, deberías pensártelo muy bien antes de tener un hijo al que vayas a criar tú sola. Es un trabajo de veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
–Lo sé –no se atrevió a confesarle a su ayudante que la decisión ya estaba tomada, porque no quería responder a las preguntas que inevitablemente seguirían–. Tú estás criando a dos hijas.
–Con tu ayuda.
Renee se encogió de hombros.
–Espero que yo también cuente con la tuya.
–¿Y qué pasará con la sucursal de San Francisco cuando consigas lo que quieres? No te quedarás indefinidamente en el sótano de Flynn, ¿verdad?
–Cuando el negocio empiece a dar beneficios, buscaré un nuevo local y contrataré a
alguien. Si todo sale como lo tengo previsto y me quedo embarazada pronto, mi hijo y yo estaremos de vuelta en Los Ángeles en menos de dos años.
Tamara se detuvo con la bolsa de masa en la mano.
–Puedes contar conmigo. Y no olvides decirle a ese marido tuyo que como se le ocurra volver a hacerte daño le romperé la cabeza con mi rodillo.
–Guárdate el rodillo… Flynn no volverá a tener oportunidad de destrozarme el corazón.
El miércoles por la mañana, Flynn no hacía más que mirar el reloj y contar los minutos que le faltaban para acabar la reunión. El trabajo siempre había acaparado sus pensamientos, hasta que Renee volvió a su vida y se convirtió en la prioridad absoluta.
Mientras escuchaba a medias lo que se decía en la sala de juntas, se sorprendió esbozando el rostro de Renee en el margen del informe que tenía ante él.
¿A qué hora llegaría a casa?
¿Volvería alguna vez?
Renee parecía tener dudas sobre el acuerdo después de haber hecho el amor. Incluso se había largado de la ciudad para no tener que hacerlo de nuevo. A él le habría encantado llevársela a la cama y pasarse toda la noche haciéndolo, pero ella no tenía interés en repetir la experiencia. Lo cual resultaba extraño, pues si realmente quisiera quedarse embarazada, tendría que aprovechar el periodo fértil al máximo. Flynn no lograba entenderla, y le molestaba que le hubiera mandado un mensaje en vez de llamarlo para comunicarle que había llegado sin problemas a Los Ángeles.
Volvió a mirar la hora. Cuando Renee volviera… si volvía… él le tendría una sorpresa preparada. A ella le gustaba hacer ejercicio en casa, así que Flynn había encargado una cinta andadora y un televisor para que pudiera caminar al tiempo que veía programas de cocina. Enviarían el equipo aquella tarde.
Brock seguía explicando los efectos de la crisis económica en el mercado de la publicidad. Nada que Flynn no supiera, siendo vicepresidente de Maddox Communications. Entonces su hermano pasó a hablar de Athos Koteas y sus artimañas para atraer a los clientes de la competencia. Era de sobra conocido por todos que el inmigrante griego no vacilaba a la hora de recurrir al juego sucio para desacreditar a sus rivales. Al menos ninguno de sus tres hijos era tan competitivo como él.
–¡Eso es un disparate! –exclamó Asher Williams, el gerente de Maddox Communications, en respuesta a algo que Brock acababa de decir y de lo que Flynn no se había enterado.
Observó los rostros llenos de tensión e intentó imaginar qué podía haber alterado al imperturbable Ash.
–Tenemos que hacer que funcione, Ash –insistió Brock.
–Estás pidiendo lo imposible –Ash se levantó y salió de la sala. El silencio que dejó atrás sólo se rompió por la maldición en voz baja de Brock y los incómodos carraspeos de los demás.
Flynn decidió intervenir y se levantó.
–Voy a hablar con él.
Siguió a Ash por el pasillo hasta el despacho del gerente y llamó con los nudillos a la puerta abierta.
–¿Estás bien?
Ash frunció el ceño.
–Lo que Brock quiere es imposible de llevar a cabos
–Ya te he oído. Pero tenemos que seguir siendo competitivos –arguyó Flynn mientras cerraba la puerta.
Ash miró en silencio por la ventana.
–¿Tiene algo que ver con el trabajo? –se atrevió a preguntarle Flynn–. ¿O se trata de algo personal, Ash?
–Melody se ha marchado.
Otro hombre con problemas sentimentales. El dicho sobre las mujeres iba a resultar cierto: no se podía vivir con ellas ni tampoco sin ellas.
–¿Es algo temporal o es para siempre?
–No lo sé.
–¿Tienes idea de adónde se ha ido?
–No.
–Te comprendo, porque yo he pasado por lo mismo… ¿Vas a buscarla?
Ash se giró bruscamente hacia él.
–Claro que no –declaró–. Lo nuestro sólo era algo pasajero. La he estado manteniendo mientras se dedicaba a estudiar Derecho, pero supongo que habrá encontrado a otro imbécil al que sacarle los cuartos.
–Es una lástima perder a la mujer que amas y que…
–Yo no he dicho que la ame. Nunca la he amado. Sólo estoy enfadado, nada más.
–Claro –el rechazo era algo estupendo. Flynn lo había estado manteniendo durante años–. Si necesitas algo, aunque sea un chófer para llevarte a casa si bebes más de la cuenta, cuenta conmigo.
Ash volvió a mirarlo. Por mucho que alegara no estar dolido, sus ojos decían otra cosa. Flynn pensó que él debió de tener el mismo aspecto cuando Renee lo abandonó.
Estaba decidido a enmendar los fallos y recuperar su matrimonio, pero por mucho que quisiera una relación estable con Renee y tener hijos con ella, no podía permitirse amarla como una vez la había amado.
Guardaría su amor para su hijo, o sus hijos, en caso de que pudiera convencerla para tener más.
Al menos ellos no lo abandonarían hasta que no fueran a la universidad.