El grupo de investigadores de la Universidad de Amsterdam dirigido por Ap Dijksterhuis creía haber demostrado que si uno no quería equivocarse al tomar una decisión compleja era mejor no darle muchas vueltas y decidir a bote pronto. Por el contrario, al abordar problemas caseros o menores, debíamos dedicar algo de tiempo a razonar la solución. Exactamente lo contrario de lo que la mayoría de la gente habría supuesto.
El resultado de la investigación llamó la atención de la comunidad científica, ya que se publicó en una revista tan prestigiosa como Science, pero pocos lo tomaron en serio, salvo el premio Nobel de Economía y profesor de Princeton Daniel Kahneman, que afirmó: «Ese trabajo puede estimular nuevas investigaciones sobre los mecanismos de decisión».
Nadie creía que el inconsciente importara
¿Qué habían ideado los investigadores de la Universidad de Amsterdam para demostrar algo que contradecía tanto las convicciones heredadas? Analizaron el tiempo y el caudal cognitivo dedicados a comprar un coche nuevo, algo que para la gran mayoría de nosotros puede suponer un buen quebradero de cabeza.
En un primer momento, la elección del mejor coche se planteó como un problema de complejidad simple: para ello, pidieron a los voluntarios que leyesen descripciones muy sencillas de cuatro hipotéticos coches y que, después de dedicar unos breves minutos a reflexionar sobre cuál era el más idóneo, eligieran uno de ellos. Como uno de los coches tenía mejores prestaciones que los demás, fue elegido por la mayoría de los participantes. Sin embargo, cuando los investigadores complicaron la elección incrementando las características de cada coche, únicamente el 25 por ciento de los voluntarios identificó el mejor, un porcentaje que no es más elevado del que obtendríamos por azar. A continuación repitieron el mismo experimento con otro grupo de voluntarios, pero en esta ocasión, inmediatamente después de leer el listado de características de los automóviles, se les distrajo resolviendo puzles y anagramas durante un cierto tiempo. Entonces, sorprendentemente, más de la mitad del grupo identificó el mejor coche.
Esto sugiere que a la hora de tomar decisiones complejas es mejor no reflexionar demasiado, ya que se podría interferir con la decisión correcta. O sea, viene a decir Dijksterhuis, «al decidir, la deliberación consciente posee una reducida capacidad de análisis y puede llevar a las personas a tomar en cuenta sólo un conjunto irrelevante de información, mientras que el pensamiento inconsciente, o pensamiento sin atención, puede conducir a buenas elecciones». La verdad es que cuando estamos ante decisiones complejas, en las que entran un número elevado de consideraciones, difícilmente podemos ocuparnos simultáneamente de todas ellas. Y por lo tanto, ante la imposibilidad de medir los distintos impactos a la hora de tomar una decisión, la tendencia consiste en hacerlo sin hurgar demasiado en las profundidades del tema. De ahí que, según Dijksterhuis, uno tienda a recurrir al inconsciente para los temas complicados, como comprar un coche, y no le importe, en cambio, dedicar más esfuerzo consciente a la compra de algo para andar por casa.
A continuación los investigadores intentaron confirmar estos resultados en un escenario más real. Para el siguiente experimento un grupo de voluntarios compró accesorios de cocina en una tienda y otro grupo adquirió muebles en IKEA. Los investigadores interrogaron a los clientes acerca de cuánto tiempo dedicarían a decidir su compra; hay que señalar que un estudio piloto anterior había demostrado que los clientes dedicamos una mayor carga reflexiva al comprar muebles que al comprar simples accesorios de cocina, por ejemplo.
Unas semanas después se comprobó el grado de satisfacción de su elección. Los que habían dedicado más tiempo a estudiar las distintas ofertas en la tienda de accesorios de cocina estuvieron más satisfechos con su compra, evidencia de que el pensamiento consciente es bueno para aquellas decisiones que son simples. En cuanto a los clientes de IKEA, sucedió lo contrario: los más satisfechos fueron los que menos tiempo habían dedicado a pensarse los pros y contras de la compra.[7]>
Lo fascinante de este caso es que, al poco tiempo, otro estudio no menos fundamentado sugirió exactamente lo contrario: que las decisiones tomadas por instinto no pueden, ni de lejos, sustituir al razonamiento consciente.[8]
Como dice el psicólogo Ben Newell, de la New South Wales University, «en el mejor de los casos, los titulares en los medios a favor de la intuición o el poder del inconsciente son engañosos; en el peor de los casos son, sencillamente, peligrosos. No hemos descubierto pruebas de la superioridad del inconsciente para tomar decisiones complejas. El pensamiento inconsciente es sensible a factores irrelevantes, en lugar de a la importancia del tema u objeto. Si a los que utilizan la conciencia se les da el tiempo que necesitan para codificar el material o para consultar fuentes, sus decisiones son, por lo menos, tan buenas como las decisiones inconscientes».
Recuerdo cuánto me costó aceptar lo contrario de lo que predicaba con demasiada ligereza, como que era bueno fiarse de la intuición a la hora de elegir pareja o universidad, algo que he dado por sentado siempre y en todas partes. Personas queridas me siguen parando en la calle para agradecerme que puedan de nuevo confiar en la intuición. La utilización de la palabra «de nuevo» es generosa en extremo, porque nunca se le había dejado a la gente dependiente de otros tomar decisiones en base a la pura intuición. ¿Qué pensaría ahora aquella mujer que, en el aeropuerto de Santiago, me mostraba su inexplicable agradecimiento porque yo le había devuelto, supuestamente, la fe que nunca le dejaron sus allegados aplicar en la intuición?
Afortunadamente para mi amiga del aeropuerto de Santiago, un tercer estudio ha puesto las cosas en su sitio. Tal vez valga la pena remontarse a lo que entendemos por intuición, o a lo que los neurólogos llaman con mayor propiedad «reconocimiento de memoria inconsciente o memoria implícita». ¿Quién no ha experimentado la sensación alguna vez de ser consciente de algo sin recordar cómo se aprendió?
Los psicólogos especializados en el inconsciente, como John Bargh, cuyo pensamiento los lectores han podido descifrar en la entrevista del capítulo anterior, han revelado por activa y por pasiva ese sentimiento insólito de haber entresacado del inconsciente información o datos que nunca depositamos en la memoria de manera consciente. Ahora sabemos que algunos procesos cognitivos extremadamente complejos se almacenan o traspasan al inconsciente —un ámbito mucho más potente espacial y neurológicamente que el lugar reservado en el cerebro al pensamiento consciente— sin que tengamos memoria de ello.
Se sabe desde hace cientos de años que nuestro cerebro puede reconocer y procesar sin que nosotros seamos conscientes de ello. Así, a lo largo del día realizamos numerosas acciones de manera automática, sin pensar intencionadamente sobre ello, ya que son procedimientos rutinarios que son parte de la memoria implícita. Por otro lado, está establecido por la comunidad científica que el recuerdo realizado mediante un esfuerzo consciente y deliberado se lleva a cabo mediante la memoria explícita. Parece, sin embargo, que la memoria implícita podría intervenir también en el reconocimiento visual, por lo que cabría esperar que nuestro subsconsciente nos ayudase a identificar cosas sin nuestro conocimiento.
Ken Paller, de la Universidad de Northwestern, y Joe Voss, de la Universidad Urbana-Champaign, en Illinois, decidieron investigar a fondo la influencia de la memoria implícita en los mecanismos de decisión utilizando tests de reconocimiento visual y electroencefalografía (EEG). Para ello, los investigadores pidieron a los voluntarios que recordasen unas imágenes caleidoscópicas bajo dos condiciones experimentales: sin distracciones, empleando total atención, o distraídos (su atención fue alterada mediante la realización de una determinada tarea). Paller y Voss nos cuentan que bajo la segunda condición los participantes no pudieron fijar las imágenes de manera precisa en su memoria. A continuación, después de unos minutos, se les pidió que tratasen de identificarlas entre un set de imágenes parecidas. Por último, al comunicar la respuesta, los participantes tuvieron que decir si la supieron de modo consciente o si tuvieron que adivinarla. Asimismo, durante el experimento se monitorizaron los potenciales cerebrales de los voluntarios mediante EEG.
Sorprendentemente, las respuestas fueron bastante más precisas cuando se adivinaron (condición con distracción) que cuando se basaron en memorias explícitas del estímulo visual (condición sin distracción), a pesar de que los sujetos del estudio dijeron experimentar una mayor confianza en su elección cuando pudieron prestar total atención. El estudio generó otro dato importante, y es que Paller y Voss detectaron, mediante EEG, patrones de ondas cerebrales espacial y temporalmente diferenciados según el reconocimiento fuese implícito o explícito, lo que indica que ambos tipos de memoria llevan asociados distintos mecanismos neuronales.[9]
¿Alguien sabe cuál es la función de la conciencia?
Lo que sugiere el estudio comentado es que cuando intentamos recordar algo sabemos más de lo que creemos saber, porque la memoria implícita —de cuya huella no somos conscientes— y la llamada intuición pueden estar jugando un papel más importante de lo que creíamos en los mecanismos de decisión.
Todo parece indicar que, en lugar de encontrarnos en un rellano que neutraliza el anterior, estamos aflorando un mundo nuevo en el que la mente inconsciente puede codificar recuerdos y generar memorias intuitivas, sin necesidad de que intervenga para nada la llamada mente consciente. De hecho, y ahí radica la gran novedad de lo que se está sugiriendo, la interferencia de la mente consciente puede obstaculizar el recuerdo. No tiene nada de extraño pensar que, en determinadas circunstancias, la decisión adoptada intuitivamente hubiera podido ser mejor, a no ser por la interferencia consciente de la memoria implícita.
Las instituciones establecidas y sus portavoces no tienen mayor inconveniente en aceptar —desde la óptica de las ciencias del comportamiento— que mucha gente a menudo se atiene de forma inconsciente a normas que no han sido tamizadas por su conciencia, siempre y cuando se hayan fijado por adelantado los objetivos conscientes de la acción o programa. De hecho, cuando decidimos trabajar en una tarea determinada, parece que esa decisión consciente es la primera y principal causa de nuestro comportamiento. En otras palabras, que la decisión de actuar dispara las propias acciones.
Los científicos Ruud Custers y Henk Aarts, del Departmento de Psicología de la Universidad de Utrecht, desafiaron este estatus casual de voluntad consciente y publicaron en la revista Science una revisión apasionante de datos y evidencias experimentales acerca de lo que han denominado como «voluntad inconsciente».[10] Avances recientes en este campo han demostrado que, bajo ciertas condiciones, iniciamos acciones aunque no seamos conscientes de los objetivos o de su efecto motivador en nuestro comportamiento. Pero ¿cómo es posible que la persecución de un objetivo pueda realizarse de modo inconsciente? Pueden caber pocas dudas de que estamos entrando aquí en postulados aferrados desde tiempo inmemorial en la mente de las personas. Como se verá luego, lo que se está cuestionando es la existencia de lo que se dio en llamar el libre albedrío.
Como explican los dos autores antes citados, como humanos que somos, «tenemos la certeza de que decidimos conscientemente lo que queremos hacer. Si queremos, podemos visualizarnos en diferentes lugares, en otros futuros o realizando cosas distintas a las que estamos haciendo en este momento. Sólo tenemos que tomar la decisión para hacerlo, y podremos ir al cine esta noche, bajar el perro o releer aquel libro». Parece claro que nuestro comportamiento tiene su origen en decisiones conscientes que se llevan a cabo para alcanzar ciertos objetivos y finalidades. Sin embargo, la investigación científica también sugiere lo contrario, y experimentalmente se ha podido demostrar (aunque todavía existe cierto escepticismo entre parte de la comunidad científica) que nuestro inconsciente ya estaba preparado para realizar una determinada acción antes de que la pensáramos de manera consciente.
El profesor John-Dylan Haynes, un neurocientífico del Centro Bernstein de Neurociencia Computacional de Berlín, a quien conocí personalmente y con el que estuve hablando de la consciencia, decidió investigar qué ocurre en el cerebro humano momentos antes de que se tome una decisión. En el estudio, los participantes tenían que presionar un botón con su mano derecha o su mano izquierda, y además lo podían hacer cuando quisiesen, pero tenían que memorizar en qué momento tomaron la decisión de presionarlo. Los científicos realizaron un descubrimiento asombroso: analizaron la actividad cerebral de estas personas mediante resonancia magnética funcional y pudieron predecir, con un 60 por ciento de precisión, cuál de las dos opciones iban a tomar —pulsar el botón de la izquierda o el de la derecha—, y además lo supieron siete segundos antes de que el individuo hubiera decidido pulsar uno o el otro. No siete segundos antes de que pulsaran el botón elegido, sino siete segundos antes de que tomasen la decisión consciente de cuál iban a escoger.[11] Parece que los cerebros de estas personas habían tomado la decisión mucho antes de que los individuos del estudio fuesen conscientes de haberla tomado.
El neurocirujano Itzhak Fried, de la Universidad de California y del Centro Médico de Tel Aviv, realizó unos estudios similares, pero en este caso la actividad cerebral fue registrada en células neuronales individuales mediante electrodos implantados en determinadas partes del cerebro. Gracias a este análisis, más preciso que el anterior, los investigadores pudieron predecir la decisión consciente de presionar el botón con un 80 por ciento de eficacia. Queda claro, pues, que en el cerebro sucede algo que prepara la decisión, que conduce a ella e influye en lo que la mente consciente elige.
Los científicos nos dicen que los propios objetivos pueden surgir de manera no consciente. No son sólo las acciones las que se pueden ver influenciadas por estímulos no conscientes, sino que el deseo también. Y es que, a menudo, no somos conscientes de por qué queremos lo que queremos. Las empresas que fabrican ciertas bebidas o comida rápida conocen bien este fenómeno y son maestros en la publicidad subliminal. Nos suelen mostrar su producto asociado a señales de recompensa positiva, como la familia, el sol o la playa. En una entrevista a la revista Time[12] Ruud Custers manifestó que si te expones a este tipo de anuncios una y otra vez se creará la asociación en tu mente y, probablemente, un día tu inconsciente decidirá que quieres consumir su producto.

Cuando una persona realiza una actividad que le genera placer se activa el Área Tegmental Ventral (ATV). Ésta envía dopamina al núcleo accumbes, y las neuronas de esta área hacen sinapsis con la amígdala, donde se genera un recuerdo emocional, y el córtex prefrontal. Esta vía natural es un circuito presente en todos los mamíferos: si la actividad es placentera, los sistemas de recompensa la agregarán a los mecanismos conductuales. © Carles Salom
Pero si de verdad existe la voluntad inconsciente, ¿para qué sirve realmente? ¿Por qué está ahí? El psicólogo John Bargh, de la Universidad de Yale, opina que ésta es vital para movernos en el día a día, y probablemente apareció antes que la consciencia como un mecanismo de supervivencia. La vida requiere tantísimas decisiones, hay tantos estímulos a nuestro alrededor, que nos veríamos enseguida abrumados si no tuviésemos un proceso automático (no consciente) para ocuparnos de muchas de ellas.
El inconsciente también sirve para resolver problemas
En más de una ocasión me ha pasado que después de mucho pensar sobre cómo resolver un problema y dejarlo por imposible, de repente, sin saber la razón, he exclamado «¡Ajá! ¡Eureka, lo encontré!», porque una luz inesperada ha iluminado la solución a mi rompecabezas. Es lo mismo que les ha ocurrido a grandes pensadores y científicos, como Arquímedes, Isaac Newton o el propio Einstein, a los que la inspiración les llegó por sorpresa.
Por ejemplo, la ley de la gravitación universal tuvo su origen en uno de esos momentos, en una de esas iluminaciones: un joven Isaac Newton estaba tumbado bajo un árbol en 1666 cuando la caída de una manzana le inspiró una serie de ideas que culminarían tiempo después con la teoría de la gravitación universal, una de las cumbres del pensamiento científico de todos los tiempos. ¿Qué ocurrió en la mente de Newton para desencadenar ese flujo de ideas conscientes? ¿Qué resortes internos, conscientes o inconscientes, pulsaron la caída de esa manzana para estimular la mente racional del físico y pensador inglés? Sean cuales fueren, lo cierto es que un impulso inconsciente espoleó la conciencia de Newton y estuvo en el origen de un auténtico monumento del raciocinio científico.
No podemos olvidar aquí al primer hombre que profirió el famoso «eureka», Arquímedes, uno de los más grandes matemáticos y físicos de la Antigüedad. Se dice que fue durante un baño cuando se dio cuenta de que el nivel del agua subía en la bañera cuando él entraba y que ello le llevó a deducir el principio físico que lleva su nombre: todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del líquido desalojado. Tan emocionado por el descubrimiento estaba que, al parecer, salió desnudo a la calle gritando «¡eureka!, ¡eureka», que en griego antiguo significa «¡lo encontré!».
Sea en Arquímedes, en Newton o en el más anónimo de los hombres, el mecanismo que proponen los psicólogos es el mismo: el momento «¡Eureka! ¡Lo encontré!» se hace realidad debido al «efecto de incubación» por el cual, en el rato que dejo de pensar conscientemente sobre mi problema hay un fenómeno inconsciente de procesamiento y recombinación de datos que permitirán aflorar nuevas ideas.[13] Los científicos cognitivos, y entre ellos los neurocientíficos, denominan a esta experiencia de desbloqueo interno (el «¡Ahá !» o «¡Eureka!») «insight», la capacidad de comprender o apercibirse de la estructura í ntima de un problema o un conflicto. Según ellos, está asociada con la inteligencia creativa, propia de artistas y genios.[14]
Curiosamente, se ha podido demostrar en fecha muy reciente que, además de los humanos y de ciertos primates, los elefantes también poseen esta capacidad. Preston Foerder, de la Universidad de Nueva York, quiso estudiar si los elefantes pueden utilizar ciertos objetos para lograr un objetivo, en este caso comida colgada de una rama de un árbol fuera de su alcance. Para su sorpresa, uno de los tres elefantes asiáticos (Elephas maximus) del Smithsonian National Zoological Park que estaba estudiando, pareció analizar la situación y, de repente, tuvo su momento «¡Ahá !». Ni corto ni perezoso, se fue a buscar algo. El elefante «se dio cuenta» de que en algún lugar había un bloque de madera lo suficientemente resistente para aguantar su peso, y tras unos instantes regresó al árbol empujando el bloque, se subió a la plataforma y cogió su comida con la trompa (el vídeo aparece en YouTube al buscar «Kandula, National Zoo, insightful problem solving 2»). Es increíble lo fácil que le resultó al paquidermo imaginar lo que necesitaba hacer para resolver este problema en particular.[15]
Por supuesto, para los neurocientíficos debe de ser complicado analizar los mecanismos neurales que conducen al «eureka», al «encendido de la bombilla», tan difícil como puede ser para nosotros llegar a ese momento durante la resolución de un problema; y a pesar de que existen numerosas anécdotas sobre cómo se han realizado importantísimos descubrimientos gracias al insight, todavía se desconoce en gran parte su naturaleza. Hasta hace poco eran los psicólogos del comportamiento quienes se dedicaban a estudiar el fenómeno, y ahora, con la ayuda de nuevas tecnologías, los científicos se han lanzado a la identificación y comprensión de los mecanismos neurales de los procesos cognitivos de insight y a sus componentes cognitivos constitutivos. Éste es un campo relativamente nuevo, del que oiremos numerosos avances en los próximos años.
Los neurólogos John Kounios y Mark Jung-Beeman, de las universidades estadounidenses de Drexden y Northwestern, han combinado las técnicas de EEG y de la resonancia magnética (fMRI) para tratar de construir un mapa preciso, en tiempo y espacio, del proceso de insight. Sus estudios desvelaron que las personas que lograron resolver determinados puzles activaron una serie específica de áreas corticales del cerebro. Las primeras áreas activas están involucradas en el control ejecutivo (córtex prefrontal y córtex cingulado anterior), ya que en esta primera fase de preparación el cerebro dedica mucho poder computacional a resolver el problema. Otras áreas sensoriales, como el córtex visual, se apagan a medida que el cerebro suprime posibles distracciones. El córtex hace esto por la misma razón que nosotros cerramos los ojos cuando nos queremos concentrar para pensar. A continuación tiene lugar una fase de búsqueda, a medida que el cerebro busca posibles respuestas en diferentes lugares relacionados, en este caso, con el habla y el lenguaje. Cuando no se obtiene la solución al problema se puede alcanzar una fase de bloqueo, en la que predomina una sensación de frustración por la incapacidad y la impotencia. Pero a veces, cuando se está a punto de tirar la toalla, de repente llega el momento clave, la solución al problema. El insight llega acompañado con una explosión de actividad cerebral en la circunvolución temporal superior, una zona sin apenas funciones asignadas que se encuentra localizada en el hemisferio derecho del cerebro. Además, unos milisegundos antes de ese instante, la EEG registra un pico de actividad cerebral que emana también del mismo hemisferio.
Otras investigaciones llevadas a cabo por el psicólogo Joy Bhattacharya, han predicho el insight, mediante la lectura con EEG de ondas cerebrales tipo alfa con hasta ocho segundos de anticipación. Los dos grupos de investigación coinciden en que para que llegue el insight es vital que el córtex se relaje, de ahí el registro de ondas alfa, las cuales se correlacionan con un estado de relajación cerebral. Por eso a veces las ideas llegan en la ducha, o durante etapas de sueño ligero, o cuando estás haciendo actividades totalmente diferentes. El matemático Henri Poincaré , uno de los grandes genios de todos los tiempos, experimentó este momento cuando estaba subiendo a un autobús y tuvo «la certeza» de que había encontrado la solución a su problema de geometría no euclidiana. El propio Poincaré describió en una famosa conferencia ante la Sociedad de Psicologí a de Parí s, recogida en el ensayo Ciencia y método (1908), cómo se había producido el feliz hallazgo, que él mismo atribuyó a un «trabajo no consciente»: «En el momento de poner mi pie en la escalera me vino la idea […] Sin que nada en mis pensamientos previos me hubiese preparado para ello […] No pude verificar la idea en ese instante, pero sentí una absoluta certeza». En definitiva, Poincaré nos está diciendo que es bueno distraerse y que la respuesta a tu problema llegará cuando menos te lo esperes.[16]
Sin lugar a dudas, el insight está en el corazón de la inteligencia humana, de manera que su entendimiento influenciará de inmediato los campos de la psicología y la neurociencia cognitiva, pero además será vital bajo el punto de vista de la pedagogía. Por ejemplo, si conociésemos mejor el complejísimo comportamiento del cerebro humano para resolver problemas se podría revolucionar la manera de enseñar, proporcionando formulaciones de estrategias eficientes para la solución de problemas —nos pasamos la vida resolviendo problemas y tomando decisiones— que redundarían en el rendimiento y la creatividad de los alumnos y seguramente en una mejor calidad de vida. ¡No nos preocuparíamos tanto!
El pasado y, sobre todo, el futuro incierto del libre albedrío
Como señalaba en el prólogo, no se puede olvidar nunca la supeditación de los humanos a distintas fijaciones o responsabilidades. Para sobrevivir tuvimos que ser fieles a nuestras familias, a nuestras tribus, a nuestra cultura, a nuestra especie y a nuestro planeta. Cada vez parece más absurdo pensar que no hace falta el inconsciente para satisfacer demandas tan complicadas y contradictorias; parece evidente que hacen falta los dos tipos de pensamiento: el inconsciente y la conciencia, y que apenas bastan.
Cuanto más se analiza el sistema de recompensa para movilizar el mecanismo de motivación humana, más patente resulta que el sistema inconsciente se las arregla sin la conciencia.
Es cierto que, como humanos que somos, nos gusta pensar que nuestras decisiones están bajo nuestro control consciente; en definitiva, que tenemos libre albedrío. Los filósofos han debatido sobre ello desde hace siglos, y ahora Haynes y otros neurocientíficos lo están poniendo en duda experimentalmente: «Sentimos que elegimos, y no es así. La libre voluntad es una ilusión». Podemos estar seguros de que conscientemente decidimos si queríamos beber té o café, pero esta decisión pudo haber sido tomada por nuestro cerebro mucho antes de que hubiésemos sido conscientes de ello. Haynes ahonda en ello y se pregunta: ¿Cómo la puedo denominar «mi voluntad», si ni siquiera sé en qué momento tuvo lugar y lo que ha decidido hacer? La verdad es que resulta una idea algo perturbadora.

Con John-Dylan Haynes: si fuera verdad que el cerebro conoce siete segundos antes la decisión que vamos a tomar, ¿qué queda del libre albedrío?. Grupo Punset S.L.
Muchos filósofos desconfían de los neurólogos partidarios de la existencia de la voluntad inconsciente, porque los experimentos son verdaderas caricaturas de lo que es el mecanismo de decisión. Incluso como ocurre en varios de los experimentos de Haynes, apretar un dedo u otro no es tan simple como parece; los motivos a que responde la decisión pueden ser varios y complejos.
Los pensadores están dispuestos a admitir que un día no lejano tal vez los neurólogos nos obliguen a replantearnos un concepto en apariencia tan diáfano como el de libre albedrío. «Imaginad si los científicos pudieran predecir, analizando la actividad cerebral, la decisión que una persona ha tomado antes de que el propio sujeto fuese consciente de ello.» Eso sería una verdadera amenaza para la libre voluntad, sostiene Alfred Mele, filósofo y director de la Fundación Templeton, que está desarrollando un programa de cuatro años financiado con 4,4 millones de dólares para estudiar el libre albedrío bajo un punto de vista multidisciplinar. De todos modos, incluso aquellos que han proclamado, prematuramente, la muerte del libre albedrío, están de acuerdo en que todavía tienen que confirmar estos datos experimentales en diferentes niveles de la toma de decisiones.
Los efectos prácticos de eliminar la existencia del libre albedrío son de difícil predicción. El determinismo biológico no sirve como atenuante en leyes, puesto que la ley se basa en la idea de que las personas son responsables de sus actos, excepto en circunstancias excepcionales. «Sin embargo, los resultados de este tipo de investigaciones servirían para identificar cómo varían las personas en su habilidad para controlar su comportamiento, lo que a su vez tendría utilidad para afectar la severidad de una sentencia», afirma Owen Jones, profesor de leyes de la Universidad Vanderbilt, de Nashville, Tennessee.
Adam Kepecs, neurocientífico del mítico centro de investigación Cold Spring Harbor Laboratory de Nueva York, considera que hay una visión emergente en el campo de la neurociencia que está empezando a cobrar transcendencia, y que plantea que la mayoría de nuestros pensamientos y acciones están guiados por procesos de nuestro inconsciente, escondidos de la introspección consciente. De manera que si la consciencia raramente se encuentra en el asiento del conductor, y si no podemos elegir nuestros genes, o nuestras experiencias de la infancia, cuyas interacciones forman nuestro cerebro, entonces ¿somos responsables de nuestros actos?[17]