4. El camino hacia la madurez adulta

«Debo volver al mar, al solitario mar y al cielo, Y sólo pido un buen barco y una estrella para guiarlo,
Y la fuerza del timón, el canto del viento y la vela
blanca resoplando,
Y una niebla gris en la faz de la mar y el gris
amanecer despuntando».

JOHN MASEFIELD, Fiebre marina

Durante la infancia habremos aprendido a convivir con nuestras emociones. Si hemos recibido una buena educación emocional, sabremos distinguirlas y aceptarlas; de lo contrario habremos aprendido a reprimirlas y a desautorizarlas. Durante la adolescencia nuestras emociones empiezan a convivir en un contexto más amplio. No estamos ya exclusivamente limitados al ámbito controlado y seguro del hogar y de la escuela y no podremos, por tanto, proyectar nuestras emociones sólo sobre nuestros padres y maestros. Irrumpimos con ellas al mundo exterior, un mundo emocionante para el adolescente pero que al mismo tiempo lo hace sentirse tremendamente vulnerable porque aquí ya no existen las redes de seguridad del hogar. Surgen las primeras inundaciones emocionales y las herramientas para enfrentarse a ellas son todavía muy débiles: faltan conocimientos prácticos y la experiencia vital es escasa.

Las emociones están ligadas al comportamiento. Sin embargo, pocos jóvenes hoy en día reconocen esta dependencia explícita entre sus emociones y su comportamiento. Existe una diferencia abismal entre el joven cuyo comportamiento es fruto de una reacción emocional ciega, o aquel que es capaz de reconocer y gestionar, aún tentativamente, sus reacciones emocionales para modular su comportamiento de acuerdo a un equilibrio de intereses personales y sociales. Las investigaciones desvelan que los niños que han desarrollado su inteligencia emocional a lo largo de la infancia tienen más probabilidades de sentir que el mundo que les rodea es amable. Esto se contrapone a la tendencia actual de los jóvenes, que suelen reaccionar ante el mundo exterior de forma cada vez más agresiva y desconfiada porque lo perciben como violento. Algunos adolescentes se sienten tan aislados que abandonan la búsqueda de las relaciones humanas. Se encierran en sí mismos, solitarios y desconfiados, con sentimientos de desesperanza o de agresividad incontenible. Son huérfanos psicológicos. Aunque este extremo pueda darse sólo de forma minoritaria en determinados países y capas sociales, su multiplicación en continentes como África, donde millones de niños son huérfanos a causa del sida, las hambrunas y las guerras, tiene implicaciones emocionales tremendas por el sufrimiento y el abandono que generan y el gravísimo factor de desestabilización social.

CONECTAR AL ADOLESCENTE CON EL MUNDO

El reto a medio plazo que se plantea un educador, padre, madre o maestro es dar alas al sentimiento de autonomía y de ser único que tiene el adolescente, en un contexto de pertenencia y de unión a un grupo más amplio. Asegura la escritora Rachel Kessler en el libro Schools with Spirit (Beacon, 2001) que los jóvenes que desarrollan un sentido de conexión y de pertenencia al mundo no necesitan provocar sensaciones y situaciones de peligro para sentirse vivos ni necesitan armas para sentirse poderosos: «… del sentido de conexión con el mundo externo fluye naturalmente la compasión y la empatía hacia los demás, hacia las metas personales y hacia la vida misma». Kessler, directora del Institute for Social and Emocional Learning, sugiere, en función de su amplia experiencia en el desarrollo emocional y social de los adolescentes, hasta siete formas en las que se pueden facilitar caminos de conexión entre los jóvenes y el mundo exterior, paralelas a las experiencias que suelen ser comunes en esta etapa de la vida:

—Ayudarles en la búsqueda del significado y del sentido de la existencia (explorar las cuestiones existenciales que surgen de forma poderosa en la adolescencia).

—Respetar la necesidad de silencio y soledad que favorece la formación de la identidad y la identificación de las metas personales. (Este es un terreno ambivalente para los jóvenes, porque aunque la soledad resulta muy necesaria, también despierta muchos miedos).

— Reconocer su deseo de trascendencia; es decir, el deseo de los jóvenes de ir más allá de sus límites, no sólo en el ámbito metafísico, sino también a través de experiencias y encuentros intensos en campos diversos, como las artes, el atletismo, la naturaleza, el mundo académico, la naturaleza o las relaciones humanas.

— Nutrir su deseo de experimentar la alegría y la felicidad.

— Animar las incursiones en el terreno creativo (es probable que ese sea el ámbito más habitual actualmente para la conexión entre el adolescente y el mundo exterior).

— Promover los hitos que marcan de forma clara una iniciación, como los ritos de pasaje y las herramientas para hacer transiciones y separaciones, para ayudarles a descubrir y ejercer sus propias capacidades.

— Alimentar su necesidad de pertenencia y conexión: darles la seguridad de que su entorno les conoce y apoya, ayudarles a desarrollar su identidad personal y apoyar su necesidad de autonomía, que es una constante vital en el desarrollo del adolescente.

Recientemente, a la luz de las técnicas de imagen cerebrales, se ha creado una gran controversia en torno a si las diferencias en la forma de llevar a cabo ciertas actividades, reflejada en el cerebro de adultos y adolescentes, justifica que un cerebro inmaduro aboque al adolescente a un comportamiento errático y a problemas de comportamiento.

Sin embargo, las causas de estos problemas no radican exclusivamente en la inmadurez cerebral del adolescente: diversas investigaciones revelan que la rebeldía adolescente también puede tener mucho que ver con factores culturales. Reafirma esta teoría el hecho de que antropólogos hayan detectado que existen culturas en las que los problemas de comportamiento de los adolescentes occidentales no se manifiestan habitualmente, excepto en aquellos casos en los que se introducen formas de educar y de vivir occidentales.

En cualquier caso no se puede negar que los adolescentes tienen un potencial mental extraordinario: a los 14 años las habilidades cognitivas, y especialmente la capacidad de aprender con rapidez, son altísimas. Merece la pena retar a los adolescentes a utilizarlas de formas constructivas. Resulta dudoso si estamos consiguiendo sacar el mejor partido de este potencial ejemplar manteniendo al adolescente atrapado en una subcultura adolescente donde casi todo lo aprenden unos de otros, aislados de los adultos, tratados como niños en lo que concierne a sus responsabilidades sociales y como adultos inmaduros en lo emocional.

Los adolescentes invierten muchísima energía cognitiva, emocional y física en el desarrollo de esta subcultura adolescente. El pedagogo Chip Wood resume la esencia de esta corriente adolescente como la necesidad de «tomar distancia de los adultos». Todo en la vida adolescente tiende a mostrar este espejo de sí mismos en el que se quieren reflejar: su habitación, su forma de vestirse y de peinarse, su música y su forma de expresarse, en casa y en la calle. Este espejo no suele resultar del agrado de los adultos pero atrae a otros adolescentes. El psicólogo Eric Ericsson apuntó en la década de los sesenta que los adolescentes parecen estar más preocupados por como los demás los perciben que como sienten ellos que son en realidad. Su identidad personal, que tanto les preocupa, se define, a los 14 años, por un lema claro: «Esto es lo que somos». Los adolescentes se reflejan en la imagen del grupo y a través de ella logran comprenderse y aceptarse mejor a sí mismos.

En esta etapa temprana de la adolescencia (en torno a los 14 y los 15 años) los adolescentes empiezan a necesitar distanciarse de sus padres y de sus maestros. El reto a cualquier figura de autoridad se vuelve visceral: se discute por discutir porque quieren hacer las cosas a su manera, estar solos, ser libres. Este comportamiento no sólo es necesario para establecer una identidad personal, sino que refleja lo que Ericsson apunta como uno de los retos más importantes de la adolescencia: la búsqueda de la fidelidad. Con este término describe la «devoción disciplinada» que siente el adolescente hacia su emergente identidad personal, hacia los amigos o las personas de su entorno, hacia ideas o modas pasajeras. En cualquier ámbito el adolescente mostrará señales de devoción intensa: una pandilla, un ídolo, la pereza, un instrumento musical, el body piercing, un deporte, drogas… Todo es motivo de práctica para convertirse en el futuro en miembro adulto y dedicado de una pareja, de un país o de cualquier ideal que conforme su vida futura.

El correcto desarrollo de esta fidelidad depende no sólo del adolescente, sino también de las costumbres sociales y culturales, de los ritos de pasaje —por cierto lamentablemente escasos en la adolescencia—, de la herencia genética y del ejemplo familiar que lo rodea. Todo ello le ayudará, o le dificultará, en el proceso de devoción disciplinada hacia sí mismo y hacia los demás. La introspección es importante en los años adolescentes para desbrozar la identidad y el lugar que el adolescente quiere ocupar en el mundo. Facilitar esta introspección es labor de los padres: el respeto a un espacio físico personal y a la soledad del adolescente lo ayudará a llevar a cabo su proceso de desarrollo característico.

A veces resulta difícil tener las habilidades necesarias para escuchar a un adolescente huidizo. El escritor Michael Riera explica con esta imagen el desconcierto de los padres: «Hasta ahora, los padres han sido el manager de sus hijos: visitas al médico, actividades de fin de semana, ayudar con los deberes… siempre cerca del niño, al tanto de su vida diaria y listo para contestar sus grandes dudas. De repente, nada de esto vale. Sin previa notificación y sin consenso, te despiden de tu trabajo de manager. Ahora resulta que tienes que buscar otra estrategia y reorganizarte; si quieres seguir teniendo una influencia benéfica en la vida del adolescente y más allá, tienes que devanarte los sesos para conseguir que te vuelva a dar trabajo como consultor externo». Como comenta el psicólogo John Gottman, esta puede ser una situación muy delicada. «Un cliente no contrata un consultor que lo hace sentir incompetente o que amenaza con quedarse con su negocio. Un cliente quiere un consultor en el que pueda confiar, que comprenda su misión y que le ofrezca consejos eficientes para conseguir sus metas».

Casi todo el proceso de descubrimiento del adolescente deberá hacerse sin sus padres. Hay que aceptar que la adolescencia es un tiempo para separarse de los padres, mostrar respeto por el adolescente, rodearlo de una comunidad social estable y fiable y animarlo a tomar sus propias decisiones, escuchándolo sin prejuzgar y confiando en que podrá aprender de sus errores y de sus aciertos.

Las emociones que los adolescentes expresan contienen tanto la necesidad de alejarse de los modelos adultos como el deseo profundo de seguir conectado: todo ello forma parte de la lucha por la fidelidad. Afortunadamente, si el proceso se lleva a cabo de forma positiva, esta fidelidad a los referentes adultos aparecerá de nuevo en la futura relación entre el adulto y el adolescente ya maduro.

FUENTES DE CONEXIÓN CON EL MUNDO:
COMUNIDAD, ARTE, NATURALEZA Y DEPORTE

Los sábados por la mañana voy a la piscina. El deporte no es mi fuerte, pero buceo en un mar misterioso, lleno de peces extraños y grutas salvajes y salgo nuevo. Creo que existe una diferencia clara entre la ensoñación y el deseo frustrante. Cuando la filosofía aconseja renunciar a los deseos, no explica las razones. A los filósofos habría que bajarles de las nubes y obligarles a encontrar herramientas útiles para las personas reales. ¿Por qué no nos enseñan casi nada que importe? (Sergio, 19 años).

Lejos de las estructuras del hogar y del colegio muchos adolescentes, si se les da la oportunidad, experimentarían por vez primera un sentido de identidad, de poder y de descubrimiento de talentos dormidos o sin desarrollar. Cada reto es una oportunidad para crecer y desarrollarse, y los retos para convertirse en un miembro de la comunidad adulta abundan en la sociedad, en el mundo natural, en el deporte y en las artes. Ofrecen una plataforma única donde los adolescentes pueden sentir la vida desde dentro, no como meros espectadores pasivos. El escritor David Orr describe esta unión de lo físico, lo mental y lo emocional como embodied knowing (conocimiento instintivo), algo más parecido al instinto y a la intuición que a la comprensión intelectual. Este estado más auténtico reta al adolescente a dar lo mejor de sí mismo.

Para los seres humanos de cualquier edad, incluidos los adultos, resulta muy útil haber aprendido a enfrentarse al miedo a «no saber», a «no tener talento». En muchos países europeos se otorga una admiración social exagerada hacia la excelencia en la práctica de cualquier disciplina, particularmente en las artes y los deportes. Pero en este camino se ha despreciado la aportación de aquellos que no encajan en esta descripción romántica del artista o del deportista «tocado por la inspiración». El arte y el deporte no sólo sirven para alimentar una tradición de excelencia y de retos superados. Son también, y tal vez por encima de todo, potentes medios de comunicación e instrumentos de cohesión social. Si no formamos artistas y deportistas aficionados, tampoco tendremos espectadores informados. La sociedad pierde así una gran fuente de riqueza cultural, de expresión y de superación personal, de comunicación y de cohesión social.

En las sociedades mediterráneas, gregarias por excelencia, suele ponerse casi todo el énfasis de la vida del adolescente en el desarrollo de las relaciones sociales. Se dificulta así otras formas de expresión y de experiencias vitales, como el desarrollo de aficiones, los trabajos sociales en la comunidad o poder compartir experiencias con personas que están en entornos sociales y edades distintas a la del adolescente. Las cifras de alcoholismo adolescente en España, los malos resultados académicos y los problemas de violencia social deberían fomentar un replanteamiento urgente y profundo del ocio y de las posibilidades de desarrollo social y emocional que tienen nuestros adolescentes.

COMUNIDAD Y ESCUELA

La escuela es la estructura social donde la sociedad plantea sus demandas al adolescente. Cómo está estructurada y cómo plasma estas demandas resulta de vital importancia de cara al sano desarrollo de estos jóvenes. Los adultos, recomienda el pedagogo Chip Wood, deben comprender que los adolescentes necesitan libertad para poder retar esta estructura. Los adultos deben entablar la comunicación con el adolescente desde un talante negociador, para que estos puedan desarrollar «devoción disciplinada» tanto hacia sus deberes como hacia los adultos que los tratan con respeto.

En el caso de las tareas que se hacen en casa es importante que el adolescente no las considere un castigo o un trabajo menor, porque entonces sólo mostrarían rebelión y resistencia y no desarrollarían la capacidad de devoción disciplinada (y a medio plazo tampoco aprenderían a trasladar esta devoción a sus obligaciones futuras). Una forma eficaz de enfrentarse a las tareas con un adolescente rebelde es la negociación, retándolo a que haga sus deberes lo mejor que sepa. Poco a poco se pide al adolescente un mayor esfuerzo que se puede reflejar, por ejemplo, en un gráfico. Este modelo de esfuerzo paulatino y consensuado puede repetirse en todos los ámbitos necesarios: participación del adolescente en deportes, en las labores del hogar, en el servicio a la comunidad, en las horas de regreso a casa… cada encuentro del adolescente con una figura adulta solícita y respetuosa puede ser motivo de una interacción constructiva.

Tanto en casa como en la escuela necesitamos crear espacios donde el adolescente se siente escuchado para que su fidelidad pueda emerger. Escuchar al adolescente, recalca Chip Wood, no significa ceder en todo, sino respetar y compartir su experiencia y hacerle sentir que comparte con los adultos espacios donde es bienvenido y aceptado.

De nuevo la empatía resulta clave para ayudar a los adolescentes a corregir comportamientos negativos. Existen formas sencillas de desarrollar la empatía en un contexto académico, como explica por ejemplo Amy Corvino, una profesora de alumnos de 14 años en una escuela de Bethesda, Estados Unidos. «¿Qué situaciones podrían estresar a Romeo?», pregunta. Las respuestas arrecian desde todos los rincones de la clase: «Julieta se pelea con sus padres». «Su padre amenaza con renegar de ella si no se casa con París». «Sus familias están enemistadas». «Se casan». «A Romeo lo destierran». «La doncella de Julieta la traiciona». «Viven en el caos». «La muerte de su primo Tebaldo». «Muere Mercurio, que era el mejor amigo de Romeo».

Las peleas con los padres, el matrimonio y las relaciones íntimas, la muerte de miembros de la familia y de amigos, todos ellos son temas que tienen mucha relevancia en una reciente encuesta acerca de qué eventos estresan a los adolescentes (Beland, Douglass, 2006), explica Kathy Beland, directora de School-Connect, un programa que incorpora la enseñanza de competencias socioemocionales a contenidos curriculares. Los alumnos de Amy Corvino han completado el cuestionario individualmente el día anterior, aprendiendo así cómo el estrés acumulado puede afectar su salud física y emocional. Ahora aplican el cuestionario al protagonista de una obra de Shakespeare y descubren los paralelismos que hay entre sus vidas y la de Romeo. Aprovechan además para discutir y comparar en clase preguntas como «¿Qué cosas te hacen sentir feliz?» y «¿Qué te produce una satisfacción profunda?». Reconocer las diferencias entre estas experiencias emocionales les permite comprender que las cosas que les hacen felices son experiencias placenteras pasajeras, como salir con los amigos o ver una buena película, y que las que provocan una satisfacción profunda suelen implicar un trabajo intenso o una experiencia transformadora.

En el ámbito del amor, diferenciar entre las relaciones que aportan un placer pasajero y aquellas que nos transforman resulta muy útil para comprender las relaciones interpersonales y saber qué queremos en cada momento. «¿Qué pasa con Romeo? ¿Está persiguiendo experiencias y emociones placenteras con sus amigos y sus amoríos —primero Rosalía y después Julieta—, o son sus sentimientos más profundos?». Enamorarse sin instrumentalizar a los demás será una de las muchas preguntas que los alumnos de esta clase discutirán a raíz de la lectura de esta obra.

El estudio de una obra literaria ofrece en este caso una excelente plataforma para analizar la experiencia personal de los alumnos, enriquecerla y desarrollar en un contexto académico el reconocimiento y la gestión de las emociones y la búsqueda de soluciones creativas para enfrentarse a los cambios y a las incertidumbres de la vida diaria.

ENCONTRAR UN LUGAR EN EL ECOSISTEMA HUMANO Y NATURAL

Relata la bióloga marina Laura Parker Roerden, directora de Ocean Matters, un programa que organiza campamentos de buceo para adolescentes en los arrecifes de coral en las islas Caimán, la transformación personal que suele implicar para los adolescentes el contacto intenso con la naturaleza. «Cada vez que intentamos analizar un elemento natural aislado, nos damos cuenta de la interdependencia del mundo natural». A medida que pasan los días, los adolescentes empiezan a ver el arrecife como una gigantesca orquesta donde cada miembro tiene un papel determinante y complementario a la vez, que les ayuda a captar qué significa la interdependencia de los miembros del grupo humano. El grupo humano es un ecosistema donde cada miembro se valora y tiene algo que aportar. Las acciones individuales afectan al conjunto y la diversidad estabiliza el sistema.

La ecología y la forma de ser de la tierra ayudan a los adolescentes a verse a sí mismos en relación a los demás, a limar diferencias y resolver problemas, a escuchar atentamente, a comunicarse con respeto y a valorar la diversidad. Para los adolescentes, el sentido de pertenencia que derivan del mundo natural es un refugio necesario de la responsabilidad inminente que se deriva de su intenso proceso de autonomía personal.

Los estudiantes pueden desarrollar una relación constructiva con la naturaleza en el jardín de su casa o en el patio de la escuela. De hecho, apuntan los expertos, es casi preferible ayudarles a conectarse a su propio entorno que a entornos exóticos con los que no se identificarán a medio plazo. En un contexto urbano se puede adaptar el estudio de un grupo de árboles en el parque del barrio o de las estrellas y la luna, a la edad y conocimientos de los estudiantes.

La meta final es que los estudiantes lleguen a conocer un lugar natural no sólo de forma mental, sino integral. La escritora y pedagoga Rachel Carson escribió que para un niño «… saber no es ni la mitad de importante que sentir. Si los datos objetivos son las semillas que más tarde producirán conocimientos y saber, las emociones y las impresiones, en cambio, son el suelo fértil en los que crecen las semillas». Las presiones para cumplir determinados criterios académicos suelen ignorar esta necesidad del niño. En las primeras horas de acercamiento a la naturaleza conviene centrarse sobre todo en la experiencia emocional del niño. Para ello hay que evitar cargar la experiencia de contenidos académicos, soltar lastre y dejar espacio para que el niño pueda expresar sus sentimientos y saber que el adulto los escucha con respeto.

En este sentido apunta Laura Parker que la relación con el mundo natural se parece a cualquier buena relación: necesita tiempo para desarrollarse en el respeto mutuo y en la intimidad.

LA SUPERACIÓN PERSONAL A TRAVÉS DEL ARTE Y DEL DEPORTE

El arte y los deportes conforman un proceso de autoconocimiento que da un cauce de expresión a algunas de las necesidades humanas intrínsecas más importantes. El psiquiatra norteamericano William Glasser desarrolló una interesante teoría del comportamiento, conocida como teoría de la elección, que afirma que los seres humanos tienen necesidades, codificadas en la estructura genética, que condicionan su comportamiento: estas son la necesidad de supervivencia, el amor y la pertenencia, el poder y el reconocimiento, y, por último, la libertad y la diversión. Poder, pertenencia, libertad y juego conforman un marco de referencia que puede resultar útil para observar ciertas pautas del desarrollo infantil.

Muchos niños, debido al entorno en el que crecen, no consiguen satisfacer estas necesidades naturalmente y las artes y el deporte abren un camino importante para ellos.

El arte separa al creador de su creación y esto puede facilitar el aprendizaje emocional en un contexto seguro, incluso metafórico. También permite la creación de plataformas para discutir en grupo temas controvertidos, porque el metalenguaje artístico y el espíritu de diversión permiten relajar las defensas emocionales y verbales del grupo. Así las personas se podrán enfrentar de manera más fácil a la resolución de problemas o de debates controvertidos.

Para los niños más jóvenes el juego es una forma de crear un espacio seguro del que derivan comprensión. Las artes y el deporte tienen un nexo de unión con el juego: se parecen al juego y dependen de la imaginación. Son herramientas de comunicación emocional y expresiones naturales del espíritu creativo y del lado mágico de la vida, porque sobrepasan las limitaciones del mundo diario.

Dice Zephryn Conté, una pedagoga americana especializada en el campo del arte y de la responsabilidad social, que su experiencia— con sus estudiantes le recuerda de forma constante que todos albergamos un espíritu creativo aunque a muchos nos hayan despojado de él a medida que nos acercamos a la edad adulta, a través de la educación formal. Todos deberíamos ser capaces de disfrutar del proceso creativo, al margen de nuestro talento objetivo, desarrollando, fortaleciendo y expresando las habilidades del pensamiento creativo: resolución de problemas, introspección, sentido de la perspectiva, empatía, resiliencia, comunicación eficiente, trabajo en equipo y toma de riesgos sana.

Aprender a pintar a cualquier edad no es sólo cuestión de desarrollar una habilidad más. Supone la superación del complejo y del miedo a «no saber», a «no ser capaz». Permite además mirar el mundo que nos rodea con una mirada fresca. Por ejemplo: cuando decimos la palabra «caballo» de forma inmediata tenemos la imagen mental del caballo en la cabeza. Ya no vemos al caballo que realmente tenemos delante, sino a un arquetipo de caballo que hemos almacenado en nuestra mente. A menudo perdemos la capacidad de mirar lo que de verdad nos rodea. En un experimento llevado a cabo con un grupo de niños españoles e ingleses se les pidió que pintasen un paisaje que tenían delante de los ojos. El resultado fue que, fuese cual fuese el color de cielo, los niños ingleses lo veían gris y los niños españoles lo pintaban azul.

Desarrollar una relación directa y real con el mundo ayuda a no vivir encerrados en las representaciones mentales de nuestro cerebro. En este sentido los videojuegos y artilugios gráficos no pueden reemplazar otras formas de ocio porque tratan al niño como espectador pasivo, mientras que aprender a dibujar o a copiar, por ejemplo, significa aprender a mirar sin prejuicios.

La práctica disciplinada de las artes y del deporte enseña al niño otra lección magistral: a medida que aprende a dominar una técnica a través de su esfuerzo, comprueba por sí mismo que el esfuerzo y la disciplina arrojan resultados notables. Este convencimiento, que sólo se adquiere «con las manos en la masa», podrá trasladarlo a cualquier ámbito de la vida por el que quiera interesarse.

A medida que los adolescentes aprendan a ser menos dependientes emocionalmente de su hogar, serán cada vez más importantes para ellos no sólo las conexiones creadas con el mundo exterior sino también las amistades que traben con sus amigos. Durante la adolescencia la presión social de los compañeros puede ser muy fuerte. Aquellos que tengan una sólida autoestima y cauces de expresión y exploración diversos serán capaces de resistir mejor las presiones sociales de sus compañeros. En general los preadolescentes, en especial aquellos entre los 10 y los 14 años, desarrollan la capacidad de reprimir o de esconder sus emociones para ser menos vulnerables al entorno. Es una reacción normal y necesaria en esta etapa de socialización grupal intensa en la que las emociones nos hacen muy vulnerables a los demás. El problema surge si los adolescentes llegan a creer que emoción es sinónimo de debilidad. Si no distingue entre ambos, al adolescente le resultará difícil encaminarse hacia la edad adulta dueño de una gestión emocional cada vez más experta y tenderá a anular o a moderar la expresión más emocional y genuina de su ser.

Para ayudar a los niños y a los adolescentes a comprender sus emociones y a reconocerlas, los tiempos de conversación establecidos entre padres e hijos son cruciales: para los más pequeños, a la hora del cuento, podemos hacer una pausa para hablar con el niño acerca de las emociones de los personajes del cuento y paralelamente para recordar alguna situación en la que él o ella haya sentido emociones similares y sus reacciones ante estas. Cuando los hijos llegan a la adolescencia los padres deben seguir expresando su afecto de forma positiva y clara, aunque también con tacto, en los lugares y momentos adecuados. Momentos privados de conversación en el coche, en casa, durante una excursión o en cualquier lugar suficientemente tranquilo ayudarán al adolescente a saber que sus padres quieren conocer sus preocupaciones y que este deseo de comunicación surge de un interés genuino, es decir, que no está dictado por el afán de controlar al adolescente. Desde la comunicación sincera podemos ayudar a nuestros hijos a asomarse al complejo hábitat de las emociones del resto del mundo, donde pasarán el resto de sus vidas.