Capítulo 26

En una semana, y con mi ascenso en la cartera, una placa de color dorado, donde se distinguían, en letras grandes, la palabra: SARGENTO, entré en el despacho del Ministro de Defensa, el teniente coronel Santos Mortero. Los servicios secretos se repartían a partes iguales entre el Ministerio del Interior y el de Defensa, cosas de la política.

El Señor Ministro era delgado, fuerte y con la cara esculpida a trozos. Sostenía entre sus dedos un cigarrillo y apuró la colilla hasta fumarse la mano. Su voz le delataba, era un adicto a la nicotina. Me saludó con un sonoro buenas noches, que retumbó en la estancia durante unos minutos, hasta que el taconazo de un soldado de la guardia hizo que se desvaneciera la vibración. El Jefe del estado, el Ministro del Interior y el Ministro de Defensa, además de amigos eran afines, es decir, tenían las mismas ideas, y se hablaba de la posibilidad de que tras la muerte del Dictador, uno de los dos Ministros fuera el encargado de sustituirle, algo que no gustaba ni a los de dentro, ni a los de fuera. Los países colindantes no estaban conforme con que unos hombres tan belicosos se hicieran cargo de una de las potencias más bien armadas que existían actualmente. La dictadura había invertido el capital del petroleo en la compra de tanques y aviones, y la creación de buques de guerra, que hacían de nuestra nación una de las más poderosas desde el punto de vista armamentístico, algo obligado por otra parte, ya que España era la frontera entre el Tercer Imperio y los Reinos Árabes. El Ministro del Interior se encargaba de mantener unida la patria, pero el Ministro de Defensa era el garante de conseguir que los países fronterizos nos respetaran. Mis conocimientos del Francés, hicieron que el Señor Ministro de Defensa me propusiera para mi próxima misión, la de adentrarme en ese enorme país y contactar con un grupo llamado VERTICE, un puñado de exmilitares y mercenarios que aportaban sus conocimientos combatientes al mejor postor y que según los servicios de información exterior planeaban un golpe de estado para derrocar al Jefe del Estado, el excelentísimo Señor Marcial Elvira, un hombre que llegó al poder de una de las naciones más grandes, utilizando únicamente sus dotes de mando, su visión de futuro y su verborrea que encandiló al pueblo y le hizo ver lo que era mejor para ellos.

El hecho de que me ofrecieran, perdón, me exigieran realizar esa misión de tan alto riesgo para mi vida, suponía un empujón a mi fulgurante carrera dentro de los Servicios Secretos. Los ascensos no eran asignados por estudios, ni por capacidad, sino por méritos, y era evidente que yo tenía muchos. En el fondo me corrompía el saber que no era tal y como mis jefes pretendían hacerme creer, sino que la casualidad se había unido con la suerte y me hacían parecer algo que realmente no era. De las dos misiones encomendadas, sólo había extraído la conclusión, decepcionante, de que esto del espionaje era una mierda. Sí, sí, una enorme chapuza que se basaba más en las postrimerías de los asuntos investigados que en los efectos reales a corto plazo. Ni los chavales que volaron por los aires al Ministro del Interior eran del todo culpables, ya que se podía haber evitado, si hubieran querido los militares, y ni Mohamed y Andrés eran esos esperados terroristas sanguinarios y faltos de escrúpulos que pretendían desestabilizar nuestra próspera dictadura. Pero la imagen que trasmitía el gobierno de la nación a nuestra ciudadanía era de fortaleza, de vigor, de entereza en la lucha contra todos los enemigos del pueblo. Me reí, pensé en Rosa, la dulce, aquella chica que conocí en mi última misión, en su cabello liso, en su voz de fumadora empedernida ¿dónde estará? Mi reciente ascenso a Sargento me autorizaba un escalón más en las indagaciones de los archivos del Servicio Secreto.

Antes de salir rumbo a Francia, mi siguiente destino, quise prepararme convenientemente y visité el Centro Documental para la Seguridad Nacional, el C.D.S.N. un organismo dependiente de los dos Ministerios, el de Interior y el de Defensa, donde se almacenaban todos los informes relativos al espionaje nacional e internacional y que solamente podía consultar personal autorizado.

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