IX
Urdaneta y el escorbuto
Los españoles y portugueses eran los amos de los océanos, poseedores del oro y los indios, de las rutas de mar y tierra, de las plantas medicinales, pero en cuanto a las enfermedades, muchas, creían, eran obra del demonio o del pecado. Los ingleses y franceses les daban menos importancia, en general, a las cuestiones sobrenaturales cuando esto significaba adquirir nuevas rutas comerciales. Una red de espías circulaba por los puertos de las colonias hispanas en busca de la sabiduría del mar, las cartas de navegación y la geografía.
Los primeros exploradores, muy a su riesgo, tan solo con la ventura de la religión católica, que poco sirve en el mar, fueron sin duda los españoles, vascos y gallegos, para precisar, que destacaban como navegantes. Una de las primeras y grandes hazañas náuticas, luego del viaje de Magallanes fue el retorno de las Filipinas y las Molucas, llamadas las Islas de la Especiería. Se había llegado, faltaba el regreso para establecer una ruta de mercancías de Oriente a la Nueva España. Cuatro expediciones habían fracasado. Una de ellas, comandada en 1525 por Jofre Loaiza, padeció el escorbuto luego de cruzar el Estrecho de Magallanes; perdió cuatro de siete naves antes de alcanzar Filipinas, una zona portuguesa, según el Tratado de Tordecillas, no respetado. Una inmensa región de archipiélagos colindantes con China, reinos legendarios, Siam, y lugares habitados por salvajes. En la expedición de Loaiza iba el piloto y cosmógrafo vasco Andrés de Urdaneta. Navegante culto, matemático, embarcado a los 17 años en la expedición de Loaiza, supo de las desventuras y las enfermedades: «De mas de [e]sto, da una enfermedad en esta Mar del Poniente a los hombres que se les creçen y podreçen las enzias y mueren muchos de [e]sta enfermedad, que a nosotros solamente en una nao se nos murieron desde el estrecho hasta las yslas quarenta hombres y aun a los que an ydo desde a Nueua España para la Espeçeria no les a dexado de dar esta enfermedad empero como la nauegaçion se haze em poco tiempo y lleuan bastimentos frescos, no haze tanta ynpresion como haze en los que ban desde España por el Estrecho».
A casi un año de navegar, solo la Santa María de la Victoria alcanzó las Molucas, en plena disputa entre las coronas de España y Portugal. Urdaneta, el matemático y filósofo precoz, se batió contra los portugueses. Once años permaneció en las Islas de la Especiería viajando en balandras, sin perder cuenta de los relatos de viajeros sobre la geografía, clima, aves. Las aves eran un recurso de los navegantes cuando se carecía de instrumentos para calcular la longitud. Todo lo anotaba, y todo se perdió cuando de regreso a España desembarcó en Lisboa y la autoridad le robó sus apuntes y cartas de navegación, con latitudes y floridas rosas de los vientos. Al parecer, algunas copias fueron a dar a Inglaterra en el contrabando de los mapas, aunque no fuera, ni remotamente, una nación con poderío naval.
España estaba urgida de una ruta entre el Oriente y sus colonias. El sueño de Cristóbal Colón se cumplía. Hernán Cortés, en su talento de explorador, envió una expedición hacia las Filipinas, construyó los barcos en la desembocadura del río Balsas. Tres naves zarparon en octubre de 1528 rumbo a las Molucas. Llegó solo una con Álvaro de Saavedra, castellano de tierra muy adentro, pero pariente lejano de Cortés. La venta de cargos, títulos y encomiendas burocráticas era también una suerte de contrabando con el que se premiaba a los serviles o se daba patente a gente sin experiencia, como Saavedra. Tres veces intentó volver a América, murió ahogado en el último intento. En su tripulación iban indios tlaxcaltecas, ignorantes de toda arte de mar. Quedaron algunos en las Molucas, a merced del mestizaje.
Andrés de Urdaneta se aisló en la Nueva España. A los 46 años era un monje agustino, con vida casi de clausura. A oídos de Felipe II llegó apenas la resaca de su fama como navegante. Fue elegido para una nueva expedición a las Filipinas, esta vez con el recado de volver a la Nueva España.
«El rey: Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la orden de Sant Agustín:
«Yo he sido informado que vos siendo seglar fuisteis en el Armada de Loaysa y pasasteis al estrecho de Magallanes y a la Espacería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque ahora Nos hemos encargado a Don Luis de Velasco, nuestro Virrey de esa Nueva España, que envie dos navios al descubrimiento de las islas del Poniente, hacia los Malucos, y les ordene lo que han de hacer conforme a la instrucción que es le ha enviado; y porque según de mucha noticia que dizque teneis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendeis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en dichos navios, así para toda la dicha navegación como para servicio de Dios Nuestro Señor y nuestro. Yo vos ruego y encargo que vais en dichos navios y hagais lo que por el dicho Virrey os fuere ordenado, que además del servicio que hareis a Nuestro Señor yo seré muy servido, y mandaré tener cuenta con ello para que recibais merced en lo que hubiere lugar. De Valladolid a 24 de Septiembre de 1559 años».
Zarpó de Barra de Navidad el 15 de marzo de 1564. El comandante de la expedición fue el vasco Miguel López de Legaspi, capitán de la mejor cepa. Urdaneta nunca fue capitán, ni lo deseaba, era un verdadero matemático del mar, sagaz en el cálculo preciso de latitudes y muy aproximado en las longitudes, nunca se le escapó la altura de la Osa Mayor atrapada con la ballestilla, el elemental y valioso instrumento para todo navegante escudriñador de las estrellas. Con talante sosegado era una fiera para la memoria de cabos e islas, penínsulas y promontorios, en la lectura del vuelo de las aves, en los idiomas malayos que le revelaban las corrientes del mar. Con el espectro del escorbuto, luego de su viaje por el Estrecho de Magallanes, proveyó las naves construidas en Acapulco con cítricos y cocos resistentes y generosos en prevenir el escorbuto y dar agua, cuando este líquido se medía cuidando cada pinta en los barriles salobres. El coco y su pulpa proveían algo de vitamina C, pero también de las vitaminas del grupo B. Sin saber la causa, atribuyéndola a la morriña de los viajes largos, no era raro que la marinería enloqueciera, y el coco y su pulpa la mitigaban. A bordo del galeón San Pedro tocó tierra en las Molucas en febrero de 1565.
El San Pedro fue carenado en la isla de Cebú para el tornaviaje. Maniobra difícil esa de esperar la marea alta, dirigir el barco a la playa, tirar a terreno seco, escorarlo a babor para limpiarlo de moluscos adheridos al casco que restan velocidad, restituir la madera podrida de un costado y del otro.
El fraile y navegante reconstruyó de memoria los mapas que le robaron los portugueses, le ayudó su conocimiento del malayo para encontrar una corriente, al norte, en contra de la lógica marinera para regresar al sur. Los alisios que soplaban sobre la proa fueron vencidos por el monzón de verano. El San Pedro, monumental, supone una eslora de 26.8 metros, una manga de 12.64 metros y un puntal de 8.6 metros; su tripulación era de setenta hombres, en su mayoría guipuzcoanos. Zarpó de Cebú el 1 de julio de 1565, el 4 de agosto se encontró con la corriente de Kuro Shivo y el 8 de octubre entró a Acapulco el primer navío en surcar de este a oeste una nueva ruta de las especies, 7 664 millas en el viaje más largo hasta esa época por una ruta desconocida. Abrió uno de los comercios más ricos de la historia náutica y, para los ingleses, «el mejor botín de todos los océanos». Tras él fueron los ingleses.