Veinticuatro
Había sido educado en la idea de que los hombres no lloran, pero no hizo el menor intento por impedirlo, encendió un cigarrillo y siguió gimiendo por Janis, Sosiégate, ¿Podrías callarte? Me gustaría pasar unos días en silencio, por mi dolor, Lo siento, Quiero ir a esa playa donde arrojaron sus cenizas, Primero debes vengarte, No quiero hacerlo, primero voy a ir a esa playa, ¿Estás olvidando la muerte de Sidronio?, Que muera cuando le toque, Parece que perdiste la cordura, ¿ya pensaste en tu madre?, ¿en tus hermanas?, ¿estarían de acuerdo con tu proceder? En la radio dijeron que el entierro fue una ceremonia privada, a la que sólo acudieron familia y amigos, ¿Por qué?, ¿acaso yo no tenía derecho?, Claro que no, para ella no significaste nada, fuiste su amante por ocho minutos.
Esa noche, David no durmió con el fin de acentuar la vigilancia. Si de momento perdió el interés de viajar por la muerte de Janis, ahora quería ir cuanto antes al lugar donde habían tirado las cenizas. A partir de las nueve las celdas eran cerradas por fuera con una gruesa barra de metal, excepto las especiales, como la de David, por las que se pagaba una cuota y podían ser manejadas al arbitrio del poseedor. David tenía atrancado por dentro y aguardaba el amanecer, entretanto oía ruidos de ratas, de platos rotos, lo asediaban los mosquitos. En cuanto cerró la puerta la imaginación le jugó una broma: le pareció ver al Rápido en su cama, comiendo la sopa como si nada, y oírlo repetir: ¡Qué bárbaro don Sandy!, vaya que se la hizo buena a ese crápula del Rogelio, todo mundo habló de eso, lo escuché en La Petaca, en Palmarito, en Mexicali, hasta en El Vergel oí hablar de un serrano que había matado a otro de una pedrada en la cabeza, ¡y dónde lo vine a encontrar!; ya sabe cómo somos aquí: nos matamos como sea, con cuchillos, pistolas, metralletas, con lo que sea, pero de una pedrada está café, ¿no gusta una probadita?, se le van a enfriar las tortillas.
Estaba muy nervioso, ¿De dónde saldrá tanta neblina?, Pa mí que este cabrón fue envenenado, dijo el jefe de custodios, Mírale la jeta, Ya le tocaba, ¿Pues qué le dieron de comer? Recordó la visita de Carlota Amalia, una luna intensa cruzaba el firmamento y se colaba por las claraboyas de la pared que daba al patio, la misma luna de aquella noche lejana cuando lo invitó a bailar a sabiendas de que no podía negarse, No creo que se parezca a lo que guisa tu mamá, había dicho, ¿Por qué insistió en que tirara el guisado?, Ni duda cabe. En esos momentos se preguntaba si Sidronio respetaría el convenio. Su resquemor provenía de que en la sierra cada asunto tiene su modo y hay tratos que es difícil sostener, ¿No mataron a su padre, pues?, ahora deseaba que el convenio no se violentara, Debes vengarte, insistía su parte reencarnable, Déjame en paz, me tienes harto, sólo sirves para perturbarme, una vez más sintió la soledad del que sólo cuenta consigo mismo.
A pesar de las precauciones del Cholo el guarura nunca llegó, ¿Qué onda?, esa noche se tendría que rascar con sus uñas. Extrajo la Smith & Wesson de la olla de frijoles, se esforzó en recordar las instrucciones del Chato y la dejó al alcance de la mano, lista para jalar el gatillo. Ya que Sidronio se encontraba a unos cuantos metros tendría que pasar la noche en vela, Que duerman los patos canadienses, nadie le impediría llegar a la playa de Janis, y se dedicó a esperar. Si era cierto lo que decía el licenciado al día siguiente dejaría esa cueva de ratas para siempre. A medida que avanzaba la noche le entraron ganas de comer caldo de pescado y chupar los huesitos, de ver a Rebeca bailando en la proa de la Acorazado Potemkin, La luna está en todo su esplendor, mi perro, mientras la brisa fresca agitaba su blusa, ¿No quieres machaca de camarón? En cuanto saliera iría a casa de sus tíos a recoger el pasaporte, el licenciado le compraría el boleto a Los Ángeles y luego, Pata, a la playa de Janis.
De alguna celda llegaban carcajadas, Como veo doy, alguien mentaba madres, otro se tiraba pedos. Los que podían pagar por tener a sus parejas, mujeres u homosexuales, disfrutaban con ellas, los que no, acudían a dos barracas en las que se ejercía el comercio carnal. Entre esos ruidos la noche transcurría, y conforme avanzaba se llenaba de miedo, Tengo que aguantar despierto, dentro de pocas horas voy a salir, Estás desperdiciando una oportunidad de oro, toda tu maldita vida te vas a lamentar, vas a ver, No quiero que me madruguen, no quiero morir, La muerte es rápida e indolora, ¿A ti no te pasa nada?, No, sólo el suicidio me afecta, afortunadamente, después de ti viene mi eterno descanso. No pegó los ojos ni siquiera horas después de que los ruidos cesaron. Por eso detectó de inmediato el sonido de pasos que venían, se encomendó a Dios y aguardó: Lo que tenga que pasar va a pasar de volada.