Veintidós

A veces en el penal la calle importaba un bledo: había música y gritos a toda hora; los presos marcaban los días y se olvidaban entre bromas y veras lo que es la libertad, algunos hasta cantaban. Los que nunca descansaban y vivían cavilando en salir se estrellaban contra el maldito muro electrificado de seis metros de altura. En su perra vida habían pensado en la utilidad del salto con garrocha, hasta ahora, pero ahora se jodian. David vigilaba arduamente: Sidronio es más peligroso que veinte Rollings, casi tanto como Mascareño. En la sierra las cosas que se deben arreglar con palabras se arreglan con palabras, las que no, no, y Sidronio no parecía apaciguarse. Peor para él, dijo la voz, Entonces todo será más sencillo. Antes de retirarse, Santos instruyó al Rápido: Mantente alerta, no dejes pasar nada, y a partir de ese instante el viejo gatillero dormía con la escuadra en la diestra, silenciador colocado. Si David no abandonaba su barraca antes de hablar con Sidronio, ahora menos: vivía acostado, oyendo música y viendo el póster de Janis Joplin; intramuros había tanto armamento como afuera, de tal suerte que podía suceder cualquier cosa; por eso estaba nervioso, cada ruido lo perturbaba. A los tres días de la primera visita, Mojardín le anticipó que estaba a punto de salir, las razones de Doroteo P. Arango abatieron los obstáculos más sólidos, y cuando fallaron las razones jurídicas o las relaciones, fue el dinero del Cholo el que abrió boquetes: Sólo falta la firma del gobernador para conseguir la amnistía, carnal, si no se ha conseguido es porque el señor se encuentra en el DF y va a regresar hasta el viernes, con suerte firmará en el aeropuerto y tú podrás salir pitando a mi boda, ¿A poco?, Neta carnal, Doroteo Arango platicó con él, por teléfono: Sólo su firma señor gobernador, Lo único que me preocupa, licenciado, es que el mitin será el jueves y la excarcelación de Valenzuela al día siguiente, podría interpretarse como un signo de debilidad; Al contrario señor Gobernador: los sinaloenses lo van a ver como un humanista que ansia resolver por la vía pacífica los problemas de estos plebes que pretenden cambiar el mundo, La verga es cuadrada; mira Doroteo, tu cliente va a salir pero no por lo que me dices, no me chingues con esas pendejadas, lo voy a sacar porque tengo los huevos muy gordos, punto.

David comentaba a reponerse, por fin se le notaba en la cara y en la fuerza de los miembros, a cada rato se echaba sus tragos de Hemostyl y comía en serio, para ello sólo tenía que seguirle el ritmo al Rápido, que elogiaba cuanto se llevaba a la boca, desde la comida del penal que jamás perdonaba, hasta los riquísimos guisos que María dejara aquel domingo. No había vuelto a ver a Sidronio desde el día de la visita; tan sólo una vez el Tenebras pretendió acercársele pero el Rápido lo atajó: Quiubo, quiubo, pa dónde va; es un favor muy especial mi Tenebras, usted sabe cómo es la raza que está por asesinato, ¿como tú, verdad?, y el Tenebras, que tiro por viaje sentía la imperiosa necesidad de enviar diablos al infierno comprendió que no iba a poder saltar esa muralla; a raíz de ello el Rápido redobló los cuidados: sabía que por un par de pesos el noventa y nueve por ciento de los presos aceptaría cualquier encargo y a él no le gustaba dejar nada al azar.

Sidronio sabía que era imposible ganarle el jalón al Rápido, por algo lo conocían como el pistolero más eficaz desde Guadalajara hasta Tijuana, así que optó por jugar fino, y eso implicaba utilizar a su mujer: Quiero que vayas a saludar al tontolón, le ordenó la mañana del miércoles. Carlota Amalia lo miró estupefacta, enterarse de la presencia de David la había inquietado, y ahora su esposo pretendía que lo visitara, No creo que deba, se excusó, Aquí se hace lo que yo mando, Sidronio le asestó una cachetada que le sacudió la falsa cabellera pelirroja, Vas a ir a saludarlo, ella se negó: No por favor, Sidronio la sentó de un puñetazo en la boca, ¿Qué?, ¿todavía te gusta el cabrón?, Carlota Amalia pretendió levantarse, ¿Quieres bailar con él como cuando mató a mi hermano?, mira puta hija de la chingada, comenzó a patearla, si el tontoleco mató a Rogelio también fue por tu culpa y estás en mi lista, pinche vieja machorra; Carlota no hizo el menor gesto ni se quejó, ya se había acostumbrado a ese trato y estaba bien, desde aquella noche en que murió Rogelio todo lo que le sucedía estaba bien. Sidronio enloqueció: si algo lo sacaba de quicio era que su mujer se quedara en silencio, como ida, así que se lanzó sobre ella y la empezó a desnudar, Aquí mando yo, repetía furioso, Mi hermano está muerto por tu culpa, pinche perra caliente, le rompió la blusa y la falda hasta la pretina, le chupó los pezones y luego la penetró. Hagan algo, las mujeres que vivían en los cuartos contiguos les rogaban encarecidamente a sus maridos que detuvieran a Sidronio, pero aquéllos, Es su bronca, preferían mantenerse al margen.

David escuchaba en la radio noticias de la serie mundial, Le harian un homenaje a Sandy Koufax, el zurdo de las veintisiete victorias en el sesenta y seis, cuando un poco antes de la cena apareció Carlota Amalia maquillada, vestida de azul y con el labio superior ligeramente inflamado. Llevaba un tóper cubierto, el Rápido carraspeó e indicó a señas que iba a vigilar desde fuera, que no tuviera pendiente; David, que no podía creerlo, apagó la radio. Si Rebeca exhalaba un olor animal que enloquecía, Carlota Amalia desprendía todos los olores suaves de la sierra: el de la noche, la hora dúctil en que el viento es un habitante más, la tierra húmeda, los encinos, la secreta fragancia de los pinos al mediodía. David la vio y recordó la noche en que bailaba envuelto en su tibia cabellera, cuando quería verla desnuda, como la soñaba desde hacía años, meterla en su cama y contemplar a su lado la Vía Láctea y el Lucero del alba. Pero no fue posible: ahora era la esposa de Sidronio Castro, el hombre que debía matar.

El Rápido se instaló afuera, dispuesto a intervenir en caso necesario; al principio pensó cachearla pero no se atrevió, ¿qué hubiera pensado Sidronio?, Hola David, ella dejó rodar una lágrima y dijo que jamás imaginó encontrarlo allí, tan flaco y tan lastimado, David descubrió que era más cómodo recordarla que enfrentarla, se acordó de cuando la espiaba en el tendedero, Yo soy Rielera tengo mi Juan; No está nada mal, comentó la voz, Un poco maltratada pero su belleza clásica persiste, ¿Y tu mamá?, En Durango, Me la saludas cuando la veas, sus papas fueron muy amigos: se prestaban palas, tazas de azúcar o alcohol, ¿Ya te casaste?, él negó, le agradaba la visita, a fin de cuentas, ¿qué no iban a tener ocho hijos? Por culpa de ella su vida había tomado esos derroteros; ella contó que se había casado con Sidronio y que le iba bien, que de vez en cuando la obligaba a quedarse unos días en Aguaruto, se tocó el labio herido, y agregó: Me acuerdo mucho de ti. David pensó que coqueteaba, ¿Sabrá su marido que vino?, Con lo celoso que es Sidronio esta visita podría tener consecuencias, pero no la puedes correr, le aconsejó su parte reencarnable; ahí estaban sus piernas bajo el vestido floreado, los senos bajo esa blusa de terlenka y sus grandísimos ojos verdes, su estampa inconfundible de gabacha. David prefirió cambiar de tema: ¿Y el Duque?, En Chacala, es el encargado de la vinata y ya se casó, voy a tener un sobrinito, ¿Hace mezcal?, Pues claro, ¿Y Nazario?, Lo mataron en Mazatlán, ¿no supiste?, No, ¿Y ésta quién es?, señaló al cartel, Janis Joplin, me voy a casar con ella, se sonrojó, Es guapa, ¿es artista?, Cantante; y Carlota señaló al tóper: Te traje chambarete en estofado, me hubiera encantado hacerlo de conejo pero aquí no hay. David le agradeció, ¿Todavía va el Duque de cacería?, Supongo que sí, le tomó una mano y la apretó, la recordaba bañándose en el río, cubriéndose los senos con la espuma, ¿Y tu chamarra roja?, Se la regalé a mi hermana, Qué manos tiene, dijo su karma, ¿En qué trabajas?, Soy pescador, Con razón estás tan moreno, y aparte el negocio, ¿Cuál negocio?, ¿No estás en el negocio?, ¿Cuál?, lo miró con ternura, Ay David: el negocio de los Carvajal Quintero, Pues no; ¡Carlota! Se escuchó a lo lejos, Bueno, me dio mucho gusto verte, ¿sabes?, el estofado salió tan malo que no te lo recomiendo, mejor échalo al excusado, se puso de pie, ¿Cómo crees?, al rato nos lo cenamos, Ni siquiera es de conejo, lo tomó, Yo misma lo voy a tirar, pero David se lo impidió, No, nos lo vamos a comer, te lo garantizo, Déjame tirarlo, te puedo hacer uno más sabroso, Éste es el bueno, No, deja que te guise otra cosa, se puso pálida, Ay David, tira eso, suplicó, Mañana te traigo algo más rico, ¡Carlota!, Bueno, se despidió, me saludas mucho a tu mamá.

El Rápido la vio alejarse y entró, Está bonita pero yo pondría más cuidado, señor: Castro es el diablo y quiere ablandarlo, ¿por ella mató a Rogelio?, David asintió: La tenía apartada, la bailé, él se enojó, Y le madrugó, ya veo; ¿qué nos trajeron?, el Rápido olió el estofado, Lo mejor es tirarlo, a lo mejor tiene camuco, No, ¿por qué?, Mire Sandy, el confiado siempre es la víctima, así que por sí o por no vamos a tirar esto y voy a ir por dos platos de yegua, Pero se ve riquísimo, ¿y si mejor lo probamos?, No lo aconsejo, ¿Entonces qué le digo?, Si le llegara a preguntar dígale que es lo mejor que ha probado en su vida, Mejor cenemos de lo que dejó mi tía, Con eso completamos. El matón tomó dos platos y fue a la cocina instalada en el patio, donde los presos comisionados repartían caldo de pollo, arroz y chiles, ¿No trae algo de carne compita?, el Rápido se acercó a uno de los cocineros, ¡Ah cómo chinga mi Rápido!, ya le he dicho que no, tragúese lo que le toca, No sea cabrón, aunque sea para una muela, ¿Cree que es restorán o qué?, Hombre, qué escasos estamos, le echó un peso en el bolsillo, el interno lo miró serio, luego sonrió, Pinche viejo, sólo porque me caes bien, y le puso un muslo en cada plato, Nomás no le digas a nadie porque se me arma. Con esto y un poco de lo nuestro la hacemos. La oscuridad se aproximaba. El gatillero empezó a cenar, Levántese Sandy, es su penúltima cena en este palacio y necesita reponerse, Al rato mi Rápido.

David recordaba con embeleso el canto de Carlota Amalia en el tendedero, Él es mi vida yo soy su querer, y lamentaba su acusada metamorfosis: si bien no sonreía como antes su mirada seguía siendo acariciante; sin embargo la cercanía con Sidronio no le había favorecido: le disgustó verla con el pelo largo y de color artificial, ligeramente gorda, con demasiado maquillaje…, Pinche Sidronio. No es bueno, después de tantos años, ver al primer amor, es preferible que quede enterrado en la memoria para siempre. Se van a enfriar las tortillas, el Rápido lo apremiaba pero él no escuchó, de pronto vio que la figura de Janis crecía y no quiso abrir los ojos, lo que flotaba en su mente no era el póster, hasta su parte reencarnable empequeñeció y dejó de oírse, Is this the Chelsea Hotel?, se dejó atrapar, atrapar y con esa imagen se quedó dormido.

Despertó con el pase de lista a las seis de la mañana. En la penumbra distinguió al gatillero en la cama contigua. Se le cansó el caballo, pensó, Rápido, ¿calentaste agua para el café?, pero el matón no se movía; Rápido, te estoy hablando, ¿qué onda? Al encender la luz vio un cuerpo rígido y retorcido, que tenía la boca negra, ¡Ay cabrón! ¿Qué pasó? Lo movió, Rápido, ¿qué onda?, Está muerto, explicó la voz, ¿Quién lo mató?, Ni idea, no te distraigas, lo importante es esconder su pistola, ¿Pero dónde? Seguro van a revisar hasta el último rincón, En la maceta. A punto de colocarla allí prefirió guardarla en la habitual olla de los frijoles, que estaba a la mitad; la envolvió en una bolsa de plástico, la metió hasta el fondo y echó más agua. ¿Y ahora?, Lo mejor es avisar. Tan pronto salió al patio lo abordó el Tenebras, ¿Qué pues mi ésele?, páseme pa mi raya, ¿no?, Cuando venga, Ya dijo, y fue a dar parte al edificio tres, donde pasaban lista.

Toda la mañana lo retuvieron en las oficinas. Tuvo que declarar lo mismo seis veces ante distintas personas: Que el Rápido y él eran compañeros, que comían juntos, que la noche anterior se había zampado dos raciones de yegua, algo de carne deshebrada y un buen plato de frijoles con chile; en lugar de realizar una investigación, los custodios se limitaron a llenar unas formas amarillas con el sello del gobierno del estado. Todos sabían a qué entraba el Rápido y no le iban a mover. El forense explicó: infarto al miocardio, pero lo hizo por llenar el expediente, las muertes en el penal eran muertes que a nadie importaban, Uno menos, decían, y aunque el Rápido fuera un preso tan particular, muerto no tenía la menor importancia; sólo esperaban que su deceso no tuviera mayores consecuencias.

Cuando corrió la voz de que en la barraca dieciséis había fiambre, los reclusos se agolparon, A ese muchacho tan serio se lo cargó la chingada. A Sidronio lo arrebató el alborozo: Servido hermanito, celebró mientras su mujer, sintiéndose perra, cocinaba huevos con chorizo para el desayuno. No habían pasado diez minutos cuando supieron la verdad, ¡Hijo de su puta madre!, Ese cabrón tiene más vidas que un gato, mi hermano tenía cartucho cortado y no alcanzó a jalarle, yo lo acribillé antes de que me pegara el botellazo y ni siquiera lo rocé, mi primo lo persiguió por atrás de su casa y nada, dicen que lo torturaron para sacarle la verdad sobre un cargamento de chiva y míralo: hasta está engordando el cabrón, ahora en lugar de tragarse él el estofado se lo comió el Rápido, además le di una lana a los cocineros para que le dieran un extra ¡y tampoco le afectó! Sidronio comenzó a hacer cuentas: Si contamos que cuando tenía doce años se cayó al barranco y sacó puros rasguños, van seis, le queda la última vida. Carlota Amalia sirvió los huevos en una mesa plegable, calentó tortillas de harina y no pudo disimular su satisfacción, ¿Y tú pendeja, de qué te ríes? El impacto del plato con huevos en la cara no le dolió, era tanto el deleite que tampoco le importó el golpe en la cabeza; Total: una raya más al tigre.

Cuando David volvió los reclusos lo rodearon, querían saber de qué había muerto el Rápido: Un hombre tan sano, de tan buen humor; el Tenebras también se hizo presente: Yo soy amigo de los amigos, compita, lo que se le ofrezca, ya sabe: estoy aquí enfrente en la treinta y dos, y le recuerdo que me prometió para mi raya. David le dio diez pesos y se encerró en su cuarto. Sidronio, desde su celda, observaba cautelosamente el remolino. Por la tarde abordó al Tenebras, que le debía trescientos pesos, lo abordó mientras caminaba rumbo al campo de béisbol: Mi Tenebras, encendió un Delicados, Quiero mi lana, Uy mi jefe, ahora sí me la puso cabrona, no tengo ni en qué caerme muerto, Para eso sobra suelo mi Tenebras, ¿en dónde quieres caer?, Jefe, la neta, no tengo lana, de veras, además ya le he dicho, se lo puedo pagar con algún servicio, total me echaron cuarenta años y no llevo más que seis, ¿cuándo voy a salir?, ¿Pues no dicen por ahí que se te arruga?, el recluso echó humo por la nariz, ¿A mí? Ni en el pensamiento mi jefe, ¿por qué cree que estoy aquí?, A poco muy felón, Ahí nomás pal gasto, déme chanza y verá, Entonces despacha al de la dieciséis, ¿Al muchacho?, ¡Cuál muchacho, es un cabrón gandalla que me la debe!, Quedamos a mano con la deuda y aparte te doy cincuenta pesos, ¿qué dices?, De acuerdo, pero hágamela buena jefe, déme de perdida cien para estar tranquilo una semana, Ni tú ni yo, que sean setenta y cinco, con el Rápido muerto no tendrás dificultades, todo es cuestión de llegar y órale, a como te tiente.

Como siempre, antes de cenar David sintonizó la radio. Para su sorpresa, el locutor hablaba de Janis Joplin. ¿A poco? No lo podía creer. En unos minutos repasaron su vida, el hecho de que tenía poco pegue cuando estudiaba high school, que se consideraba fea y trabajó de mesera, sus raíces country, su influencia negra, el éxito que tuvo en Woodstock y Monterey, la manera en que impuso su estilo. La sequedad con que se referían a ella comenzó a inquietarlo y en eso el locutor repitió que habían encontrado el cadáver de la cantante en la ciudad de Los Ángeles, ¿Qué?, Fue en un cuarto del hotel Landmark, amables radioescuchas, sus amigos Vince Mitchell y John Cooke descubrieron el cuerpo entre el buró y la cama; todo indica que se trató de una muerte accidental causada por alcohol y heroína extraordinariamente pura. David lloró como los que han perdido todo, Janis llevaba dieciocho horas muerta y él ni siquiera lo sospechó embebido en su póster: estaba ahí, llena de energía, en plena actuación. El locutor continuó: Un día antes de morir estuvo en el estudio donde The full Tilt Boogie Band trabajaba en la banda sonora de Buried Alive in the Blues, de Nick Gravenites. Acarició la figura del póster, Su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en una playa de San Francisco, lugar donde la cantante acostumbraba pasar sus momentos de soledad, Saca los redaños, la voz ocupó toda su cabeza, Dejó material grabado que aparecerá en los próximos meses con el nombre de Pearl, ha muerto la reina, descanse en paz, y pusieron sus canciones.

Ánimo, tal vez salgas mañana, ¿Para qué?, ¿ahora qué voy a hacer sin Janis?, ya no sé a dónde ir, con quién vivir, nada, No te dejes abatir, tienes que pensar en vengarte, ¿Para qué?, no tengo a nadie, Señoras y señores, dijo el locutor, esto es Me and Bobby McGee.