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Alarma

Magdalena avisó por teléfono a Salvador Rivera para que acudiese, por favor, lo antes posible, y que no fuese modesto, que una eminencia no deja de ser eminente así como así, que los sabios no se estropean con la edad, todo lo contrario, que los años lo que dan es solera, que era un asunto de vida o muerte, no, hijo, no soy yo ni Leonel, gracias a Dios, tenemos nuestros achaques pero vamos tirando, y María Buena también va tirando, la pobre, pero seguro que has oído que Elsa está por aquí, después de tantísimo tiempo, ¿te acuerdas de Elsa? Irene tenía orden de hacer las maletas, una locura, Magdalena intentaba que entrase en razón, todavía no hay nada seguro, le decía, la esperanza es lo último que se pierde, uy, perdón, mujer, disculpa porque con este apuro ya no sé ni lo que digo, lo que quería decir era que el organismo de una persona es muy traicionero y mejor no hacerse ilusiones, que aguardase por lo menos a ver qué opinaba Salvador Rivera, ya sabes que es una eminencia. Pero Elsa no atendía a razones, que quería marcharse, que estaba visto que aún no había llegado su hora, que si nada ni nadie pudo detenerla cuando dejó plantado al pobre Álvaro, con lo inofensivo que era, las cosas como son, ahora tampoco iban a conseguir amarrarla, ni ahora ni nunca, eso el bueno de Bob lo había entendido divinamente. Pues en la cara no se le nota nada la mejoría, dijo María Buena con el cuajo malajoso que le salía cuando se le presentaba la oportunidad de darse un recochineo con satisfacción, para ella una animación tan repentina no pasaba de ser otra de sus ventoleras, que siempre fue así, con aquel carácter, a caprichosa y terca nadie le ganaba. Salvador Rivera, como es natural, quiso saber cuáles eran los síntomas, y Magdalena le dijo pues nada, que estaba agonizando aquí tan ricamente desde hace algo así como dos semanas, porque tú sabes que ella vivía en América, concretamente en California, acuérdate de lo que pasó, y cuando comprendió que se moría cogió a su hija y se vino, sin reparar en gastos, agonizando como Dios manda, y aquí estaba ella muriéndose la mar de bien, que como en tu casa la verdad es que no te mueres en ninguna parte, pero ayer de repente se sintió muchísimo mejor y ha pasado una noche estupenda. Salvador Rivera guardó silencio, y a Magdalena no le extrañó lo más mínimo, siempre había sido igual, muy de pensarse las cosas, pero la cavilación se fue alargando tanto que Magdalena no tuvo más remedio que interrumpírsela, Salvador, ¿sigues ahí?, no es que yo quiera meterte bulla, pero a lo mejor puedes venir pensando por el camino, ya te digo que es muy urgente. Lo mejor es ver cómo evoluciona en las dos próximas horas, dijo Salvador Rivera, sólo si tú ves que sigue mejorando de un modo exagerado llámame, pero si el proceso no avanza puede que sea una falsa alarma. Pues si es una falsa alarma, Salvador, también me gustaría saberlo cuanto antes, la verdad, le dijo Magdalena con todo cariño, entre otras cosas porque tenemos preparada una fiesta por todo lo alto, que hay que ver la lata que la pajolera ha dado con la fiesta, una fiesta fenomenal para que ella se despida a gusto de esta cochina vida, que hasta van a cantar Lolita Garrido y su cuarteto de cámara, bueno, el cuarteto de cámara no canta, la que canta es ella, ya sabes que ella cantando también ha sido siempre una eminencia, y ya te puedes figurar el desavío que es tener que desbaratarlo todo de golpe y porrazo, aparte de la falta de consideración con los invitados, que por cierto tú estás invitadísimo, no hace ni falta que te lo diga, quiero decir que entre nosotros no hay protocolo, decírtelo sí te lo tengo que decir, claro, no vas a adivinarlo, pero ya ves qué plan, lo suyo es que podamos celebrar la fiesta como estaba previsto, sea una falsa alarma o sea una alarma auténtica, y si luego ella se quiere recuperar, que se recupere. Y encima estaba aquella manía que le había entrado de pasearse en camisón por delante de Vladimir, que menos mal que allí todos eran de confianza, pero no dejaba de ser un espectáculo y la pobre Irene andaba voladísima, ver a tu madre haciendo la cabaretera en déshabillé, a sus años, en la cara de un hombre por muy de caoba que fuera el hombre, no es plato de gusto para ninguna hija. Irene dijo que no había forma, que estaba empeñada, que quería viajar cuanto antes. Costaba creer lo cambiada y lo dispuesta que se la veía a Irene de pronto, hasta Genaro se ponía comiquísimo haciendo morisquetas de maravillada incredulidad, que si no fuera porque lo estaba viendo no se lo creería, que a ver si no iría a sentarle mal tantísima estupefacción, que ya no tenía él edad para ir de asombro en asombro sin un respiro, decía, que fue salir Elsa de la agonía tan de señora de toda la vida que estaba llevando y entrar en aquel frenesí medio barriobajero de ganas de disfrutar otra vez de la vida y había que ver lo fenomenal que Irene había reaccionado enseguida, que no parecía ni norteamericana, con una sensatez y un sentido de la decencia y de la buena crianza que los tenía a todos asombrados. Irene procuraba que su madre no se le escapase al menor descuido y se lanzase escaleras abajo a bailarle a Vladimir la danza de los siete velos o algo por el estilo, decía que era una creación personal, un movimiento que le salía a ella del interior como a las mujeres primitivas, que no necesitan ir a ninguna escuela de ballet para crear arte y sensualidad con su cuerpo, y lo decía tan campante, decía que lo que mejor resultado da es la seducción natural, dejarse llevar por los impulsos y por las ganas de vivir, eso es algo que siempre impresiona mucho a según qué hombres. No a Leonel, desde luego. Hay que ver cómo se ha puesto nuestra anciana parienta desde que le vio las carnes al muchachito del gimnasio, aunque algo también tendrá que agradecerle a las satisfacciones que le dimos entre tú y yo la otra noche, claro que yo mucho más que tú, porque tú te distraías una cosa mala con mis encantos, bandido, no te vayas a creer que yo no me daba cuenta, que no me importa, ¿eh?, todo lo contrario, cuando quieras lo repetimos, de verdad, pero esta vez los dos solos, esta vez te prometo que me concentro bien en darte todo el gusto a ti y al final no vas a bailar la danza de los siete velos, qué va, al final vas a bailar tú solito sevillanas rocieras hasta reventar; eso le dijo Leonel a Genaro mientras veían sin hacer nada, sin ayudar, cómo Irene trataba de convencer a su madre para que volviera al dormitorio y dejase de hacer la Salomé delante de Vladimir. Vergüenza tendría que daros, les dijo Magdalena, ya que no sois capaces de echar una mano, que bien pensado es mejor que ni lo intentéis, por lo menos deberíais dejar de mirar como si la recuperación senil de mi hermana, la pobre, fuera un número de circo. María Buena no paraba de preguntar que si en esa casa no pensaba nadie en comer. Como para echarle cuenta al apetito estaban ellas, eso dijo Magdalena, y ellas eran ella y su sobrina Irene, que los demás se las aviasen que ya eran mayorcitos, que encargasen algo sencillo y rápido a La Piriñaca para almorzar, que encargasen para todos por si acaso, claro, pero que no iba a pasar nada si por un día tenían autoservicio. ¿Y por qué no se iban todos a La Piriñaca, que invitaba ella? My goodness, mamá, no digas tonterías, quiero decir que ahora no hay tiempo para convites, o una cosa o la otra, o nos vamos ahora mismo a tu habitación y hacemos las maletas, o a lo mejor ya no podemos hacer el viaje hasta la semana que viene, que tuviera en cuenta que aquello no era Nueva York, de donde salen aviones para todas partes constantemente. Y Elsa dijo que ahora sí que echaba en falta al pobre Bob, para él no había nunca dificultades de ésas, si a ella le entraba de pronto el capricho de viajar a Singapur, aunque estuvieran en medio del desierto del Gobi, en un periquete tenían dos billetes para Singapur y hasta les daba tiempo para organizar un party de despedida por todo lo alto, costase lo que costase. Y por si fuera poco se empeña en ir en camisón, pues no está ella orgullosa del modelito, lo más selecto de la colección de la mejor temporada del negocio del marido, ropa íntima para señoras, ya sabes, una marca de primerísima calidad, eso seguro que es cierto porque de lo contrario a ver de dónde habrían sacado para esa vida de despilfarro y de viajes de ensueño, pero por selecto que sea no es cosa de presentarse así en La Piriñaca, que es verdad que el sitio ha decaído bastante, me da lástima decirlo porque no deja de ser como de la familia, después de todo en esas cocheras he jugado yo lo que no está en los incunables, como decía la pobre Lorenza, que no sé dónde aprendería eso, pero de repente empezó a decirlo y ya todo estaba o no estaba en los incunables, figúrate que la primera vez que entré en el restaurante me pareció que de pronto ibas a salir tú de debajo de una mesa, Salvador, y que ibas a ponerte a hacerme rabiar como cuando éramos chicos, qué tiempos. Aún no habían pasado dos horas, pero Elsa estaba mejorando de una forma exagerada, y Salvador se lo había dicho, hablamos dentro de dos horas, pero si antes tú ves que mejora más de la cuenta, llámame. Porque no sólo era aquella ocurrencia de llevárselos a todos invitados al restaurante, y ella presidiendo la mesa en paños menores, como quien dice, sino que le había dado por bajarse el escote en plan lagarta callejera, ni siquiera con un poquito de estilo, que toda la vida de Dios ha habido niñas bien que salían descocadas, pero con clase, faltaría más. Pobre Bob, cada vez que ella se vestía así, muy escotada, enseñando mucho más de lo que permite el decoro, sudaba la gota gorda, a los hombres todo se les nota mucho, y no había nada más chistoso que un paseo de ella, con un vestido de noche con un escote bien alargado hacia la cintura, por los salones de un buen hotel o de una embajada, que los hombres no lo podían remediar, a los pobrecitos se les iban los ojos como si ella llevase imán en el canalillo, que ya sabía ella perfectamente que así no habla una señora, no seas pejiguera, mujer, pero es que las señoras la mayoría de las veces no sabemos hablar. A las cosas hay que llamarlas por su nombre: canalillo. No, por Dios, no es que ahora enseñe eso, ya sabes cómo es Leo muchas veces, que nunca aprenderá ese hombre a morderse un poquito la lengua, pero a veces hay que reconocer que está sembrado, que de buenas a primeras se encontró a Elsa bajándose el escote, angelito, no se le puede pedir que estuviese preparado para una impresión así, la verdad es que tenía mucha gracia contándolo, dice que pensó que le había dado una embolia de cómo se le fue la cabeza ante aquella visión, que es verdad que mujer que le mira tarde o temprano peca, más bien temprano que tarde, según él, que la modestia nunca ha sido su fuerte, incluso dice que él ha hecho mucha pecadora automática, pero que una Medina debería saber disimular, sobre todo si tiene ya la edad del siglo, como quien dice, de forma que no pudo aguantarse y le dijo que, frente a aquel espectáculo, Vladimir lo que era arrancarse no sabía él si se arrancaría, pero desde luego de lo que no le libraba nadie era de vomitar. Pero al canalillo no llega, bendito sea el Señor, lo que quiere es enseñar la mancha. Otras dos horas va a ser demasiado, Salvador, dentro de dos horas Elsa es capaz de estar merendando en no sé qué hotel de Estambul que por lo visto le encanta, después de dejarnos a todos hasta la coronilla de verle la mancha, eso sí. Le había dicho a Irene que, en cuanto llegasen a Del Mar, iba a llevarla al tugurio del puerto donde a ella le tatuaron el beso del cosaco, que seguro que seguía tal cual, y la pobre Irene le dijo que cómo iba a seguir igual después de sesenta años, que seguro que ya no existía ni la calle, pero Elsa le dijo que esas calles y esos sitios no desaparecen jamás, que ella lo supo en cuanto entró, aquel negro gigantesco estará allí, con aquellas manos que eran como camiones que flotasen, no se le ocurría mejor comparación, unas manos tan grandes y tan enormes y tan delicadas al mismo tiempo, cuando ella entró había un marine sentado en un taburete delante del negro, desnudo de cintura para arriba, rubio y fuerte como un toro, pero en la cara se le veía que no podía hacer mucho tiempo que había cumplido los veinte años, y más que en la cara en la manera en que la miró, tenía en los ojos ese empuje fanfarrón y atolondrado de los chiquillos que de repente se han llenado de músculos y de ganas de comerse vivo todo lo que se le ponga por delante, y no digamos si es un bombón con mucha clase, y ella era un bombón con clase para hundir un portaaviones, nena, eso le dijo el muchacho, y el negro gruñó, que no se moviese, porque le estaba tatuando un buitre de plumaje muy frondoso y mirada muy aviesa en el hombro, y entonces se quedaron los tres en silencio por lo menos durante un cuarto de hora, aunque ella y el marine se miraban como si él se agarrase a ella para no quejarse y ella le estuviera dando motivos para demostrar que sabía comportarse como un hombre, y el negro por fin dijo ya está, ahora tendría que procurar que no se le infectase, y luego miró a Elsa sin ninguna expresión particular, como si de pronto estuviera realmente acostumbrado a que allí entrasen todos los días señoras como ella, y fue un trabajo sencillo y rápido, el marine le había pedido permiso para quedarse un momento, porque era mejor que no se vistiera enseguida, y Elsa dio su consentimiento con una leve inclinación de cabeza, como si estuviesen en el salón de baile del palacio de Schönbrunn, y se descubrió el cuello y el hombro izquierdo con mucha serenidad y sin asomo de coquetería, como si aquello fuera la consulta del ginecólogo, y señaló el lugar exacto, junto a la clavícula, allí se había pintado con lápiz un pequeño óvalo ondulado por la parte superior hasta reproducir fielmente la forma de los labios de Vladimir, y sacó un trozo de tela teñida después de infinitos ensayos hasta conseguir el tono de marrón que ella siempre había soñado, que guardaba allí donde construye sus inventos la memoria, y le dijo al negro de las manos como camiones flotantes que aquél era el color, y todo lo demás fue silencio y un dolor como el mordisco agarrado de un gato, y la respiración como un lamento del muchacho semidesnudo con un buitre tatuado en el hombro, y un espejismo repentino de amores turbulentos y peligros insoslayables que ella trató de retener cerrando los ojos y que se esfumó como la sombra de un merodeador cuando el negro de los dedos potentes y delicados dijo que ya estaba. Seguro que todavía sigue allí el muchacho del buitre en el hombro, le dijo Elsa a Irene. Seguro que allí estaba desde entonces, esperando. Que se olvidara de las maletas, que no hacía falta llevarse más que lo puesto, en casa tenían de todo, que llamara a Miguel el chófer para que dentro de cinco minutos estuviera en la puerta, desde alguna parte tendría que salir enseguida algún avión para San Diego. Así que haz el favor de venir inmediatamente, Salvador: se nos va. Y Salvador dijo estoy ahí dentro de diez minutos. Y si llega a entretenerse un minuto en el camino ya habría sido demasiado tarde, eso a Magdalena no se lo iba a quitar jamás nadie de la cabeza, un minuto más que hubiera tardado Salvador Rivera y Elsa se nos habría ido sin remedio, dijo Magdalena después, por mucho que él quiera quitarle importancia, que siempre ha sido igual ese hombre, una eminencia y un santo al mismo tiempo, que hay que ver lo difícil que es eso, que la sabiduría es natural que se te suba enseguida a la cabeza, pero a Salvador Rivera no, a Salvador Rivera ya lo habían visto todos, no era que ella se lo inventase, un dechado de humildad, que le bastó mirarla y dijo no hay que preocuparse, esto no tiene solución, ha sido una falsa alarma, es la típica reacción del organismo que hace un último esfuerzo para seguir vivo, siempre que oigas que un moribundo tiene de pronto una mejoría, que parece incluso que va a echar a correr, no te quepa la menor duda, le ha llegado de verdad el momento, Magdalena. Elsa dijo entonces que se sentía mareada, y entonces Irene se puso a dar instrucciones para que la fiesta pudiese empezar en cualquier momento.