VIII — CASI SE QUEMAN…
Las puertas se cerraron una vez los hombres a bordo. Harp Land estaba salpicado de aceite y polvo. Saltó al asiento piloto y con manos expertas empezó a manipular los mandos de control.
— ¡Que empiecen los generadores! -gritó Loesser con voz entrecortado desde el interfono.
— Dentro de poco despegaremos -dijo Harp permaneciendo ocupado en los mandos. Había una fuerza interior que empezaba a apoderarse de ellos, mientras Carlin conseguía llegar como si estuviese borracho a uno de los asientos. 025 aceleración escalada. ¡Ya estamos!
Y el Phoenix saltó con una fuerza incontrolable desde la rampa de despegue del aeropuerto espacial. Aumentaba su velocidad dirigiéndose hacia el cielo estelar, al tiempo que iba dejando atrás las luces parpadeantes de Nueva York hasta desaparecer totalmente en la distancia.
— Autorización -se oyó a través del panel de comunicación Universal-. Entregad la autorización de despegue.
— Ya se ha entregado la autorización -respondió Harp Land cortando la comunicación seguidamente, echándose a reír-. Esto les preocupa un poco.
El modo como Harp tenía de llevar la nave hacia el espacio, le parecía a Carlin suicida. La atmósfera del planeta no tardó mucho en comenzar a silbar por la fricción cortante del aparato rompiendo su tranquilidad, desgajada por aquel monstruo propulsor.
La luna apareció ante ellos como un gran globo de plata frente a las estrellas. Los ojos de Carlin se fijaron en el brillante disco solar.
Entre tanto, el «Phoenix» continuaba su marcha incontrolable; a Carlin parecíale completamente ilegal la velocidad que llevaban en el interior del sistema solar. Una verdadera carrera hacia el distante Sol.
— Reduce la velocidad, redúcela -ordenó Jonny a su hermano-. Si continúas así, no podrás desacelerar a tiempo para situarnos en nuestra órbita alrededor del Sol.
Harp Land se volvió con el rostro encendido por la emoción:
— Por todos los dioses. Al fin nos hallamos en camino. Ahora les demostraremos que los hombres terrestres pueden llegar a hacer en el espacio lo que ningún otro haya conseguido.
La voz de Jonny Land se dejó oír, con gesto sorprendido y al propio tiempo determinado:
— Creo que estamos todos demasiado nerviosos. Esto no ha empezado todavía. Fijaros bien hacia donde vamos.
Carlin oyó cómo todos apaciguaban sus voces y, él mismo, sintió un estremecimiento de emoción al mirar la gigante órbita de fuego hacia la cual el «Phenix» se dirigía aceleradamente.
— Estaremos en la órbita antes de que hayamos colocado la draga, si no nos damos prisa -dijo Jonny-. Vamos, ayudarme.
La enorme draga magnética tenía que ser instalada en su puesto, con los tubos de las pipas para hacer las conexiones en el interior de la nave, los cables y los generadores, los tubos refrigerantes para el compresor y los filtros Markheim que eran la parte principal Y más delicada de la draga.
Todos se dieron prisa y aceleraron la puesta en marcha del aparato, mientras de manera ciega y poderosa el «Phenix» se acercaba rápidamente a la órbita solar. Todos ellos, Carlin, Jonny y dos de los otros hombres, ponían a punto las últimas conexiones. El lugar donde debía de colocarse la draga, estaba caliente a causa de que los oxigenadores no conservaban el aire puro.
— ¡Todo a punto! -gritó Jonny al fin, después de unas cuantas horas de trabajo que les parecieron eternas-. No hemos terminado demasiado pronto. Llegamos muy deprisa.
A través de las ventanas, la nave parecía rodeada de un velo de luz. Era la fuerza de las pantallas que repelían las radiaciones del calor.
Cuando Carlin entró, con Jonny en la habitación de piloto, quedaron medio cegados pese a las pantallas, por la fuerza de la luz existente, frente de la cabina de pilotaje.
La mitad del cielo que se veía era Sol. Un abismo gigante de llamas que hacía enloquecer por su inmensa magnitud. Todas las dimensiones del espacio y aún más, parecían abarcadas, dando la impresión de que cayesen a un infierno de fuego.
Harp volvió su rostro sudoroso, informando:
— Creo que nos emplazaremos en la órbita en menos de una hora.
Ross Floring habló desde su silla en la cual estaba atado, al recuperar el conocimiento.
— ¡Jonny, te he estado esperando! Harp no me habría escuchado. Tenemos que volver.
Jonny sacudió la cabeza:
— De nada sirve Ross. Sé que te limitas a cumplir con tu deber y siento mucho haberte metido en este peligro, pero ahora ya no podemos detenernos.
— ¡Nunca llegaréis a conseguirlo! -exclamó Floring-. Los cruceros de control deben de estar ya tras vosotros. Han debido suponer dónde me encuentro.
— Amenazas vacías -exclamó Harp-, no pueden saber donde estás Ross.
— Jonny, mira mis bolsillos -gritó Floring-. ¿No ves una radio pequeña en uno de ellos? Es un aparato por el cual cualquier oficina de control puede localizarme a cualquier distancia. Cuando vean que ya no vuelvo podrán saber dónde me encuentro a través de ella.
— Si eso es verdad -dijo Jonny Land, ya deben estar tras de nosotros. Harp, vuelve a abrir la comunicación.
Harp obedeció. El ruido de la órbita gigantesca que tenían enfrente de su aparato, dejó no obstante paso a una voz aguda que llegaba a través del instrumento.
— Escuadrón de operaciones de Control cuatrocientos treinta y tres nueve, llamando a «Phenix» ¡Ultima advertencia! Os hemos rodeado y os vamos a atacar a menos que volváis y os rindáis.
Sorprendido y malhumorado, Harp Land desconectó el botón y apagó la imagen de la pantalla de televisión. A lo lejos se veían unas pequeñas estrellas que se movían rápidamente y que formaban cuatro triángulos de luz. Triángulos… que eran los signos de la Galaxia de Control.
— Por todos los dioses; ¡vienen tras de nosotros! -gritó Harp-. Jonny, no están más que a unos minutos de distancia tras de nosotros y vienen a toda prisa.
— Vamos a caer sobre vosotros si no dais media vuelta -advirtió el aparato de comunicación con una voz firme.
Laird Carlin, no habría podido pensar hacia unas semanas solamente, que pudiera desobedecer una orden del Control de Operaciones. Los ciudadanos de la Galaxia estaban entrenados para obedecer y seguir con toda regla la gran organización que había hecho del Universo un lugar de ley y de orden.
Pero la antigua independencia de estos hombres de la Tierra, había hecho mella en él. Habían arriesgado mucho ya, e incurrido en ciertos delitos que les privaban de rendirse.
— ¡Continuad! -exclamó Carlin-. No podrán seguirnos una vez nos hayamos colocado en la órbita y nos hayamos acercado a la fotosfera, su nave no tiene pantallas para rechazar el calor lo suficiente que les permita seguirnos.
— ¡Por Júpiter! -exclamó Harp volviendo a alumbrarse su rostro por la esperanza-. Ahora no me atrevo a dar mucha más velocidad. Tengo que empezar a descelerar si queremos situarnos en órbita correctamente.
— Desacelera según tenemos convenido -dijo Jonny- No podrán caer sobre nosotros a tiempo. Pronto lo sabremos.
El «Phenix» volando hacia aquella gigantesca esfera, estaba entrando en órbita alrededor del Sol, tan cerca como fuera posible, de su fotosfera o superficie gaseosa.
Tenía que ser así. Ninguna nave tendría poder suficiente para acercarse tanto al Sol y poder soportar aquella exposición y, su propia energía. Continuaron acercándose al Sol sin captar por el momento dato alguno que les indicara que los instrumentos de la nave no funcionaran correctamente.
El aire en el «Phenix», sin embargo, se hacía cada vez más caliente. Jonny encendió otra de las pantallas repeledoras de calor, y aquel agobio en la nave se hizo menos fuerte.
Los dedos de Harp se mantenían con fuerza sobre los aparatos de control, desacelerando, y conduciendo la nave en una posición espiral hacia el Sol.
— Carlin, diles que no hagan locuras. Diles que se detengan -gritó Ross Floring-. Los cruceros caerán sobre nosotros de un momento a otro.
Carlin no prestó atención. Sus ojos se mantenían fijos en la pantalla de televisión, donde los cuatro cruceros hacían todo lo posible por perseguirles.
De pronto llegaron con un silencio asombroso, pero mortal, cuatro ráfagas de llama que rozaron el «Phenix». Eran cuatro salvas de llamas atómicas que casi hicieron zozobrar la nave. Loesser llegó tambaleándose a la habitación de pilotos con el rostro encendido.
— Nos destrozarán si nos lanzan otras ráfagas -gritó-. ¿Qué oportunidades tenemos?
— ¡Encended las pantallas seis y siete gritó Harp Land sin mirar a quien le hablaba-. ¡Estoy entrando en órbita ahora!
— Es demasiado pronto -gritó Jonny- es…
Carlin vio que Harp ni siquiera le había oído. El gigante estaba cortando los elementos de su carrera, los elementos de la carrera de la nave, dejando que su desplazamiento dependiese solamente del poder de impulsión de la órbita en que se habían lanzado. Las pantallas de rechace de radiación, trabajaban todas en este momento. Otra salva de radiaciones atómicas pasó cerca de la nave. Carlin sabía que los hombres que iban persiguiéndoles, sabían que Floring se hallaba a bordo. Pero las Operaciones de Control sacrificarían a cualquiera de sus hombres si era necesario, con tal de prevenir la excavación solar que siempre había significado el desastre y los disturbios solares.
— Mirad allí -dijo Loesser.
En aquel momento el «Phenix» estaba lanzado en su corona y se inclinaba más cerca hacia la radiación solar que sobrepasaba los dos mil grados.
La mente de Carlin sufrió una convulsión de terror por el espectáculo que se presentaba ante sus ojos. No él, sino ningún otro hombre se había acercado tanto a la gran estrella. Estaban entrando en una región de tan violentas energías, que todas las leyes del espacio y del tiempo aquí parecían canceladas.
Cegador, el brillo del Sol les dejaba atónitos y perturbados a pesar de los filtros protectores de las pantallas contra las irradiaciones. Miraban hacia el vasto y aterrador océano de gases. Un mar de vapores metálicos y otros elementos no metálicos. En aquellos momentos, las pantallas mostraban que los cruceros de Control se habían retrasado y desaparecían de la vista de ellos.
— No podían seguirnos tan cerca. La fotosfera -gritó Harp Land-. Les hemos despistado y ahora estamos casi en órbita.
— No podemos hacer la órbita solar -gritó Floring- y aunque pudiéramos, los cruceros se encargarían de nosotros desde el exterior de la órbita, y una vez localizados nos incendiarían y destruirían. Tened en cuenta esto y abandonad la empresa.
Vito, uno de los hombres que formaban parte de la expedición, entró en la cabina procedente de la sala de máquinas. Las pantallas de rechace de las radiaciones ¡no dan ni una dina más de fuerza! Si nos acercamos más estamos perdidos.
— Ya estamos en órbita -dijo Jonny-. ¡Espera!
Harp Land estaba ensimismado en la operación más difícil de los hombres del espacio. Conducir su nave hacia un equilibrio exacto en la órbita, alrededor de un cuerpo celeste. Mucho más difícil aún cuando aquel cuerpo era un planeta. Casi imposible, tratándose de un cuerpo que era una estrella titánica. Carlin vio que el rostro del gigante se cubría con una máscara helada mientras trataba de centrar las agujas en sus diales, y les daba fuerza con una delicadeza infinita. Guiando, cambiando… cambiando nuevamente.
Harp apagó uno de los contactos. La fuerza de las olas de propulsión fue muriendo. Los motores del «Phenix» se habían apagado. Y las agujas de gravitación permanecían constantes.
— ¡Estamos en órbita! -gritó la voz de Harp Land.
Carlin hubiera querido también gritar.
— Por todos los cielos, no hay otros hombres por toda la Galaxia como los terrestres… ¡No hay otros!
El «Phenix» daba vueltas alrededor del Sol, formando una corona profunda y acercándose a la fotosfera.
Tenía la sensación de que eran unos hombres suspendidos en un Universo en llamas de fuerza incontenible. Su mente recibió este impacto. Estaban, allí donde no había hombres, donde no había vida y nadie había intentado llegar. Estaban violando el intocable santuario de las estrellas.
— Ahora… la draga -dijo Jonny-. No tenemos fuerza suficiente para mantener las pantallas de rechace de las radiaciones solares durante mucho tiempo. ¡Vamos Carlin! -Carlin fue con él. Los hombres se mantuvieron alrededor de la draga magnética mirando con ojos de asombro y de temor al mismo tiempo. El metal estaba tan caliente que con sólo tocarlo podía hacerles gritar, mientras se acercaban a los generadores de circuitos y a las autoturbinas. Los aparatos comenzaron su funcionamiento, formando un campo magnético. De pronto la nave sufrió una convulsión. Harp llegó hasta ellos a toda prisa.
— Estos cruceros de Control están empezando a lanzarnos radiaciones atómicas nuevamente.
— No necesitamos más que un poco de tiempo -gritó Jonny Land-. ¡Los tubos refrigerantes, Carlin!
Carlin se sentía como un hombre entre sueños, mientras el sudor corría por su frente y se mantenía al lado de Jonny para colocar la draga magnética. El campo magnético se mantenía constante y todo parecía funcionar normalmente. Los ojos brillantes de Jonny miraban con inquietud los paneles y sondas de control y al fin oprimió un interruptor.
— ¡Ahora!
Todo pareció de pronto haber cambiado en la nave. La draga proyectaba un poderoso y concentrado campo magnético en aquel océano de llamas y de gases como si fuese una pipa de absorción. Pero durante unos momentos no vieron nada. El tiempo parecía transcurrir interminablemente, continuaba su marcha. Entonces…
— ¡Aquí llega! -gritó Loesser.
Una columna de vapores venía por la sonda desde el encendido océano. Comparada con la gigantesca del Sol, no era más que un pequeño filamento. La más pequeña obra de fuego.
Pero aquella obra iba subiendo y subiendo sin descanso hacia el «Phenix», como un hilo de fuego vaporizado, de elementos hasta aquel momento posiblemente desconocidos y que llegaban hasta el «Phenix» por el campo magnético que él irradiaba.
Los cruceros de control lanzaron nuevamente sus llamas hacia donde creyeron que estaba la nave del espacio. Al momento siguió un nuevo impacto más fuerte y la fuerza de aquella columna alcanzó una parte de la nave.
Oyeron un ruido ensordecedor. La aspiración de los vapores solares con todos sus elementos estaban llegando a su fin, a través de los filtros Markheim, que recogía a través de su pantalla los átomos de cobre. Sin embargo, estaba en aquellos momentos descendiendo a causa de las convulsiones de campo magnético negativo que les arrojaban.
— ¡Nos están azotando nuevamente! -gritó Jonny Land- Y si el efecto es tal como ellos calculan no habremos conseguido nada.