IV — MAQUINA MISTERIOSA

Laird Carlin era hijo de una civilización galáctica en la que la violencia entre los hombres era muy rara. Había muchos peligros, sin embargo, en todo lo que concernía a los pioneros de los mundos estelares, pero entre los mundos civilizados la ley inquebrantable del Consejo del Control mantenía un orden que nunca se veía soliviantado. Podía un hombre pasar toda su vida sin haber visto nunca el menor asomo de violencia.

La pistola atómica en las manos de Loesser y la obvia intención criminal en el rostro del hombre, había dejado estupefacto a Carlin.

Se le hacía incomprensible pensar que aquel hombre pudiese hacer uso de aquel artefacto y desembarazarse de él con la mayor tranquilidad del mundo.

— Pero, ¿qué es lo que ocurre ahora? -comentó inquieto y sorprendido al mismo tiempo.

Supo más tarde lo cerca que estuvo de morir. De momento estaba tan extrañado por lo que le ocurría que no dio importancia a la interrupción de aquella escena. Harp y Jonny llegaban corriendo desde el interior del taller.

— ¡Loesser, retira ahora mismo ese revólver! -ordenó Jonny.

Loesser se volvió con violencia:

— ¡Este tipo nos estaba espiando! ¡Le vi en la puerta!

El rostro de Harp se ensombreció:

— ¡Ya te advertí de lo que podía ocurrir! -le dijo con dureza a su hermano.

— ¿Está loco este hombre? -preguntó Carlin extrañado a Jonny.

El Joven se adelantó hacia los otros:

— ¡Volved al trabajo! -dijo con sequedad- Carlin, siento lo ocurrido. Ya le explicaré.

Caminó al lado de Carlin hacia la casa. Sólo más tarde, Carlin se dio cuenta del modo tan rudo y sin rodeos que habían empleado para alejarle de la puerta del taller.

— Harp, Loesser y yo y unos pocos más, planeamos una expedición a Mercurio para hacer prospecciones del cobre -explicaba Jonny-. En la nave que vio en el aeropuerto del espacio. Hemos ideado un señalizador de metales, que esperamos sea capaz de descubrir nuevos depósitos de dicho metal. Esa es la máquina que vio en el taller.

»Hemos mantenido un cierto secreto acerca de ello -continuó- porque, naturalmente, no queremos que otros prospectores se aprovechen de la idea de nuestro descubridor de metales y se nos adelanten. Me temo que Loesser pensó que usted nos estaba espiando. Las gentes aquí son siempre un tanto suspicaces, sobre todo con los extranjeros.

— Así me lo habían dicho -respondió secamente Carlin-. Esta es la primera vez, entre todos mis viajes por la galaxia, que me he sentido totalmente extraño y mal recibido. Pero no con usted concretamente, sino en este mundo en general.

— ¡Oh!, yo no diría eso -replicó el otro Póngase usted en nuestra situación Carlin. Imagínese su reacción, si usted fuera un terrestre y viese su mundo totalmente falto de energía a causa de haber gastado todo el cobre en el establecimiento de la civilización galáctica, y que ahora esa civilización tuviera por demás el tan codiciado metal y sin embargo en la Tierra careciesen de él.

El rostro de Carlin estaba ensombrecido por la ansiedad de convicción que veía en su compañero, cuyos ojos miraban a Carlin fijamente. Carlin sacudió la cabeza.

— Me doy cuenta del problema que significa la falta de cobre, pero eso tiene un fácil remedio. De cada diez, nueve terrestres deberían emigrar a otros mundos mejores como aconseja el Consejo de Control.

Jonny sonrió:

— En ese punto se enfrenta usted con la obstinación de mi pueblo. Tenemos una antigua tradición planetario y profundo amor por nuestro mundo, tanto, que no es comparable al que pueda sentir ningún pueblo de la galaxia.

— Creo que las gentes de este mundo viven demasiado por el pasado -respondió Carlin con franqueza-. Pero en fin, eso es algo que no me concierne. De todos modos, les deseo que su expedición les permita volver con cobre.

— Gracias -dijo Jonny vagamente-. Creo que tenemos muchas probabilidades.

Carlin se volvió hacia la verja de la casa y se sentó sobre ella con aire pensativo. Había algo en las explicaciones de Jonny que no acababan de convencerle.

A sus ojos acostumbrados a aquellos trabajos, había algo en la figuración de aquella máquina que no creía que fuese el sistema más apropiado para la delectación de metales.

— Estas pobres gentes intentan mantener en secreto todos sus planes porque todo el mundo aquí quiere ser el primero en llevar a cabo la empresa.

Vagabundeó por los alrededores de la casa, aburrido, en aquella calurosa tarde. No tenía a nadie con quien hablar, pues los hermanos estaban en el taller, y Marn se hallaba ocupada en los campos.

Se entretuvo con el viejo video, que había en la sala de estar, pero cuantas emisoras podía coger eran terrestres, y cuantas emisiones aparecieron ante sus ojos le eran totalmente indiferentes.

Al fin abandonó el video y volvió al exterior, donde se entretuvo contemplando la verde taza del valle y maldiciendo al sicoterapista que había tenido la idea de enviarle allí para que muriese de aburrimiento. Estuvo concentrado en sus pensamientos hasta que el ronroneo de un motor le volvió a la realidad.

Eran tres jóvenes, que en una camioneta volvían del taller sin detenerse en la casa. Seguro que se trataba de los otros compañeros de la expedición de prospección, pensó Carlin. Esto le trajo a la memoria, que no podía acordarse de qué era lo que le recordaba aquella máquina.

Los días pasaron y Carlin continuaba sin poder recordarlo, aunque muy a menudo las dudas le asaltaban. Por otra parte no se le prestaba la oportunidad de volver a echar un vistazo a aquella máquina, pues el local estaba siempre cerrado, excepto cuando Jonny y Harp y la otra media docena de compañeros trabajaban en él.

— Lo que me ocurre -se decía a sí mismo Carlin con ironía- es que no tengo otra cosa en que ocupar mi imaginación en este condenado mundo.

De todos modos, aquel desagrado que había sentido por la Tierra en un principio, se había desvanecido considerablemente. Muchas de las cosas que había echado de menos al principio, dejaron de preocuparle. Tenía que admitir que, tanto si aquel tratamiento terrestre beneficiaba su subconsciente como si no, aquel viejo planeta era un lugar maravilloso para descansar.

Se pasaba las mañanas errando por aquellos caminos y las tardes bajo la sombra que proporcionaba el jardín, o ayudando a Marn en algunos de sus quehaceres. O pescando con Gramp en uno de los remansos del río, mientras el viejo le explicaba historias interminables de aquellos viajes en que él había recorrido el espacio.

Algunos vecinos, granjeros del valle, venían a la casa de Land por las tardes. Carlin no hacía ninguna intromisión en sus conversaciones, pero poco a poco, las sospechas que se hubieran despertado en aquellas gentes acerca de la personalidad de Carlin, fueron debilitándose y al fin hablaron libremente ante él. Las conversaciones siempre giraban sobre lo mismo: la escasa potencialidad del planeta y la falta de cobre. Esto le hizo sentirse un tanto culpable al recordar la gran cantidad de dicho metal que se desperdiciaba en otros mundos.

— Tengo que bajar al aeropuerto espacial con el coche para recoger algunos instrumentos que Jonny dejó en la nave -le dijo Marn una tarde después de cenar-. ¿Quiere venir?

Carlin asintió:

— He caminado tanto últimamente que el verme transportado me parecerá un cambio.

La vieja camioneta se deslizaba suavemente por la serpenteante carretera, bajo los últimos rayos del sol yacente.

El cielo tras ellos, formaba una multitud de colores majestuosos mientras la roja bola solar se hundía lentamente en el horizonte.

— Ya empieza a encontrarse mejor aquí, ¿no es cierto? -preguntó Marn.

Normalmente la muchacha era tan reservada con él, que Carlin miró rápidamente su perfil mientras conducía. Nunca hasta aquel momento se había dado cuenta de que la muchacha tenía una cierta belleza. Un mechón de pelo y la firmeza de su rostro y las manos pequeñas aferradas con seguridad al volante, tenían un algo muy atractivo. No tenía la fineza y elegancia de rasgos casi griegos que poseía Nylla, pero tenía un atractivo indiscutible.

— Sí, debo estar acostumbrándome -respondió Carlin-. Y no es tan provinciano todo esto como pensé. La mayor parte de los hombres que se encuentra uno por aquí, han estado en el espacio en una ocasión u en otra.

— Tarde o temprano todos los jóvenes de la Tierra salen al espacio -dijo la muchacha sonriendo-. Viajar por el espacio es algo que llevamos metido en la sangre. Y nuestro planeta atraviesa unos momentos tan difíciles que en realidad esos viajes son el medio de vida de muchos hombres. -Luego añadió-: Algunos de nuestros hombres nunca vuelven. Mi padre no volvió. Y Mi madre murió poco después como consecuencia de su pérdida.

Había anochecido cuando llegaron al aeropuerto del espacio. Mientras caminaba al lado de la muchacha hacia donde estaba la nave de los hermanos, ella le enseñó una piedra cilíndrica que a modo de mausoleo se alzaba como un espectro en la débil luz.

— Aquí es de donde salieron los primeros hombres hacia el espacio -le dijo a Carlin.

El miró con respeto la leyenda escrita en el pedestal de la columna. Era el monumento a los Pioneros del Espacio.

— Desde este mismo lugar partió Gorham Johnson en su primer vuelo -dijo Marn.

Carlin forzó los ojos en la oscuridad para leer la lista de nombres y fechas grabados en el pedestal.

Gorham Johnsan, 1991

Mark Carew, 1998

Jan Wenzi, 2006

John North, 2012

Los nombres de los que muchos años atrás se habían atrevido a lanzarse al espacio. Hombres que habían querido llevar a cabo su sueño de conquistar otros planetas que en aquellos tiempos parecían tan lejanos. Los hombres que habían surcado y abierto nuevos caminos en la galaxia.

— ¡Dios mío! ¡Hace más de dos mil años! -murmuró Carlin-. ¡Y con las naves tan reducidas y faltas de recursos como debieron tener!.

Se sentía conmovido. Aquella lista de nombres de personas que habían muerto hacía tantísimo tiempo, hizo mella en él por vez primera.

Aquellas viejas y desusadas naves, el enorme coraje y valentía de aquellos hombres, para quienes el espacio no era más que un abismo desconocido, le hacía sentir un algo extraño. Empezó entonces a comprender el porqué los turistas tenían tanto empeño en venir a la Tierra para ver aquellos monumentos.

— Ellos, con sus pequeñas naves, fueron quienes lo empezaron todo, la civilización galáctica y el enorme imperio humano -se dijo a sí mismo.

Marn miró aquella especie de torre que se alzaba ante ellos.

— La gente nos critica a los terrestres por nuestro orgullo. Pero si por algo somos orgullosos es por esto. Nosotros fuimos los que abrimos las fronteras del universo.

Carlin asintió pensativo:

— Desde luego, poseéis una gran herencia. Pero tal vez la recordáis demasiado. Estamos en el presente y no en el pasado.

— Tú eres como los demás. Pensáis que la historia de la Tierra ha concluido -dijo Marn-. Pero ya os daréis cuenta de que no es así. Los terrestres abriremos la última frontera de todos los… -se contuvo de momento y luego dijo en tono más apaciguado-. Lo siento, no quería discutir.

Carlin hubiera querido preguntarle qué quiso decir con la iniciación de su aclaración anterior, pero en aquel momento Marn se había sumido en la oscuridad hacia la nave de sus hermanos.

Cuando la alcanzó, entró con ella en el crucero y miró a su alrededor con curiosidad. Era una nave relativamente pequeña, designada y concebida para un número reducido de tripulantes, con ciclotrones y equipo de propulsión, y un número poco frecuente de otros aparatos y de pantallas protectoras de radiaciones.

— El lado caliente de Mercurio es terrible -dijo Marn cuando vio que Carlin miraba a los generadores -Se necesitan las pantallas de mayor potencia que se pueda imaginar para hacer prospecciones en Mercurio.

Sumido todavía en sus sorpresas, Carlin vio una gran habitación redonda y vacía. No habían en ella más que una especie de enormes recipientes que parecían dispuestos a contener algo en su interior. Carlin recordó la enorme máquina que había visto en el taller de Jonny. Era muy posible, pensó, que aquella máquina formase parte de los recipientes. Le hubiera gustado mucho seguir inspeccionando, pero Marn había ya encontrado los instrumentos que había venido a buscar.

Mientras salían de la nave hacia la oscuridad, una figura uniformada surgió de la misma, y les saludó con voz agradable.

— ¡Hola, Marn! Os vi venir hacia aquí a distancia! ¿Cómo va Jonny con sus planes?

Era un hombre Joven con uniforme de Oficial de las Operaciones de Control, el agente de la ley en lo referente a la Galaxia. Hizo una ligera inclinación ante Carlin.

— Soy Ross Floring, comandante en esta plaza del Control de Operaciones. ¿Usted es el que vino a casa de los Land para seguir el tratamiento terrestre? Encantado de conocerle.

Floring no debía tener más de treinta años, jovial, pulido y agradable. Se volvió hacia Marn.

— ¿Cuándo piensa Jonny y su hermano y los otros despegar para Mercurio?

Marn sentíase a disgusto:

— No lo sé Ross. Según tengo entendido que les quedan todavía otras cosas que preparar.

Carlin, sin saber cómo, sintió algo raro en la atmósfera reinante de aquella conversación. Había algo extraño en las palabras de Floring que demostraba no era sincero en su modo de expresarse.

— Estimo mucho a Jonny, Marn -dijo seriamente-. Tú lo sabes. No me gustaría verle metido en cosas desagradables a causa de esta expedición.

Marn pareció querer dar otra vuelta a la conversación.

— Jonny no se verá metido en ninguna cosa desagradable. Un viaje a Mercurio no significa nada para él y Harp.

— Al menos así lo espero yo -dijo tranquilamente Floring-. No merece la pena arriesgarse mucho por cobre. Dígale esto de mi parte, ¿quiere? Y dígale también que un día de estos pasaré por allí para charlar un rato con él.

Marn demostraba a todas luces que tenía ganas de salir de allí.

— Hasta la vista señor Carlin -y luego continuó con su sonrisa agradable-. Podremos hablar de nuestra tierra. Yo también soy de Canopus.

Sólo más tarde, cuando ya estaban en la furgoneta en dirección a la casa, Carlin se dio cuenta de que él no había dicho a Floring su nombre y origen. ¿Por qué se habían molestado los de las Operaciones de Control en verificar sus datos personales y su nombre?

— Parece un buen muchacho ese Floring -le dijo a Marn. La muchacha parecía inquieta.

— Sí, es… uno de los mejores -respondió-. Y aprecia a Jonny. Pero ante su deber lo olvida todo.

Sin duda alguna estaba pensando en voz alta en lugar de responder a Carlin. El volvió a caer de nuevo en aquel extraño presentimiento de que algo raro ocurría. Le dio la impresión de que en las palabras de Floring había una velada advertencia hacia la muchacha.