VII — LA ULTIMA FRONTERA
Tan pronto el coche de Floring se hubo alejado, el pequeño grupo se quedó en silencio.
— Jonny, tú sabes bien por qué tomo esas fotografías. El las pasará por telefoto al cuartel general de Canopus para que sean examinadas por ingenieros expertos, y entonces dictaminarán que la máquina no es otra cosa que una draga magnética dirigida a la excavación solar.
Jonny asintió:
— Sí, claro. Floring ha sospechado nuestros planes hace mucho tiempo, y ahora quiere asegurarse.
— Y cuando la dictaminación vuelva desde Canopus, él se apoderará de la nave y con esto hará imposible nuestra expedición -expuso Harp.
— Ya lo sé -dijo Jonny Land, mientras sus ojos azules se movían inquietos- pero esto les costará catorce o quince horas antes de que vuelva el dictamen. Antes de que transcurra este tiempo nosotros estamos dirigiéndonos hacia el Sol.
Laird Carlin se sintió sorprendido, pero antes de que pudiera hacer ningún comentario, Jonny continuó hablando tranquilamente:
— Es nuestra única y sola oportunidad, salir de aquí antes de que Floring reciba la prueba evidente que le autorice a detenernos. La nave está casi terminada. Si podemos instalar en ella «Phoenix» y salir esta noche, tendremos una oportunidad para probar que la excavación solar en la Galaxia puede llevarse a cabo con toda seguridad.
— ¿Instalar los accesorios principales esta noche? -gritó Harp Land. El rostro fuerte de aquel gigante de Harp se mostraba malhumorado e inquieto-. ¡Jonny, no podemos hacerlo tan pronto!
— ¡Pues tiene que ser así! -cortó rápidamente la voz de Jonny-. Harp, ve a buscar a Loesser y a Vito y a los otros muchachos. Haz que traigan el camión grande con ellos. Si trabajamos lo suficiente podemos estar prestos para partir cuando oscurezca. Una vez estemos en el «Phenix» podemos partir y completar el resto de las instalaciones en el espacio.
— No se puede hacer -gritaba nervioso su hermano. Sabes que tú mismo decías que necesitaríamos al menos una semana para llevar a cabo esta instalación.
Carlin se adelantó. El había tomado hacía tiempo esa decisión. La había tomado desde el momento que había hecho aquella respuesta que fue decisiva para Floring.
— Sabéis que yo soy un C.E. -recordó-. Yo puedo ayudaros mucho en esta instalación.
Marn le miró fijamente, sorprendida por la alegría que se reflejaba en sus ojos y Harp Land hizo una mueca de sorpresa al mirar a Carlin.
— ¿Lo harías? ¿Ayudarnos? Pero, Dios mío, si quisieras hacerlo…
Los ojos brillantes de Jonny estaban puestos de un modo preocupado sobre el rostro de Carlin.
— Carlin, estaba esperando esto. Sabía desde el primer momento que necesitaría la ayuda de otro ingeniero para la instalación y acabado de mi propósito. Te traje a casa porque lo estabas deseando y quería poderle enrolar con nosotros para que nos ayudaras antes de que empezásemos nuestra expedición. Pero de todos modos tengo que advertirte. Estamos entorpeciendo las órdenes del Consejo del Control. Puedes perder tu certificado e incluso ser conducido a la prisión de Rigel, aunque nuestros planes tengan éxito. Y si fracasásemos, quizás mueras con nosotros. Después de todo, la Tierra no es tu mundo.
— ¿Pero quién demonios está haciendo nada por la Tierra? -repuso Carlin-. Este viejo planeta vuestro no significa nada para mí.
— ¿Laird, está usted seguro de esto? -preguntó Marn con los ojos ansiosos de la respuesta.
— ¿Acaso tenemos que mostrarnos sentimentales en este momento? -preguntó Carlin rudamente-, soy ingeniero, y éste es el mayor experimento de ingeniería que se ha llevado a cabo durante cientos de años. ¿Cree usted que por egoísmo no voy a estar impulsado a él? -y luego añadió-. Y en lo concerniente a haberme mezclado en este asunto, creo que ya estoy suficientemente metido en él. Cuando yo negué a Floring que esto fuera un aparato magnético, me compliqué ya en el asunto. Por tanto debo procurar que todo salga con éxito.
Harp Land iba corriendo hacia su camión. Jonny dio unas cuantas rápidas órdenes a su hermana.
— Marn. Quiero que tú y Grand vigiléis la carretera esta noche. Quizá vuelva Floring. Carlin, usted y yo no tenemos ni un momento que perder.
Carlin caminó tras el joven hacia el taller, y una vez allí Jonny le explicó rápidamente lo que quedaba por hacer.
— Las partes traseras de los conductos de alimentación hacia las cabezas de las bombas, hay que asegurarlos, las partes refrigerantes para solidificar el cobre no están todavía en su sitio, y el aparato en sí, tiene que asegurarse sobre su esqueleto si es preciso que vuele esta noche.
Carlin se sorprendió por la cantidad de trabajo que quedaba por hacer, para dos manos. Pero Jonny añadió de un modo que demostraba su coraje y fe en su empresa.
— Loesser, Harp y los otros pueden ayudarnos en las otras operaciones que son necesarias para poco antes del despegue. Son todos ellos hombres veteranos en el espacio y saben cómo manejar los útiles ordinarios.
Carlin se dispuso al trabajo con Jonny. Pero mientras se entretenían con el emplazamiento de los tubos refrigeradores y los de alimentación en el mecanismo, un algo extraño oprimía la mente de Carlin.
¿Por qué estaba él allí, rompiendo las leyes del Control y arriesgando su certificado Y su libertad? ¿Por qué cargaba con esos riesgos que al fin y al cabo no eran nada más que para aquellos hombres que se dirigían a un planeta que no habían visto nunca hasta hacía unas semanas?
— ¿Todavía?, debo tener la enfermedad de las estrellas -pensó con cierto desmayo-, de otro modo nunca me hubiera mezclado en esos asuntos. ¿Excavación solar?
Una reacción ciega le estaba dominando. Desde luego él no era el tipo apropiado para compartir ideas quijotescas. El era Laird Carlin soberbio, ingeniero muy trabajador, que él aquel momento debería estar al otro lado de la Galaxia y de lleno metido en el trabajo a que pertenecía.
Durante todo aquel tiempo, la mente de Carlin daba vueltas y más vueltas a aquel asunto de una manera desesperada, en una reacción de reproche, mientras trabajaba con Jonny a la mayor velocidad, yendo de un lado a otro en aquel esqueleto metálico mientras verificaba y ponía a punto agujas de control y los filtros de Markheim.
El sonido de unas furgonetas rompió el silencio del aire, y Harp Land llegó corriendo hacia el taller.
— Tengo los otros. Loesser los trae ahora en la gran furgoneta -dijo Harp-. ¿Qué es lo que quieres que hagamos, Jonny?
Loesser, Vito y los otros Jóvenes terrestres que llegaron a todo correr tras Harp estaban dominados por el nerviosismo. El amplio y rojo rostro de Loesser brillaba por la emoción, mientras se acercaba a Carlin.
— Tengo que pedirle perdón. Nunca pensé que llegaría un día en que un extranjero del mundo de las estrellas llegara aquí y se acercara a nosotros para ayudarnos.
— Olvídelo y póngase a trabajar con los conductos de alimentación -respondió Carlin-. Vengan aquí que les enseñaré.
A través de las calurosas horas de la tarde, el humo y la densidad del aire se fueron haciendo densos en aquel taller.
Agotado por el sudor y el trabajo y por aquellas posturas encogidas y retorcidas que tenía que adoptar Carlin en algunos momentos, estuvo sin cesar trabajando dentro de la gran nave.
Durante todas las horas, en el ritmo de aquel trabajo contra reloj, sus pensamientos estuvieron latiendo de un modo extraño en su cerebro.
¿Todo esto y sin ninguna razón? Para alguien de un mundo extraño, un mundo que al fin y al cabo dentro de un tiempo tendrá que ser evacuado. En el caso de que lleven a cabo su empresa no ganarán nada. Si pierden, el Sol los matará como a hormigas.
Trabajó ciegamente. Debía de estar como loco, pues cuanto había comenzado lo terminó.
Estaba trabajando contra un tiempo de límite inexorable que se acercaba rápidamente. Cuando las sombras empezaron a caer, al desaparecer el Sol, ellos no habían concluido.
Jonny Land se acercó para encender las luces del taller. Su rostro estaba cubierto por rastros inequívocos de fatiga y sudor.
— Dos horas más -dijo con ansiedad- no tenemos más tiempo en el caso que tengamos que poner la nave en el Phoenix y salir al espacio antes de las doce de la noche.
Esas otras dos horas parecieron semanas para el esfuerzo de Carlin.
Y el pícaro demonio en su cerebro, continuaba diciéndole:
— ¡Ese no es asunto tuyo, ya lo sabes!
— ¡Ya está casi terminado! -declaró al fin la voz ansiosa de Jonny- podemos enlazar estos últimos cables en el viaje. Todo el trabajo que requiere útiles pesados está terminado y no podemos permitirnos el lujo de tomarnos más tiempo.
Todos ellos estaban borrachos de fatiga por el trabajo ininterrumpido de doce horas, entre útiles y cables. Sucios de sudor y fatiga miraron a Carlin como un grupo de demonios.
La energía de Jonny parecía inquebrantable.
— Marn -ordenó-, vete hacia la gran furgoneta. Harp, tú y Carlin venir aquí.
El camión grande con caja ancha, enorme, fue retrocediendo perezosamente hacia el taller, y cargaron la nave magnética cuidadosamente. Loesser y los otros encadenaron con rapidez aquel cuerpo en el camión.
Jonny se fue hacia la cabina.
— Muy bien, salimos. Harp, conduce tú. No, Marn, tú vienes al aeropuerto del espacio con nosotros.
Marn palideció y sus ojos se agrandaron, al pesar y ver los trazos de la pistola atómica que se marcaba en el bolsillo de Harp.
— ¡Oh!, Jonny eso no, ocurra lo que ocurra.
Los ojos de Jonny brillaron de un modo enfebrecido:
— Eso o nada -susurró-. Tú sabes bien lo que esto significa para nuestro pueblo, Marn.
Luego su rostro perdió aquella inquietud y le dio unos golpecitos en el brazo.
Las lágrimas corrieron por el rostro de la muchacha al mismo tiempo que abrazaba y besaba a su hermano y después a Harp, su otro hermano.
Carlin subió con cierta dificultad al camión, cuando notó que ella le tocaba el brazo.
— Tú también Laird -susurró-. Todos vosotros debéis volver.
— Subid -gritó Harp Land. Entonces el camión se puso en movimiento. Carlin iba en la cabina y bajo la oscura noche rodaban a una velocidad más que moderada por aquella carretera hacia el valle. De pronto aquella pesadilla que había estado azotando el cerebro de Carlin durante todo el día se había desvanecido y no quedaba nada más que un rasgo de dulzura en su rostro. Mientras, el camión se alejaba vertiginosamente con la máquina enorme a sus espaldas hacia el aeropuerto del espacio. El aire de la Tierra y el olor de la Tierra, era algo difícil de olvidar y difícil de comprender para Carlin. Aquella tierra dormida que sonaba de un modo extraño a sus oídos; algunas de las luces del viejo aeropuerto del espacio, y aquella pequeña torre distante, que indicaba el lugar de donde hacía mucho tiempo habían partido algunos hombres del espacio, apareció ante sus ojos. Este pequeño mundo, la Tierra, merecía de que alguien se arriesgase por ella, aunque ese alguien, fuese un extranjero procedente de las estrellas.
Estaba convencido de que se hallaba un poco loco, pero había algo escondido en el más pequeño rincón de su mente, que le decía que todo aquello no era nada más que una simple intoxicación de sus emociones que le estaban desvirtuando la razón. Pero aquel diablejo que se había movido incesantemente en la mente de Carlin se había ido y estaba totalmente compenetrado, tanto en espíritu como en propósitos, con sus compañeros. También los otros estaban experimentando aquella reacción salvaje, pues Loesser gritó de detrás de Carlin:
— ¡Es algo así como evadirse de una prisión!
— Aún no hemos salido de la Tierra -advirtió Jonny- apaga las luces y vete hacia la parte norte del aeropuerto del espacio, Harp. Conduce el Phoenix tan reposadamente como puedas. -Un poco más tarde advirtió-: Más despacio. Arrímate hasta ese otro lado.
Con menos luz y con el simple murmullo de los motores, el gran camión serpenteó a lo largo de aquel muro oscuro que formaba el aeropuerto del espacio. La pequeña nave espacial tomó una forma negra oscura dentro de la oscuridad de la noche. Era un gran torpedo apuntando hacia las estrellas. Harp condujo hacia un lado la furgoneta y luego saltó de la cabina. Unas luces se encendieron de pronto y un cuerpo uniformado apareció ante ellos con un revólver en la mano.
— Pensé que vendrías -dijo Ross Floring tranquilamente-. Jonny créeme que lo siento.
Carlin se quedó tan helado como sus compañeros, por la situación tan desafortunada que habían tomado de pronto los acontecimientos. Floring salió a la luz.
— He estado mirando vuestra nave mientras esperaba -dijo- habéis hecho una preparación mucho más minuciosa y secreta de lo que es necesario para ir al lado caliente de Mercurio. ¿Os dirigíais al Sol?
— No puedes probarlo Ross -dijo tranquilamente Jonny-, no tienes ninguna prueba.
— Pero tengo las suficientes como para prohibir que esta nave salga de la Tierra hasta que se hayan realizado las investigaciones oportunas -replicó Floring- una situación totalmente cierta de los acontecimientos, me llegará de Canopus por la mañana. Entonces veremos.
Carlin vio entonces la gigante y oscura figura de Harp Land rodeando el camión y dirigiéndose por la espalda hacia Floring. Vio la pistola atómica en la mano de Harp que se alzaba.
Harp lanzó un golpe. La culata del arma chocó con estrépito en la cabeza de Floring y el oficial rodó por el suelo.
— ¡Mira a ver si hay alguien más por ahí! -dijo Jonny Loesser. Vigilad la estación de Control.
Entonces se inclinó junto con Carlin sobre el hombre inconsciente.
— Tenemos que llevarlo con nosotros -dijo Jonny-, si lo dejamos aquí lo descubrirán; entonces los cruceros del Control se lanzarían tras nosotros.
Unas cuantas semanas antes, Laird Carlin se hubiera sentido totalmente en contra de cualquier ofensa dirigida a un oficial de las operaciones de Control. Pero… ¿con qué espíritu de confianza o de ley le habían infectado sus compañeros? Quedó maravillado de sí mismo mientras recogía del suelo aquel cuerpo inerte.
— Atadle en una de las sillas de la sala de pilotos -dijo Jonny.
Harp salió de la oscuridad diciendo:
— No hay nadie por ahí.
Entretanto, Carlin había atado al hombre inconsciente en la sala de pilotos, y Harp y los otros habían abierto las escotillas de uno de los hoyos de donde se lanzaban las naves. Rápidamente, moviéndose en la oscuridad, fueron saltando al gran aparato magnético. Entonces, contra todo pronóstico, llegaron a meter el mecanismo en el agujero que servía de empotramiento para aquellas naves.
— Creo que todo está preparado. Inspeccionar los últimos detalles -gritaba Jonny.
Carlin se mostraba nervioso. A cada momento esperaba oír una alarma que viniese de Loesser, refiriéndose a que llegaban oficiales de Control.
— Creo que esto aguantará así -dijo Jonny sudando-, alejad de aquí el camión. Harp, prepara todo para salir.