III — VIEJO PLANETA

Cuando Marn se hubo marchado, Carlin se quedó con los ojos cerrados sobre el lecho. Estaba sufriendo la reacción natural de un viaje tan largo. Sin lugar a dudas prefería sufrir el mareo de las estrellas. Hacía mucho tiempo que ningún viaje le había producido una reacción como la de ahora.

Pero no se debía al viaje en sí, sino tal vez al mundo que durante un año tenía que soportar. Cómo iba a vivir allí durante largos meses.

El eco de una voz malhumorada llegó hasta él desde el piso inferior de la casa. Reconoció la voz de Harp Land.

— …¡Y si el Control de Operaciones descubre lo que estamos haciendo!

Hubo un murmullo de voces y luego la discusión se detuvo. Carlin recordaba lo que había oído decir a Loesser en el aeropuerto del espacio.

¿Qué era lo que estaban haciendo aquellos hombres de la Tierra que tan secretamente querían ocultar? Debía ser algo que infringiese las leyes del Consejo de Control gobernadas por la Galaxia, pues de otro modo no temerían ser descubiertos por el Control de Operaciones.

Cuando Carlin descendió para cenar, esperaba una hostilidad manifiesta por parte del hermano mayor, pero Harp Land murmuró una bienvenida cortés, de una manera un tanto civilizada, de donde Carlin dedujo que se había sobrepuesto a las protestas que antes manifestara.

Carlin miró con cierto desmayo la comida que tenía ante él. En lugar de unas mermeladas sintéticas y líquidas a las que estaba acostumbrado, la comida se servía de manera que más bien parecía corresponder a un estado primitivo y bárbaro. Vegetales cocidos, huevos al natural, leche natural, todo natural.

Comió lo que pudo, que fue muy poco por cierto.

Gramp Land fue el que cargó con la mayor parte de la conversación que hubo, haciendo preguntas a Carlin acerca de los mundos estelares. Carlin respondió con cierta naturalidad.

— Hubo un tiempo en que yo vi muchos de esos mundos -decía el hombre viejo. Y luego añadía con orgullo-: el recorrer el espacio es algo a lo que se ha dedicado siempre mi familia. Mi madre era descendiente directa de Gorhan Johnson.

— ¿Gorhan Johnson? -preguntó Carlin-. ¿Quién era?

La pregunta fue bastante desgraciada.

— ¿Pero qué es lo que les enseñan a ustedes en las escuelas de esos mundos estelares? -explotó Gramp- ¿No sabe usted que Gorhan Johnson era el primer hombre que viajó por el espacio? ¿Que era un terrestre que salió desde este valle hace dos mil años?

El orgullo de Gramp se había visto ultrajado. Carlin recordaba el proverbio de la antigua Galaxia: «orgulloso como un terrestre». Eran todos así, muy orgullosos por el hecho de que las gentes de su mundo habían sido los primeros en conquistar el espacio.

— Lo siento -dijo con cierto embarazo- ahora recuerdo el nombre. De todos modos tengo muchos físicos cósmicos que estudiar para poderme dedicar a la Historia Antigua.

Gramp se sentía inquieto pero Jonny intervino haciendo una pregunta a Carlin acerca de su trabajo.

— ¿Se dedicó usted a estudiar Supatónicas o simplemente se dedicó a las dinámicas?

— Supatónicas -respondió Carlin. Y a otra pregunta respondió: -Sí también tengo máquinas electrónicas.

Vio la mirada triunfante que Jonny Land había dirigido a su hermano y esto preocupó a Carlin.

— Jonny entiende de esas cosas -se vanaglorió Gramp una vez restaurado su buen humor-, es ingeniero cósmico graduado en la Universidad de Canopus.

Laird Carlin se sintió sorprendido sobremanera. Miró inmediatamente al joven.

— ¿Que usted está graduado en Canopus? ¿Y qué hace un hombre de sus conocimientos malgastando el tiempo en la Tierra?

— Me gusta la Tierra -respondió tranquilamente Jonny-, y quise volver aquí cuando hube terminado mi preparación.

— Oh, claro -respondió Carlin- pero si este mundo está con tanto retraso como parece no hay campo para la Ce. Usted debería estar en Albol.

— Las gentes de los mundos estelares siempre se comportan de la misma manera, aconsejándonos que abandonemos la Tierra -interrumpió Harp Land con impaciencia- esto es lo único que el Consejo del Control está tratando de dar como solución para nuestros problemas. No hace más que decir: «¿Por qué no emigran a otras estrellas?»

Gramp Land movió la cabeza:

— Nosotros no abandonamos el planeta como harían otros en nuestro lugar, no importa dónde pueda ir un terrestre siempre vuelve a la Tierra.

— De todos modos, usted no puede estar ni un tanto enojado con el Consejo del Control, por darles buen consejo -dijo Carlin exasperado- después de todo la culpa es sólo suya si desperdiciaron las minas de cobre de su planeta y no tienen ahora el suficiente poder.

Harp Land volvió el rostro malhumorado:

— Sí, nosotros desperdiciamos nuestro cobre de una manera alocada. Hace veinte centurias que lo hicimos, cuando la Tierra era un mundo abierto hacia la Galaxia. Gastamos nuestro cobre estableciendo la civilización galáctica que ahora se ha olvidado de nuestro mundo falto de poder.

— ¡Harp, por favor! -dijo Marn en voz baja y con cierta incomodidad manifiesta en su rostro.

Se hizo silencio y terminaron de cenar sin hablar más. Pero Jonny Land dijo a Carlin antes de que éste se fuera a su habitación:

— No haga caso a lo que le ha dicho Harp. Una gran parte de gente que hay sobre la Tierra se sienten amargados por nuestra falta de poder hasta el extremo de no ser razonables.

Carlin encontró su habitación oscura. No habían luces automáticas que se encendieran al entrar y no llegaba a descubrir dónde estaba el interruptor. Abandonó la idea y se metió en la cama mirando tristemente hacia la noche.

Un viento suave movía las hojas de los árboles que se hallaban alrededor de la casa. El olor a flores se extendía alrededor mientras el aire movía las cortinas de la ventana. Allá abajo en el valle, se veían algunos aeropuertos del espacio y más allá unas colinas que obstaculizaban la vista del mar.

Se sintió defraudado, con ansias locas de volver a su casa. Si en este momento se encontrará en Canopus estaría bailando con Nylla en Sun-City o paseando por los jardines Yellow.

Cuando Carlin se despertó, el sol le daba de lleno en el rostro. Se levantó y medio dormido fue hacia los aireadores y botones de acondicionamiento de aire, pero luego recordó.

Quedó sorprendido cuando no tuvo más remedio que reconocer que se encontraba mucho mejor, había dormido muy bien en aquel lecho primitivo y la fatiga le había abandonado.

— Tienen un aire muy puro en este viejo mundo. Mejor que el que cualquier aireador pueda proporcionar -pensó.

Alegres cantos, notas musicales que descubrió las producían los cantos de los pájaros llegaron hasta sus oídos. El aire que azotaba débilmente las cortinas era puro y dulce.

Se puso un traje oscuro.

— Me vestiré como los nativos -y bajó las escaleras.

Marn Land era la única persona que encontró en las soleadas habitaciones. Llevaba todavía aquel vestido horrible que le había visto la tarde anterior, pero ahora llevaba una flor roja en su pelo. Una tenue muestra de preocupación que arrugaba su frente desapareció mientras miraba a Carlin.

— Se encuentra mejor ¿no es así? -preguntaba ella.

— Mucho mejor -admitió Carlin -me temo que fui un tanto absurdo la noche pasada…

— Estaba usted cansado -dijo ella gravemente-. Siéntese. Le prepararé el desayuno.

Era una cosa nueva para Carlin sentarse a conversar en la vieja y soleada cocina mientras la muchacha le preparaba el desayuno en una estufa de electrodos. En lugar de hacerlo por el simple método de apretar un botón.

— Jonny y Harp han bajado al aeropuerto del espacio -dijo ella volviendo el rostro hacia atrás para mirarle- ellos y unos viejos amigos tienen una vieja nave planetaria que están preparando para hacer un viaje a Mercurio.

— ¿Mercurio? -dijo Carlin-. ¿Oh, ese es el más extraño de los planetas, no es así?

— Sí, los hombres aquí en la Tierra están siempre buscando cobre en una de sus capas. Jonny fue quien propuso esta expedición.

El desayuno que puso la muchacha ante Carlin era naturalmente de trigo más huevos naturales y leche, y un curioso brebaje fabricado con ciertos granos secos. Ella le informó de que el nombre era café. Carlin lo probó y lo encontró amargo disgustándole al paladar.

Un poco sorprendido por su propia acción se lo comió casi todo. La comida le era extraña pero le satisfacía lo suficiente, y al fin y al cabo tenía que acostumbrarse a ella si debía permanecer allí.

— Trataré de darle el menor trabajo posible, -le dijo a Marn- no tengo nada más que limitarme a no romperme mucho la cabeza en las cosas, y hacer lo que se me antoje, esto es lo único que tengo que hacer en mi estancia en la Tierra.

Ella asintió:

— Ya lo sé, algunos de nuestros vecinos vienen a la Tierra para hacer lo que llaman el tratamiento terrestre. Al final de este tratamiento les gusta la Tierra y quedan de ella.

Carlin no manifestó el pesimismo que sentía sobre este punto. Se encaminó hacia la puerta y estuvo allí contemplando el brillo del Sol y el campo florido.

Sentíase un tanto perdido y fuera de su ambiente, sin nada que hacer y sin un trabajo que le agobiase y sin hombres del espacio a quienes tener que supervisar en los aeropuertos del espacio, cuyos hombres se dirigían a otros planetas.

Marn le miró con gesto comprensivo.

— ¿Usted ha tenido siempre mucho trabajo, verdad? La Tierra le debe parecer lenta y poco atareada.

Carlin se encogió de hombros:

— También podría acostumbrarme a ello. Creo que iré a echar un vistazo por los alrededores.

— Encontrará a Gramp pescando en la parte norte en caso que se dirija allí -le comunicó Marn, después de que él había dado unos cuantos pasos hacia el campo.

Carlin pasó cerca de un taller construido con hierro y hormigón y algunos otros apartamentos que se veían a su alrededor. Encontró una carretera al otro lado de ellos que en principio no reconoció como tal, pues no era más que un camino vecinal a sus ojos y que le pareció ser la carretera más sucia que había visto en un mundo civilizado.

— No es más que un pobre planeta -pensó Carlin-, ni siquiera pueden construir carreteras decentes.

«No tiene nada de extraño -continuó pensando-, que estas pobres gentes azotadas por la pobreza, se sientan un tanto resentidas hacia el resto de la Galaxia. Creo que a mi me ocurriría lo mismo si hubiera tenido la mala suerte de nacer aquí.

La carretera era totalmente ilógica, serpenteando hacia el este a lo largo de algunos bosques y luego hacia el oeste.

Los bosques que habían a ambos lados, parecían y daban la impresión de estar llenos de maleza y de suciedad a los ojos de Carlin. Árboles grandes y pequeños crecían juntos, uniendo sus ramas el uno contra el otro, y de cuando en cuando salpicados de ramas muertas y rotas tendidas sobre el suelo.

Todo esto, era lo que desde un principio cualquier hombre de la Galaxia hubiera podido esperar de un planeta que no hubiese sido conquistado y civilizado, pero la Tierra era el planeta más viejo de la Humanidad y de toda la Galaxia.

Sin embargo, tuvo que admitir que había ciertas compensaciones. El aire que respiraba, por ejemplo, le parecía magnífico. Aquí, el caminar se le hacía mucho más fácil para sus músculos que en cualquier otro mundo. Le parecía extraño Poder hacerlo con una comodidad tan perfecta, sin tener que ampararse en ciertos momentos de maquinarias que ayudasen a respirar.

No llegó a encontrar el lugar que Marn le había indicado. Se sentó sobre un tronco al lado de la carretera pensando e inspeccionando los alrededores. Hasta él no llegaba ni el más breve murmullo de una actividad humana. No se sentían inquietos esas gentes de la Tierra a juzgar por la tranquilidad de aquel lugar. ¿No les preocupaba? Carlin miró y se dio cuenta de un pequeño insecto brillante, que zozobraba sobre una pequeña flor. Un aire fresco y suave acariciaba la cima de los bosques, inclinando las hojas verdes y arrastrando las secas esparcidas por el suelo.

— El sueño de un viejo planeta -pensó-. Estas gentes todas ellas viviendo en su pasado.

Carlin por fin se levantó y emprendió el camino de regreso. Se sorprendió de lo rápido que el tiempo le habla pasado. El Sol estaba ahora en su cenit. Sus nervios tensos se habían relajado.

El gran taller que había al otro lado de la casa tenía las puertas abiertas. Miró a través de ellas y quedó sorprendido al ver que aquella habitación cavernosa no era otra cosa que un laboratorio magníficamente equipado para experimentos ingeniero atómicos.

Interesado Carlin avanzó. En el centro de la gran habitación se había levantado una máquina enorme cuyo mecanismo principal funcionaba gracias a un cilindro de metal.

— Parece como si fuese un gran generador -murmuró-. Me pregunto qué será en realidad.

Una exclamación violenta se oyó en aquel momento y un terrestre llegó corriendo desde fuera y de detrás de la máquina en donde él estaba.

Carlin reconoció la cara ancha y roja, con los ojos violentos y el cuerpo fornido de Loesser, el hombre que había discutido con Jonny en el aeropuerto del espacio.

— ¿Qué es lo que está haciendo usted aquí? -preguntó malhumorado Loesser.

Carlin se vio sorprendido por su vehemencia:

— Bueno… no quería nada más que echar un vistazo a esta máquina.

— Ya me lo pensaba -explotó Loesser con los ojos llenos de cólera-, ya le dije a Jonny que era por eso por lo que usted había venido aquí.

Sacó un objeto del bolsillo de su chaqueta.

Aumentó la sorpresa de Carlin al ver que el objeto era una pistola atómica que Loesser esgrimía con decisión hacia él.