CAPÍTULO XXI
¡Desenmascarado!

Durante unos segundos, el pequeño grupo que rodeaba al Capitán Futuro pareció quedar congelado ante la visión de aquella horda fiera y aullante.

—¡Es el final! —Exclamó Ezra Gurney—. Hay millares de esos bichos.

—Aún se puede detener a los jovianos —espetó Curt Newton—. ¡Esperad aquí… todos vosotros!

—¡Pero ahora nada puede detenerles! —Clamó Ezra Gurney con voz ronca.

Pero la enorme figura del Capitán Futuro ya corría por la explanada iluminada por la luna, en dirección a la horda.

La hueste de jovianos aún seguía manando de la jungla, como una masa sólida. Llevados a un fanatismo enloquecido, por la manipulación que el Emperador del Espacio había realizado de sus supersticiones, estaban convencidos de que debían destruir a los terrícolas… Avanzaban como una enorme ola oscura, detrás de la siniestra y deslizante figura de su líder.

El Capitán Futuro quedó a la vista de toda la hueste. Su figura lanzaba destellos a la luz de la luna, mientras hacía frente al Emperador del Espacio y sus seguidores.

El Emperador del Espacio se detuvo, aparentemente, presa de la confusión. Y los jovianos que le seguían, también se detuvieron. Durante unos segundos, tanto la horda como su misterioso líder, plantaron cara al Capitán Futuro.

Entonces, Curt Newton se dirigió en voz alta a las huestes jovianas, hablándoles en su propio idioma.

—¿Por qué venís aquí a atacar a los terrícolas? —Gritó—. Nunca os han hecho daño. Habéis dejado que éste terrícola os empuje a cometer un crimen terrible.

—¡Él no es un terrícola! —Gritaron decenas de airadas voces jovianas—. Es el Último Antiguo, el último que queda de la gran raza de los Antiguos, el que nos ha ordenado que ataquemos a los terrícolas.

—Estáis equivocados, y os lo voy a demostrar —exclamó Curt, y llevó a cabo un salto increíble, precipitándose sobre la perpleja figura de negro.

Mientras Curt surcaba el aire, su mano descansaba sobre los interruptores de su ecualizador de gravedad, y en el mecanismo semiesférico de su cinturón.

Colocó en cero el ecualizador. Mientras, su otra mano apretó el interruptor del desmaterializador… sintió un escalofrío, mientras una violenta fuerza recorría todas las fibras de su ser.

Aquella fue la única sensación que notó. Pero sabía que ya era inmaterial, al igual que debía serlo el Emperador del Espacio. Y, entonces, colisionó con el Emperador… DE UN MODO SÓLIDO.

Tanto Curt como el siniestro villano, al ser ahora inmateriales con respecto a la materia ordinaria, se hallaban en condiciones de igualdad. Sus cuerpos habían recibido el mismo ajuste en su vibración atómica, de modo que resultaban tangibles y sólidos el uno para el otro.

Pero Curt carecía de aire para respirar, como el que que el Emperador del Espacio llevaba en el interior de su traje. Mientras agarraba al supercriminal, notó como sus pulmones empezaban a quejarse, en una dolorosa agonía.

El Emperador del Espacio y él forcejearon salvajemente. y, mientras se debatían, ambos flotaban por el aire, pasando a través de los jovianos, que se habían congregado a su alrededor. Los nativos verdes estaban horrorizados.

Curt sabía que no podría aguantar más que unos pocos segundos, sin aire para respirar. La cabeza le rugía. Hizo lo que pudo por alcanzar el interruptor del desmaterializador del Emperador del Espacio. Su enemigo, mientras tanto, intentaba evitárselo desesperadamente.

La mente de Curt comenzó a rondar la inconsciencia. Vagamente, creyó ver a Grag y a Otho, que intentaban ayudarle, pero que eran incapaces de tocar a ninguno de los dos antagonistas.

Curt hizo un último y salvaje esfuerzo, poniendo en él todas las fuerzas que le quedaban. Su mano agarró el interruptor del mecanismo de su enemigo. Lo pulsó…

Y el Emperador del Espacio se convirtió en un fantasma en sus brazos, tenue e irreal. El oscuro criminal había vuelto de nuevo al estado normal… mientras que Curt seguía en estado inmaterial.

Fugazmente, creyó ver cómo el enorme puño de Grag se estrellaba contra el casco del Emperador del Espacio. Mientras, sus propios pulmones echaban fuego, el mundo se oscurecía a su alrededor, y supo que debía intentar desactivar también su desmaterializador. Finalmente, el aparato pareció ceder a la presión de sus dedos… sintió de nuevo aquella sensación extraña…

El Capitán Futuro se encontró tendido en el suelo… en un suelo sólido… mientras reajustaba su ecualizador de gravedad.

—¡El Emperador del Espacio! —Exclamó, tosiendo—. ¿Se ha escapado?

—¡No, jefe! —Tronó Grag.

Curt miró hacia un lado. La descomunal fuerza del puño del robot había destrozado por completo toda la parte superior del casco del Emperador del Espacio.

La desesperada lucha que habían tenido, sólo había durado unos segundos. La horda de jovianos había estado observando, perpleja por el asombro. Ahora, con un furioso aullido de rabia, se prepararon para atacar.

—¡Esperad! —Aulló el Capitán Futuro con toda la fuerza de su garganta—. ¡Mirad!

Y, con dedos frenéticos, le arrebató al siniestro villano el oscuro traje flexible.

¡Allí, bajo la luz de las lunas, quedó revelado el cuerpo de un terrícola! Se trataba del cuerpo de un hombre alto, cuya cabeza rubia había sido aplastada por el demoledor golpe del puño de Grag. Y su rostro era el de…

—¡Eldred Kells! —Exclamó Ezra Gurney.

Era el rostro de Kells, que yacía muerto a la luz de las lunas. Kells… ¡El Emperador del Espacio!

Curt Newton se encaró con los jovianos. Habían vuelto a quedarse perplejos. Sus caras mostraban horror e incredulidad.

—¡Ya lo veis! —Les gritó el Capitán Futuro—. El Último Antiguo era un impostor que os engañó a todos. No era uno de los grandes Antiguos, sino tan sólo un terrícola, como yo.

—Es cierto —dijo un joviano, dirigiéndose a la estupefacta hueste—. Nos han engañado.

—Regresad a vuestras aldeas, y olvidad esta guerra de locos contra los terrícolas —dijo Curt con voz clara—. En este gran planeta hay espacio de sobra para que los jovianos y los terrícolas vivan en paz. ¿No es así?

Se produjo un breve y tenso silencio, antes de que el gran joviano, que parecía ser el portavoz, respondiera:

—Es cierto… hay sitio de sobra para las dos razas —respondió lentamente el joviano—. Tan sólo nos preparamos para la guerra contra vosotros porque pensábamos que los espíritus de los Antiguos así lo deseaban.

Lentamente, en medio de un silencio mortal, los jovianos se dieron la vuelta, y comenzaron a retroceder hacia la jungla.

Ninguno dijo una sola palabra. Curt Newton les observó marcharse, con su apuesto rostro teñido por la compasión. Sabía que, para ellos, debía de haber sido un shock tremendo percatarse de que les habían estado engañando.

Otho y Grag permanecían a su lado. Ezra Gurney, Joan Randall y los demás, corrían hacia ellos.

Gurney miró el rostro muerto de Eldred Kells, como si no fuera capaz de creer lo que veían sus ojos.

—¡No puede ser cierto! —murmuró el Sheriff.

De repente, Joan Randall exclamó:

—¡Allí viene el Gobernador Quale! —Anunció.

Un maltrecho Quale avanzaba a trompicones desde el borde de la jungla. Caminó hacia ellos, con el rostro pálido.

—Los jovianos me capturaron cuando fui a buscar a Kells —dijo con voz ronca—. Acaban de soltarme ahora mismo, y supuse que habían pospuesto el ataque…

Se quedó sin habla al contemplar el cadáver del vicegobernador, medio ataviado aún con su traje negro. Levantó la mirada, en muda interrogación.

—Sí —dijo pesadamente el Capitán Futuro—. Kells era el Emperador del Espacio. Lo suponía desde hace tiempo.

—¿Cómo podías saberlo? —Exclamó Quale con incredulidad.

—Sabía que el Emperador del Espacio había de ser uno de los cuatro hombres que habían tenido ocasión de atraparme cuando estaba con Joan en el hospital de Jovópolis —replicó Curt—. Esos cuatro hombres eran usted, Kells, Brewer y Canning.

»A usted le eliminé, Gobernador Quale, porque, en el momento en que fui atrapado, usted hablaba con el Sheriff Gurney por la telepantalla. Ya ve que hice que Gurney confirmara su versión, así como la hora exacta de su comunicación.

»Brewer —añadió Curt— me pareció entonces el sospechoso más lógico. Según descubrí, estaba proporcionando armas a los jovianos. Pero cuando me enteré de que lo hacía para que éstos minaran más radium, me dio la sensación de que no podría ser el Emperador del Espacio. ¡No le habría venido nada bien una rebelión planetaria, cuando su único deseo era enriquecerse lo más posible con su mina! Lo habría perdido todo.

»Canning —concluyó el Capitán Futuro— había sido visto por Joan junto al Emperador del Espacio, con lo cual no podía ser el villano. Eso nos dejaba únicamente con Eldred Kells, eliminados los otros tres sospechosos originales.

—¡Aún no puedo creer esto de Kells! —Exclamó Quale—. Era un hombre tan capaz, eficiente y ambicioso…

—Demasiado ambicioso. Ese era el problema —dijo sombrío el Capitán Futuro—. Le frustraba ser solamente vicegobernador, y, cuando leyó el informe enviado por Kenneth Lester, relativo a su prodigioso descubrimiento, Kells vio su oportunidad de ascender al poder absoluto en el planeta.

»Se vio a sí mismo como el amo de Júpiter… e incluso como Emperador de otros mundos… si podía hacer uso de los grandes secretos y armas de los Antiguos. ¡De haber tenido más suerte, podría haberlo logrado!

—Sí —carraspeó Simon Wright, mientras sus ojos lenticulares examinaban el cadáver—. Esa es la maldición de los seres humanos… el ansia de poder. Ha acarreado la muerte sobre incontables humanos, y seguirá haciéndolo.