CAPÍTULO XIV
El Último Antiguo

Un escalofrío sacudió a la hueste de jovianos, y se produjo un movimiento cerca del extremo más alejado de la muchedumbre.

—¡Ya viene! ¡Viene el Último Antiguo! —Aullaron los jovianos.

—¿El Último Antiguo? —Se extrañó Curt—. ¿De modo que es así como se hace llamar?

En aquella oscura plaza, en medio de la jungla, en el otro extremo de la ciudad, se estaba formando una forma oscura.

Curt levantó su pistola de protones. Si pudiera alcanzar al Emperador del Espacio antes de que se volviera inmaterial…

Comprobó que, efectivamente, se trataba del Emperador del Espacio, la misma figura que había visto en Jovópolis, en el apartamento de Orris. Una forma grotesca, con traje oscuro y unas extrañas aberturas oculares.

Al momento, Curt se dio cuenta de que el Emperador del Espacio era material, ya que llevaba a rastras a alguien… la figura de una joven atada, con un uniforme blanco de seda sintética, y cuyo ondulado cabello negro caía hacia un lado de su rostro blanco, iluminado por la luna.

—¡Joan Randall! —Musitó el Capitán Futuro, tragando saliva—. ¡Ese demonio la ha capturado, y la ha traído hasta aquí por alguna razón!

Todo el plan de acción de Curt acababa de desmoronarse ante aquella desastrosa sorpresa. Sabía muy bien que el Emperador del Espacio estaba en estado material, y era, por tanto, vulnerable. Pero no podía dispararle mientras sujetara a Joan Randall.

El Emperador del Espacio pronunció varias palabras con voz profunda. En obediencia, dos nativos verdes salieron de entre la multitud de adoradores jovianos. Al momento, se hicieron cargo de la joven maniatada.

Mientras los jovianos retrocedían, llevando a Joan, Curt apuntó su pistola para acabar con el súper criminal. Pero, mientras los jovianos se alejaban, el Emperador del Espacio había tocado un botón de su cinturón, y al momento avanzó hacia ellos, pasando a través de ambos jovianos.

—¡Demasiado tarde! —Susurró el Capitán Futuro, con un sentimiento de ira ciega.

¡Demasiado tarde! El Emperador del Espacio se había vuelto inmaterial, y no había rayo de protones que pudiera herirle.

De entre la horda joviana se levantó un gran clamor, cuando vieron a la oscura figura pasando a través de sus camaradas, como si fuera un fantasma irreal. Aquel fue un grito de adoración fanática.

El Emperador del Espacio se deslizó hacia delante, hasta alcanzar la zona de pavimento que había entre los tambores de tierra. Una vez allí, se giró para encararse con la muchedumbre de jovianos, dando la espalda al Capitán Futuro.

Curt pudo distinguir que, cuando estaba en estado inmaterial, el criminal se desplazaba gracias al poder de impulso de unos tubos de fuerza, que llevaba fijados al cinturón. Junto a ellos había un pequeño interruptor, que supuso debía ser el mecanismo de control del ingenio desmaterializador del Emperador del Espacio. Aparentemente, el mecanismo que podía devolverle a un estado normal, también se había desmaterializado.

Los dos jovianos tendieron en el suelo la pequeña e indefensa figura de Joan Randall, junto al Emperador del Espacio. Luego, regresaron de vuelta a la multitud.

La voz profunda y pesada de la figura negra se dejó escuchar, dirigiéndose a los jovianos en su propio idioma.

—Os transmito una vez más las órdenes de los grandes Antiguos, de quienes soy el último representante vivo —reverberó su voz.

Un suspiro de asombrada maravilla recorrió las filas de los nativos.

—Ya sabéis que los espíritus de los Antiguos están furiosos con los terrícolas, que han sometido este mundo —continuó la figura negra—. Ya habéis visto cómo caía sobre muchos de ellos nuestra maldición, convirtiéndoles en bestias.

—Lo hemos visto, Señor —fue la respuesta a gritos de los jovianos.

—Ha sido la maldición de nuestra ira la que ha provocado tales cambios —continuó el Emperador del Espacio—. Antes de que os vayáis de aquí, veréis cómo lanzo dicha maldición sobre esta joven terrícola.

El gran corpachón del Capitán Futuro se puso rígido. Aquel maldito intrigante pensaba usar en Joan su terrible arma de regresión…

—Casi ha llegado la hora —decía en voz alta el criminal de negro—, en la que deberéis rebelaros, para expulsar a los terrícolas de este mundo, y apaciguar la ira de los Antiguos. ¿Estáis preparados para ello?

—¡Estamos listos, Señor! —Respondió fervientemente un enorme joviano por entre la multitud—. Hemos obtenido muchas armas terrícolas en la mina de radium, a cambio de nuestro trabajo. Ahora, a lo largo de toda la jungla, las aldeas de nuestro pueblo sólo aguardan la gran señal de los tambores de tierra, para atacar a los terrícolas.

—Esa señal os será dada muy pronto… ¡En pocas horas, quizás! —Declaró el Emperador del Espacio—. Cuando llegue el momento, yo os guiaré, y golpearemos a los terrícolas en la ciudad que ellos llaman Jungletown, y de ahí pasaremos a otras ciudades, hasta que todas sean tomadas. Entonces, YO, el último de los Antiguos, gobernaré en este mundo para vuestro provecho.

—¡Gobernarás, oh Señor! —Respondieron los jovianos en un coro ferviente y ensordecedor.

El Capitán Futuro rebuscó en su cinturón, intentando sacar algo de un delgado contenedor de tungstita.

—Sólo tengo una posibilidad de llevarme a Joan antes de que ese demonio la contagie con el brote de regresión —susurró para sí mismo—. La carga de invisibilidad…

El Capitán Futuro extrajo de su cinturón el pequeño mecanismo que había estado buscando. Se trataba de un aparato con forma de disco, que era uno de los mayores secretos de Curt y Simon Wright.

Lo presionó, y se lo colocó en lo alto de la cabeza. Sintió la fuerza invisible que manaba desde arriba, bañando todas las fibras de su cuerpo, con una extraña comezón.

El pequeño instrumento podía bañar cualquier materia con una carga de fuerza, que provocaba que la luz fuera refractada a su través, haciendo que fuera invisible. Pero la carga era sólo temporal, y duraba unos diez minutos. Cuando dicha carga se disipaba, la materia volvía a ser visible.

El Capitán Futuro, mientras iba volviéndose invisible, sintió cómo una obscuridad absoluta se cernía a su alrededor. Dado que toda la luz era refractada alrededor suya, se hallaba ahora en completa oscuridad. ¡No veía nada! Cuando sus ojos no fueron capaces de distinguir luz alguna, supo, finalmente, que se había vuelto completamente invisible.

Sin hacer el menor ruido, Curt empezó a moverse por la esquina del edificio en ruinas, desplazándose en medio de la negrura absoluta.

El Capitán Futuro era capaz de moverse en aquellas tinieblas que le rodeaban casi tan bien como si pudiera ver. Su afinado sentido del oído y el tacto, junto con su larga práctica, le permitían hacer lo que ningún hombre había sido capaz de llevar a cabo.

Se deslizó a tientas por las ruinas. Sabía que, de ser visible, ahora estaría siendo percibido por varios miles de jovianos. Podía escuchar al Emperador del Espacio, que seguía hablando con su voz profunda, distorsionada por su casco, exhortando a los nativos verdes.

Curt se arrastró hacia aquella voz. Moviéndose con absoluto cuidado, siguió avanzando hasta acercarse a Joan. Podía escuchar su respiración asustada y entrecortada. Con su mano invisible, le tapó la boca, y notó cómo el cuerpo de la joven se agitó con súbita alarma.

—Soy yo… el Capitán Futuro —murmuró en el oído de la joven, susurrando muy bajo—. Quédate quieta y te desataré.

Sintió cómo Joan se tensaba, y luego se relajaba. Tanteó entonces sus ataduras, y descubrió que se trataba de gruesas cuerdas de metal.

Curt no podía desatar esas cuerdas, ni tampoco romperlas. Frenéticamente, tanteó en su cinturón, hasta extraer un pequeño instrumento cortante. Lentamente, para no provocar ningún sonido, fue cortando los alambres.

—No te incorpores —murmuró a la joven—. Yo te arrastraré lentamente hacia las ruinas. Si los jovianos se dan cuenta, tendremos que echar a correr.

Agarró a Joan con firmeza, asiéndola de los hombros. Entonces, con infinito cuidado, para no hacer ruido, fue alejando a la joven del Emperador del Espacio.

Envuelto en la oscuridad, Curt escuchaba, en tensión, esperando oír alguna señal de que habían sido descubiertos. Pero no escuchó ningún sonido de alarma de la horda joviana. Al estar escuchando con tanta adoración a su líder, Curt supuso que no prestaban atención a la medio oculta figura de la muchacha.

El Capitán Futuro comenzaba a ver cumplidas sus esperanzas, cuando escuchó un grito salvaje de uno de los jovianos de la multitud.

—¡Mirad! ¡Un espíritu de los Antiguos se nos está apareciendo!

En ese mismo instante, algunos rayos de luz empezaron a penetrar en la absoluta oscuridad en la que se movía Curt.

Miró hacia abajo y vio su propio cuerpo. Sus diez minutos de invisibilidad habían concluido. ¡Se estaba volviendo visible de nuevo!