Capítulo 11
Una espada de la noche entre sueños angustiosos
Ver una estrella inamovible en sueños es una señal del favor de los dioses. El reto está, como en la vida misma, en determinar de qué dios se trata y qué significa la señal. Y todo, por supuesto, antes de que sea demasiado tarde.
Aundrammas Hulzondurr,
Frases famosas de sabios,
publicado en el Año del Puño.
Algo se movió en la cabaña iluminada por la Luna. Algo oscuro y sinuoso. Malévolo, supo Jhessail un momento después al verlo retroceder, sin rostro y fluido, y mirarla en cierto modo.
Extrañamente, la pared que separaba su habitación de la de sus padres había desaparecido y podía ver la cama de ellos bajo la luz de la Luna. Los dos dormían plácidamente abrazados.
Jhessail gritó, pero de su boca no salió ningún sonido. Nada en absoluto.
Aquel ser sin rostro, pero que en cierto modo la miraba de forma fantasmagórica y siniestra, se dio la vuelta dispuesto a lanzarse sobre sus padres.
Jhessail volvió a gritar, gritó y trató de saltar de la cama para despertar a su madre y a su padre antes de que… antes de que…
Cayó sobre ellos como una ola sin fin, negra y más profunda que la noche, y tan fría como el invierno, se introdujo por sus durmientes bocas y narices, por sus oídos, filtrándose hacia su interior como el humo mientras Jhessail conseguía liberarse de lo que la sujetaba, saltaba de la cama, buscaba el candil y la yesca y corría junto a la cama de sus padres… y los miraba, aterrorizada y temblorosa, sin saber qué hacer.
Craegh y Lhanna Árbol de Plata yacían a la luz de la luna, murmurando entre sueños hasta que acabaron haciendo a un lado los cobertores, con cara de preocupación y tan pálidos como la Luna misma…
Entonces, bajo la mirada impotente de Jhessail, sus rostros recuperaron la calma y quedaron inmóviles en medio de una pacífica quietud.
Al no poder hacer nada, y después de observar largamente y llena de miedo, volvió a su habitación sintiendo clavada en el centro mismo de su espalda una mirada siniestra y burlona al tiempo que una risa muda la envolvía como una carcajada interminable…
Un estremecimiento imparable se apoderó de ella y acabó doblada sobre sí, castañeteándole violentamente los dientes, mientras trataba de volver a su cama temblorosa, aterrorizada, pensando en que podía asaltarla aquella oscuridad líquida…
De pronto, Jhessail se dio cuenta de que la habitación donde estaba no era la suya y de que allí no había ni Luna ni padres. En lugar de eso, había alguien en la cama, a su lado, que temblaba tanto como ella, y en cuyo aliento se notaba el miedo. Jhessail se apartó, pegándose a la pared, y escudriñó la oscuridad. Ah, sí: era una habitación en la posada de El Anciano en Waymoot, y la mujer envuelta en la sábana era…
Martess. Martess Ilmra, que había adoptado como mote Susurra Conjuros y que ahora gemía, y…
—¿Dónde? —dijo tras incorporarse de golpe en la cama.
—¿Martess? —la llamó Jhessail con voz que trataba de sonar tranquila—. Soy yo, Jhessail. Una de los Espadas de la Noche a los que te uniste esta tarde. Estoy aquí, a tu lado. ¿Un mal sueño?
—S…sí —murmuró Martess—. ¡Por los dioses, estaba tan asustada! Algo oscuro e informe que no conseguí ver con claridad. Se movía sinuosamente, Jhess. ¡Oh, debo de parecerte una niña pequeña! Y lo veía lanzarse sobre… sobre alguien que dormía, y meterse en su interior dejándolos a continuación tan dormidos como antes. Fue tan… vívido. ¡Apenas puedo creer que no fuera real!
Jhessail le tendió la mano en la oscuridad y Martess se sobresaltó y dio un respingo que fue casi un grito al sentir su contacto. Jhessail le acarició la espalda tratando de tranquilizarla, a través de la sábana.
—No me pareces tonta —le dijo—. Yo he tenido exactamente el mismo sueño. Estaba durmiendo en mi casa y me despertaba, y veía que esa cosa fantasmagórica se metía dentro de mis padres y se reía de mí.
—Sí —el susurro con que respondió fue feroz—. ¡Exactamente!
Hubo un pequeño silencio.
—El mismo sueño —susurró entonces Martess—. El mismo sueño… y si no intervino la magia, los sueños compartidos los envían los dioses. ¿Quién te envió el tuyo, y por qué? —Respiró hondo y se estremeció—. ¿Y qué significa?
—Ambas estamos dedicadas a Mystra, por encima de todos los demás —respondió Jhessail siempre en voz muy baja—. Aunque no lo haya mandado ella, es a ella a quien debemos acudir en busca de consejo.
—Sí —coincidió Martess y se levantó de la cama. La habitación era pequeña, pero cogió la sábana y se puso de rodillas encima a fin de dejar espacio para que Jhessail hiciera otro tanto sobre el cobertor.
Una al lado de la otra, más oyéndose que viéndose, permanecieron arrodilladas en la oscuridad y elevaron a Mystra la simple Plegaria por la Guía que se enseña a todo el que quiera aprenderla y que la mayoría dirige a la vela más próxima o a una estrella visible cuando se enfrenta a la magia.
Sus susurros acabaron exactamente al mismo tiempo y estaban tomando aliento para consultarse sobre cuál sería el paso siguiente cuando un sonido repentino las dejó petrificadas.
Justo al otro lado de su puerta, en el pasillo de la planta superior de la taberna de El Anciano, cuyas maderas antiguas crujían a veces pero en general era muy silenciosa —los ruidos de personas andando a buen paso se habrían oído con toda claridad—, habían oído el leve roce de una bota en las tablas del suelo.
Jhessail alargó la mano hacia Martess y al tacto buscó su oído.
Aplicando a él sus labios le susurró lo más bajo posible:
—Tengo un misil mágico. ¿Qué hacemos?
Puso la cabeza de lado para que su compañera pudiera a su vez encontrar su oído.
—Ah, ¿te refieres a un impacto de batalla? —preguntó Martess.
Jhessail le palmeó la mano como señal afirmativa.
—Entonces ponte al lado de la pared, junto a la puerta, lista para lanzarlo, y yo usaré a mi «sirviente invisible» para abrir la puerta y quitar el capuchón a nuestro farol nocturno. No te olvides de cubrirte los ojos.
Jhessail cogió a Martess por la barbilla y le dijo:
—Iré a echar agua del aguamanil en la palangana y volveré para encubrir tu encantamiento. Tócame con tu conjuro para indicarme cuándo terminar.
Martess le indicó que estaba de acuerdo, y así lo hicieron.
Jhessail dejó el aguamanil y la palangana en cuanto sintió el toque del conjuro y se dirigió hacia la pared, junto a la puerta, guiándose con las puntas de los dedos de la mano que llevaba tendida ante sí para no chocar contra las tablas.
Se oyó un débil crujido en el suelo junto a ella cuando el conjuro sirviente retiró la cuña de la puerta. Después esta se abrió.
Cuando la vieja puerta de madera se abrió hacia el interior de la oscura habitación, Jhessail se tapó los ojos con la mano y Martess hizo levitar mágicamente el farol por la habitación hasta el pasillo, descubriéndola por el camino. Su rápido trayecto produjo un destello acompañado de un rugiente brillo.
El hombre que estaba al otro lado parpadeó y luego se llevó a los ojos una mano que lucía un símbolo sagrado de Tymora. La moneda en blanco de un novicio, sostenida por una cadena que Jhessail reconoció.
El farol se detuvo justo ante la nariz del novicio, lo bastante cerca para evitar que viera algo más allá y para lanzarse directamente sobre su cara si intentaba algo repentino o amenazador.
En la cara observaron una expresión lúgubre, e indudablemente era el rostro de Doust Sulwood.
—¿Jhess? ¿Martess? ¿Estáis bien? —dijo con un murmullo apenas audible y con tono sumamente grave—. Acabo de tener un sueño de lo más inquietante…
Maglor revisó los dos braseros de carbón de combustión lenta. El calentamiento durante toda la noche era esencial para estos brebajes, pero no quería encontrarlos convertidos en un resto carbonizado por la mañana, ni tampoco que la mitad de su taller se hubiera reducido a cenizas. Aun cuando no estuviera al servicio de los zhentarim, todo boticario de pueblo tenía ingredientes y brebajes difíciles de reponer, y secretos que los demás habitantes no habían visto jamás, ni siquiera como restos humeantes.
Sus ventanas ya estaban debidamente protegidas por celosías contra los de Estrella de la Noche, que esperaba estuvieran dormidos, ya que las cosas no le irían nada bien si alguien llegaba a presenciar el encuentro al que estaba a punto de asistir.
Obedeciendo órdenes, por supuesto.
A qué vendría ese empeño del Viejo Fantasma de reunirse cada siete días… A menos, claro, que fuera sólo porque le gustaba aterrorizarlo.
En la boca de labios finos de Maglor se intensificó la expresión cruel mientras meneaba la cabeza. Algún día tendría poder suficiente para destruir al Viejo Fantasma… no sabía cómo…
Sintió un escalofrío, como si se le hubieran puesto todos los pelos de punta. Bueno, y era probable que así fuera, porque el leve resplandor color blanco letal que sobrevino, y que apenas un instante tomó un tinte verdoso, sólo podía significar una cosa: surgida de la nada, por medios mágicos, esa cosa extraña, fluida y fantasmal conocida como el Viejo Fantasma se reunía con él en el taller.
Desde dónde, no lo sabía, ni podía hacer más que especular sobre el cómo; la palabra «magia» no era una explicación tan amplia como para carecer de significado. Ni siquiera estaba seguro de lo que era Viejo Fantasma. Una inteligencia feroz capaz de hablar, sí, y probablemente en otra época un sólido, mortal, mago humano.
Tal vez.
Ahora, Viejo Fantasma era el conocidísimo superior zhentarim, y Maglor no estaba seguro de si despertaba en él más odio que terror, o de si su terror superaba a su odio. Suponía que lo segundo, ya que jamás se había atrevido a tratar de…
—Maglor —dijo Viejo Fantasma con su áspera voz susurrante que jamás empezaba con un saludo—. Tengo un trabajo para ti.
Maglor asintió con la cabeza.
—Estoy aquí para servirte.
La presencia resplandeciente, inestable, dejó escapar un sonido que sólo podía expresar desdén.
—Sigues mintiendo mal. Ahorra esfuerzos y hazme caso. Deberás ocuparte de los Espadas de la Noche que duermen arriba antes de que pongan en peligro nuestras ganancias.
—¿Quiénes o qué son los Espadas de…?
—Aventureros que acaban de recibir personalmente una cédula real de manos del rey Azoun, junto con una orden de emprender una exploración de las Moradas Encantadas. Pronto estarán aquí, y deben presentarse ante Winter. Su mera presencia puede desbaratar nuestro tráfico de caravanas, porque a pesar de que aún no han recibido órdenes de informar a nadie en las Tierras Rocosas, algunos Magos de Guerra ya tendrán asignada la tarea de espiarlos, de modo que estarán donde no queremos que estén.
—¿Ocuparme de ellos?
—Eliminarlos. Sin llamar la atención de los Dragones Púrpura sobre nuestras actividades de contrabando en Estrella de la Noche.
—Me ocuparé en seguida.
—Claro que sí. De lo contrario…
Y Viejo Fantasma se desvaneció haciendo de esta la entrevista más corta que Maglor hubiera tenido nunca con él. Las autoridades supremas de los zhentarim debían de andar muy ocupadas.
No obstante, mientras apagaba el último candil y se encaminaba escalera arriba a su fría y solitaria cama, Maglor iba temblando.
El frío nauseabundo de la cercanía de Viejo Fantasma, un frío que calaba hasta los huesos robando sus fuerzas y dejándolo al borde de la inconsciencia en las raras ocasiones en que pasaba a través de él. Maglor siempre quedaba temblando.
El ronquido de Agannor era como un deslizamiento de grava por un escudo.
El de Bey era más lento y profundo, como la llamada de un cuerno de guerra distante y melancólico.
Florin, sin embargo, estaba en silencio porque no dormía. Una vez más no dormía.
Aquel extraño hormigueo no lo dejaba volver a dormir. Ahora lo acompañaba constantemente, era como un leve canturreo durante el día y como un susurro más alto por la noche. No distinguía lo que decía por mucho que se esforzara, pero de algún modo sabía que no era nada malo, que no constituía una amenaza para él.
—El favor de la santa Mielikki —había murmurado Piedralcón en tono apenas audible para que sólo él lo oyera— te ha sido otorgado para que arda en ti hasta que Nuestra Señora del Bosque venga a tocarte en persona.
Y eso había sido todo lo que había dicho el gran explorador. Se había encaminado con ellos a la mesa, pero dos suspiros después, cuando Florin, que tanto quería hablar a su antiguo tutor sobre el hormigueo y sobre tantas otras cosas, lo había buscado entre todas las sillas y las palabras joviales del rey y los sirvientes que iban y venían con bandejas.
Piedralcón simplemente había desaparecido.
Desvanecido, como si se lo hubiera tragado la tierra, sin que nadie pareciese notar su ausencia ni el hecho de que hubiera estado allí antes. No habían dicho nada, ninguno de ellos, sobre el hecho de que Florin recibiera el favor de Mielikki, fuera lo que fuera.
El hormigueo era más intenso ahora en su interior, como si respondiera a su atención. ¿Qué era exactamente?
Oh, había hablado de ello con Doust y Semoor, e incluso con Jhessail en algún momento. Cuando lo mencionaba, lo recordaban vagamente, y decían palabras desprovistas de interés o de emoción, como si estuvieran hablando de algo que habían oído sobre alguien a quien no conocían, pero no tenían nada útil que añadir. Ni siquiera una sugerencia, como no fuera la de ir a ver a un clérigo de Mielikki. Los que habían venido a Espar habían andado errantes, como solía suceder con los exploradores y los druidas, y jamás había conocido a un Capa Arbórea, como solían llamar los druidas a los clérigos de todos los dioses de los bosques en Cormyr. Sin embargo, daba la impresión de que la propia diosa iba a acudir a visitarlo. Y a tocarla, significara eso lo que significare. Sin embargo, debía de significar algún tipo de cambio o de despertar en su interior, si no ¿por qué habría Piedralcón de haberle dado este poder que ahora cosquilleaba en su interior para aguardar aquello?
A menos que estuviera totalmente equivocado y fuera algo desconocido.
El prolongado suspiro de perplejidad de Florin hizo que el ronquido de Agannor reflejara su sobresalto, pero el hijo de Hethcanter Mano de Halcón y de Imsra Cielo Atardecido inició un largo, largo camino, profundo y oscuro, hacia la mañana.
—Entra —siseó Jhessail tirando de Doust hacia la habitación—. Vamos a despertar a media posada si te quedas ahí fuera, y seguramente van a querer saber por qué has venido a visitarnos y por qué estamos tan inquietos. Si llegamos a difundir esto de los fantasmas—pesadillas la mitad de Cormyr empezará a decirle a la otra mitad que estamos malditos y deberán cerrarnos las puertas, desterrarnos y todo lo demás.
—¡Fantasmas-pesadillas! ¡E… entonces vosotras soñasteis lo mismo! —tartamudeó Doust mientras lo obligaban a entrar.
Martess descubrió el farol en el ancho estante que abarcaba todo el fondo de la habitación, acomodó la sábana para cubrirse y dirigió al proyecto de sacerdote de Tymora una mirada penetrante.
—Así es. Ahora bien: ¿cómo fue que tu sueño te trajo hasta nosotras? O mejor dicho: ¿a venir tan silencioso como un ladrón y quedarte ahí fuera? ¿Tenías pensado sostener la pared del pasillo hasta la mañana?
Doust miró boquiabierto a Jhessail al darse cuenta de que, aparte de sus calcetines largos, casi no llevaba nada puesto. Jhessail abrió las manos con desenfado y señaló a Martess.
—Sólo hay una sábana, y yo tengo mis calcetines, de modo que la tiene ella.
Doust se sentó presuroso en el suelo dándoles la espalda. Las dos mujeres se miraron y a continuación volvieron a meterse en la cama; el aire era frío.
—Estoy esperando —dijo Martess—. ¿Cuánto te va a llevar inventar una excusa?
—No, yo no… perdóname. Soñé con esa cosa fantasmal, informe, que sin embargo podía verme, y se encabritaba, era algo maligno y se movía como una serpiente y, bueno, parte del tiempo también fluía. Entró en mi habitación, esquivó a Stoop y luego se alzó y me miró. Fue una mirada de desprecio, y luego volvió a deslizarse por debajo de la puerta. Me puse las botas (nuestra habitación es tan fría que dormimos vestidos) y salí tras ella, pero en mi cabeza podía ver adónde se dirigía. Vino aquí, y traté de coger la lámpara del pasillo y me quemó la mano. En ese momento me di cuenta de que estaba despierto. Dejé la lámpara y corrí hasta vuestra puerta lo más rápido que pude, y me quedé allí preguntándome qué haría cuando vosotras… me abrierais.
Jhessail miró a Martess, que lenta y claramente dijo:
—Maldición. Arrastrado fornicador de dioses. Maldición. Maldición.
Jhessail suspiró.
—Yo me siento como tú, pero maldecir no nos va a ayudar nada. ¿Qué era? ¿Y nos ha hecho algo, a alguno de nosotros? No quiero enfrentarme a los peligros pensando que uno de mis amigos, uno de los que cabalga conmigo, es realmente un malvado monstruo que sólo espera una buena ocasión para acabar con todos nosotros.
—¿Realmente piensas que fue eso? —preguntó Doust—. ¿Y si fue, digamos, una señal de los dioses?
—Seguramente los dioses, siendo como son más grandes que los mortales, podrían inventarse una señal que pudiéramos entender —dijo Martess cortante—. Si no ¿para qué sirve? ¿Creen que vamos a acudir corriendo a un sacerdote cualquiera y preguntarle lo que significa? De sobra sabemos que lo único que nos daría sería una conjetura y que podríamos no seguirla. De modo que ¿para qué le serviría eso al dios? Si un sueño no es un medio para inducirnos a hacer o dejar de hacer determinadas cosas, ¿para qué tomarse el trabajo de inventarlo?
Doust asintió.
—¿Y qué dios lo envió?
Jhessail suspiró.
—Toda esta charla no nos lleva a ninguna parte. No hay modo de saber si tiene o no que ver con los dioses. ¿Y si fuera un fantasma que habita esta posada? ¿O un monstruo merodeador? ¿O un ser conjurado por un mago para perseguir algo? Podría ser cualquiera de estas cosas, simplemente no lo sabemos. Pues bien: Si los dioses quieren que hagamos algo, nos lo pueden decir, claramente. De lo contrario, todo esto no es más que adivinar. Lo mismo da que adivinemos nosotros o un sacerdote. Y oídme bien: no me voy a pasar el resto de mi vida preguntándome si debería haber hecho esto o lo otro de acuerdo con las conjeturas de algún otro. Conjeturas que podrían perfectamente ser equivocadas. Y serán las conjeturas de otro, porque no voy a perder el tiempo tratando de adivinar nada.
Al mismo tiempo se le agotaron el aliento y la furia y paró abruptamente.
—Bien dicho —dijeron Doust y Martess, más o menos al unísono.
Ya no eran horas para que Tessaril Winter, señora regente de Estrella de la Noche, merendara o recibiera a sonrientes y jóvenes Magos de Guerra en su recamara.
No obstante, esa habitación, situada en lo más alto de su torre, era el lugar más privado y seguro que conocía en Estrella de la Noche, y era evidente que el espía de Vangerdahast estaba famélico. Tessaril le volvió a llenar la copa —vino de fuego, y una cosecha especialmente buena— y se ganó una rutilante sonrisa de agradecimiento.
El queso, el pan de nueces y los encurtidos estaban deliciosos. Eran comida de campesinos, pero a ella le encantaban y siempre los tenía a mano en frascos y vasijas de barro en su armario. Sus cocineros ya estaban durmiendo en la cocina y en la despensa, y prefería que no tuvieran noticia de la visita del joven Malbrand. La comida daba a su pequeña conversación un aire de comida campestre, como si estuvieran celebrando algo juntos en medio del bosque. Como cierta joven de la nobleza y un guardabosques local, al parecer.
—Estos Espadas deben de ser algo especial para que los zhentarim estén tan profundamente preocupados por ellos —comentó Tessaril, sirviéndose queso y meneando la cabeza con expresión arrepentida. Sabía que no iba a poder resistirse en cuanto hubiera sacado las Viandas y pudiera verlas y olerlas.
El Mago de Guerra asintió.
—Consiguieron la cédula real por salvar la vida del rey, y ahora cabalgan con la joven lady Narantha Corona de Plata, con gran oposición de los padres de la muchacha.
—Hum. ¿Debo detener a la dama?
—Ni la Corona ni el Mago Real han dado instrucciones al respecto. Lord y lady Corona de Plata sí que enviarán instrucciones, probablemente las gritarán, pero no saben que aún está con ellos. Todavía no lo saben.
Tessaril sonrió.
—Me gustan los aventureros. Son un entretenimiento sin igual.
Malbrand puso los ojos en blanco.
Tessaril hizo un gesto de fastidio.
—Basta ya. Contadme lo del salvamento de su majestad.
El joven mago estaba empezando a vencer la admiración que sentía por ella y lo embarazoso que resultaba que le sirviera una comida una señora regente del reino vestida sólo con una bata a menos de dos pasos de su cama. Se inclinó hacia adelante con avidez.
—Por supuesto.
Bebió unos sorbos de vino de fuego enarcando las cejas en gesto de apreciación al que ella respondió alzando en silencio su propia copa.
—Veamos por dónde empezar. Bueno, supongo que por…
El amanecer del día siguiente fue perezoso y frío. Un sol reacio empezó a iluminar una Estrella de la Noche envuelta en el aliento de espesas nieblas superficiales. Había caído una buena helada, y la mayor parte de la población realizaba tareas bajo techo esperando que el sol pleno calentara el ambiente.
Sin embargo, de los boticarios se espera que se den prisa y no que lleguen cuando ya no hacen falta. La caja de madera que llevaba en la bolsa le pesaba a Maglor sobre la cadera y la correa crujía sobre el hombro mientras recorría a buen paso las calles del pueblo. La vieja madre Naura quería un jarabe para la tos de su hijo más pequeño, las viejas heridas de Beldrak volvían a molestarle y necesitaba un linimento de fuego profundo y…
Las figuras de hábito rosado salieron de entre la niebla en dirección contraria, conversando en voz baja. Ah, sí, otros valientes que salían con cualquier tiempo: sacerdotes de la Casa de la Mañana que iban a sus santos recados.
—Buena mañana —los saludó Maglor con tono animado. No era bien visto en el templo, lo sabía. Aunque era de todos sabido que los sacerdotes de Lathander vendían no pocos frascos de sustancias para procurar alivio y curación, era probable que lo considerasen una de las causas de que escaseara el negocio para ellos.
—Buena mañana, maese Maglor —replicó con brío uno de voz profunda. Debía de ser Hamdorn el Enjugador de Manos, el corpulento, ampuloso y osado hombre que confortaba a los sufrientes de Estrella de la Noche con palabras vacías y nada más.
Eso quería decir que el otro sacerdote debía de ser el compañero casi inseparable de Hamdorn, Claerend. Los dos se ocupaban de gran parte de los asuntos del templo en el pueblo, y por lo tanto serían una buena manera de empezar a empañar la reputación de estos Espadas. Este era un buen momento, cuando todavía no los habían visto en Estrella de la Noche.
Dejar caer unas cuantas falsedades, algunos indicios de «participación en» o de «se dice que» sería un buen comienzo. Cuando hubiera acabado su reparto de bienestar embotellado, una visita a la señora regente de Estrella de la Noche para sembrar infundios similares —como preocupado y atribulado boticario, transmitiría lo que pensaba que ella debía saber y había entresacado de las habladurías de los mercaderes—, sería un segundo paso todavía más sólido. Dinero contante y sonante, progreso sólido… a Maglor le gustaban las cosas de peso.
Se frotó las manos al acercarse los sacerdotes y de ellas brotó una vaharada de niebla húmeda para confirmar sus identidades.
—¿Os habéis enterado de lo último? Al parecer, el rey ha decidido librarse de algunos revoltosos y de paso hacer otro intento en las Moradas Encantadas. ¡Ha concedido una cédula real a una banda de jovencitos que se autodenominan Espadas de la Noche, aunque jamás han pisado nuestra villa, y les ha ordenado venir aquí para jugar a los aventureros! Creo que nos convendrá estar alerta para que no empiecen a faltar los pollos, ya sabéis a qué me refiero…
Hamdorn y Claerend se pararon en seco, inclinándose para oír mejor y con expresión de evidente interés.
Maglor reprimió una sonrisa. Progreso sólido.
Jhessail empezaba a acostumbrarse al crujido constante del cuero de la silla y al tintineo de las argollas de las bridas y las riendas, pero se temía que el dolor de los muslos todavía iba a empeorar. Por la expresión mortificada de su compañera de habitación dedujo que Martess tenía el mismo dolor.
—Falta de costumbre de andar a caballo, ¿no? —había preguntado Agannor con una sonrisa amistosa al pasar a su lado hacia la primera fila cuando estaban saliendo del patio de la posada. Detrás de él, Bey había mirado a otra parte y había dicho entre dientes algo que sonaba sospechosamente como «¡Fortalece los muslos!». Bueno, al menos no lo había acompañado con una de esas miradas lascivas a las que la tenía acostumbrada Semoor. Dhedluk estaba a un día completo de marcha, a medio camino hacia Estrella de la Noche, pero la calzada pasaba por el medio de un cerrado bosque, y el sol no parecía tener prisa, de modo que las nieblas los acompañarían casi todo el día.
—Cuidado con los bandidos —les había advertido el maduro jefe de una patrulla de guardabosques del rey que llegaba a Waymoot en el momento en que ellos salían. El rocío bañaba la barba del explorador, de la cual pendían pequeñas gotitas que brillaban como gemas—. Y de noche cerrada es cuando llevan a cabo la mayor parte de sus fechorías. Mostrad vuestras espadas y usad los escudos.
Agannor y Bey, que lucían aguerridos y formidables ya que llevaban las mejores armaduras y armas del grupo, habían tomado la delantera. Con un gesto silencioso y sujetando las riendas de su caballo, Islif había llevado a Semoor con ella a la retaguardia, en gran parte para mantenerlo alejado de las chicas y así sujetar un poco su lengua, sospechaba Jhessail.
El resto de los Espadas cabalgaba en medio de unos y otros, en parejas… aunque, respondiendo a sus expectativas, Doust se estaba quedando rezagado para unirse a Semoor. Esos dos eran tan inseparables como…
Pensó si Pennae sería realmente una ladrona profesional. Y de ser así ¿qué clase de problemas les traería y cuándo? Islif había mostrado la firme decisión de compartir habitación con Pennae la noche pasada y no había dicho gran cosa esta mañana, pero tal vez una palabra o dos…
Junto a ella, Martess cabalgaba en silencio. A Jhessail le caía bien, al menos por el momento. Era reservada, pero mantenía una actitud alerta mientras miraba el mundo por debajo de aquellas llamativas cejas negras. Igualmente llamativa era su piel marfileña resaltada por sus trajes de cuello alto y sus guerreras de color negro, azul oscuro y púrpura que le daban una palidez de hueso. Y para colmo, esos ojos negros y el pelo como el ébano: de mostrarse agresiva o insolente o incluso siniestra sería lo que se suele llamar una bruja, pero era esbelta, menuda como una niña, y a pesar de todo, un misterio.
No es que muchos de los Espadas fueran a ponerse a pensar quién y qué era realmente Martess Ilmra, sobre todo teniendo a Pennae haciendo mohines y bromeando constantemente, con sus ceñidos pantalones de cuero negro y el látigo que llevaba enrollado sobre una cadera. En este preciso momento cabalgaba al lado de Florin, y cuando no se acercaba para decir algo cáustico o para reír con aire cómplice, le pasaba los dedos ágiles por el muslo o adoptaba poses en la silla que favorecían aún más sus suaves curvas ya bastante a la vista, pues esa mañana parecía que había olvidado atar la mayor parte de su corpiño. Oh, sí, esa iba a traer problemas.
Jhessail suspiró y a continuación se encogió de hombros con una pequeña sonrisa. Hacía sólo unos días su principal problema era pensar en una forma de salir de Espar y de evitar la perspectiva del matrimonio y de una vida de duros trabajos. Al menos ahora tenía cosas nuevas en que pensar.