Capítulo 4

Capítulo 4

Kerosinka

Esa noche, tras el examen, mis padres y yo regresamos a casa bastante tarde. Nos encontrábamos todavía en el estado inicial de shock, sin poder creer lo que había ocurrido.

Era una experiencia desgarradora para mis padres. Yo siempre había tenido una relación muy estrecha con ellos, y siempre me habían apoyado y dado su amor de manera incondicional. Nunca me habían forzado a estudiar más ni a escoger una profesión determinada, sino que me animaron a seguir lo que me apasionaba. Y, por supuesto, estaban orgullosos de mis logros. Estaban desolados por lo sucedido en mi examen, tanto por la flagrante injusticia como por haber sido incapaces de proteger a su hijo.

Treinta años atrás, en 1954, el sueño de mi padre de ser físico teórico se había hecho añicos de manera igual de despiadada, pero por otra razón. Como millones de inocentes, su padre (mi abuelo) había sido una víctima de las persecuciones de Stalin. Lo habían arrestado en 1948 bajo la falsa acusación de querer volar la gran planta de automóviles de Gorki (hoy en día, Nizhni Nóvgorod) en la que trabajaba como encargado de suministros. La única «prueba» presentada en su contra en el momento de la detención fue una caja de cerillas. Fue enviado a un campo de trabajos forzados en una mina, en el norte de Rusia, parte del archipiélago Gulag que Aleksandr Solzhenitsyn y otros escritores describirían tan vívidamente años después. Calificaron a mi abuelo de «enemigo del pueblo» y a mi padre, por tanto, de «hijo de un enemigo del pueblo».

Mi padre estaba obligado a escribirlo en su solicitud de ingreso al Departamento de Física de la Universidad de Gorki. Pese a que acabó la secundaria con las notas más altas y se suponía que lo aceptarían automáticamente, lo suspendieron en la entrevista, cuyo único propósito era cribar a los parientes de los «enemigos del pueblo». Mi padre se vio obligado a ingresar, en lugar de ello, en una escuela de ingeniería. Como con otros prisioneros, a su padre lo rehabilitaron y liberaron por decreto de Nikita Jrushév, en 1956, pero ya era demasiado tarde para reparar la injusticia.

Y ahora, treinta años después, su hijo tenía que pasar por una experiencia similar.

Pero no era un momento para la compasión por uno mismo. Teníamos que decidir rápidamente qué hacer a continuación, y la primera pregunta era a qué escuela enviar la solicitud. Todas ellas realizaban los exámenes en el mismo momento, en agosto (en aproximadamente dos semanas), y yo sólo podía enviar mi solicitud a una.

A la mañana siguiente mi padre se despertó muy temprano y regresó a Moscú. Se tomó en serio la recomendación que me había hecho mi examinador de la MGU. De modo que en cuanto llegó a Moscú fue directamente a la oficina de solicitudes para el Instituto de Petróleo y Gas.[*8] De alguna manera halló a alguien dispuesto a hablar con él en privado y le describió mi situación. Su colega le respondió que estaba al tanto del antisemitismo de la MGU y le aseguró que en el Instituto de Petróleo y Gas no había nada de todo eso. Le explicó que el nivel de quienes solicitaban el acceso al programa de matemáticas aplicadas era bastante alto debido a la gran cantidad de estudiantes como yo, no aceptados en la MGU. El examen de entrada no sería precisamente un paseo. Pero le dijo:

—Si su hijo es tan brillante como usted dice, lo admitirán. Aquí no hay ninguna discriminación contra los judíos en los exámenes de ingreso.

Y al final de la conversación le aclaró:

—Sin embargo, he de advertirle que los estudios de posgrado los lleva gente distinta, y creo que probablemente no acepten a su hijo en la escuela de posgrado.

Pero eso era algo de lo que preocuparse dentro de cinco años, demasiado tiempo.

Mi padre fue a un par de escuelas más en Moscú con programas de matemáticas aplicadas, pero no había nada como la actitud que encontró en el Instituto de Petróleo y Gas. De modo que, cuando regresó esa tarde y nos contó las noticias, a mi madre y a mí, decidimos inmediatamente que solicitaríamos el ingreso en el Instituto de Petróleo y Gas, en su programa de matemáticas aplicadas.

El Instituto era uno de la docena de escuelas de Moscú que preparaban técnicos para varias industrias, como el Instituto de Metalurgia y el Instituto de Ingenieros Ferroviarios (en la Unión Soviética, muchas facultades se llamaban «institutos»). Desde finales de la década de 1960, el antisemitismo de la MGU «había creado una demanda de puestos de matemáticos para estudiantes judíos», escribe Mark Saul en su artículo.[4.1] El Instituto de Petróleo y Gas «comenzó a responder a esa demanda, beneficiándose de la política antisemita de otras universidades para obtener alumnos altamente cualificados». Mark Saul explica:

Su apodo, «Kerosinka», reflejaba [su] orgullo y cinismo. Una kerosinka era una estufa de queroseno, una respuesta de tecnología básica pero eficaz a la adversidad. A los estudiantes y graduados de la universidad pronto se les conoció como kerosineshchiks, y la escuela se convirtió en un refugio para estudiantes judíos apasionados por las matemáticas.

¿Cómo escogió el destino a Kerosinka como receptáculo de tanto talento? No es fácil responder a esta pregunta. Sabemos que había otras instituciones que se beneficiaron de la exclusión de los judíos de la MGU. Sabemos también que el establecimiento de esta política exclusivista fue un acto consciente, que probablemente se encontró con cierta resistencia al principio. Para algunas instituciones debe haber resultado más fácil seguir aceptando estudiantes judíos que cambiar su política. Pero una vez el fenómeno creció y hubo un buen contingente de estudiantes judíos en Kerosinka, ¿por qué se le toleró? Existen oscuros rumores de un complot por parte de la policía secreta (el KGB) para tener a los estudiantes judíos bien vigilados, en uno o dos lugares. Pero parte de la motivación podría haber sido más positiva: la administración del instituto habría visto crecer un buen departamento y haber hecho todo lo necesario para preservar este fenómeno.

Creo que la última frase es la más acertada. El presidente (o rector, como se le denominaba) del Instituto de Petróleo y Gas, Vladimir Nikoláevich Vinógradov, era un astuto administrador, famoso por reclutar profesores implicados en un tipo de enseñanza innovadora y por usar nuevas tecnologías en las clases. Fue él quien instituyó la política de que todos los exámenes (incluyendo las pruebas de acceso) se hicieran por escrito. Evidentemente, había alguna oportunidad para abusos incluso en exámenes escritos (como se vio en mi examen escrito de acceso a la MGU), pero esto evitaba el tipo de debacles como el que tuvo lugar en mi examen oral en la MGU. No me sorprendería que fuese decisión personal de Vinógradov no discriminar a los solicitantes judíos; de ser así, debe haber requerido de buena voluntad, y puede que hasta coraje, por su parte.

Como se había anunciado, no pareció haber discriminación en las pruebas de acceso. Me aceptaron tras el primer examen (matemáticas escritas), en el que saqué un 5, es decir, una «A» («excelente»). A los alumnos que habían ganado medalla de oro se les aceptaba directamente si obtenían un «excelente» en el primer examen. En un extraño giro de los acontecimientos, este 5 no me llegó fácilmente, puesto que aparentemente algunas de mis soluciones se incorporaron de forma incorrecta en el sistema automático de corrección, por lo que inicialmente mi nota fue un 4, una «B» («notable»). Tuve que pasar por el proceso de apelaciones, que implicaba hacer cola durante horas, con todo tipo de malos pensamientos arremolinándose en mi cabeza. Pero en cuanto conseguí hablar con el comité de apelaciones se halló el fallo y se arregló de inmediato, se me pidieron excusas y la odisea de mis pruebas de acceso universitario llegó a su fin.

En septiembre de 1984 comenzó el curso escolar y conocí a mis nuevos compañeros de clase. Sólo se aceptaba, en este programa, a cincuenta miembros nuevos al año (como contraste, en Mekh-Mat el número era de casi quinientos). Muchos de mis compañeros habían pasado por la misma experiencia que yo. Eran parte de los estudiantes de matemáticas con más talento y más brillantes del lugar.

Todos, excepto yo y Misha Smolyak, de Kishinev, que se convirtió en mi compañero de dormitorio, eran de Moscú. Quienes vivían fuera de Moscú sólo podían solicitar el ingreso si se habían graduado de la secundaria con medalla de oro, como era, por suerte, mi caso.

Muchos de mis compañeros habían estudiado en las escuelas de Moscú con mejores programas de matemáticas: las escuelas n.º 57, n.º 179, n.º 91 y n.º 2. Algunos se acabarían convirtiendo en matemáticos profesionales, y ahora trabajan como profesores en algunas de las mejores universidades del mundo. Sólo en mi clase contábamos con algunos de los mejores matemáticos de nuestra generación: Pasha Etingof, hoy en día profesor en el MIT;[*9] Dima Kleinbock, profesor en la Universidad de Brandeis; y Misha Finkelberg, profesor de la Escuela Superior de Economía de Moscú. Era un ambiente muy estimulante.

En Kerosinka las matemáticas se enseñaban a un nivel alto, y los cursos básicos como análisis, análisis funcional o álgebra lineal se enseñaban con el mismo rigor que en la MGU. Sin embargo, no había cursos de otras áreas de matemáticas puras, como geometría o topología. Kerosinka sólo ofrecía el programa de matemáticas aplicadas, de modo que nuestra educación estaba encaminada hacia aplicaciones concretas, en particular a la exploración y producción de petróleo y gas. Tuvimos que tomar clases más orientadas a lo aplicado, como optimización, análisis numérico, probabilidad y estadística. Había también un gran componente de informática.

Me alegró tener la oportunidad de aprender de estas clases de matemática aplicada. Me enseñó que no hay una diferencia real entre matemáticas «puras» y matemáticas «aplicadas»: las matemáticas aplicadas, si son de buena calidad, se basan en sofisticadas matemáticas puras. Pero, pese a lo útil de la experiencia, no podía olvidar mi amor verdadero. Tenía que encontrar una manera de aprender los temas de matemáticas puras que no se daban en Kerosinka.

La solución se presentó sola cuando me hice amigo de los demás estudiantes, incluidos aquellos que habían ido a prestigiosas escuelas de matemáticas de Moscú. Nos contamos nuestras historias. A los que eran judíos (según los estándares que he descrito con anterioridad) los habían suspendido en los exámenes de manera tan despiadada como a mí, mientras que a todos sus compañeros no judíos los habían aceptado en la MGU sin mayores problemas. A través de esos compañeros ellos sabían lo que pasaba en el Mekh-Mat, qué cursos valían la pena y cuándo y dónde se daban conferencias. De modo que en mi segunda semana en Kerosinka, mi compañero (creo que fue Dima Kleinbock) vino hacia mí y dijo:

—Eh, vamos a la clase de Kirílov en la MGU. ¿Vienes con nosotros?

Kirílov era un famoso matemático, y claro que quería ir a su clase. Pero no tenía ni idea de que fuera posible. El gran edificio de la MGU estaba custodiado por policías. Se necesitaba tener un pase para entrar.

—No te preocupes por eso —dijo mi compañero—. Saltaremos la valla.

Sonaba peligroso y fascinante, así que dije:

—¡Claro!

La valla que rodeaba el edificio era bastante alta, quizá unos siete metros, pero en una parte el metal estaba doblado y uno podía colarse. Luego, ¿qué? Entrábamos en el edificio por una puerta lateral y tras unos largos pasillos acabábamos en la cocina. Desde allí, atravesando la cocina (intentábamos no atraer mucho la atención del personal que trabajaba) a la cafetería, y de ella al salón principal de la entrada. Ascensor al piso catorce, donde estaba el auditorio.

Aleksandr Aleksándrovich Kirílov (o «San Sanych»,[*10] como lo llamaban afectuosamente) es un conferenciante carismático y un gran ser humano, al que llegaría a conocer bien años más tarde. Creo que estaba dando una clase normal acerca de la teoría de representación según lo delineado en su famoso libro.[*11] Daba asimismo un seminario de posgraduado, al que también asistimos.

Nos salimos con la nuestra gracias al buen corazón de Kirílov. Su hijo Shurik (hoy en día profesor en la Universidad Stony Brook) había estudiado en la escuela especial de matemáticas n.º 179 junto con mis compañeros Dima Kleinbock y Syoma Hawkin. Obviamente, San Sanych conocía la situación con respecto a las admisiones en la MGU. Muchos años después me confesó que no había nada que pudiera hacer al respecto: no le dejaban ni acercarse al comité de admisiones, consistente, mayoritariamente, en apparatchiks del Partido Comunista. Lo único que podía hacer era permitirnos colarnos en sus clases.

Kirílov hacía todo lo posible para que los estudiantes de Kerosinka que asistían a sus clases se sintieran bienvenidos. Uno de los mejores recuerdos de mi primer año universitario fue asistir a sus animadas clases y seminarios. También asistí a un seminario impartido por Aleksandr Rudakov, que fue una gran experiencia.

Entre tanto, aprendía cuantas matemáticas podía en Kerosinka. Vivía internado pero regresaba a casa los fines de semana, y todavía me reunía con Yevgueni Yevguénievich cada dos semanas. Me aconsejaba qué libros leer y yo le informaba de mis progresos. Pero estaba ya llegando rápidamente al punto en que, si quería mantener mi progresión, así como mi motivación, necesitaría un tutor con el que reunirme con más periodicidad y del que no sólo aprender, sino obtener algún problema en el que trabajar. Dado que no estaba en Mekh-Mat, no podía aprovechar los vastos recursos que ofrecía. Y yo era demasiado tímido para acercarme a alguien como A. A. Kirílov y pedirle estudiar con él de manera individual, o que me diera un problema en el que trabajar. Me sentía abandonado. Para el semestre de primavera de 1986 (mi segundo año en Kerosinka) la complacencia y el estancamiento comenzaban a aposentarse. Con todo en mi contra, comenzaba a dudar de poder conseguir mi sueño de convertirme en matemático.