CAPÍTULO XVI
1

—Bueno, estoy completamente desconcertado —dijo el doctor Verran—. Anne Wordhead es la única persona de quien no sospeché nunca. Admito haber estado totalmente equivocado en todo este asunto. En el único punto en que estaba dispuesto a jugarme el todo por el todo era que Mrs. Culley no había visto en mayo a Elizabeth Ryan manejando su coche.

—Y estaba en lo cierto —dijo Kempson—. La gente como Mrs. Culley es un desastre para la policía.

—Y tengo la sensación de que debí haber pensado en Anne Wordhead. Era lógico, porque fue una mujer aterrorizadora.

—Era una bárbara —dijo Kempson, usando esa palabra anticuada con su modo anticuado—. Yo siempre noté que era una bárbara; pero ella insistió tanto por el lado de la rectitud que me engañó casi hasta el final. Anne Wordhead, encarnación de la respetabilidad, y hablando de integridad y de virtudes familiares, orden, seriedad, responsabilidad. Supongo que en el único momento en que vislumbré su otra faz fue cuando enfrentó a la rata con el palote de amasar. Sabía golpear, por Dios, sabía golpear.

— ¡Mi Dios... golpear! Yo diría que sí sabía —dijo Verran con un estremecimiento—. Nunca me voy a olvidar de cómo encontré a Emma Baydock.

—Emma Baydock murió antes de llegar a darse cuenta de lo que le ocurría —dijo Kempson—. Si usted reflexiona un poco, Anne Wordhead reunía todas las exigencias. Era una experta viajera, conocía el norte de Italia, los trenes y las vías de comunicaciones. En agosto estuvo en Borons para ver al coronel Ryan, entró en la casa y nos lo dijo sin pestañear siquiera. Charlaba con Emma Baydock y la vieron conversando con ella apenas unos pocas horas antes de que asesinaran a Emma. Y yo nunca pensé en ella hasta que me di cuenta de que había estado lejos de su casa, ocupándose aparentemente del mobiliario de la tía Caroline, cuando Mrs. Ryan desapareció en Italia. ¡Antiguallas! —exclamó Kempson disgustado—. A mí me lo contó, y urdió ese cuento con tanta habilidad que nunca le presté mayor atención.

Empezó a llenar la pipa, y ahora su voz era más meditativa.

—Mire, doctor; si lo dijéramos de otro modo, si alguien hubiera dicho: "Miss Edith Caroline Wordhead poseía algunas piezas muy valiosas: un juego completo de aparador, mesa y sillas Chipendale, una biblioteca y un escritorio Sheraton y entre otras cosas las primeras ediciones de Jane Austen y de Charles Dickens. Deja todas esas cosas a su sobrina Elizabeth que es una mujer rica, y a Anne que es tan pobre como las ratas y está tan celosa del éxito literario de Elizabeth escritora como nunca ha podido soportarlo, no le deja más que trescientas libras." Bueno, entonces me habría dado cuenta, ¿no? Aunque la palabra "antiguallas" llegó a engañarme. Nunca le di mayor importancia porque la historia contada por Anne Wordhead me impresionó con exclusión de cualquier otra cosa. Llegó para denunciar que su hermana, Mrs. Ryan era una "persona desaparecida". Se presentó con toda autoridad acusando a su cuñado de asesinato; y en el momento en que encontramos el cadáver de Ryan la historia se había complicado tanto que Anne Wordhead pasó completamente a segundo plano. Ella fue quien primero gritó "fuego" y en el momento en que el fuego tomó incremento, la persona que dio la alarma parecía casi sin importancia.

—Eso es más bien lógico —dijo Verran—; pero ¿por qué se arriesgó a atraer la atención sobre su persona si eso no podía reportarle ningún beneficio?

—Había muerto a su hermana pensando heredarla, o, de cualquier manera, compartir la mitad de ese patrimonio con su hermana Mary; pero para heredar algo, debía arreglar también el asunto del marido. Para hacerlo, para asesinar a Ryan, tenía que venir a Borons. Y ya que se conocería su presencia en Borons, y en el distrito, se presentó en las oficinas de la policía con el cuento de que su hermana había desaparecido. Y nosotros le creímos —dijo Kempson—. Ésa es la cuestión: su cuento era tan bueno que se salió con la suya —hizo una pausa y luego dijo—: Vamos a tomarlo como si hubiera sido cierto: de algunas cosas se podía dudar, pero sus líneas generales eran bastante claras. Y además debemos recordar que no podíamos comprobar nada de lo que Anne Wordhead nos decía del coronel y de Mrs. Ryan, porque los dos habían muerto antes que Anne Wordhead viniera a vernos; creímos todo lo que decía porque parecía tan veraz, tan convincente. Recuerdo haber dicho que me hubiera gustado oír en este asunto la opinión del coronel Ryan, pero era demasiado tarde.

Kempson chupó la pipa y luego siguió:

—Anne Wordhead nos dijo que no había tenido noticias de Mrs. Ryan, salvo alguna postal, desde que Elizabeth se casó. Yo lo acepté. Recién cuando vi ese sobre que tenía el muchacho italiano del coche-comedor me di cuenta de cómo nos había estado engañando Anne Wordhead: ese sobre, escrito por Anne, aunque ella se dio el gusto de tratar de convencerme de que lo había escrito Mary. Ese sobre hizo desvanecerse toda la historia de Anne. Demostraba que ella se había comunicado con Elizabeth Ryan. Sabía dónde estaban los Ryan cuando fueron a Gardone; y si Elizabeth le había escrito a Anne, supongo que también le habrá contado que pensaba abandonar a su marido. Es una suposición, pero los acontecimientos subsiguientes la hacen razonable.

Verran asintió.

—Sí. Comprendo su argumentación.

—Debe haber sido en momentos en que moría la tía Caroline —continuó Kempson en forma meditativa—. Elizabeth estaba paseando por Italia. Mary estaba en Cornwall, Anne, como de costumbre, cuidando a la tía moribunda. Me imagino a Anne cavilando sobre la injusticia de la vida; sabía que el valioso moblaje era para Elizabeth, Elizabeth que lo tenía todo, hasta marido. Anne empezó a retirar algunas de las piezas más valiosas, y entonces tiene que habérsele ocurrido "Si a Elizabeth le pasara algo…Y cuando Elizabeth le contestó una de las cartas de Anne, referentes al mobiliario de la tía Caroline, debe haberle dicho también que iba a abandonar a su marido. Anne pensó, si ella está por dejar a ese hombre... y empezó a tramar su plan. Así es como me lo imagino.

—Sí, debe haber sido así; su deducción es una obra notable de profundo razonamiento —dijo Verran y Kempson replicó:

—Puede ser, pero he sido muy lento, maldito sea, muy lento. Admití todo, engañado por la descripción de todas las virtudes que admiro: decencia, orden, integridad, afecto familiar... Por Dios, doctor, es como para que me den de patadas; el único consuelo es que también lo engatusó a Arnott. "Cómo, esa vieja camorrera", dijo. Bueno, Anne debe haberle escrito a Elizabeth diciéndole: "Voy a salir de viaje antes de lo pensado y nos encontraremos en Bellagio para conversar de muchas cosas." No pensó en que Elizabeth les mandaría tarjetas a los Baydock; bueno, pero por ahora dejemos eso. Anne salió para Bellagio, diciéndoles a los vecinos que se dirigía a Oatham para continuar con sus deberes de albacea en casa de la tía.

Todo el viaje de ida y vuelta a Bellagio no debe haberle tomado más de cuarenta y ocho horas. Los vecinos creían que estaba en Oatham: en Oatham nadie notaba ni sus idas y venidas, ni cuando estaba ocupada en la casa vacía. Anne se encontró con Elizabeth en Bellagio, cerca del lago, una tarde maravillosa de mayo, al caer el sol. El chofer del taxi lo recuerda porque Anne misma llevó la valija de Elizabeth y la dejó en la estación de los ómnibus para evitar pagarle extra al chofer. Fueron a caminar por la orilla del lago; como decía, era una tarde maravillosa y las dos eran muy caminadoras.

Kempson se interrumpió un momento y Verran dijo:

—Y Anne la mató.

—Sí. Ya encontraron el cadáver. Elizabeth Ryan recibió un golpe, probablemente con un martillo, y el cuerpo fue arrojado al agua desde una de esas terrazas superiores del lago, donde el agua tiene diez pies de profundidad. Al cadáver le ató una bolsa llena de piedras. La policía italiana registró todos los lugares hasta donde se podía llegar caminando desde Bellagio; una vez que les suministramos suficiente evidencia, como para estimularlos a ponerse en movimiento, fueron muy eficientes. Anne se olvidó de una cosa: la carta que le escribió a su hermana para concertar el encuentro de las dos en Bellagio. La encontraron en el bolsillo interior del tapado y después de un tratamiento en el laboratorio ha quedado lo suficientemente legible como para poder descifrarla.

— ¿Y Anne se volvió caminando a Bellagio?

—Sí. Retiró la valija de su hermana, tomó un taxi hasta Chiasso y allí alcanzó el expreso de Roma vía Basilea hasta Calais. Al día siguiente estaba de vuelta en Oatham, muy ocupada con las antiguallas de la tía Caroline; y muy ocupada, también, en quemar la valija y la ropa de Elizabeth en una hoguera que encendió en el jardín. Los vecinos ya estaban acostumbrados a verla encender hogueras: había muchas cosas que quemar.

— ¡Qué barbaridad!... —dijo Verran—; y después se quedó muy fresca esperando que el pobre Ryan volviera a su casa.

—Le escribió a Emma Baydock, e hizo todas las cosas que nos contó. Vino y lo vio a Ryan, pero la entrevista no se habrá desarrollado de acuerdo con la versión que nos dio Anne. No tengo la menor duda de que lo pensó todo muy bien; sospecho que le habrá hablado de la santidad del vínculo matrimonial y de la naturaleza de los compromisos contraídos junto con sus ofrecimientos de mediación entre la pareja separada. Estoy seguro de que Anne, después de haberle hecho jurar a Ryan que le guardaría el secreto, le dijo que haría todo lo posible por conseguir que Elizabeth volviera con su marido. Eso es lo que supongo, pero de todas maneras Ryan se quedó esperando lo mejor.

—Pero ¿por qué ese viejo tonto dijo que Elizabeth estaba en Alemania?

—Tiene que haber sido Anne quien le dijo que Elizabeth estaba allí. Él parecía ser un individuo muy veraz y muy crédulo. No tengo la menor dudo de que se lo creyó. En vista de los acontecimientos posteriores, incluyendo a Jim Ryan, Alemania fue una idea insinuada por Anne. Además buscó la oportunidad de la cantimplora del coronel Ryan antes de decirle que fuera a encontrarse con su mujer para hablar sobre muchas cosas en el bosque de Blackstone. Anne Wordhead nos dijo que volvió a Lowghyll el 18 de septiembre. Tengo la seguridad de que en realidad volvió el 14 o el 15; con sus actividades en Oatham tenía una buena excusa para no estar en su casa. Y cuando uno reflexiona, es evidente que debe haberse apropiado de la llave de Borons que Elizabeth tendría en la cartera; entró en la casa cuantas veces quiso y se apoderó de lo que le gustaba, echándole la culpa a Ryan, o a los Baydock.

— ¿Cómo hacía para llegar a Borons? —preguntó Verran, y Kempson resopló.

—Caminando, probablemente de noche, con esos pies largos y chatos. Ya le dije que era muy caminadora. Esa era una de sus anticuadas virtudes.

—Y mientras tanto, Emma Baydock se quedó muy fresca.

—Si. Su lema fue esperar y ver. Emma tenía esa tarjeta postal y, creo, supo hacer sus conjeturas. Emma se vio viviendo en la abundancia por el resto de su vida. Ella se buscó el fin que tuvo. En la cocina de Borons debe haberle dicho demasiado a Anne Wordhead. La respuesta fue el hacha.

—Anne Wordhead debe haber estado loca —dijo Verran y Kempson contestó:

—Eso fue lo que ella me dijo refiriéndose al casamiento de Elizabeth: ella debe haber estado loca. Ahora creo que las tres hermanas eran casos patológicos. Si uno piensa la forma en que vivían, lo más lejos posible una de otra, la antipatía que se tenían y, además, Mary, de repente, está completamente senil. Hay algo extraño en todas ellas.

—Y fue Anne Wordhead quien me llamó por teléfono diciendo que era Baydock —dijo Verran.

—Indudablemente. Tenía una voz muy profunda. No dudo de que quiso provocarles inconvenientes, sabía que usted y su mujer les tenían antipatía a los Baydock. Bueno, así han sido las cosas, doctor. Lo siento, pero hablan poco en favor de mi perspicacia. He sido lento hasta lo increíble en captar el asunto; pero hay algo que nunca pude tragar: que ese muchacho fuera un asesino. Ese Jim Ryan; es un buen chico, no será muy inteligente, pero es muy correcto.

—Como su tío. ¡Pobre Phil Ryan! ¡Pobre viejo! Lo único bueno de su muerte es que fue casi instantánea y que se hubiera alegrado mucho si hubiese sabido que Jim heredaría todas las cosas. Da risa pensar que esa vieja horrible consiguió endosarle a Jim Ryan una bonita herencia.

—Se está por comprar un garage —dijo Kempson—, y espera usar el Jaguar como su primer coche de alquiler. Cuando le expliqué los hechos principales de toda esta historia, lo tomó con una calma increíble. Sólo dijo: "Pobre tío Phil, nunca debió casarse con ella... Tiene que haber estado un poco chiflado para no haberse dado cuenta de lo terrible que era, y en cuanto a la hermana... bueno, debe haber estado loca." Y así llegamos al final con la misma observación con que empezó este asunto.

—El círculo se completó —murmuró Verran—. ¡Qué asunto!

FIN