CAPÍTULO VI
1

—Ésos son los hechos; hasta ahora es todo lo que hemos podido averiguar, señor —dijo Kempson—. El coronel Ryan murió envenenado por cianuro de potasio; a pesar de haberse derramado el contenido, en la cantimplora había rastros del veneno y no hay más impresiones digitales que las del coronel. Hace justo un año éste compró en lo de Weller, en Fellcaster, un poco de cianuro con el objeto de destruir un nido de avispas. Le preguntó a Weller cómo debía utilizarlo, y Weller le advirtió que era algo muy peligroso. Fue Baydock quien nos informó dónde había comprado esa substancia el coronel y jura que él no quiso ni tocarlo: le había propuesto quemar el nido rociándolo con nafta, pero el coronel no le permitió usar fuego por temor a destruir un árbol favorito de Mrs. Ryan. El frasco que originariamente contenía el veneno todavía está en Borons, en el galpón de las herramientas; las únicas impresiones digitales son las de Weller y las del coronel.

El brigadier Goring asintió con la cabeza mientras Kempson hacía una pausa y repasaba sus anotaciones.

—No podemos decir con exactitud qué día salió de Borons el coronel —continuó Kempson—. Todo lo que pudimos averiguar es que la última persona con quien habló fue Clark, el dueño del garage de Lowghyll. El 14 de septiembre el coronel Ryan fue a llenar el tanque de nafta y a que le hicieran al coche algunos ajustes. Le dijo a Clark que viajaría para encontrarse en Dover con Mrs. Ryan, pero Clark no podría jurar si era realmente en Dover. Dice que en ese momento estaba muy ocupado y al mismo tiempo se había alegrado mucho al saber que volvería Mrs. Ryan, de manera que no prestó mayor atención al nombre del puerto. Sabemos que el coronel volvió luego a Borons porque el panadero se cruzó con él cerca de la casa; después de eso no sabemos nada más y el informe médico sólo puede dar una idea aproximada. La probabilidad es de que haya muerto hace de siete a diez días; es todo lo que pueden decir.

— ¿Y los Baydock, no saben nada?

—Los Baydock no pueden, o no quieren, decir nada —contestó Kempson—. Aseguran que durante el tiempo que Ryan vivió solo en Borons, a partir de fines de julio, no le dirigieron la palabra y ni siquiera lo vieron de frente, y que no recuerdan cuándo fue la última vez que lo vieron en el coche.

Goring se quedó unos instantes callado y meditando, y luego preguntó:

— ¿Baydock sabe conducir automóvil?

—Puede conducir un tractor, pero no creo que pueda manejar el Jaguar —replicó Kempson.

—O Ryan manejó él mismo hasta llegar al claro, o lo hizo otra persona; en este último caso, él, probablemente, ya estaría muerto —dijo Goring—. ¿No hay nada que indique si el cadáver ha sido movido, o empujado hasta ubicarlo en el asiento del conductor? No debe haber sido nada fácil colocarlo allí.

—No hay nada que pueda asegurarlo —dijo Kempson—. El cuerpo estaba contorsionado, el saco medio salido; pero al morir probablemente se retorció en un espasmo violento; no hay nada terminante en eso —hizo una pausa y luego agregó—: Si ante un jurado presentamos los hechos tal cual los conocemos, mi opinión es que el veredicto será de suicidio, especialmente si se tiene en cuenta la carta que encontramos en uno de los bolsillos.

Goring asintió con la cabeza y tomó la carta: ésta había sido muy bien examinada en busca de impresiones digitales, y sólo se encontraron las del coronel Ryan y algunos trazos borrosos difícilmente identificables. El mensaje se componía de letras y palabras recortadas de un diario, burdamente pegadas en una hoja de papel de oficio de mala calidad.

"Asqueroso asesino —empezaba el mensaje—. Todos sabemos lo que ha hecho. Usted mató a su mujer en Italia. Usted espera; el verdugo también está esperando. Alguien que sabe."

—El mensaje está hecho con recortes del Manchester Guardian —continuó Kempson—, pero los muchachos de la oficina creen que el papel antes de ser recortado lo utilizaron primero para envolver pescado. No hay ningún sobre. El cartero dice que durante la semana anterior al 14 dejó varias cartas para el coronel Ryan, algunas con la dirección escrita en letras mayúsculas de imprenta. Lo que el cartero no recuerda es el sello del correo de origen.

—Usted está pensando que si Ryan recibió varias cartas como ésa puede haberse deprimido y decidió matarse, fuera o no culpable —dijo Goring y Kempson asintió.

—Es posible; por otra parte Ryan puede haber sido asesinado y el asesino haber colocado esa carta en el bolsillo para provocar la explicación que usted acaba de hacer; nos va a dar mucho trabajo aclarar esos puntos.

— ¿Tiene alguna teoría que le parezca más probable? —preguntó Goring.

—No, señor. No he querido hacerlo para poder pensar sin prejuicios. Sin embargo, creo que sería fácil poder enjuiciar a los Baydock si ajustamos las evidencias en ese sentido. Ellos pudieron hacerlo. Emma Baydock tiene llave de la casa y el veneno estaba en el galpón. Si ella puso el veneno en la cantimplora, el coronel pudo tomarlo mientras estaba sentado en el coche.

—Sí, podría ser así —asintió Goring—. Pero usted no los cree capaces de manejar el Jaguar; entonces no me puedo imaginar cómo hicieron los Baydock para que Ryan fuera en auto hasta el claro.

—Si usted recapacita, señor, quizás le pase lo mismo que a mí y se sienta aterrado por la enorme cantidad de cosas que no sabemos —dijo Kempson—. Sólo tenemos la palabra de los Baydock en cuanto a que nunca hablaron con Ryan desde que volvió. Esa casa, Borons, está tan aislada que no hay ninguna esperanza de que alguien haya podido observarlos. Emma pudo haber fingido ser una intermediaria entre el coronel y Mrs. Ryan, dándole mensajes respecto de dónde encontrarse con ella; o también quizás pudo ser en verdad la intermediaria. Pocas veces he visto un caso tan maquiavélico.

Otra vez Goring movió la cabeza en señal de asentimiento; luego dijo:

—Bueno, esto parece ser un trabajo inhumano, Kempson. Si quiere ayuda tiene que resolverse.

—Si usted está pensando en el Yard, mi contestación es no. Creo que en este caso es necesario el conocimiento de la región y la comprensión de las gentes del lugar. Ahora quien me gustaría que trabajara conmigo es ese muchacho Arnott, ese compañero nuestro que pasó al Departamento de Investigaciones Criminales del Condado. Se ha criado en Fellcaster y conoce Lowghyll y Boronsdale. Si nos pueden mandar a Arnott y algún otro oficial joven a trabajar con nosotros, creo que resultarán mucho más útiles que un londinense que podría no comprender el dialecto de esta región.

—Muy bien, eso se puede arreglar fácilmente —replicó Goring—, y ahora en cuanto a la indagatoria, el Juez de Instrucción es muy razonable, gracias a Dios es alguien que no pondrá inconvenientes; va a tomar en consideración todos los puntos que le presentemos.

—Mire, señor, por lo que veo lo mejor será que se suspenda la indagatoria mientras tratamos de hacer más averiguaciones; en la primera sesión se podría tratar solamente la identidad del muerto y la causa de su muerte y entonces suspenderla. Es indudable que tenemos que encontrar a Mrs. Ryan, viva o muerta, y eso nos va a dar mucho trabajo.

—Sí. Es lo más importante. Bueno, voy a conversar con el Juez de Instrucción; dadas las circunstancias puede decidir efectuar la primera audiencia sin jurado y tan pronto como sea posible.

—Sería lo mejor, señor. Todavía no tenemos suficientes hechos como para poder dar un veredicto; y en estos momentos cualquier veredicto sería sólo una conjetura.

2

En la indagatoria, Jim Ryan, como pariente del muerto, declaró respecto a la identidad del mismo. Se sorprendió al ver que era la única declaración que le requerían y se sintió aliviado por la brevedad de los procedimientos. Después de la declaración de Kempson respecto del encuentro del cadáver (precedida del inevitable "de acuerdo con la información recibida") y de la declaración del médico, la policía solicitó la suspensión del juicio "mientras proseguían las averiguaciones"; y así se resolvió, dejando a los espectadores con un fermento de impaciencia.

Después de la indagatoria, mezclado entre el gentío (el mayor gentío que se hubiera congregado alguna vez en Lowghyll), Jim Ryan tuvo una idea muy clara de la tendencia de la opinión entre la gente de la localidad y entre la gente de prensa que se había amontonado en Lowghyll: era opinión general que el coronel Ryan asesinó a su mujer y luego se suicidó agobiado por el temor y el remordimiento. Fue en la puerta del bar Bay Mare (una triste taberna en las afueras de Lowghyll) donde Jim escuchó una opinión que no estaba de acuerdo con la mayoría. Era la opinión, dada en alta voz, de Bob Richardas, el carbonero que surtía a Borons.

—Yo no lo creo; maldito si puedo creerlo —bramó—. ¿Con qué ventaja? Ninguna. Ninguna. Me sería mucho más fácil creer que ella lo mató; ¡tenía un carácter esa Mrs. Ryan!, lo sé por experiencia, era más desconfiada... —gritos de ¡qué vergüenza! ahogaban la voz, pero Bob continuó—: Se lo llevó a Blackstone y le envenenó el whisky...

Jim siguió caminando, pensando mucho: era una idea nueva y sintió que basándose en eso se podrían argumentar muchas cosas.

Ya bastante tarde, ese mismo día, Jim se dirigió en su moto a Borons, no sabía muy bien por qué, y allí encontró a Anne Wordhead conversando con Emma Baydock en el portón del jardín del chalet; se dieron vuelta para mirarlo y Jim no pudo reprimir el impulso de detenerse y se dirigió a las dos en tono de furia contenida.

—Ustedes saben quién soy yo y yo sé quiénes son ustedes y de qué están hablando —declaró—. Es mentira y lo voy a probar. Mi tío nunca mató a nadie: era el tipo más decente que había, y las malas lenguas como las de ustedes son las que provocaron su muerte. No les voy a permitir que sigan con esas cosas, ya verán.

—Si usted, muchacho vagabundo, me está amenazando lo voy a denunciar a la policía —espetó Anne Wordhead, pero Emma Baydock soltó una réplica mucho más venenosa:

—Genio y figura hasta la sepultura: quizás éste también tiene algo que ver, y todo para sacar ventaja. No van a pasar muchos días sin que lo cuelguen, ya verá.

Jim, dándose cuenta repentinamente de que se sentía asqueado, puso en funcionamiento la moto con rapidez y arrancó a toda velocidad. ¿Qué podría seguir diciendo esa vieja bruja? ¿No habría forma de poner término al daño y la maldad que continuaría tramando?

En la cima de la montaña, desde donde se dominaba todo el valle, Jim volvió a detenerse.

"Le voy a hablar por teléfono a Ben para pedirle que me ayude —se dijo a sí mismo—. Ya debe haber recibido mi carta. Si me quedo aquí, van a terminar por enredarme en esta maraña, y no podré hacer nada."

3

—Estoy de acuerdo con usted en que lo más importante es encontrar a Mrs. Ryan —dijo el Inspector Arnott—. La única forma de hacerlo es por medio de avisos y solicitando la cooperación de la policía continental. Personalmente creo que si está viva debe estar en Inglaterra: una inglesa no puede vivir indefinidamente en el extranjero, debido a las dificultades consabidas.

—Si tiene amigos en el extranjero, puede seguir allí —dijo Kempson—. Lo más endemoniado de este asunto es que nadie puede darnos una información digna de confianza. Los únicos miembros de la familia que quedan son las hermanas de Mrs. Ryan, y ellas no pueden darnos ningún dato; sus amigos de Boronsdale no saben virtualmente nada de ella: jugaban al bridge, charlaban de libros y de jardinería, pero ignoran todo cuanto a otros aspectos. Pero si ella está viva y es inocente, ¿no podríamos haber tenido alguna noticia durante todo este tiempo? Todos los diarios del país y también los del continente han relatado la historia con grandes títulos.

Arnott asintió; estaba sentado apoyando su enérgica mandíbula sobre los puños cerrados, pensando mucho, y Kempson recordaba al concienzudo agente que había trabajado bajo sus órdenes diez años atrás.

—Sí, es inocente —repitió Arnott—. A mí no me convence esa teoría de que envenenó a su marido; en esa forma ella no podría volver nunca más a su casa ni reclamar su propiedad...

— ¿No podría?—preguntó Kempson—. Si hay un veredicto de suicidio, ¿acaso ella no podría volver después de pasado un tiempo, diciendo que había estado viviendo en algún lugar adonde no llegaban diarios ingleses, que no había oído ni una palabra de su muerte? Podría indicar algún pueblito australiano, o una hostería de la Selva Negra, o quizás algún vallecito perdido entre las montañas; en Sutherland y Wester Ross hay lugares tan apartados, que hasta allí casi nunca llega nadie, y en cuanto a los diarios, bueno, esa gente ni se preocupa por esas cosas.

Hizo una pausa, miró anotaciones que tenía sobre el escritorio y luego continuó:

—Hay algo que no he puesto en el informe, pero ese lugar donde encontramos a Ryan no me convence nada. Cuando vi la inmundicia que había en la casa, recuerdo que pensé, "todas estas cosas lo han deprimido; si hubiera tenido a mano un horno de gas, este hombre podría haberse suicidado". Una cosa así la hubiera comprendido: que se suicidara en su casa porque se dio cuenta de que todo le había salido mal y no veía la salida. Pero tomar el coche y manejar hasta el claro de un bosque y hacerlo allí... no me convence nada.

—Creo que usted puede tener razón —asintió Arnott—. ¿Era uno de esos tipos que están locos con su coche, verdad? Se podría pensar que si se decidió a salir con el auto después de hacerlo revisar, y con el tanque lleno, no estaría tan deprimido y habría partido con la sensación de que quizás podía evadirse de todo, y después cuando se le acabó la nafta hubiera podido despeñarse desde cualquier risco y terminar así con todo.

Kempson movía la cabeza.

—Eso hubiera sido más lógico, me parece. Pero ¿qué fue lo que hizo? Manejar hasta un lugar a menos de diez millas de su casa, meterse con el coche por un camino que cualquier persona odiaría como al demonio y matarse allí; a mí me parece más bien que ha ido a ese lugar determinado porque alguna mujer, o mejor dicho su mujer, le pidió que fuera.

—Vamos a hablar de todo, querido, en ese lugar donde fuimos tan felices —arriesgó Arnott—. Sí, comprendo la idea; y si las cosas ocurrieron así, la intención pudo haber sido de que cuando la policía encontrara el cadáver creyera otra cosa. Cuanto más tiempo pasara entre la muerte y el momento en que lo encontraran era más difícil determinar cuándo murió.

—Hubieran podido pasar meses antes de encontrarlo —dijo Kempson—, y en el ínterin ella podría haber vuelto a su casa jurando que no lo veía desde que se fue de Gardone.

—De cualquier manera que haya ocurrido, el trabajo que tenemos ahora es determinar lo más exactamente posible cuándo salió él de su casa y cuándo murió; y luego entonces controlar qué estuvieron haciendo en esos momentos las otras personas —dijo Arnott—. Están los Baydock; y dígame, superintendente, ¿qué pasa con ese sobrino? Parece un tipo derecho, pero si hay algo cierto en esa historia de Gertie Dow referente a un testamento, uno nunca puede saber...

Arnott había sido muy rápido en sus averiguaciones en Lowghyll; conocía el pueblo desde toda su vida, y la gente lo recordaba, no como a un agente de policía, sino como al colegial que jugara en el club local de cricket y en los matches de football y que había contribuido a triunfar sobre otros equipos. Todo el mundo estaba dispuesto a conversar con Bill Arnott (con eso se demuestra la astucia de Kempson al pedirlo). Muy pronto supo Arnott que el coronel Ryan parecía complacerse en charlar con Gertie Dow, y casualmente Gertie le contó todo a Arnott, hablándole con la misma franqueza con que lo hiciera con Jim Ryan, insistiendo, sin embargo, en que el coronel Ryan había tenido noticias de su mujer, que había ido a encontrarse con ella, y que la pareja, antes de casarse, había ido muchas veces a pasar el día al bosque de Blackstone.

—Él muchas veces me contó cosas —dijo con su aire ingenuo— no porque no quisiera a su mujer, pero cuando una mujer es puro cerebro, el hombre siempre busca alguien sencillo con quien conversar cuando está cansado.

—Ese testamento de Ryan —continuó Arnott—. Si se comprueba que su mujer murió antes y nada prueba que él la mató, es posible que herede todo lo de ella, y allí hay una buena fortunita para cualquiera —se detuvo y le sonrió a Kempson—. Usted ha estado haciendo muchas suposiciones, superintendente; lo mismo me dijo usted cuando presenté mi primer informe y nunca lo he olvidado. Todo lo que puedo decir es que debemos tener una visión comprensiva de todas las cosas, considerar a todas las personas a quienes esto concierne, pensando siempre que el fondo de todo este asunto puede ser la codicia y no el amor; siempre hay quienes se tientan por dinero.

—Estoy de acuerdo con eso —dijo Kempson—, y podemos tenerlo presente mientras volvemos a su primera sugestión; descubrir qué estuvieron haciendo todo el día en que mataron a Ryan. Ahora, no sabemos cuándo fue pero el sentido común nos sugiere que debe haber salido al día siguiente de haber hecho controlar el motor y llenar el tanque en el garage de Clark. Hizo revisar las gomas, cargar la batería, engrasar los elásticos y todas esas cositas, y lo más probable es que haya salido al día siguiente: las apariencias sugieren que manejó hasta el bosque de Blackstone y nada más: el tanque todavía estaba casi lleno, y aunque hubiera podido volver a llenarlo en otro parte, no parece que el coche hubiera andado mucho después del último lavado. Y hay otra cosa en la que estuve pensando; a lo mejor es algo sin importancia, pero me gustaría conocer su opinión: ¿recuerda cómo dejó su dormitorio, y toda la casa?

Arnott asintió.

—También he pensado en eso: pero no se pueden sacar dos conclusiones sin que se contradigan. Primero, suponiendo que se iba a suicidar, no se preocuparía mucho en hacer la cama y levantar el pijama del suelo ¿no le parece?

—Quizás no, pero se había vestido con todo esmero; se había afeitado; y si pensaba suicidarse, ¿para qué ir hasta el bosque de Blackstone?

—Usted no puede digerir eso, ¿verdad?—observó Arnott—. Bueno, le voy a dar la primer conclusión: se le importó un comino todo el desorden que dejaba en la casa porque había terminado con todo y no le interesaba nada. Por otra parte se puede argumentar que dejó las cosas así porque pensaba volver en seguida, no demoraría mucho y podía arreglarlas a la vuelta. Y aquí hay otra cosa, hablando como marido. Si en realidad se iba a encontrar con su mujer y esperaba traerla de vuelta a su casa, ¿cómo se atrevió a dejar la casa en semejante barulllo? Mrs. Ryan era una mujer muy ordenada, ¿qué podría llegar a decir ella si, después de una reconciliación, la hubiera traído de vuelta a su casa en el estado en que está ahora?

Kempson miró con aprecio al joven Arnott.

—Eso está muy bien hilado, muchacho. Es algo que merece ser considerado de nuevo y aquí hay otro punto para que usted lo piense. Si no manejó más que unas diez millas, ¿para qué necesitaba un trago? Se supone, y yo también lo supongo, que se envenenó al tomar el whisky de esa cantimplora, porque encontraron veneno en los restos, pero eso no prueba que haya ocurrido así.

Arnott se rio entre dientes:

—Me siento como un chico de tres años que pretendiera desenredar una madeja de lana de tejer: con cada movimiento se enreda más. Por el momento, dejemos las teorías, superintendente, y volvamos a la rutina. ¿Dónde estaba usted el 15 del corriente a las diez de la mañana? Eso me ayudaría a aclarar mis ideas.