CAPÍTULO VII
1
—Los Baydock son los más sospechosos, David —dijo Lois Verran a su marido, y el doctor Verran gruñó:
— ¿No serán los deseos más fuertes que el pensamiento, querida? A ti los Baydock siempre te fueron antipáticos.
—Desde que los conocí nunca me gustaron —replicó Lois. Estaba arreglando un jarrón con hojas de haya, arce, roble y cornejo, una gloria de oro, amarillo y rojo—. ¿No son preciosas? —le preguntó—. Ayer fui hasta el bosquecito que hay pasando Borons; allí las hojas de haya se ponen doradas mucho antes que las de acá.
—Entonces estuviste robando —le dijo su marido.
—No. No digas eso. Ese bosquecito forma parte de Borons y Elizabeth Ryan me autorizó a sacar de allí lo que quisiera. Entendía mucho de cosas del campo, sabes: conocía los mejores lugares donde conseguir los primeros brotes de candelas, de flores de mimbre y de campanillas silvestres. Durante todo el año tenía su casa llena de flores —se interrumpió y luego dijo—: No creo que ella lo matara. No creo y no quiero creerlo. Podría tener un carácter endemoniado, pero no le gustaba la violencia; era un temperamento frio, amargo, despreciativo, y cuando estaba más furiosa, su cerebro funcionaba con mayor agudeza. No la puedo conectar con ninguna forma de violencia, así como tú tampoco puedes creer que ese pobre viejo haya sido capaz de matar a su mujer.
—Sé que no era capaz de una cosa semejante —dijo Verran—. Bajo esa apariencia distinguida y esa voz culta, era un individuo simple en cierto sentido hasta tonto, y tan crédulo como una criatura, pero no tenía nada de rencoroso ni de brutal. Con él me pasa como con algunos de mis pacientes: aunque no demuestren ningún síntoma fisiológico definido puedo diagnosticar lo que no anda bien y generalmente acierto. Puedo diagnosticar que el viejo Ryan deseaba hacer las paces y que el impulso de matar estaba visiblemente ausente.
—Bueno, entonces respetemos nuestras mutuas convicciones y dejemos eso —dijo Lois—. Y entonces se presenta la vieja cuestión, si Elizabeth Ryan no está muerta, ¿dónde está? No me puedo convencer de que haya dejado complicarse las cosas hasta el punto a que hemos llegado; además adoraba su casa y nunca la dejó sin alguien que la cuidara.
— ¿Y con eso? —preguntó David Verran, encendiendo otro cigarrillo. Tenía intención de dejar de fumar, como un buen ejemplo para sus pacientes, pero el asunto de los Ryan había causado un efecto desastroso en sus esfuerzos por abstenerse; en el instante en que empezaba a hablar o a pensar en los Ryan, encendía otro cigarrillo.
—Dame uno —dijo Lois en seguida—. Voy a fumar la misma cantidad de cigarrillos que tú, ni uno más, ni uno menos. Ahora, volviendo a Mrs. Ryan: dices que piensas que ella lo abandonó porque la había hartado en una forma tan espantosa que ya no lo soportaba más.
—Sí. Creo que es así: se fue y lo dejó sin decirle ni una palabra.
—Muy bien, y supongamos que ella anduvo de un lado para el otro en el continente, mientras tuvo dinero y luego volvió a Inglaterra, a Cornwall, o a Gales, o a cualquier otro lugar donde nadie la conociera. Tendría que haber planeado esa retirada con anterioridad, alquilando una casita, o un departamento, o cualquier otra cosa, y abierto una cuenta corriente con otro nombre.
—Yo no podría asegurar lo contrario; siempre pensé que era una mente con elucubraciones tortuosas —interrumpió Verran.
—Tú no la puedes ni ver, ¿verdad?
—No; y creo que él era un individuo bondadoso y bien intencionado; pobre tipo: es cierto que se casó para asegurarse el techo, pero infinidad de mujeres virtuosas han buscado marido por el mismo motivo.
—Muy bien, no vamos a discutir sobre eso —dijo Lois—. A mí ella no me disgusta tanto como a ti; en cierto sentido hasta le tengo simpatía: me gusta su forma de trabajar el jardín; trabaja de verdad, cavando y podando. Y me gusta la manera como arregló la casa y la amuebló de manera adecuada, apreciando el estilo de Borons. Nadie, solamente egoísta, es capaz de apreciar algo que signifique mucho trabajo, como en el caso de Borons. De allí es desde donde yo comienzo: ella quería su casa.
—Muy bien, ¿y entonces?
—Estoy dispuesta a conceder que abandonó el marido porque la aburría y eso es inhumano. Lo planeó con anticipación y lo dejó sin decir ni una palabra, pagándole el alojamiento completo por una semana más, como hacen algunas patronas con sus sirvientas. Y después de abandonarlo creo que volvió directamente a Borons a buscar algo más de ropa, algunos libros y disponer que los Baydock le cuidaran el jardín y la casa mientras ella no volviera.
—Bueno, ¡si esos no son pensamientos mezquinos!—exclamó el marido—. No tienes ninguna evidencia para sostener esos argumentos.
—Sí. Tengo bastantes —replicó Lois, echando hacia atrás su cabello (era del mismo color castaño dorado de las hojas de haya) —. Tengo la completa seguridad de que no ha dejado a Borons abandonada y de que no ha de haber tratado a Emma Baydock como ésta dice que la trató. Hace diez años que Emma trabaja allí y adora a Elizabeth; lo ha repetido muchas veces. Demostrando retribuir esos sentimientos de Emma, enviándole tarjetas postales y trayéndole regalos, Elizabeth Ryan ha buscado su propia conveniencia. No quería perder a Emma Baydock. Y si dices que todo esto son cosas simplemente subjetivas, voy a darte otro argumento. Recuerda: a mediados de mayo, Mrs. Culley nos dijo que Mrs. Ryan debía estar de vuelta en su casa porque creía haberla visto manejando su coche en el camino entre Hexham y Haydon Bridge.
—Sí, lo recuerdo; pero Mrs. Culley es la observadora más insegura y a quien menos se le puede tener confianza; siempre está contando que ha visto algo o a alguien, a quien es inconcebible que haya podido ver.
—Lo sé, pero quizás esta vez tenía razón, como Homero cuando asentía lo contrario. Mira, si Elizabeth Ryan ha querido volver a Borons sin que lo supieran, ese es el camino que tomaría, evitando Fellcaster y Lowghyll, pasando por Haltwhistle y Alston. Son diez millas de camino solitario, entre montañas donde no hay más que unos pocos caseríos de labradores, donde la gente está demasiado ocupada como para fijarse en los que pasan por el camino.
—Bueno, bueno; parece que has estado pensando mucho en tu teoría —observó David Verran.
—Sí, he pensado muchísimo cuando estuve en el bosquecito de Borons, mientras Emma Baydock curioseaba de lo lindo, armada de un hacha para cortar leña.
— ¡Mi Dios!, no se te ocurra volver por ahí —protestó Verran y Lois replicó:
— ¿Quién es el exaltado ahora?... y eso que no le viste la cara.
—Dejemos a esa maldita bruja fuera de esto, por el momento —dijo Verran—. Tu teoría presume que Mrs. Ryan iba manejando un coche, ¿qué coche?
—El de ella, por supuesto. Si nunca lo vendió. Me dijo que lo sacaría durante el invierno para dejarle a Philip más lugar en el garage. El garage era antes establo y caben dos coches con toda comodidad. Pero ella pudo llevarse el automóvil a Newcastle antes de salir de viaje y guardarlo allí con un nombre supuesto.
—Sí, pudo hacerlo... y volver del continente por una de esas nuevas vías marítimas, de Oslo a Newcastle, por ejemplo. Continúa.
—Lo que sigue son puras suposiciones —dijo Lois más despacio—. Me la imagino volviendo a Borons en forma totalmente inesperada, sin que Emma Baydock supiera nada y encontrándosela en la casa robando algo, forzando cajones o revolviendo roperos, sorprendiéndola con las manos en la masa.
—Es un pensamiento sucio.
—Muy sucio. Sé exactamente qué hubiese hecho Eli-zabeth: habría llamado por teléfono a la policía. Era así, rápida, resuelta y despiadada. Y quizás Emma Baydock fue más rápida; tiene unas manos enormes. Y una vez que empezó no habrá parado hasta terminar.
—Es una idea... pero como teoría tiene muchas fallas. ¿Cómo podría saber Emma Baydock que Mrs. Ryan no le había comunicado a nadie su vuelta?
—No sé —dijo Lois—. Pero no me cuesta nada imaginar las cosas así. Mira, no sabemos hasta dónde ha podido confiar Elizabeth Ryan en Emma Baydock.
—No la veo a Mrs. Ryan confiando en nadie; es la mujer más desconfiada del mundo.
—No sé: cuando una mujer está tan exasperada suele dejar entrever ciertas cosas, y el hecho evidente de que Emma odiaba a Philip Ryan puede haber inducido a Elizabeth a utilizar a Emma como una válvula de escape. Ella estaba exasperada, tú la conocías, ni siquiera en público era capaz de ser amable con ese pobre hombre.
—Sí, ya lo sé; te acepto todo eso. Creo que Elizabeth Ryan es capaz de sentir verdadero odio y había llegado a un estado en que odiaba a su marido.
—Sí, pero era un odio frío: quería sacárselo del camino y humillarlo y primero planeó todo. Y además me imagino a Emma Baydock diciéndole a Elizabeth que no podría seguir trabajando allí por lo menos en esas condiciones. Eso hubiera sido un gran inconveniente, ¿sabes? Nadie más hubiese querido ir a Borons; Elizabeth pudo decirle: "Esto no va a durar mucho, tenga un poco de paciencia." De cualquier modo Emma Baydock se daba cuenta de cómo andaban las cosas.
—Aunque todo eso me parece bastante razonable, todavía no me imagino cómo Emma Baydock pudo tener la seguridad de que nadie más sabía de la vuelta de Mrs. Ryan; por ejemplo: ni tú, ni yo.
—A lo mejor estoy equivocada al pensar que Emma Baydock no sabía nada de la vuelta de Mrs. Ryan; podría haberlo sabido; Elzabeth pudo haberle dicho: "No le diga a nadie que vuelvo, nadie debe saberlo..."
—Y eso le dio la idea a Emma Baydock —dijo David Verran—. Si nadie sabía que volvería, bueno, nadie la echaría de menos.
2
—Estoy empezando a concebir horrores —dijo Lois—. Es un trabajo terrible hacer el relato de cómo una mujer premeditó asesinar a otra mujer; pero ya que empecé te voy a contar todas las cosas espeluznantes que se me han ocurrido.
—Es mucho mejor ventilar esas ideas sucias y encararlas de frente —dijo el doctor Verran—, y hablando de cosas horribles, creo que esa es la palabra que corresponde para calificar la presunción de que Philip Ryan asesinó a su mujer. Eso se me atraganta mucho más que el pensamiento de Emma Baydock empuñando un hacha para matar a su patrona. Las dos tienen algo en común: egoísmo y sangre fría.
— ¿Te has dado cuenta de que nadie sabe nada de Emma Baydock?—continuó Lois—. Yo lo noté cuando empezó a hablar mal de Mary Brampton. Mrs. Brampton estaba furiosa y decía: "Y al fin y al cabo, ¿quién es Emma Baydock? Ella dice que es hermana de Ted Baydock; sin embargo, nunca supimos que Ted tuviera una hermana hasta que apareció Emma."
—Bueno, eso es una novedad para mí —dijo David Verran, y Lois continuó:
—La verdad es que yo siento que si en este asunto hay alguien capaz de asesinar, ese alguien es Emma Baydock. Y si ella despachó a Elizabeth, ¿no podría, también haber proyectado deshacerse del coronel Ryan... y quedarse tranquilamente con todas las cosas que había ambicionado: las perlas de Elizabeth, quizás, o el anillo de brillantes?
—Dime, ¿hemos descubierto un solo hecho que podríamos comunicar a la policía?—preguntó Verran—. No podemos ir a contarles historias extravagantes, y en cuanto a sospechas, te puedo asegurar que ellos sospechan de todos, hasta de nosotros; nadie se salva.
—Podemos decirles que Mrs. Culley, en mayo, manifestó que creía haber visto a Elizabeth Ryan cerca de Hexham.
—Sí, podríamos decírselo, y la vieja tonta dirá que fue una equivocación y que no quiere verse mezclada en un sucio caso policial. Tiene menos cabeza que un chorlito. Y si tu extraña suposición fuera cierta, ¿qué me dices del coche de Mrs. Ryan? ¿Piensas que volvió a Borons manejándolo?
—Por supuesto, era la única forma de llegar sin llamar la atención. Supongo que estará en el garage de Borons. ¿Y por qué no? Todo el mundo sabe que tenía un coche y decía que no pensaba venderlo.
—Pero si está en el garage de Borons, cuando Ryan volvió tendría que haberlo visto, y si cuando se fueron no estaba allí sabría que su mujer en algún momento estuvo en la casa.
— ¿Y por qué no? Él tendría que saber que una mujer necesita habitualmente más cantidad de ropa de la que Elizabeth llevó a Italia.
—Mi Dios, estoy volviéndome estúpido —dijo Verran—. Si él sabía que ella había estado en su casa, ¿por qué no nos dijo nada?
—Me extraña lo que dices —dijo Lois—. De acuerdo con tu teoría el coronel Ryan volvió, esperando encontrar en Borons a su mujer. En su cabeza no cabía ninguna idea de asesinato, ni de sospecha de asesinato. Su mujer había hecho un disparate y él esperaba que se arrepintiera. Probablemente se alegró al ver el coche; debe de haber pensado: "Eso significa que piensa volver pronto, sino se lo hubiera llevado."
— ¿Pero por qué no nos dijo nada? —insistió Verran, y Lois replicó:
—Porque nunca nos contó toda la verdad: que su mujer lo había abandonado y que él estaba completamente desesperado sin saber qué hacer. Porque era excesivamente discreto con sus intimidades. No le hubiera parecido bien contar ninguna cosa semejante. Nunca criticaba a Elizabeth, ni aceptaba que ella era una mujer rara. Tenía su propio código: "hay cosas que un caballero no debe decir nunca".
—Eso es cierto —asintió Verran—, ¿pero no les habrá preguntado a los Baydock cuándo volvería su mujer?
— ¿Acaso una de las cosas que ignoramos no es qué les dijo a los Baydock, y qué le dijeron los Baydock a él?—preguntó Lois—. Los Baydock aseguran que nunca lo vieron de cerca, ni le hablaron; no lo creo, pero no hay ninguna forma de probar que están mintiendo, porque nadie puede asegurar lo contrario; están completamente seguros mientras no se pisen diciendo alguna tontería, y no creo que lo hagan. Ted Baydock es virtualmente mudo y Emma demasiado viva.
3
Los Verran se quedaron un rato en silencio y David le pasó a Lois el paquete de cigarrillos.
—Fuma otro, lo necesitas.
—Sí, voy a fumar, y tú también —contestó Lois—. Esta es la conversación más terrible que hayamos tenido alguna vez; en comparación parece insignificante tu sospecha de que Jane Barrow hubiera envenenado a su marido.
—Mi Dios... sí. Esa limonada sintética que habían dejado en un jarro enlozado... sí, casi lo envenenó también, pero fue sin quererlo. Tu imagen de Emma Baydock atacando a Mrs. Ryan es mucho más sucia. ¿Dónde supones que la escondió?
—Hay millas y millas de terrenos escabrosos para enterrarla en... pero no quiero pensar en eso. En este caso el problema es: ¿podemos hacer algo?
—Pero, querida, no seas tonta. Esa es tarea de la policía. Nadie en su sano juicio pretendería "hacer algo" por cuenta propia. Pero, dime una cosa, en tu espantosa reconstrucción ¿no sería más razonable presumir que Ryan se suicidó y no que Emma Baydock también lo mató? Si había recibido esas cartas donde lo acusaban de la muerte de su mujer, debe de haberse sentido totalmente destrozado. Y allí estaba, completamente solo, en esa casa solitaria, sintiéndose tan infeliz y aturullado como pueda llegar a sentirse un hombre; en cierto modo me lo imagino sobreponiéndose, decidido a ponerle punto final a todo.
—Yo estoy segura de que era infeliz, pobre viejo; pero ¿por qué no vino y nos contó sus penurias? Si había decidido suicidarse, hubiera dejado unas líneas diciéndolo y aclarando también que no mató a su mujer. Nunca debió dejar que pudiera presumirse que había muerto a Elizabeth; tú conoces cómo a veces peroraba sobre el honor, el propio respeto, y como soldado se creía un ejemplo. Tú has decidido que no mató a su mujer porque eso no encuadra en su modo de ser; entonces, ¿no crees que debió dejar una carta aclarando su situación personal?
—Bueno... sí, pero explícame esto: ¿cómo consiguió Emma Baydock hacerlo ir al bosque de Blackstone?
—Induciéndolo a que fuera en el coche hasta allí; probablemente le dijo que había recibido un mensaje de Mrs. Ryan, y luego Emma puso el cianuro en la cantimplora, sabiendo que sin duda necesitaría un trago para asentar los nervios antes de enfrentarse con Elizabeth... Mi Dios, ¿qué es eso?
Lois se levantó y miró por la ventana hacia la puerta de entrada, entonces dijo:
— ¡Cielo santo! Es esa desagradable Anne Wordhead ¿qué demonios querrá?
—Hablar de Elizabeth Ryan —replicó David Verran—. Mira, podríamos no contestar, así cree que no estamos. Si empieza a hablar mal de Philip Ryan, pobre tipo, no me voy a poder dominar. Estoy seguro que quien era realmente insoportable era su mujer.
—Voy a abrir —contestó Lois—. Si ella quiere hablar de Elizabeth Ryan, más interés tengo yo en escucharla.
4
—Me doy cuenta de que esto es un entremetimiento, Mrs. Verran. Probablemente ustedes agradecerían mucho no volver a oír hablar ni una palabra más de esta horrible historia.
Anne Wordhead estaba sentada muy derecha y erguida, en una poltrona de la sala de los Verran, con las rodillas separadas y los pies largos y flacos torcidos hacia adentro. Llevaba un traje de tweed negro con motas blancas, y un sombrero negro que no tenía nada que ver con el tweed, y un brazal negro agresivamente ancho.
Lois le contestó:
—No es eso lo que pensamos, Miss Wordhead; mi marido y yo conocíamos al coronel y a Mrs. Ryan: a su hermana desde que vinimos aquí, hace cinco años, y aunque no la hayamos visto muy a menudo ya que todos somos personas ocupadas, le tenemos mucho aprecio, y en muchas cosas la admiramos.
Anne lloriqueó; a pesar de su aire agresivo se le llenaban fácilmente los ojos de lágrimas que trataba de rechazar:
—Le aseguro que es un consuelo oír a alguien hablar con afecto de mi hermana. Sé que a veces podía ser un tanto difícil. Yo también lo soy. Pero tenía muchas buenas cualidades. He venido a verla porque sospecho que Elizabeth sentía afecto por usted, Mrs. Verran. Puede ser una tontería, pero quiero hablar con alguien que la haya conocido, que pueda contarme algo de su vida aquí.
—No me parece ninguna tontería —replicó Lois—. Es su hermana, y me imagino la angustia que le ha de haber provocado su desaparición.
—Usted dijo que ella es mi hermana. Yo, desgraciadamente, ya no puedo pensar en presente respecto de Elizabeth. Estoy convencida de que ha muerto. Una mujer de su carácter nunca hubiera provocado la maledicencia, la especulación y el escándalo producidos por su desaparición; tampoco hubiera dejado su casa abandonada, sus cuentas sin pagar, sus asuntos en un caos.
—Yo también siento que no está de acuerdo con su modo de ser el hecho de no dejar nada arreglado para el cuidado de Borons —asintió Lois—. Ella quería mucho su casa y su jardín; cuando nos encontrábamos, solíamos charlar más de jardines que de cualquier otra cosa. Usted sabe lo que ocurre entre personas a quienes les gusta la jardinería: se intercambian bulbos, gajos y semillas y se habla de fertilizantes, césped y verduras. Mrs. Ryan había llegado a ser un jardinero experto; pero Miss Wordhead, no debemos hablar de ella en tiempo pasado como si supiéramos que ha muerto. Puede haber tenido un accidente, puede haber perdido la memoria.
—He estado tratando de convencerme a mí misma de que la causa de su ausencia pudiera ser un accidente —dijo Anne Wordhead—, pero si así fuera la policía inglesa hubiera tenido noticias. Una mujer inglesa lejos de su patria, especialmente en Italia, está considerada como extranjera. Temo que la teoría de un accidente sea indefendible, pero subsiste la posibilidad de una amnesia. Elizabeth era esencialmente una mujer muy centrada; si abandonó a su marido —he dicho si— tuvo que ser el resultado de alguna tensión anormal, y es factible que su mente se hubiera afectado... Pero temo que los hechos verdaderos sean mucho más horribles, más increíbles; de veras.
—Lo que usted sugiere es muy posible —apremió Lois Verran, que sobre todo, estaba ansiosa por conseguir que Miss Wordhead expusiera sus verdaderas convicciones respecto del destino de Mrs. Ryan—. ¿Usted no sabe si su hermana tiene amigos en el continente, a quienes podría haber recurrido, si se hubiera sentido con algún problema de esa naturaleza?
—Qué raro, esa es la pregunta exacta que yo quería hacerle a usted —dijo Anne Wordhead—. He pasado tanto tiempo sin conversar mucho con Elizabeth, que prácticamente no sé nada de las amistades que haya podido hacerse desde que se instaló en Borons; pero usted era su amiga, a quien ella podía hablarle sin reservas. Dígame, se lo suplico, ¿ella no le habló de sus proyectos de viaje?... ¿no le nombró, quizás, algún lugar que esperaba volver a ver, algún amigo a quien quisiera visitar?
—No, no me dijo nada —replicó Lois—. El viaje se decidió casi de repente. Un día me llamó por teléfono y me contó que su marido le había pedido que fueran al sur de Francia; estaba cansado del clima frío y le insistía en salir de viaje...
— ¡Ah!—dijo Anne Wordhead—. Lo que me imaginaba, fue idea de él ese viaje repentino.
—Sí, y creo que a Elizabeth la idea le gustó mucho —agregó Lois—. Dijo que siempre le había gustado viajar por el sur de Francia, nombró los lugares donde podrían detenerse: Auxerre, Avignon, Carcassonne. Le dije: "¡Qué suerte tienes! Me parece algo maravilloso" y me contestó: "Será muy agradable tomar sol. Te voy a mandar algunas postales diciendo por donde andamos", pero nunca me dijo ni una palabra respecto de visitar amigos, o alguna cosa así.
— ¿No habrá por aquí alguna otra persona a quien pueda preguntarle?—insistió Anne Wordhead—. Elizabeth ha de haber tenido muchos amigos.
—En realidad, no —replicó Lois—. Su hermana no era de esas personas a quienes les gusta tomar el té y charlar y charlar; era una persona muy seria y le encantaba la soledad. Jugaba al bridge con nosotros más o menos una vez al mes; a veces íbamos a su casa; también jugábamos bridge en la Rectoría y alguna que otra vez salíamos a comer afuera. Pero ella odiaba hacer y que le hicieran esas visitas inútiles que a tantas mujeres les encantan. Estaba demasiado ocupada, demasiado interesada en su propio trabajo, como para preocuparse de los cumplimientos sociales.
—Sí, sí, comprendo. ¿Entonces no me puede sugerir algo que me oriente?
—Lo siento mucho; no le puedo sugerir nada respecto de las personas que la conocen. Mi marido y yo estamos terriblemente preocupados por ella, Miss Wordhead. ¡Es tan difícil imaginarse alguna explicación razonable! ¿No estuvo con Emma Baydock, la mujer que trabaja en Borons?
—Sí, por supuesto; es una buena mujer muy digna de confianza. Está apenadísima. Era profundamente adicta a Elizabeth.
—Ya sé que Emma Baydock le habrá parecido muy convincente y digna de confianza —dijo Lois—, pero yo no le creería mucho. Aquí no goza de muy buena reputación; tiene fama de mentirosa. Ha sido la responsable de muchas murmuraciones mal intencionadas.
—Quienes sin temor ni favoritismos dicen lo que piensan, generalmente son poco apreciados —dijo Anne Wordhead—. Yo he sufrido esa experiencia al no vacilar nunca en manifestar, sin mala intención, lo que sabía. Para mí es importante el hecho de que Miss Baydock era totalmente adicta a mi hermana; y Elizabeth la tuvo a su servicio durante cerca de diez años, porque es realmente digna de confianza. Para mí eso es suficiente. Elizabeth, todavía menos que yo, no hubiera soportado una falta de rectitud —Anne dio una réplica suavizada del famoso resoplido que a Kempson le hacía recordar a Itma—. ¿Es posible que el coronel Ryan la haya prevenido a usted tanto contra esa mujer?
—No —replicó Lois suavemente—. Me guío por lo que oí decir a quienes conocen a Emma Baydock desde que llegó aquí; pero no quiero discutir ese punto. Como usted lo ha dicho, esa mujer trabajó durante muchos años con Mrs. Ryan.
—Yo, al menos, estoy dispuesta a confiar en Emma Baydock —dijo Anne—. Todo lo que ha dicho parece veraz y sincero, y creo que en las consecuencias que ha sacado de estas lamentables circunstancias ha demostrado una natural perspicacia —Anne recogió sus guantes negros y su formidable cartera, agregando—: Le pido disculpas por haberle hecho perder tiempo, Mrs. Verran. Vine obedeciendo a un impulso, esperando como sólo es humano esperar, que usted pudiera darme alguna pequeña información que me ayudara a seguir los rastros de mi hermana, o a determinar su destino. Antes de venir sabía que me impulsaba la ansiedad. Mis razonamientos me decían con demasiada claridad qué había ocurrido, pero una debilidad sentimental me hizo esperar donde la esperanza ya no se justifica.
—Pero las presunciones no son pruebas —urgió Lois y de repente Anne habló en voz alta y muy enojada.
—Ese hombre era una prueba: afectado, falso, egoísta; lo noté en cuanto lo conocí. Lo sentí, en mi corazón y en mi mente. Él la mató; y en consecuencia, al notar que las sospechas se cerraban sobre él, eligió el camino de la cobardía y se suicidó.
5
—Creo que debemos decirle que no estamos de acuerdo con sus conclusiones, Miss Wordhead —dijo David Verran.
Había alcanzado a oír el último argumento de Anne y decidió intervenir en favor de Lois.
—No piense que no la acompañamos en su preocupación; nos damos cuenta perfectamente de la profundidad de su angustia. Pero durante varios meses hemos tratado mucho al coronel Ryan, hemos llegado a conocerlo y a apreciarlo y no creemos que haya asesinado a su mujer.
—Entonces lo único que puedo hacer es repetir que yo sí lo creo —replicó Anne—. Les deseo muy buenos días, y muchas gracias por la amabilidad con que me han recibido.
—Por favor, no se vaya todavía —dijo Lois. Se las había ingeniado admirablemente para conservar la calma durante toda esa entrevista penosa, y su voz tenía un tono bajo y razonable—. Hay una sola cosa que pienso que usted debe saber: a mediados de mayo, una vecina nuestra nos dijo: "Supongo que Mrs. Ryan ya está de vuelta en Borons" y cuando le preguntamos por qué lo suponía, contestó: "La vi manejando su coche entre Hexham y Haydon Bridge."
— ¡A mediados de mayo! —gritó Anne Wordhead; sus ojos se le salían de las órbitas en forma tan notable que el doctor Verran instintivamente pensó: "bocio exoftálmico... a juzgar por el cuello".
— ¿Está tratando de decirme que en mayo mi hermana estuvo en Borons?
—No. No es eso —replicó Lois—. Lo único que hago es repetir lo que nos dijo Mrs. Culley. Admito que no es muy digna de confianza, pero a veces tiene razón. Inmediatamente llamé a Borons, por supuesto, pero nadie me contestó, y Mrs. Culley dijo entonces que a lo mejor se había equivocado y no volvimos a pensar más en eso. En realidad, recién hoy me he vuelto a acordar del incidente y justo antes de su llegada mi marido y yo estábamos comentándolo.
— ¿La policía conoce esa... suposición? —preguntó Anne Wordhead.
—No sé. Yo no dije nada por la sencilla razón de que recién hoy me acordé. Pero quizás así se explique por qué le pregunté si juzgaba que Emma Baydock era una persona completamente veraz.
Anne Wordhead, mientras el pecho le subía y le bajaba (con demasiada rapidez según opinión del doctor Verran) y su cara enrojecía, espetó:
—Esta es la sugerencia más horrible que he oído en mi vida.
—Todo depende de a lo que usted llame horrible —dijo David Verran—. Nosotros pensamos que es horrible creer que Philip Ryan mató a su mujer; nos parece algo completamente increíble.
Anne Wordhead, sin más rodeos, se dirigió hacia la puerta.
—Yo misma voy a informar a la policía —declaró.
—Bueno, allá va la vieja camorrera a pelear contra los indios. Irá derechito a verlo a Kempson para acusarnos a los dos de haber asesinado a los Ryan —dijo el doctor Verran—. Voy a llamar en seguida a Kempson para contarle lo de Mrs. Culley; por suerte puedo llamar a la policía antes que la Hermana Anne encuentre un teléfono a mano.
—Sí, llama —dijo Lois—. Ahora sé por qué Elizabeth se instaló en Borons y la otra hermana en Mousehole; para estar lo más lejos posible de la Hermana Anne.