CAPÍTULO II
1
—Pero es muy buena persona, pobre viejo —dijo el doctor Verran.
El joven doctor y el canoso superintendente habían llegado a la parte alta de las colinas; Kempson había ido a Boronsdale y supo que el doctor Verran llegaría en auto desde Fellcaster.
—Si quiere hablarlo, ¿por qué no lo espera?—le dijeron—, así no tendrá necesidad de ir de un lado a otro.
Por eso Kempson detuvo al coche de Verran (con gran indignación de este último) y después de unas cuantas palabras de explicación, un tanto intrigado y para repararse del viento desapacible, el doctor se pasó al auto policial y los dos hombres se sentaron teniendo detrás las montañas de Cumbrian, y algunas millas hacia el oeste la costa rocosa y el mar que brillaba al sol, mientras los chorlitos y otras aves iban y venían revoloteando sobre sus cabezas.
—Sí, yo puedo darle una información confidencial sobre el viejo Ryan, si es eso lo que usted quiere —dijo Verran—. Como no soy su médico (desgraciadamente él y su mujer tienen una salud a toda prueba), no me inhibe el secreto profesional. El coronel Ryan, bueno, es lo que yo llamaría un producto de la primera guerra mundial. Nació en 1899, y eso significa que sobrevivió a los dos últimos años de la guerra y terminó siendo un mayor muy joven, como le pasó a mi padre. Se había educado en una escuela del gobierno, pero no siguió estudios universitarios; si le parece que me alejo del tema, dígamelo.
—No, doctor —dijo Kempson—. Lo que yo quiero es enterarme de todo.
—Bueno, entonces sigo. Ryan no es un hombre muy inteligente; no tiene dinero ni mucha instrucción; después del armisticio de 1918 vio que no tenía muchas posibilidades de conseguir algo en la bolsa de trabajo de Blighty (él me lo dijo) y trató de ubicarse, como pudo o donde pudo, en el ejército de ocupación. Creo que consiguió hacerlo más o menos bien hasta 1930, tanto en el ejército del Rhin como en algunas misiones militares en Medio Oriente y en Tokio, o algo así. Luego, cuando al fin lo desmovilizaron, un oficial de alta graduación le dio unas líneas para uno de los más importantes distribuidores de automóviles que vendía coches muy buenos en Mayfair. Era algo mandado a hacer para Ryan: los automóviles eran la única cosa de que entendía y conocía; sabía manejar como el mejor profesional; su voz y sus maneras eran sencillamente las de un artista; tiene el tono de voz más agradable que usted se pueda imaginar, y se viste muy bien; siempre está de punta en blanco.
—Ajá. Estoy empezando a imaginármelo —dijo Kempson.
—A usted le hubiera sido simpático; a todo el mundo le resultaba así, menos a esa vieja Baydock, esa mujer imposible —dijo Verran—. Bueno, esos automóviles lujosos lo mantuvieron en la abundancia hasta 1939, y entonces de golpe se terminó la ganga. Sin embargo, no había pasado en vano diez años en el ejército; tenía cuarenta años pero consiguió volver a entrar en Transportes del Ejército y calculo que se ganaba muy bien el sueldo. Conocía los interiores de todos los motores de los coches del ejército y de un solo golpe de vista sabía qué les hacía falta, muchísimo mejor de lo que yo puedo conocer un intestino y sus rarezas. Allí le fue bien; se retiró con el grado de coronel y con sus ahorros y el aguinaldo se compró un coche. Pero ya tenía cuarenta y seis años; en el comercio no querían viejos coroneles y le costó mucho encontrar trabajo. Sí, hizo de todo un poco, de secretario, trabajó en agencias de publicidad generalmente muy mal pagado, pero ponía en las cosas todo su empeño y en su voz todo su sentimiento. Trabajó, se lo aseguro, como un negro, pero tarde o temprano todos los empleos se terminaban. En realidad, cuanto más trabajaba para conseguir ganar dinero, tanto más pronto se terminaba el trabajo; ya tenía casi sesenta años y gustos muy caros.
Verran empezó a reírse y Kempson dijo:
— ¿Usted cree que cuando conoció a Miss Elizabeth Wordhead, una solterona ya madura que ganaba mucho dinero con sus novelas, pensó "Esto es lo que a mí me conviene?"
—Por supuesto que sí, y ¿usted lo criticaría? Yo no —dijo Verran y volvió a reírse—. Creo que después de esa famosa cena de literatos llegó a su casa, copró todos los libros de ella y se los leyó concienzudamente. Hizo sus averiguaciones en alguna biblioteca o librería, tomó su coche y se llegó hasta aquí para probar suerte. Imagínese que él ya se habría trazado su plan, cualquier plan. A él lo mismo le daba lidiar con caballos o chicos espásticos, leprosos, o madres solteras, perros amaestrados o pájaros carpinteros; ya había aprendido cómo convencerlos y en realidad se posesionaba; es el idiota más simpático que he conocido y con los libros era cosa fácil; si me disculpa, no es nada vergonzoso tomar unos apuntes o un recorte de un diario y decir: "Me gustaría su opinión sobre esto." Sí, obra como un talismán.
—Bueno, bueno —dijo Kempson—. ¿Usted cree que es un farsante, un cínico?
2
—No, jamás. Es verdaderamente auténtico; si hubo alguna vez alguien trabajador, ese fue Ryan. Lo único que quería era solucionar su vida, y si siendo un buen marido era el modo más fácil de conseguirlo, bueno, muy bien. No tenía ningún interés en casarse, de eso estoy completamente seguro. La naturaleza lo había hecho un tanto extraño y desde los veinte años nunca se había preocupado de "las mujeres". Pero estaba resuelto a hacer todo lo debido y a hacerlo bien; llevaría a pasear en el auto a Elizabeth como si ella hubiese sido una reina; siempre se las había arreglado para tener un coche de primer orden, conocía la plaza y sabía comprarlo en el momento oportuno. Además es una persona que no desluce en ninguna parte, con su perfil, sus ropas, su voz y su charla; entiende de bebidas aunque no bebe; de buena comida y de muebles finos; es un anfitrión espléndido, sabe disponer las cosas a las mil maravillas; y es un jugador de bridge de primera categoría. Nunca hizo una mala jugada; sin embargo, hubiera podido hacerlas con toda facilidad en partidas de bridge como las nuestras, y no se fastidiaba si perdía. Ella no podía pretender más. Debería haberle estado agradecida: a los sesenta y dos años, un amor y un marido a quien podía exhibir en cualquier parte, eran todo un regalo.
— ¿Y por qué no resultó? —preguntó Kempson.
—Él la aburría. Sus novelas podían no ser algo extraordinario; si lo hubieran sido no habría ganado tanto dinero, pero es una intelectual nata. Sí, es una mujer verdaderamente inteligente, con esa inteligencia desagradable, pesada, que pone todas las cosas en su lugar con puntos y comas, y que los hombres odian especialmente cuando se trata de una mujer. Ryan no se quejaba; pobre hombre, estaba azorado. Su charla no daba resultado y no se podía explicar qué pasaba. Mi opinión es que se esmeró demasiado; no sabía quedarse callado. Ella se había acostumbrado a vivir sola en esa casa silenciosa y la voz afectada de Ryan le atacaba los nervios; si él se hubiera quedado en el jardín pensativo y silencioso, un tanto malhumorado, leyendo "Las Geórgicas", hubiera salvado la situación. Quizás, no sé. Sesenta años es una edad difícil. Pero la vida no le había enseñado la virtud del silencio: siempre charlaba y eso a ella le atacaba los nervios.
—El último viaje ¿fue idea de él?
—No, fue mía. Le tengo simpatía y noté que las cosas no andaban nada bien, y a él no se le ocurría nada para salir de esa situación; entonces le di una especie de consejo no profesional. Le dije: "Mire, el encanto siempre se desvanece, eso pasa en todos los matrimonios, pero lo único que a ella no la ha cansado es su forma de manejar el coche, y ella no volverá a manejar porque usted lo hace mucho mejor. Llévela a viajar a cualquier parte: Roma, Venecia, donde sea. Si usted maneja lo suficientemente lejos y lo suficientemente rápido, las cosas se van a arreglar. Eso la va a halagar." Por eso la convenció. Además, cuando maneja, él no habla y eso ya era una ayuda.
Kempson se reía entre dientes: una risa profunda y bonachona.
—Ya me doy cuenta —dijo—, pero parece que la receta no dio resultado, a no ser que haya pasado alguna otra cosa. ¿Usted dijo que no es mujeriego?
—No, pobre diablo. Las mujeres lo inquietan; cuando está con ellas nunca sabe dónde está. Su idea de la felicidad debe ser una ubicación en St. James y algún club decente donde empezar a decirles a unos poderosos sahibs: "Cuando estuve en Khyber en el año 28." Ahora en cuanto a decoro, es un perfecto caballero, muy bien educado, mucho más que su mujer. Ella será inteligente, pero si algo le molesta no sabe guardar compostura. Pero usted quiere saber por qué no resultó mi receta. Creo que él se cansó, nada más. Durante un mes estuvo manejando continuamente, viendo infinidad de cosas con la armonía de una pareja que recorre cien millas diarias, y está en una edad en que es fácil cansarse. Tuvo ganas de quedarse un tiempo en algún lugar donde poder echar una buena siestita después del almuerzo. Ese hotel de Gardone era especial: muy bien atendido, con una bahía donde podía bañarse y con un trampolín para hacer unas zambullidas a la hora del sol; buen vino, buena comida; no había que preocuparse por nada. Entonces le habrá dicho: "Quedémonos aquí, querida; el coche necesita una revisada y tú pareces algo cansada." Por eso se detuvieron allí; él se sentía en el séptimo cielo, nos mandó unas postales chillonas diciendo lo lindo que era eso. Y entonces volvió a empezar con su charla. Sospecho que ella explotó; un día perdió los estribos, empacó sus cosas y se mandó a mudar mientras él estaba dándose su baño. No tengo la menor duda de que pagó la cuenta; es muy buena pagadora; pero a él lo dejó con lo que tenía en los bolsillos y eso no sería mucho.
—Sí —dijo Kempson—. Puede ser. Me parece que puede haber ocurrido así; pero de Gardone se fueron en mayo y él recién volvió a su casa a fines de julio.
—Es cierto. Pero él tenía el coche y sus buenos modales. Pienso que puede haber arreglado con alguna agencia de turismo o directamente con otros turistas para llevarlos en el coche si le pagaban los gastos y la estada. Usted sabe que en materia de viajes es un perito. Habrá pensado que Elizabeth no volvería sola directamente a su casa; ella tiene su orgullo, por eso quiso demorarse un poco para darle tiempo de tranquilizarse y empezar a preocuparse un poquito de él; entonces cuando él volviera recomenzaría el statu quo. Es un tipo muy ingenuo, sabe.
—Podría ser —dijo Kempson lentamente—, aunque pensándolo bien no parece tan sencillo como usted lo presenta. De todas maneras él consiguió finalmente volver a su casa con el coche y todas sus cosas; volvió a Borons y se encontró con que ella no estaba.
—Para él era un serio contratiempo, ¿no le parece?—dijo Verran—. No tenía ni un centavo y en Borons era la única parte donde podía vivir de crédito. Pero estaba preocupado, lo sé.
— ¿Usted lo vio después de volver de ese viaje?
—Una sola vez, en Lowghyll, mientras llenaba el tanque de nafta. Lois, mi mujer, al saber que había vuelto, lo llamó por teléfono para invitarlo a jugar bridge con nosotros, pero no aceptó. Dijo que su mujer se quedaría en el extranjero todavía por un tiempo para terminar un libro que se desarrollaba en parte en Baden-Baden y en Heidelberg. Algunos días después lo encontré en el garage y me dijo que algunas cosas lo tenían muy molesto; él era un poco a la antigua, y el deber de una mujer era estar con su marido, etc. Me sonreí y le dije: "Dele tiempo y ya verá", y me contestó: "Espero que sí."
— ¿Usted no tuvo ninguna sospecha? —inquirió Kempson.
—Por Dios, no. ¿y por qué habría de tenerla? Es un individuo derecho y muy decente. Sin embargo, no me explico cómo hace para arreglárselas solo.
— ¿Cómo? —inquirió Kempson.
—Bueno, conozco a su mujer; no es una persona fácil: introvertida, egoísta, terca; tiene un carácter desagradable, uno de esos temperamentos porfiados, poco francos —se interrumpió—. Estoy haciéndole confidencias, superintendente.
—Sí, ya veo. Pero siga no más. Me interesa todo.
—Muy bien. A mí me parece que Elizabeth Ryan se dio cuenta de haber hecho una perfecta tontería. En un momento de debilidad se casó con ese hombre y poco a poco se fue dando cuenta de que él la aburría horriblemente y que no podía aguantar toda la vida esa charla continua, desde la mañana hasta la noche; pero él es íntegro, está terminantemente decidido a seguir así hasta el fin de sus días, hasta que la muerte los separe. Entonces ella ¿qué podría hacer? Piense un poquito en eso, ¿qué podría hacer ella?
— ¿Pasarle una pensión para que se separara?
—No, él no lo hubiera aceptado. Usted tiene que comprender la clase de individuo que es; simple, terco y bien intencionado. Se había casado, y su deber era vivir con ella y ganarse su pan. Bueno, ¿y ella que podría hacer entonces? Para mí es una mujer egoísta y despiadada; después de abandonarlo en Gardone decide sitiarlo por hambre. Él volvería a Borons y a su debido tiempo ella le cortaría el crédito con los comerciantes, en tal forma que llegaría el momento en que él debería tomar una resolución. En fin, esa es mi opinión; y así es como debe haber ocurrido; pero esa maldita hermana llegó haciendo historias, se puso a charlar con Emma Baydock y terminó hablando con la policía. Entonces él se asustó.
— ¿Por qué?
—Bueno, pienso que en realidad no debe tener la menor idea respecto de dónde está Elizabeth; dijo que estaba en Alemania, Baden-Baden, Heidelberg, Boppard, Colonia, Bonn. Fue pura astucia; en esos puntos hay muchos menos turistas ingleses que en cualquier lugar de Suiza o en los lagos de Italia; nadie va a llegar de repente a este pueblo diciendo: "Sí en Baden-Baden, o en Boppard, o en Colonia, o en Bonn, estuvieron fulano y zutano y no la vieron." En ningún momento creí que Elizabeth estuviera allí, y si así fuera, él no sabría nada. Él lo inventó y ahora está asustado.
—Entonces es porque pasa algo —dijo Kempson—. Hace casi seis meses que Mrs. Ryan partió para el extranjero. Me hubiera gustado saber si ella y su marido antes de salir de Inglaterra cambiaron todo el dinero destinado para el viaje; dada la categoría de los hoteles donde estuvieron y teniendo en cuenta todo lo que recorrieron antes de salir de Gardone, dudo que el resto les alcanzara para mucho tiempo más.
—De acuerdo, pero ¿por qué presume que ella todavía está fuera del país? Si ha vuelto por tren o por barco, ¿quién puede saberlo? Cuando los ciudadanos ingleses regresan a Inglaterra, se les revisan los pasaportes para saber si todo está en regla, pero fuera de eso nadie se preocupa por saber quién es quién en las filas que se forman al llegar. Es mucho más probable que esté en Torquay, o en Harrogate o en Scarborough que en Baden-Baden o en Heidelberg.
—Ella no ha vuelto a retirar más dinero del Banco.
— ¿No? Bueno, bueno, usted ya ha averiguado muchas cosas ¿no es cierto? Pero ¿para qué iba a sacar más? Si se ha propuesto mentir en forma y no dar ninguna señal, puede haberse agenciado el dinero pidiéndolo directamente a sus editores; o podría tener cuenta corriente en algún otro Banco.
— ¿Usted cree que ella se ha arriesgado a que la den como "persona desaparecida" y a que la policía empiece a buscarla?
—En mi opinión ella sabe muy bien lo que está haciendo. Lo único en que no pensó fue en su hermana Anne. Ha sido Anne quien ha metido la cuchara en este asunto, y Elizabeth ¡no la puede ver a Anne!
— ¿Sí, de veras? —inquirió Kempson.
3
—Bueno, ¿por qué cree que Elizabeth se resolvió a venir a vivir aquí?—preguntó Verran—. Quiso poner tanta distancia entre ella y Anne como le permitiera Inglaterra; además Anne odia el campo verdadero, distante y con montañas como las de esta región —movió una mano señalando las colinas solitarias—. A Anne le gusta otra clase de vida: ómnibus y casas bajas con jardín, Asociaciones de Mujeres y poder llegar apretujada a Londres en cuarenta minutos. Anne piensa que el norte no es una región civilizada, que es tierra de paganos y gentiles, de rústicos, de incultos, de ignorantes. Quizás a Elizabeth no le agradara mucho todo esto, pero a mí me gustó la forma como compró esa casa solitaria, la arregló y la modernizó, hizo de ella un hogar y lo disfrutó; sí, Elizabeth tiene carácter, puede ser dura y egoísta, pero tiene coraje y decisión.
— ¿Y no le tiene ninguna simpatía a su hermana Anne?
—Le fastidia; Elizabeth es la menor de las tres; hasta que se independizó, escribiendo novelas, dependió de Anne. No tenían mucho dinero; Anne controlaba los gastos y "miraba" por sus otras dos hermanas: eso significa que Elizabeth desperdició la juventud cuidando a la madre enferma y luego atendiendo a una hermana enferma.
— ¿A Mary, la que vive en Cornwall?
—Así es, vive en Mousenole, cerca de Land's End. Es una asmática crónica, pero no sé qué individuo le fabricó un suero que la curó; entonces se escapó a Cornwall.
— ¿De manera que las tres viven lo más lejos posible una de otra?
—Sí, es el resultado de haber vivido demasiado juntas, durante demasiado tiempo. Sospecho que Anne era siempre quien mandaba y manejaba la casa; Elizabeth copiaba a máquina libros escritos por otros hasta que se decidió a escribir uno ella. En la primera década del siglo las mujeres no estudiaban tanto como ahora, pero Elizabeth le sacó provecho a su trabajo de copista. Además durante la primera guerra mundial Anne estuvo en la Waacs{2}; de sólo pensarlo es como para morirse de risa.
—En la Waacs —murmuró Kempson—. Sí, me acuerdo de ellas. Quizás usted no. Pero estas tres hermanas ¿no tienen ningún otro pariente?
—Que yo sepa, no. La madre era hija única y el padre tenía dos hermanas solteronas; creo que las dos murieron.
—Usted me ha resultado muy útil, doctor —dijo Kempson—. ¿Llegó a conocer bien a Elizabeth Wordhead?
—Más o menos; usted ya sabe cómo pasan las cosas en el campo; mi mujer fue a visitarla y después Elizabeth le retribuyó la visita y estuvimos charlando de jardines y automóviles. Ella aprendió a manejar cuando ya era una mujer hecha y derecha y le resultaba completamente misterioso todo lo que hay dentro del motor de un auto: nunca le tuve que dar una opinión respecto de su salud, pero muchas veces le diagnostiqué los ruidos de su coche.
— ¿Qué aspecto tiene? ¿Se parece a su hermana?
—No, por Dios. Elizabeth todavía se mantiene muy buena moza y parece increíblemente joven para sus años; es alta, delgada y erguida, una buena silueta para un traje sastre, de pelo negro, con muy pocas canas, y unos ojos negros realmente muy lindos; de veras "al atardecer, y con la luz detrás, todavía puede pasar por una mujer de cuarenta y tres años". Un minuto, tengo algunas instantáneas en el bolsillo, Lois las tomó en el jardín.
El doctor Verran revisó su cartera; Kempson se puso los anteojos y luego observó las pequeñas fotografías.
—Me alegro mucho que me haya mostrado esto —dijo—. Después de haber conocido a Anne, me había formado una idea muy distinta de Elizabeth. Hace una buena pareja con Ryan y aunque ella le lleva cinco años, parece más joven que él.
—Sí, es cierto: son una buena pareja; ese pelo gris plateado de él y ese perfil bien proporcionado merecen la palabra "distinguido". Este desagradable asunto puede resumirse así: si ella no hubiese tenido ese maldito carácter podían haber vivido muy felices. Él es un individuo muy correcto, aunque no tenga una inteligencia muy brillante.
4
— ¿Usted dice que Emma Baydock fue un factor que también influyó?
—Sí, de veras, fue un verdadero obstáculo. Recuerde, el chalet de Emma está muy cerca de Borons; cuando Elizabeth Wordhead se instaló allí Emma pensó que era una suerte, y en realidad así fue: a las dos les resultó cómodo. Emma es una sirvienta muy competente; lavaba, hacía la limpieza, cocinaba, en fin mantenía todo en orden —Verran se encogió de hombros—. Bueno, usted sabe lo que pasa en el campo, superintendente. A medida que corrían los años Emma consideraba cada vez más esa casa como si fuera suya; la fiel Emma, lo único que debía hacer era esperar; de todas maneras tenía diez años menos que la buena patrona.
—Y cuando la patrona se casó, ¿se resintió?
— ¿Resentirse? Créame, casi tuvo un ataque de apoplejía. Mire, ella y el coronel tienen algo en común: los dos esperaban sacar provecho y creo que uno y otro en seguida se dieron cuenta de sus intenciones. Emma Baydock era demasiado viva como para decirle algo a Elizabeth durante el primer período de enamoramiento despreocupado, pero se dedicó a rondar, dejando caer el veneno en los oídos de los demás; intentó hacerlo conmigo en tono de confidencia diciéndome: "Estoy verdaderamente preocupada por la señora" y cosas por el estilo. También fue a verlo al Vicario y le dijo que de noche no podía dormir pensando en eso, y qué sé yo cuántas cosas más.
— ¿Y el coronel le pagaba con la misma moneda?
—No; es incapaz de un chisme; ya se lo dije, es un caballero. Lo que hizo fue confrontar las cuentas de los proveedores con los pedidos ordenados, contar los huevos y con seguridad también los cubiertos. Imagínese: había aprendido a ser cuidadoso sobre todo en cuanto al control de los gastos; en cambio, Elizabeth nunca se preocupó por esas cosas: ganaba mucho más dinero de lo que necesitaba y además odiaba hacer cuentas; entonces, para qué se iba a preocupar. Pero después que Elizabeth se casó creo que Emma vio disminuir su independencia. Por eso quizás uno no debería asombrarse de que haya sido capaz de decirle a Anne "que sospechaba lo peor".
Kempson parecía pensativo.
—He sabido que Miss Wordhead dijo que la casa estaba sucia y desordenada, ¿debo suponer que Emma no se sentía "obligada" hacia el coronel?
—Ha supuesto bien, superintendente. Emma dijo que no pensaba entrar en la casa mientras allí estuviera él solo, que "no se atrevía".
—Escúcheme doctor. ¿Y qué deduce usted de todo eso?
—Ya le dije. Creo que Elizabeth perdió totalmente los estribos. De repente, y una vez por todas, decidió que no podía seguir viviendo con él. Para hacerle justicia, pienso que inclusive se lo dijo y él no lo creyó; entonces se fue. Y en mi opinión ella es suficientemente perspicaz como para prever cómo se desarrollarían las cosas, que él volvería a Borons y viviría de crédito hasta que se diera cuenta de que no podía seguir así. Y así fue. Eso es todo.
—Confidencialmente, Anne Wordhead cree que el coronel asesinó a su mujer.
— ¿Confidencialmente? ¡Ja! ¡Ja! Se lo dijo a todo el mundo, a todos los que la quisieron escuchar. Si Ryan al menos tuviese un poquito de coraje le habría hecho una demanda por calumnias, la hubiera llevado ante la justicia y hubiese obtenido una indemnización como para vivir tranquilo durante mucho tiempo.
—Lo malo es que no hizo la demanda. En cambio, se escapó sin dar explicaciones.
—Quizás. A lo mejor no tiene ni pizca de coraje. Sin embargo, yo apuesto hasta mi último centavo en este mundo y la esperanza de mi salvación en el otro a que Ryan no asesinó a su mujer. ¿Por qué lo iba a hacer? Iría a pura pérdida; lo único que ambicionaba era una vida tranquila, un coche decente y tres buenas comidas al día; tiene suficientes luces como para saber que un asesino no lleva una vida tranquila; al contrario.
—Usted dijo "quizás" —murmuró Kempson.
—Sí, es cierto. Sí. Ya sabrá que a Ken Clark, dueño del garage de Lowghyll le dijo que pensaba ir hasta Dover para encontrarse con su mujer; hizo revisar el coche y además llenar el tanque de nafta.
Kempson se quedó mirando al doctor Verran en forma pensativa y este último continuó:
—Usted es una persona muy razonable. Y yo no quiero ningún problema por lo que digo, pero si le interesa mi opinión se la daré. No creo que Ryan haya sido capaz de asesinar a su mujer, pero no tendría la misma convicción si el caso hubiera sido a la inversa. Elizabeth Ryan tiene un temperamento desagradablemente vengativo y es muy inteligente; si ese viejo idiota de su marido no quiere desaparecer de su camino, bueno... saque usted mismo las consecuencias.
—Mi Dios —dijo Kempson.