Capítulo Diez
Su jeque estaba sentado en una silla de cuero frente a la cama, atendiendo una llamada de teléfono y mirándola. Sólo llevaba un par de calzoncillos de algodón y le daba sorbos a una copa de whisky escocés con soda. La cama en el jet privado de Tariq era literalmente como dormir en el aire. Había insistido en llevarla en avión hasta su casa personalmente, y con las drogas aún circulando por su cuerpo, había perdido el conocimiento después de embarcar.
“¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?”
“Unas cuantas horas. Todavía quedan algunas más, me temo.”
“Perdona, siento que no hago más que depender de ti.” Se estiró con cuidado, vestida sólo con las bragas y una blusa. Ahora se sentía mucho más espabilada, con un dolor punzante en la muñeca, pero alerta y en contacto con el mundo de nuevo.
El jeque se rió, pero no con la mirada. “Estos últimos días han sido duros para ti, torbellino. Te mereces un descanso.”
Sarah se movió rápidamente al borde de la cama. Lo miró a los ojos mientras él daba otro sorbo a su copa.
“¿Y tu tío?” preguntó, sin saber si quería conocer la respuesta.
“Será enviado a Varapur y ejecutado por traición.” Su tono era frío y firme.
“¿Ejecutado?” gritó.
“¡No tengo elección!” Se puso de pie apurando el resto de la copa y poniéndola de un golpe en la mesa. “Podía haber trabajado con él en las restricciones del gobierno ¡pero no sólo ha intentado asesinarme y matar a la mujer que amo, sino que orquestó un acto terrorista en Dubai! Soy el jeque. Le cortaré la cabeza. Es la ley.”
El miedo atravesó el rostro de Sarah durante un momento, pero Tariq se sentó dando golpecitos con los dedos.
“Él sabía cuál sería el precio de su fracaso. No me había percatado de lo inestable que se había vuelto. Aziz estaba todo el rato censurando mis “proyectos liberales” delante de mi madre, pero en lo que respecta al servicio del reino siempre pensé que entendía mis reglas. Estaba tan cegado por lo que podría llegar a ser que no veía lo que sucedía.”
Sarah se acercó a la silla, deslizando sus piernas a cada lado de él. Le acarició las mejillas tiernamente, posando su frente en la de él mientras le acariciaba la barba.
“¿Esto es lo que va a pensar la gente? ¿Que estás llevando al país por mal camino y que no soy más que una ramera occidental tuya?” preguntó en voz baja.
“No lo sé. Sé que el cambio nunca es fácil. Sé que hay conflictos en mi interior en lo que respecta a mis sentimientos por ti. Pero tengo claro que después de hoy, no puedo soportar este mundo sin ti. Te amo con cada fibra de mi ser, Sarah Johnson”
“Creo que no podría volver a sentir que tengo un hogar sin ti,” dijo. “Yo también te amo.”
Empezó a besarla en la barbilla, hasta llegar dulcemente hasta sus labios. Sus manos rodearon su espalda y ella aceptó su boca, reclamando su lengua con la suya en un duelo de pasión cada vez mayor con el fuerte sabor del whisky aún presente.
Sarah podía sentir cómo el deseo por él la humedecía, mientras aferraba las amplias curvas de la parte baja de su espalda. La levantó, llevándola de vuelta a la cama y tumbándola boca arriba. Ella se quitó de un tirón la blusa, que voló por encima de sus redondos pechos. El satén blanco de su sujetador contrastaba con los besos de rubí sobre su piel mientras sus manos se colaban bajo sus copas. Acarició con sus ásperas palmas sus aureolas y sus pezones erectos. Tariq los pellizcó y los retorció provocando gemidos de su garganta.
Sarah sentó su húmedo sexo sobre su miembro firme, liberándose del sujetador. Se acercó más a él y sus pechos se agitaron al sustituir las manos por su lengua y labios. Dejó escapar gemidos profundos al sentir como la humedad cálida de su boca envolvía sus pezones y sus dientes jugueteaban con la carne endurecida.
Levantó las caderas y de pronto sintió aire frío en su sexo, al quitarle las bragas. Habían quedado hecha retales en manos del jeque. Sus calzoncillos también habían caído, permitiendo que su duro miembro se hinchara contra su vientre. Sarah lo tomó, dirgiéndolo a los finos rizos de sus ascuas húmedas, rozándolo con su vulva.
Él intentó penterarla, pero el control lo tenía ella, acariciándolo con su piel sedosa hasta que ya no pudo más. Finalmente se rindió, empalándose en su miembro. Ambos jadearon de placer extremo al hacerse uno. Tariq hundió su cara en sus pechos, gritando palabras en una lengua que no entendía.
Sarah giró las caderas, sintiendo como se movía en su interior, rozando nervios sensibles. Él la penetraba, moviendo la pelvis a un ritmo decontrolado. Sarah se sujetó la muñeca dolorida, intentando mantener a raya la distracción a medida que la tensión aumentaba en ella de nuevo.
El magma hervía dentro de ella, recorriendo sus venas con cada embestida de su jeque. Se le venían a la boca palabras sin sentido junto con sonidos primarios que no sabía que era capaz de articular. Su amante devoraba sus curvas, mordiéndola en la yugular y liberando torrentes de calor en su vagina. Esa fricción perfecta contra su ardiente núcleo la condujo al orgasmo.
Un gruñido gutural escapó de sus labios con fuerza cuando Tariq la abrazó. Se agarró a él, entrelazando los dedos en su pelo y atrayéndolo hacia sí. Tembló en sus brazos al sentir cómo alcanzaba el orgasmo dentro de ella. Capturó sus labios y ambos cayeron hacia atrás, en un beso húmedo y lleno de pasión.
“¿Cuánto queda para Texas?” preguntó tras unos minutos de jadeos.
“Unas 10 horas más o menos.”
“Bien,” dijo, rodando encima de él y besando su cuello de nuevo.
***
“¿50 millones de dólares?”
Su avión había llegado a San Antonio a las nueve de la mañana según hora local. Sin embargo, había optado por alojarse en el Mokara con el rey Tariq en vez de pasarse por casa con la realeza. Había llegado a la conclusión de que la discreción era lo mejor. Todavía les quedaba una semana antes de su encuentro en el M.I.T. y quería tener la oportunidad de enseñarle su hogar antes de sumergirlo en la experiencia familiar.
Había tenido mucho tiempo para descansar y otras cosas antes de encontrarse con su hermana. Ahora, en la casa de invitados en la que a su hermana le encantaba estar, se encontró con su mirada inquisidora.
“Sí.”
“¿Dólares americanos?”
“Sí, Lils.”
“Mentira,” declaró.
“No es mentira.”
“¿Y otros veinte a la organización benéfica que tú quieras?”
“Ese es el trato — firmado, sellado y bueno, aún no entregado. El tema de los pagos en un proyecto tan grande es complejo. No es lo importante. El anticipo está cobrado.”
“¿Y eso fue antes de decidirte?”
Sarah le pegó a su hermana con la muñequera desde el otro lado de la mesa.
“Dijiste que tenía un hermano mono ¿verdad? ¿Necesita una nueva pieza en su colección?” Preguntó Lily.
“Sí, la verdad es que la necesita, pero no estoy segura de que seas de su agrado. Entre Tariq y yo surgió la chispa antes incluso de que me secuestrara un grupo de empleados insatisfechos.” Al fin lo soltó.
Lilly golpeó la cerveza contra la mesa y miró a su hermana, con la boca abierta, “¿Cómo?”
“Resulta que un grupo de trabajadores me secuestró. Querían que grabara una cinta condenando sus condiciones laborales.”
“¿Por qué demonios no me has contado nada?” Lily apretó los dientes tan fuerte, que su hermana temió que hubiera que pagar una factura al dentista.
“Porque te habría entrado el pánico y te habrías preocupado y no había nada que pudieras hacer. Estuve así unas cuantas horas hasta que Tariq me encontró.”
“¡Eso no es lo que me imaginaba cuando me dijiste que estaban siendo días muy duros, Loretta!”
Tampoco era lo que Sarah había imaginado cuando había ido a una reunión en uno de los países más lujosos del mundo.
“Venga ya, Lilith. Mírame a los ojos y dime que no habrías hecho lo mismo.”
“Yo no… mierda, tú y tu estúpido cerebro de gemela.”
“Ambas sabemos que soy la lista de las dos.”
“Y por eso también fuiste atacada con ametralladoras, ¿no? Dios mío, Lori, estuviste en Dubái cinco días. Ni siquiera hay una crisis nacional allí.”
“A decir verdad, los dos incidentes fueron orquestados por el tío de Tariq. Así que sólo me metí en un problema.”
“Sí, ¿Cuál?”
“Enamorarme,” dijo con una sonrisa demasiado deslumbrante para Lilly.
“Oh, por dios, voy a vomitar.”
***
“Venga, trobellino, dijiste que me ibas a enseñar la ciudad,” protestó el rey Al-Amad girando en su caballo palomino. El sol de San Antonio brillaba sobre ella, convirtiendo sus mechones de cabello en cobre fundido.
“Sí, bueno, te di preferencia con Beige porque Colmillo es un maldito cascarrabias,” dijo Sarah, espoleando al caballo para que se moviera.
Habían pasado la mayor parte de los últimos dos meses en Cambridge, Massachusetts, mientras el equipo de Abdul negociaba con los laboratorios del M.I.T. Tariq se vio obligado a ausentarse varias veces, pues era el soberano de un país. Sarah había decidido quedarse, tentada por la tecnología de diseño de vanguardia. La universidad le había proporcionado un fantástico alojamiento para trabajar codo con codo con el equipo G.E.M. y jugar con los últimos dispositivos. Eran todo ventajas para ella.
Pero se alegraba de estar cabalgando a medio galope junto a la vieja valla de madera que bordeaba la tierra de pastoreo de su finca. Aquella chica occidental quería mostrarle al hombre de Oriente Medio el verdadero Oeste. Llevaba puestos unos vaqueros ajustados, una camisa vaquera parcialmente desabrochada con una camiseta blanca debajo, botas de cuero de cowboy y su pelo de fuego cubierto por un sombrero. Tariq había optado por una camisa suelta y vaqueros junto con botas militares y kufiyya. Se había quejado de que las botas occidentales llamadas de cowboy no eran propias de un jeque.
“El rancho de tu padre es un lugar sencillo,” dijo, “pero de gran belleza. Es magnífico contemplar las colinas de verdes pastos y los caballos corriendo libres bajo el cielo de Alá.”
“Este era mi sendero favorito cuando era niña. Puedes avistar el rancho de punta a punta. Y por allí,” dijo conduciéndolo hasta un gran prado, “es donde solíamos entrenar a los caballos. Mi padre está ya prácticamente retirado a día de hoy y usa la mayor parte de la tierra para criar sementales.”
El rey Al-Amad se bajó del caballo y ató su montura a la pesada valla de madera del viejo corral. Sarah extendió los brazos hacia él con una sonrisa y él la bajó sin esfuerzo.
“¿Así que aquí es donde los entrenas?” dijo entrando en el enorme círculo.
“Justo ahí,” dijo Sarah sentándose en la valla de madera, contemplando cómo paseaba. “Pueden llegar a ser unos sinvergüenzas tercos, pero una vez que los conoces y se acostumbran a ti, te obedecen.”
“Lo sé. Son animales fantásticos, con gran orgullo y lealtad. Sólo una persona especial puede conseguir que se plieguen a su voluntad.”
Sarah columpió sus piernas mientras él se aproximaba al corral, echándose el sombrero hacia atrás y dejando que cayeran mechones escarlata sobre sus hombros. “Yo también sé lo maravillosos que son. Han dejado su marca grabada en mi corazón.”
Sarah sintió que le daba un vuelco el corazón cuando el rey Al-Amad se arrodilló en el suelo. Se llevó las manos a la boca y bajó de la valla.
El anillo que sostenía era de oro blanco, con jade y rubíes entrelazados, y en el centro un ópalo de fuego y diamantes rodeado por el mismo dragón de la Joya de los Jinn. “¿Me harías el honor de poder llamarte jequesa?”
Sarah extendió la mano y Tariq deslizó el anillo en su dedo, tomándola en sus brazos.
“¡Sí!” murmuró sin aliento, cubriendo su boca de besos.
“Mi jequesa, mi fuego sin humo,” susurró, atrapando sus labios de nuevo.
Sarah lo llevó de vuelta con los caballos, secándose las lágrimas que corrían por su rostro con la palma de la mano. Tenía un prometido que presentar a su familia y la wedding planner perfecta para tenerlo todo bajo control.
***