Capítulo Dos

Había un coche esperándola al salir del Burj Al Arab. Era una de las maravillas de Dubái al ser el único hotel de siete estrellas y el edificio más alto construido, y no quería ni pensar en lo que podría costar su habitación. La arquitectura del edificio era fantástica. Por cada ínfimo fallo aparente, llamaba su atención otro ángulo o línea que elevaba al edificio entero a la perfección.

La limusina estaba vacía, pero no había tenido muchas esperanzas de que el rey apareciera en persona. Se metió en el coche y alisó los pliegues del vestido negro que llevaba. Se había decidido por una prenda larga, sin escote y con mangas que cubrían sus brazos, pues el rey Al-Amad no se había molestado en decirle dónde cenarían. Llevaba el pelo recogido en una pulcra coleta y su único adorno eran unos pendientes de aro dorados y maquillaje informal. Tan solo se había puesto un tono más oscuro en los labios del que solía llevar normalmente. Después de todo, era la primera vez que tenía un encuentro personal con alguien de la realeza.

El sol del atardecer proyectaba olas de ardiente naranja sobre el paisaje de cristal y se le hizo un nudo en el estómago. Era absurdo. Sarah había estado en cientos de cenas de negocios, charlando con muchos clientes potenciales, pero había algo distinto en aquel hombre y en la firmeza de su mirada. Podía sentir que, aunque cediera a sus peticiones, sabía que llevaba las de ganar.

Cuando la limusina se detuvo, Sarah notó rastros de sudor en las palmas de sus manos y buscó un pañuelo en su bolso. Solo era una estúpida cena.

Las puertas se abrieron, revelando un largo sendero cubierto a cada lado por flores que nunca antes había visto. El sol del atardecer prendía fuego a la hierba e intensificaba los tonos púrpura y rojizo, que parecían cobrar vida. Al final del camino había una glorieta y senderos que se estrechaban hasta convertirse en jardines repletos de flores y elementos decorativos. Varias personas paseaban aún por los senderos, haciendo fotos y señalando las diferentes especies botánicas, pero en la glorieta, había una mesa para dos. El rey Tariq la esperaba allí, haciéndole señas para que se reuniera con él.

Sarah se acercó y sus tacones resonaron en el aire nocturno. “Veo que se trata de una cena al aire libre.”

“Me gusta comer bajo las estrellas. Bienvenida a los Jardines Milagrosos,” dijo, tomándola de la mano.

Pudo sentir sus ojos recorriendo su cuerpo mientras subía las escaleras hasta llegar a la mesa. Su mirada color chocolate parecía fija en el movimiento de su coleta sobre su hombro.

 “Siéntese. Me temo que el menú ya está decidido. Espero que le guste la cocina mediterránea.”

“¿A quién no?” dijo con una sonrisa tímida. Sarah deslizó un dedo por uno de sus mechones y vio cómo él la seguía con la mirada.  

En la mesa habían servido zumo de uvas, agua y un surtido de hojas de parra y falafel, acompañado de pequeños platos con salsa de ajo y tahini, además de pepinillos y cebollas rojas.  

Tomó un falafel y le dio un mordisco. “Está delicioso.”

“Cuando exijo lo mejor, rara vez me decepcionan.” Sonrió.

“Ah, sí, eso pudo haber salido, ahem, de una galleta de la suerte,” admitió.

La carcajada inesperada que salió de su pecho retumbó en el cielo crepuscular. “Una mujer occidental hablándole de filosofía oriental a un rey de Oriente Medio. Con esto, ya lo he visto todo.”

“Y, ¿de dónde procede la gran sabiduría del rey Tariq Al-Amad?” bromeó.

“Tuve tutores privados durante la mayor parte de mi vida. Mi padre prefería una educación estricta y no quería que la cabeza de su heredero se llenara de tonterías occidentales. U orientales, de todos modos,” rio.

“Bueno, cuando tomas el especial número cinco de Pe Su Gui Palace, ves que hay sabiduría en sus palabras,” dijo Sarah, bebiendo zumo de uvas blancas. Lo notó delicado y fresco en su lengua y combinaba bien con el crujiente del falafel.

 “Mi hermano, por otra parte, fue a Oxford durante sus años de universidad. Madre estaba convencida de que uno de los dos lograría una mayor comprensión del mundo occidental para liderar Al-Amad International, aunque padre nunca creyó que le hiciera ningún bien tratar con los impíos.”

“Bueno, no todo lo que proviene de los occidentales es malo, mi rey.” Se llevó a los labios rojos otro bocado.

“No estoy tan convencido de eso, torbellino.”

Sarah se pasó con disimulo la lengua por los labios para atrapar una miga, mientras mecía el vaso de zumo entre sus dedos. Daba gracias a que el aire nocturno fuera relativamente fresco, pues el calor que había brotado en su interior un rato antes se extendía por sus mejillas al ver la sonrisa que él le dirigía.

“Rey Al-Amad, ¿por qué Dubái? Gobierna su propio emirato, que vale casi mil millones de dólares y seguro que posee lugares suficientes en Varapur. ¿Por qué centra este experimento en uno de los sitios más caros de la tierra?”

“¿Vamos a hablar entonces de negocios, señorita Johnson?”

“Solo intento saciar mi curiosidad. No me negará eso, ¿verdad?”

Tariq se pasó una mano por la barba mientras se recostaba en la silla, apoyando los brazos en su regazo. “Dubái es, por supuesto, uno de los países más lujosos y elegantes del mundo. Sin embargo, su producción petrolera supone un reducido porcentaje de su producto interior bruto. En la actualidad, depende de la construcción, el comercio y el turismo."

“Y una empresa de negocios como Al-Amad, que algún día podría desbancar a los imperios petroleros, no se vería rechazada en un lugar así,” concluyó Sarah.

“Exacto. Y disfruto de ciertos lazos familiares con los gobernantes que puedo aprovechar. Dubái constituye el escaparate perfecto.”

“Puedo entenderlo. Al construir algo, ya sea una choza o un rascacielos, se aprende un poco sobre cuál es la presentación más adecuada,” dijo ella.

Los ojos de Tariq se iluminaron y se puso de pie. Su traje de chaqueta gris se ajustaba perfectamente a sus amplios hombros. Le ofreció el brazo. “Venga, deje que le enseñe algo.”

La pelirroja dio un último sorbo a su bebida antes de aceptar su brazo y la brisa nocturna acercó el aroma de colonia de vainilla y especias a sus fosas nasales. Era dulce, pero con notas picantes de regaliz, ron con especias y almizcle que despertaron sus sentidos. El nudo en su estómago aumentó y comenzó a molestarle.

La condujo por uno de los senderos, alto y orgulloso, sin mediar palabra, y entre el mar arcoíris de plantas perennes, se sentía extrañamente pequeña a su lado. El sonido de sus tacones sonaba a piezas de mecano al intentar seguir el ritmo de sus largas zancadas.

Poco después, encontraron unas magníficas flores de color ámbar. Habían sido dispuestas en lechos de rosas blancas, formando una V de gran tamaño.  Había rosas de color naranja, gerberas moradas y caléndulas doradas.

"Esta", dijo, señalando con la mano, "es la flor de Varapur. Se trasplantó aquí para que todo el que venga conozca la majestad de mi reino".

La flor surgía de un tallo verde oscuro con toques cálidos que subían en estrías color ámbar hasta volverse doradas en los extremos. Se intercalaba con flores púrpuras y amarillas que brillaban bajo las farolas y la luz de la luna.

 “Llevaré una gloria así al resto del mundo.”

“Son preciosas,” susurró, viendo el orgullo patente en sus rasgos.

Se volvió hacia ella con ojos implacables, aunque había un matiz de delicadeza en ellos. “Encuentro belleza en muchas cosas, señorita Johnson.”

Se ruborizó y sus ojos de jade brillaron al observarlo. El jeque se acercó a ella, pero volvió la vista hacia la glorieta. La expresión en sus ojos se endureció y comenzó a gritar de pronto en su idioma.

Un criado había empezado a recoger los platos de la mesa por error, pensando que se habían marchado.

“No pasa nada,” rio Sarah tocando su brazo.

Tariq lo apartó, como si le hubiera pinchado. “Hay que terminar de comer.”

El momento se hizo añicos, como si el príncipe azul hubiese dejado caer el zapato de cristal. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no dirigirle una mirada de reproche al apartarse. “Yo soy la que decide cuándo termina la noche para mí. Aún estoy bajo los efectos del jet lag y creo que, después de todo, me vendrá mejor descansar que cenar. Gracias por el falafel, mi rey.

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