Capítulo Uno

Sarah Johnson esperaba paciente en las oficinas de Dubái de Al-Khalid International, sorbiendo un café turco mientras aguardaba a que el rey del Emirato de Varapur la recibiera en una improvisada reunión. Cuarenta y ocho horas antes, había estado en Praga visitando varios castillos buscando inspiración para un proyecto renacentista en el que su hermana la había involucrado. Sin embargo, la asistente personal del rey Tariq Al-Amad se había puesto en contacto con ella con la promesa de un anticipo muy lucrativo simplemente por reunirse con él y discutir su propuesta.

Su creciente fama en los últimos dos años le había proporcionado una gran cantidad de proyectos, pero, aun así, la oferta del rey Tariq Al-Amad había sido toda una sorpresa. Lo último que esperaba es que un rey del petróleo se interesara por su trabajo con energías alternativas y edificios autosustentables.

Tras una exhaustiva investigación, Lori descubrió que el rey era un astuto hombre de negocios que gobernaba un pequeño país, Varapur, en los Emiratos Árabes. Su familia llevaba reinando más de un siglo y se le conocía por ser un líder muy tradicional y querido. Sarah no sabía si podría trabajar con las restricciones que impondría un rey tan tradicional, pero la oferta era lo bastante tentadora como para hacer juegos malabares con su agenda y aceptar la reunión.

La oportunidad de edificar en Dubái era un sueño hecho realidad para cualquier arquitecto. Solo con ver las brillantes torres de la ciudad desde su asiento en primera clase había quedado impresionada, aunque aún no estaba convencida de la idea al cien por cien. Pese a haber nacido y haberse criado en Texas, no le atraía demasiado la idea de estar en una ciudad con altísimas temperaturas en octubre y donde se suponía que había que ir tapada de los pies a la cabeza.

“Señorita Johnson, el rey Al-Amad la está esperando,” dijo su asistente. En su placa ponía “Tufa Kabir.” Era una mujer impresionante, vestida con un sobrio traje de chaqueta azul marino. Debía estar en la treintena y llevaba el pelo recogido con un hermoso pañuelo verde. Su maquillaje era ligero, pero el khol oscuro que delineaba sus suaves ojos marrones les daba un brillo especial.   

La señorita Kabir le mostró el camino, atravesando las grandes puertas que conducían al despacho del rey. La mujer le hizo un gesto para que entrara y Sarah encontró al rey Tariq conversando aún con su anterior interlocutor.

“Eso es todo, Ahmed. Pero que sea la última vez que me decepcionas o tendrás que buscarte otro empleo. ¿Queda claro?” ordenó con su voz de barítono en tono autoritario.

“Sí, mi rey,” afirmó el hombre agachando la cabeza.

“Pues márchate, y no hagas que me arrepienta de mi decisión.”

El hombre se dio la vuelta y salió a toda prisa, pasando junto a Sarah y Tufa. El rey Tariq Al-Amad se puso entonces de pie, quedando patente su imponente figura. Mediría perfectamente 1,95 metros, por lo que la enorme mesa de caoba ante él parecía de juguete. Sus amplios hombros se adivinaban bajo su Armani de seda a medida, que resaltaba su tez bronceada. Su cabello era oscuro como la noche y enmarcaba su rostro, cubierto por una barba frondosa pero bien mantenida.

“Señorita Johnson, gracias por aceptar reunirse conmigo. ¿Puedo ofrecerle algo antes de que empecemos?”

“Otro café si es tan amable y ¿podría tomar un brioche? Aún estoy bajo los efectos del jet lag.”

“Tufa.” El rey Tariq le hizo un gesto y la mujer hizo una reverencia antes de ir a por el refrigerio.

“Siéntese,” dijo señalando el gran sillón acolchado frente a él. El despacho era enorme, con suelo de vetas de madera en tonos medios, paredes grises que potenciaban la luz solar que se filtraba a través de una hilera de ventanas a lo largo de la pared de la oficina y muebles tapizados en torno a una enorme mesa de reuniones.  

“Gracias, rey Al-Amad. Debo decir que su invitación ha sido toda una sorpresa,” dijo Sarah, tomando asiento.

“Sí, sospecho que debe resultarle contradictorio que un imperio construido sobre… ¿Cómo lo llaman ustedes los americanos? ¿Oro negro?... se interese por la construcción de un palacio autosustentable.”

“Resulta, cuanto menos, curioso,” añadió Sarah con una sonrisa, mientras Tufa colocaba los refrigerios en una mesita junto a su asiento. Inclinó la cabeza en señal de agradecimiento al marcharse la mujer y dio un sorbo disfrutando del distintivo sabor de la cafeína.

El rey dio un largo trago de su propia taza humeante. Sabía que la estaba evaluando mientras contemplaba su largo cabello rojo oscuro, su rostro pálido cubierto de pecas y su atuendo informal de negocios consistente en una blusa beige y falda negra a la altura de la rodilla. La observaba con sus ojos color café y aunque su intención era mantener una actitud puramente profesional, la intensidad de su mirada le provocaba algo más que piel de gallina. 

“¿Me permite?” preguntó Sarah educada, señalando el brioche. Al asentir el rey, dio un pequeño bocado al dulce, que acompañó con otro sorbo de café. La habían tratado bien en primera clase, pero tener un aperitivo a mano la ayudaba a controlar los nervios. “Para serle sincera, alteza, también me intriga el hecho de que piense en una mujer para dirigir el proyecto, y más, uno tan inusual.”

Tariq alzó una ceja en dirección a la joven pelirroja sentada frente a él. “Es comprensible. No, al principio no tenía en mente que una mujer estuviera a cargo del proyecto, pero no crea que soy tan necio como para ignorar a aquellas personas cualificadas para la tarea. Procuro alcanzar el éxito en todo lo que emprendo y, tras mucho indagar, usted es la mejor elección.”

Hacía mucho tiempo que la voz de un hombre no la afectaba tanto. “Dígame. ¿Qué ha descubierto al investigar sobre mí?”

“Licenciada en el Texas A&M College of Architecture donde obtuvo su máster a la edad de veintiuno. Después se inscribió en el programa de maestría en sostenibilidad de Harvard y, con veinticuatro años, ya había ganado el Gates International Challenge con sus diseños Johnson Quick Deploy Habitat de viviendas autosustentables y a prueba de desastres naturales.” El rey Tariq unió los dedos frente a su rostro y se inclinó hacia delante de forma casi imperceptible.  “Desde entonces, su talento ha sido muy demandado, no solo por sus conocimientos sobre edificios ‘verdes’, sino por sus impresionantes diseños.”

“Vaya,” exclamó Sarah y sus ojos color jade brillaron traviesos, “¿Lo ha leído en una entrevista de Vanity Fair?”

“No se burle de mí,” le advirtió y Sarah se preguntó si sus ojos siempre tendrían ese fuego en su interior.

“No lo hago, pero lo que acaba de decir no es mucho más de lo que obtendría al hacer una búsqueda en Internet. Dice que soy la mejor, pero ¿qué le hace pensar así? Un hombre de su calibre no se queda en la superficie y va mucho más allá.”

“Me informaron sobre usted, y tengo muchos colegas que han podido admirar su trabajo de primera mano. He colaborado personalmente con el señor Gates en varias empresas y su nombre aparecía en la breve lista de personas que recomendaría para este proyecto en particular.  Nadie más posee la mezcla adecuada de conocimientos de ingeniería y arquitectura para lograr la perfección estética y funcional que exijo. Busco lo mejor, señorita Johnson, y créame cuando le digo que, si no pensara que es usted la persona más idónea para el trabajo, no malgastaría un segundo de mi tiempo en esta conversación” dijo en tono severo.

“Quien exige perfección en todo, se decepciona en gran medida,” dijo Sarah con cierto sarcasmo.

“¿Es su intención decepcionarme?” preguntó el rey mirándola con ojos fieros.

“No, pero creo que la impresionante muestra de autoridad que presencié al entrar al despacho era una advertencia para que supiera quién está al mando,” dijo, dando otro bocado al brioche.

Tariq tensó lo mandíbula. “Hace falta mano dura para un liderazgo sólido. Espero que todo el que trabaja por o conmigo lo tenga claro.”

“Deber ser ya la quinta vez que me encuentro en una situación así. Indepedientemente de la cultura, las demostraciones de poder no son para nada originales.” No había sido su intención inclinarse hacia él como si le estuviera contando un gran secreto ni dirigirle aquella amplia sonrisa. “Pero es obvio que tiene mi atención, así que, cuénteme más sobre ese palacio de ensueño.”

“Antes de entrar en materia, le recuerdo que ha de firmar el acuerdo de confidencialidad.”

“Cierto, discúlpeme.”

Sarah buscó en el interior de su bolso, sacó los contratos y los depositó en la enorme mesa. “Mis abogados los han revisado y han añadido una cláusula estándar que siempre solicito. Lo que viene a decir es que si acepto el proyecto y me mienten en cuanto a la clasificación verde para la tecnología empleada o se lleva a cabo alguna ilegalidad, me reservo el derecho a denunciar a las autoridades o medios de comunicación oportunos. Es la única condición que pongo en los acuerdos de confidencialidad. Lo toma o lo deja.”

Notó como volvía a apretar los dientes por un movimiento casi imperceptible de su barba, pero pasó las hojas hasta llegar a la pestaña coloreada que marcaba la rectificación de su abogada sin mediar palabra. Sarah lo observó mientras inspeccionaba el documento, tomaba una pluma que probablemente costaría más que muchos coches, y dejaba su rúbrica.

“Soy un hombre de palabra, señorita Johnson, y espero que, en caso de encontrar algún problema, se dirija también a mí personalmente.”

“Es un placer oír eso. Por favor, llámeme Lori,” dijo sonriendo.

“Como desee.”

Él le devolvió la sonrisa y extrajo del cajón a su izquierda un par de gafas con lentes oscuras. Sarah las conocía. Las había empleado en varios proyectos para visualizar prototipos de diseño y no le sorprendió. Si podía permitirse oficinas en Dubái, un par de gafas de realidad virtual no eran nada.

Sarah sacó un coletero del bolso y se recogió los largos rizos color rubí. Habría jurado que el rey miraba el rastro de pecas de su escote, pero le molestó más el hecho de que a ella no pareció importarle. La pelirroja no sabía a ciencia cierta qué le estaba ocurriendo, pero había algo en la presencia dominante del hombre frente a ella que la hacía estremecerse de placer.

“Tome,” dijo tendiéndole un par de gafas de realidad virtual, “Creo que le ayudará a entender mejor mi idea.” Ella se colocó las gafas y, en el centro de la mesa del despacho, apareció un artefacto flotante. Parecía un aparato de aire acondicionado exterior cubierto de una chapa hexagonal.

“Esta,” continuó el rey, “es mi empresa personal, financiada con mi propia fortuna, diseñada por las mentes más brillantes que he podido contratar. El modelo a escala completa puede, en teoría, dar energía a una casa media de los Estados Unidos durante cinco años con un mantenimiento mínimo. Lo llamo Módulo de Energía Verde, G.E.M, por sus siglas en inglés, la joya de Varapur.”

Lori abrió los ojos como platos. “¿Cinco años? ¿Qué demonios lo impulsa?” Se tapó la boca con la mano nada más hablar.

“No se preocupe. Lo cierto es que esperaba exabruptos mucho más…pintorescos,” dijo Tariq con una sonrisa amplia y luminosa por una vez. “En su forma más rudimentaria, es un tipo de celda de combustible de hidrógeno. Sin embargo, su eficacia no radica en el combustible, sino en un microorganismo único descubierto en Varapur hace muchos años.”

“¿Funciona con la única aportación de un tanque de agua salada durante cinco años?” preguntó Sarah una vez más.

El G.E.M explosionó, mostrando su funcionamiento interno con dos enormes tanques en el centro.

“Agua con sal y también dióxido de carbono. Los organismos usan ambos en un proceso único que proporciona no solo altos niveles de energía, sino también, en teoría, la capacidad de interactuar fácilmente con los aparatos que se encuentran en la mayoría de hogares. Y con un peso aproximado de 450kg, puede convertirse en núcleo de carga para vehículos eléctricos.”

Sarah se quitó las gafas y miró atónita a Tariq. “¿Y no es un suicidio para usted? Si lo que afirma es cierto, supondría una enorme revolución en el campo de las energías alternativas y dudo que nadie espere una noticia así de un imperio petrolero.”

“Tiene razón. Por eso he financiado esta operación de forma privada. Si se supiera, podría causar estragos en los mercados. No, tenía que asegurarme de que la tecnología estaba lista y hallar una prueba de concepto que valiera la inversión personal. Quiero diseñar un palacio que sea accionado en su totalidad por tecnología G.E.M,” concluyó, juntando los dedos de ambas manos sobre sus labios.

“Es un proyecto muy ambicioso,” afirmó Sarah. “Tendría que aparcar o delegar los proyectos en los que estoy trabajando actualmente para sacar tiempo…”

“Le pagaré cincuenta millones de dólares,” la interrumpió Tariq. “Y veinte millones adicionales para que los done entre las organizaciones benéficas que crea convenientes.”

“¿Lo dice en serio?”

“No tengo tiempo para juegos, señorita Johnson. Por esos honorarios, su tiempo es mío y solo mío hasta que finalice nuestro negocio.” No había sonrisa ni brillo en sus ojos, solo hechos.

“¿Es que quiere comprarme, rey Al-Amad?”

“No intente provocarme.” Pero notó una leve contracción en su labio. “Sabe a lo que me refiero. Su sueldo será acorde al nivel de mis exigencias. El petróleo es un recurso limitado. No me malinterprete, si Alá quiere, habrá crudo de sobra para proveer a Varapur durante generaciones, pero el hombre cuya casa está hecha sobre arena, terminará hundiéndose, y quiero asegurarme de que mi imperio permanezca.”

La miró intensamente con sus ojos oscuros, sin suplicarle, pero implorándole que se uniera a él.

“Hay unas reglas básicas que quiero que se cumplan,” respondió ella.

Tariq frunció el ceño, pero respondió, “Continúe.”

“Uno, comprendo que está acostumbrado a ciertas tradiciones. Haré lo posible por cumplirlas, pero mi vida privada es solo mía, y espero que la respete.”

“Estoy de acuerdo.”

“Dos, cuando se trate de mi parte del proyecto, la jefa soy yo y respondo solo ante usted. Mis subordinados deben ser capaces de trabajar para una mujer, en caso contrario, se irán. Me crié entrenando ponis en San Antonio y si no entraban en vereda, los mandaba a pastar. No me importa lo que digan a mis espaldas mientras hagan su trabajo.”

“Estoy seguro de que es usted un torbellino, señorita Johnson. Me encargaré de que no tenga problemas con el personal, pero no olvide que tiene que responder ante mí.” Volvió a tensar la mandíbula, pero no apartó la mirada de la suya.

“Y, por último, los términos añadidos al acuerdo de confidencialidad que tan amablemente ha aceptado. Por lo que, rey Tariq Al-Amad, creo que este es el comienzo de una relación bastante fortuita.” Sarah se puso en pie y le ofreció una amplia sonrisa y su mano derecha. Él la aceptó y le besó el dorso, dejando un rastro de cosquillas al rozar la piel con su barba.

“Eso espero. Señorita Kabir, me he tomado la libertad de enviar sus cosas a su habitación de hotel en el Burj Al Arab.”

“Gracias, mi rey,” dijo Sarah guiñando un ojo antes de darse la vuelta para marcharse.

“Una cosa más, señorita Johnson,” dijo deteniéndola. “Tengo un hueco inesperado esta noche. Espero que pueda venir a cenar conmigo.”

Sarah hizo una pausa y él la aprovechó para continuar, con una sonrisa. “Dijo que conoce las costumbres que tenemos en Dubái. Si es así, debería saber que es de mala educación rechazar una invitación así.”

“Qué diablos. Una también tiene que comer,” dijo, sonriendo nerviosa.

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