17

Kyra se reclinó en el césped, levantó las manos por encima de la cabeza, respiró hondo y observó el cielo, que se estaba oscureciendo rápidamente.

Mike se volvió hacia ella, mirándola con sus ojos azul pálido.

—¿Estás bien, nena?

Ella asintió. Era el final perfecto de un perfecto día de picnic. Lo habían empezado levantándose tarde. No se habían movido de la cama hasta que Sam había ido a la habitación y había empezado a saltar en la cama exigiendo el desayuno. Tras hartarse de tortitas empapadas en sirope, habían pasado el resto del día haciendo el vago en la piscina que Mike había llevado dos días antes. Había cumplido su palabra: era una piscina plegable, pero era lo bastante grande como para poder pasar un buen rato. Sam se había vuelto loca con el trampolín. No había dejado de saltar hasta que se dio cuenta de que Mike estaba cargando tablones hasta el patio y dejándolos en un rincón, cerca de un árbol viejo.

—He pensado que podríamos ponernos manos a la obra con la casa del árbol esa de la que siempre hablas.

Sam abrió unos ojos como platos.

—¿De verdad? ¿Tendré una casa en el árbol?

Mike sonrió.

—No lo sé. ¿Eres buena carpintera? Porque yo solo no puedo hacerlo, y todos sabemos que tu madre es un desastre con lo del «Hágalo usted mismo». Lo suyo se parece más a «Destrúyalo usted mismo».

—Eh —protestó Kyra sin convicción mientras Sam se doblaba de risa.

—Nena, ni siquiera fuiste capaz de montar bien las piezas de la mesita del salón. Y eso que básicamente son cuatro patas y un tablero.

—Me falta el gen nórdico, ¿lo has olvidado?

Mike y Sam habían pasado la tarde planificando y construyendo la casa del árbol con la que Sam siempre había soñado mientras Kyra los miraba sin implicarse, tomando el sol o tratando de cuidar las plantas. Le gustaba mucho estar al aire libre, pero no tenía ni idea de jardinería. Cuando se cansó de arrancar lo que esperaba que fueran malas hierbas, entró en casa para preparar un picnic con algunas de las cosas que Amanda les había llevado el día anterior cuando había ido a hacerles una visita.

Mike se había sentado a comer con ella, pero Sam estaba demasiado nerviosa y sólo tomó un par de fresas antes de volver a admirar su casa del árbol, que estaba casi lista. Subía y bajaba por la escalera de madera trasladando juguetes.

La pequeña llevaba todo el día corriendo sin parar, gracias al combustible del azúcar de las tortitas y el sirope. Kyra se estaba maravillando de su resistencia cuando la niña se acercó y se tumbó sobre ellos, boca abajo. Tenía la mitad del cuerpo encima de cada uno de ellos y los brazos extendidos sobre el pecho de ambos.

Empezó a hablarle a Mike sobre la casa del árbol, pero dos minutos más tarde se quedó frita y comenzó a roncar suavemente.

A Kyra le faltaba el aire, y no era por el peso de Sam. La niña nunca había hecho nada parecido con su padre, nunca se había tumbado sobre él ni le había contado sus cosas hasta quedarse dormida.

Acarició el bracito de la pequeña. Algunas de las calcomanías ya se habían caído, pero la mayoría seguían intactas.

—Se le ha acabado la gasolina —susurró Mike con una sonrisa en los labios.

Kyra respiró hondo para que se calmara el ritmo de su corazón.

—Está mucho mejor.

Había pasado una semana desde que detuvieron a Drake. Sam había tenido pesadillas, pero cada día estaba un poco más tranquila, igual que Kyra. Y todo gracias a Mike, que no se había separado de su lado y las había protegido con todos los recursos a su alcance.

Vio que Mike le miraba el ojo y apretaba los dientes. Ya no estaba morado, ahora estaba amarillo. El color se debilitaba rápidamente, pero él se lo seguía tomando como una afrenta personal. Había pasado muchas noches besándole el ojo y murmurando lo mucho que sentía no haber llegado a tiempo de impedir que Drake le pusiera las manos encima. Ella le había repetido una y otra vez que había llegado a tiempo. Cada vez que veía el vendaje que llevaba Mike en el costado, se estremecía al darse cuenta de lo mucho que se había arriesgado para salvarla.

Kyra alargó la mano y trató de alisarle la arruga que se le había formado entre las cejas.

—Estoy bien —susurró. Antes de poder decir nada más, oyó un aviso en el teléfono—. Son mis chicas. Me envían un vídeo del ensayo final —explicó, colocando el teléfono entre los dos para que Mike también pudiera verlo.

—¿No habíais decidido que os tomaríais el día de hoy para descansar antes de la competición de mañana?

Kyra sonrió.

—Sí, pero no han podido aguantar, están demasiado nerviosas. Dudo que vayan a pegar ojo esta noche.

—Son buenas —comentó Mike mientras las veían bailar.

Sí, lo eran. La coreografía era fantástica, espontánea y llena de energía, y con los trajes que se habían preparado, todo quedaba espectacular.

—Son la caña. Lo van a petar, nena. Estoy muy orgullosa de ti —le susurró Mike rozándole los labios en un beso suave.

—Son unas chicas estupendas, y se han dejado la piel en los ensayos.

Kyra apagó el vídeo, dejó el móvil en el suelo y volvió a levantar la vista hacia el cielo. Todo era tan perfecto. Mike, Sam y ella descansando tranquilamente en el patio. Ver a las chicas que había entrenado bailar tan bien hacía que se sintiera muy orgullosa. Se dio cuenta de que no había vuelto a sentir esa paz interior desde que Mike salió de su vida. Y con toda probabilidad ni siquiera entonces, ya que antes de marcharse había estado obsesionada por conseguir el éxito. Había corrido detrás de la fama, aunque de hecho, lo que había estado haciendo era huir de sí misma. Luego perdió a Mike y todo se fue a la mierda. Llevaba todos esos años buscando algo con ansiedad, aunque no sabía exactamente qué era. Nada le parecía suficiente, en cuanto conseguía uno de sus objetivos, se ponía en marcha de inmediato a por el siguiente. Siempre inquieta, siempre insatisfecha, saltando de una cosa a otra como si fuera incapaz de disfrutar del momento. Sin embargo, eso ya no le sucedía. En ese preciso momento, tumbada en la hierba de su casa de Alden, con su hija y con Mike a su lado, se sentía completa. Y ni siquiera estaba bailando.

—Voy a quedarme, Mike.

—¿Cómo dices? —preguntó él asombrado.

—Voy a quedarme en Alden. Me lo he pasado muy bien entrenando a las chicas. Y quiero seguir dando clases. Adoro mi vida cuando tú estás en ella.

—Pues me alegro, porque no pienso dejar que vuelvas a marcharte nunca más.

Kyra no dijo nada; sólo asintió.

Mike llevó a Sam a casa en brazos. La niña ni siquiera pestañeó. Muchas noches exigía que le contaran un cuento y casi siempre lo hacía él, pero esa noche estaba fuera de combate.

Tras dejarla en la cama, la tapó con la sábana y le dio un beso en la mejilla.

—Que duermas bien, pequeñaja.

—Buenas noches, Mike. Te quiero —murmuró la niña, tomándolo por sorpresa.

—Yo también te quiero, pequeña —susurró él.

Al volverse, vio que Kyra estaba a su espalda rodeándose el torso con los brazos y los ojos brillantes de emoción.

Ella le ofreció la mano y, cuando él la cogió, lo llevó al dormitorio y cerró la puerta. Se quedaron uno frente al otro sin decir nada, con las manos entrelazadas.

Kyra lo desnudó con lentitud, en silencio. Él la dejó hacer y permaneció inmóvil, desnudo, mientras ella lo besaba y lo acariciaba.

—Deberíamos pensar en hacer reformas en la casa —dijo al fin—. El patio es grande. Ya me gusta que sea grande, pero la casa es demasiado pequeña. Podríamos ampliarla por el lado oeste, añadir un par de habitaciones con paredes gruesas. Necesitamos espacio, y yo personalmente necesito oírte gritar mientras te follo.

—Vale.

Kyra lo empujó hasta la cama y se sentó sobre él. Cuando sus cuerpos entraron en contacto, Mike se dio cuenta de que ella no llevaba ropa interior y soltó una maldición al sentir que su pene se endurecía

—¿Mike?

—¿Sí, mi amor? —Con la polla temblándole como una mala cosa entre sus pliegues cálidos, Mike hizo un gran esfuerzo por permanecer quieto.

Kyra se bajó los tirantes del vestido veraniego que llevaba y se lo quitó.

—¿Qué te apetece? ¿Mi boca, mi coño, mi culo…?

Él estuvo a punto de atragantarse al oírla.

—¿Puedo elegir? —repuso.

—Puedes tomar de mí lo que te apetezca —susurró ella.

Él respiró hondo, obligándose a calmarse. Lo quería todo, pero había algo que necesitaba más que cualquier otra cosa en ese momento.

—Quiero correrme enterrado en tu culo, sin barreras entre nosotros.

No había vuelto a estar en su dulce trasero desde la primera vez, y no había tenido bastante. Quería penetrarla más profundamente y hacerlo a pelo. Quería enviar su semen hasta lo más hondo de su cuerpo, reclamándola por completo.

Mike se agarró el miembro y se quitó el piercing. Sabía que en cuanto empezara a follarla perdería el control, y no quería arriesgarse a hacerle daño.

—Déjame a mí, cariño.

Con el corazón latiéndole desbocado en los oídos, Mike contempló hechizado cómo la diosa desnuda que estaba sentada sobre él le quitaba el piercing y empezaba a adorar su polla.

A Kyra le encantaba el piercing, pero también disfrutaba mucho cuando se lo quitaba. A estas alturas había aprendido a hacerle felaciones con el piercing puesto. Lo había hecho varias veces y se le daba estupendamente. No podía metérselo muy adentro, pero había descubierto que a Mike le gustaba que fuera un poco brusca y jugaba con la punta, tirando de las bolas metálicas con los labios y los dientes, haciendo que la cabeza le explotara de placer mientras se ocupaba de acariciarle el resto del pene y las pelotas con sus delicadas manos. Sin embargo, seguía gustándole más hacerlo como siempre, sin el piercing. Como ahora, que estaba metiéndose el miembro hasta la garganta y lo succionaba con fuerza cada vez que se retiraba.

Tensándose al notar que Kyra empezaba a acariciarle las pelotas, Mike alargó los brazos hacia ella.

—Joder, nena, me encanta lo que me estás haciendo, pero tienes que parar o no responderé.

Mike estaba muy bien dotado y el ano de Kyra era muy estrecho. Tenía que prepararla.

—Estaba disfrutando —protestó ella, haciendo un mohín con sus labios tan sexis, rojos, brillantes y un poco hinchados que lo llamaban a gritos.

Mike la agarró por el cuello y la besó con pasión.

—Lo sé, gatita, pero esto también te gustará.

La colocó bajo su cuerpo y se hundió en su sexo, que ya estaba húmedo.

—Pensaba que habías elegido mi culo —dijo ella entre gemidos mientras su vulva le daba la bienvenida.

Cuando estuvo clavado bien al fondo, Mike se detuvo y la miró a los ojos, nublados por la pasión. Podría pasarse los siguientes sesenta años follándose a Kyra y nunca se cansaría.

—Tienes que correrte antes —repuso—. Vamos a necesitar todos esos fluidos para que tu culito esté listo para mí.

Y, de paso, Mike necesitaba descargarse un poco o se correría en cuanto ella se contrajera alrededor de su polla.

Lentamente, Mike la penetró sin dejar de besarla en ningún momento, acariciando con su miembro todos esos puntos que la hacían retorcerse y gemir. No pasó mucho tiempo antes de que ella empezara a tensarse debajo de él.

—Mike…

—Lo sé, gatita. Déjate llevar. Córrete.

Y ella lo hizo. Su orgasmo fue largo, intenso y muy dulce. Lo exprimió mientras él la embestía una y otra vez, haciendo un gran esfuerzo de contención. Cuando las contracciones perdieron intensidad, Mike se retiró y comenzó a masturbarse con decisión.

—Mírame, nena —le ordenó presionando la polla palpitante contra su clítoris—. Mírame mientras me corro encima de ti.

El semen de Mike salió disparado sobre el clítoris de Kyra en varios chorros. Ella gimió y su sexo se contrajo de nuevo mientras él la regaba con su semilla. El líquido espeso chocaba contra su clítoris antes de deslizarse entre sus pliegues hinchados hasta llegar a su precioso culito.

—Semen y fluidos vaginales: no existe mejor lubricante —susurró él, mojándose los dedos y llevándolos hasta su ano. Cuando deslizó la punta de un dedo en su interior, los músculos de Kyra se contrajeron, reaccionando instintivamente a la intrusión—. Precioso, nena.

Lentamente ella se volvió boca abajo, se puso a cuatro patas y alzó el culo hacia él.

—Tómame —dijo sacudiendo ante su cara el trasero, del que goteaban los fluidos de ambos.

Mike vio que tenía la vulva hinchada y empapada.

«Joder…» Se estaba muriendo de ganas de clavarse en ella, pero apretó los dientes y siguió conteniéndose.

La agarró por la cintura, tiró de ella y la sentó sobre su regazo.

—Aún no, nena. Aunque tengo muchas ganas de enterrarme en tu culo, quiero que seas tú la que lo haga. Y quiero que te mires mientras lo haces —dijo moviéndose hasta que quedaron sentados frente al espejo del armario.

Mike había descubierto que ella se excitaba con esa pequeña perversión en el lavabo de sus padres; se derretía de placer mientras él la tomaba por detrás, mirándola en el espejo, con toda su familia fuera, en el jardín. Los espejos y los sitios públicos la excitaban más de lo que quería reconocer.

Ruborizándose, ella se resistió y trató de escapar.

—Mike…

—Ni hablar —replicó él abrazándola con más fuerza—. Quiero ver el espectáculo en primera fila —le dijo al oído, al tiempo que señalaba con la barbilla el espejo que tenían delante—. Quiero verte el coño mientras te follo el culo, pero también quiero verte las tetas. Y la cara. Quiero acceso total, así que ábrete para mí.

Mike le separó las piernas y dirigió su dura erección hacia su entrada, lo que asustó a Kyra que jadeaba con fuerza, con los ojos clavados en el espejo.

—Cariño, eres muy grande. No sé si voy a poder tomarte en esta postura.

—Puedes hacerlo en todas las posturas, gatita. Sé que puedes, fuiste hecha para mí. Yo me quedaré aquí sentado y dejaré que me folles.

Kyra no parecía del todo convencida, pero Mike la atrajo hacia sí y le acarició los pechos, murmurando y besándole el cuello. Pronto Kyra empezó a frotarse contra él sin darse cuenta.

—Eres preciosa. Me encantan tus tetas, sentir su peso en mis manos, notar cómo tiemblas cuando te pellizco los pezones, cómo se contrae tu coño —le susurró Mike sin apartar la mirada del espejo.

Ella había levantado las manos y se estaba agarrando de la cabecera mientras él la torturaba acariciándole los pechos y la vulva hinchada. Cada vez que le rozaba el clítoris, Kyra daba un saltito involuntario, que hacía que la erección de Mike se deslizara entre sus nalgas y que su ano se contrajera al notar el glande abriéndose camino entre los músculos prietos, sin acabar de entrar.

—No te cierres, nena, sigue abierta —le ordenó él, cuando la presión fue demasiado intensa y Kyra trató de cerrar las piernas para aliviarla—. Me gusta verte así, a mi disposición. Tienes la cara encendida de pasión, el coño rojo y empapado, muriéndose de deseo, listo para volver a correrse —añadió deslizando dos dedos en su interior—. Y tu culo se contrae de envidia. También quiere que le den lo suyo.

—Sí que quiere. —Kyra se recolocó la punta de la erección de Mike hasta que quedó en la posición correcta—. Es tuyo —añadió mirándolo a los ojos en el espejo.

—Mío —gruñó él sin romper el contacto visual.

Kyra se clavó en él y finalmente la punta de la erección atravesó el apretado anillo de músculos, empalándola. Ella chilló y al mismo tiempo tembló como una hoja.

—Dios mío, nena, tu culito es fantástico, tan apretado. No te muevas ahora; sólo siente lo mucho que te deseo.

Mientras el culo de Kyra se contraía a su alrededor, Mike le acarició el clítoris.

—Suelta el aire, gatita, no te tenses. —Aún tenían mucho camino por delante.

—Mike, no puedo más —se quejó ella cuando no habían llegado ni a la mitad.

—Sí puedes. Fuiste hecha para mí —le recordó él, besándole el cuello y dándole suaves golpecitos en el clítoris.

Kyra gritó al notar las convulsiones de su sexo, que ayudaron a que él se clavara más profundamente.

—¿Te ha gustado?

Ella asintió temblorosa y entre jadeos. La palabra gustar se quedaba corta; se había contraído de arriba abajo. Y su culo había apretado a Mike con tanta fuerza que él había estado a punto de correrse sin remedio.

Pronto, el sensible anillo de músculos lleno de terminaciones nerviosas estuvo extendido alrededor de su erección.

—Mírate, nena. Mira cómo tu culo me ha aceptado hasta el fondo. ¿Lo ves? —preguntó él, acariciándole la vulva.

Con todo el cuerpo en tensión, Kyra se levantó y volvió a sentarse sobre su polla. Cuando se hundió de nuevo hasta el fondo, Mike le dio unos suaves cachetes en el clítoris.

Ella se contrajo.

—Oh, Dios mío, Mike.

Él no podía apartar la mirada del espejo. Sujetándola por detrás de las rodillas, le levantó las piernas, lo que hizo que perdiera el equilibrio.

Kyra soltó un gemido ahogado mientras echaba la cabeza hacia atrás.

—Sigue mirando, nena —le ordenó él entre jadeos.

Kyra estaba totalmente expuesta. Su ano se cerraba alrededor de la erección de su amante. La vulva estaba abierta, roja y chorreando. El clítoris, hinchado, de color rosa encendido. Su cuerpo fuerte y tonificado brillaba de sudor por el esfuerzo, y tenía los ojos nublados por la pasión. El pelo negro los cubría a ambos, sus miradas estaban unidas en el espejo.

—Cariño —susurró Kyra—, no puedo follarte si no me sueltas las piernas.

«Cierto», se dijo Mike.

—Y no puedes darme cachetes en el clítoris con las manos ocupadas —añadió apretándolo con sus músculos internos.

Mike la soltó, sintiendo cómo su pene todavía crecía un poco más en su interior.

—Joder, nena, vas a acabar conmigo.

Cada vez que ella se clavaba en él, Mike le golpeaba suavemente el clítoris y ella gritaba.

Kyra temblaba con violencia, con la espalda arqueada, agarrándose a la cabecera de la cama. Tan sexi.

—Dámelo, nena. —Cachete—. Córrete. —Cachete.

Ella soltó un gemido desgarrado mientras se contraía con fuerza por todas partes: la vagina, el culo…, el cuerpo entero.

Cuando empezó a correrse, Mike cambió de nuevo de posición y la dejó boca abajo en la cama, a cuatro patas. Kyra se aferró a las sábanas y enterró la cara en ellas para disimular los gritos mientras Mike la embestía repetidamente, contemplando cómo su polla desaparecía en su interior una y otra vez hasta que la tensión se hizo insoportable, tanto en las pelotas como en las sienes. Estaba a punto de estallar.

Penetrándola lo máximo posible, se dejó ir.