14

Kyra estaba bailando con su hija cuando, con el rabillo del ojo, vio que Mike llegaba a casa. Él se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho, sonriendo.

—Hola, Mike, ven a bailar con nosotras —lo invitó Sam volviéndose hacia él con el mando de la Wii en la mano. Al apartar la mirada de la tele, perdió el paso que le indicaban en la pantalla—. Jo, ya me he perdido.

Sam empezó a repetir los pasos a toda velocidad para pillar el ritmo, pero no anotaba ningún punto y Kyra aflojó el paso.

A Sam le encantaba jugar a la Wii, sobre todo a juegos de baile.

Mike se echó a reír.

—Ni lo sueñes, pequeñaja. Yo no bailo con la tele. Y tampoco juego al tenis.

Mike no entendía que la gente jugara a esos juegos. Ni los de bailar, ni los de remar, ni los de pedalear. Prefería hacerlo al aire libre. Probablemente porque había crecido en un pueblo rodeado de otros niños, y no en medio de una carretera desierta o en un piso, en una gran ciudad.

Cuando la canción llegó a su fin y la puntuación salió en pantalla, Sam hizo una mueca.

—Hemos hecho muchos puntos —comentó Kyra.

No estaban compitiendo. Jugaban como equipo y sus puntos se sumaban, pero, a pesar de eso, Sam no estaba contenta con el resultado.

—Soy un desastre —murmuró.

—No lo eres, pequeñaja —replicó Mike—. Eres una bailarina con personalidad.

La niña no parecía muy convencida.

—Mamá también es una bailarina con personalidad y lo hace bien.

—¿Quieres que te cuente un secreto? —le preguntó Mike, dirigiéndose hacia la mesa del comedor y sentándose en una de las sillas. Sam asintió—. Cuando tu madre tenía tres o cuatro años más que tú, era una bailarina desastrosa. Le habrías dado una paliza a la Wii.

Kyra se volvió hacia su hija, que lo miraba boquiabierta.

—Te lo dije.

Le había dicho y una mil veces que nadie nacía enseñado y que había que practicar mucho para acabar siendo bueno en algo, pero su hija era demasiado impaciente.

—¿De verdad era mala de pequeña?

—Un desastre. Seguía un ritmo que sólo oía ella, y le gustaba mucho el breakdance, aunque se le daba fatal.

Kyra le dio un codazo pero, cuando trató de huir, él la atrapó y la obligó a sentarse en su regazo, haciéndola callar con un beso. Ella le rodeó el cuello con los brazos, con el mando de la Wii colgando de la muñeca, y le devolvió el beso.

—Podría bailar contigo —le propuso Sam a Mike ofreciéndole otro mando.

—No.

—Venga —lo animó Kyra con una sonrisa—, enséñanos lo que sabes hacer.

Una bocina los interrumpió. Era Wilma, que acudía a buscar a Sam. Greta, Wilma y Sam iban a pasar la tarde en casa de Rebecca.

El móvil de Kyra sonó en ese momento. Ella respondió sin mirar la pantalla y no logró decir nada antes de que empezaran los gritos:

—¡Zorra, hija de puta… ¿Cómo te atreves a llevarte…?!

Era Drake.

Kyra interrumpió la llamada tan rápido como pudo, pero era imposible que Mike o su hija no lo hubieran oído.

—¿Mami? —Su hija le tiró de la camiseta preocupada—. ¿Quién era?

Ella le dirigió una sonrisa que pretendía ser sincera y no le dio importancia.

—Se han equivocado de número, cariño, no te preocupes. Date prisa, no hagamos esperar a Wilma —añadió empujando a la niña hacia la puerta.

—Vale —replicó Sam.

Cuando su hija hubo salido de casa, Kyra se aclaró la garganta y volvió a sonreír.

—¿Vamos a cenar fuera? Te invito.

—¿Qué coño ha sido eso, Kyra? —inquirió Mike.

Aunque le resultaba casi imposible sostenerle la mirada, Kyra lo intentó.

—Parece que Drake ha entrado en nuestro antiguo piso de Nueva York.

Angie y ella habían ido para llevarse sus cosas. Habían dejado algunas en casa de Kyra, pero otras las había almacenado en el garaje de casa de Angie. La mitad de los objetos no tenían ningún valor, pero eran suyos y se los había llevado.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mike con desconfianza, como si estuviera tratando de mantener la calma.

—Fui a recoger mis cosas.

—¿Aprovechando la visita a Nueva York que hiciste con Angie la semana pasada? ¿El día de la boda de James?

Ella asintió con la cabeza.

Mike se pasó las manos por el pelo y se agarró la nuca.

—¿Así que de ahí es de donde han salido la Wii y el resto de las cosas?

Kyra no respondió. Le había dicho que las había traído de Nueva York. Y era verdad. No era culpa suya que él hubiera supuesto que las había comprado.

En ese momento, Mike explotó.

—¿Es que estás loca, joder? ¿Y si él hubiera estado allí?

Kyra se quedó inmóvil.

—No estaba. —Se había asegurado de ello. Había llamado al conserje del edificio, que se ocupaba de guardarle el correo a Drake durante su ausencia—. Podría haber pasado sin mis cosas, pero no quería perder las de Sam: sus juguetes, sus libros, sus películas, la dichosa Wii con la que tanto disfruta. Drake no tenía ningún derecho a quedarse con todo eso.

—Pues entonces deberías haberlo llamado por teléfono y haberle pedido que te las enviara. No deberías haberme mentido, ni haber ido sola y arriesgarte a encontrártelo allí. ¡Podría haberte hecho daño!

—Ja. No conoces a Drake. Si se las hubiera pedido, las habría llevado a algún centro de caridad sólo para fastidiarme. Ya me ha quitado demasiado Y ya no le tengo miedo. —Eso último era una mentira como una casa; seguía teniéndole miedo, pero no pensaba dejarse intimidar nunca más.

—Pues entonces, eres estúpida.

Kyra se quedó de piedra.

—¿Qué me has llamado?

—He estado haciendo averiguaciones; hablé con Frank Zaba.

—¿Has hablado con el detective que me arrestó?

—Por supuesto. ¿Qué esperabas? Me contaste que acabaste en la cárcel por culpa del fracasado de tu exmarido, y ¿pensabas que iba a quedarme cruzado de brazos? Pues no. He hecho investigar a Drake, y he hablado con los detectives que llevan el caso.

—No tenías ningún derecho.

—Tenía todo el derecho del mundo. Drake es un tipo peligroso que se mueve en ambientes muy turbios. No tenerle miedo es una estupidez, y arriesgarte a encontrártelo sin tener a nadie que te cubra las espaldas es de tontos, por decirlo finamente.

«Bueno, vale, quizá no ha sido una de mis decisiones más brillantes», pensó Kyra, pero no tenía ninguna intención de admitirlo en voz alta.

—Llevo siete años cuidándome sola —repuso en cambio—. No necesito que me protejas. Puedo ocuparme de mis asuntos, no me hace falta pedirte permiso para hacer nada. Nunca lo he hecho. —Esas últimas palabras salieron de su boca antes de que pudiera evitarlo.

Mike hizo una mueca al oírlas, pero muy breve. Su rostro se tornó de nuevo inexpresivo.

—Sí, ya me he dado cuenta de lo bien que te has cuidado durante estos siete años —replicó—. No puedes respirar en la oscuridad, te casaste con un gilipollas, estás sin blanca y fuiste a la cárcel por algo que no hiciste. ¡Muy bien! Enhorabuena por tu gran capacidad de tomar decisiones acertadas. Te felicito.

Kyra se enfureció. «¡Imbécil!»

—Lo hice lo mejor que pude. Tú me abandonaste a mi suerte, así que ahora no vengas a criticar mis decisiones. Baja del pedestal. No te conté que iba a Nueva York porque habrías querido tomar el mando de todo y eso era algo que no te incumbía. Estamos hablando de mis cosas, de mi niña, de mi ex, de mi idiotez —recalcó Kyra, con ironía—. No quería que te vieras envuelto en ella.

—¡Pero fue muy peligroso! —bramó él.

—No lo fue, Josh estaba allí por si pasaba algo.

—Josh estaba allí —repitió Mike en un susurro casi inaudible.

«¿Por qué no me habré mordido la lengua?»

Cuando guardaba silencio, Mike daba aún más miedo que cuando gritaba.

—Se lo contaste a Josh.

—Vive en Nueva York. No le costaba nada…

Él gruñó y, levantando las manos, se volvió y se marchó.

Kyra fue arrastrando los pies hasta la mecedora que Mike le había devuelto hacía pocos días. Desde entonces, había estado en ella varias veces, pero todas ellas con Mike. Se ovilló y se abrazó las piernas apoyando la barbilla en las rodillas. Sabía que eso pasaría, y ésa era la razón por la que no le había hablado de su viaje a Mike y la razón por la que casi todas sus cosas —menos los juguetes y las películas— seguían en el garaje de Angie. Sabía que, si Mike se enteraba, trataría de convencerla para que no fuera. Habría tomado el mando de la operación. A su manera. Todo tenía que hacerse siempre a su manera.

Mencionar a Josh había sido la gota que había colmado el vaso, pero llevaban tiempo dirigiéndose hacia ese precipicio en el que acababa de caer su relación. La llamada de Drake había sido el detonante. Habían perdido el control de sus emociones y se habían echado en cara viejas heridas, incapaces de comunicarse ni de encontrar un punto medio.

Mike se había marchado y era imposible saber cuánto iba a tardar en volver a hablar con ella. Y ella tampoco se había comportado con madurez precisamente; se había sentido amenazada y había reaccionado atacando, exactamente igual que cuando él le había propuesto matrimonio.

Lo importante ahora era ver qué iba a hacer al respecto. ¿Iba a quedarse allí escondida, huyendo de los problemas? No, de ninguna manera.

No sabía cuánto tiempo había pasado allí sentada, un par de horas, con toda probabilidad, porque ya estaba oscuro fuera. Tenía las piernas y el culo dormidos, así que le costó un poco ponerse en movimiento.

Eso no la detendría. Encontraría a Mike y lo obligaría a hablar con ella. Si quería discutir, discutirían, pero no iba a repetir los errores de la última vez.

Fue a buscar su bolso y, al pasar frente a la ventana del salón, vio que Mike estaba sentado en los escalones del porche, con la cabeza entre las manos. Se quedó inmóvil mientras agarraba el bolso con fuerza, observándolo. No se había marchado. Habían discutido pero él seguía allí. Cuando se convenció de que no iba a marcharse pero que tampoco tenía intención de llamar a la puerta, Kyra salió tan discretamente como pudo. Él no se movió, pero los hombros se le tensaron y así supo que la había oído. Sin decir nada, ella se sentó a su lado.

—No te has ido —susurró.

Él negó con la cabeza sin apartar la mirada del suelo.

—Josh llamó cuando estábamos a punto de salir hacia el piso. Se imaginó la razón de mi visita a Nueva York e insistió en acompañarnos. Y, por cierto, a él también le pareció una idea horrible.

Mike permaneció en silencio.

—Lo siento —dijo Kyra—. No debería haber sacado trapos sucios de esa manera.

—Yo también lo siento —replicó él—. He reaccionado como un idiota.

—Hemos perdido el control, como siempre.

Mike asintió.

—No quería insultarte. Sé que te las has arreglado muy bien sin mí. Has conseguido una carrera brillante y has criado a una hija maravillosa tú sola. No tenía derecho a llamarte estúpida ni a burlarme de tus decisiones.

—Bueno, la verdad es que no contártelo fue un poco estúpido.

Se quedaron allí sentados, aferrándose a esa frágil tregua.

—¿Por qué llevas el bolso encima?

—Porque iba a buscarte.

La mirada de Mike se dulcificó.

—¿De verdad?

—Sí. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

Él se pasó la mano por el pelo.

—No lo sé. Quería hablar contigo. Sin discutir, sólo hablar. ¿Puedo entrar? Me gustaría mucho. —Kyra abrió la boca, pero él siguió hablando—: Sólo para sentarme en el sofá y ver una peli o lo que sea que vayas a hacer esta noche.

Mike contuvo el aliento mientras esperaba a que Kyra dijera algo.

Aunque se había enfadado mucho con ella, no había pasado del porche. No había podido marcharse. Era su pesadilla recurrente: se apartaba un momento y, cuando se daba la vuelta, Kyra había desaparecido. Era impredecible. Una vez no se la había tomado en serio y las consecuencias habían sido desastrosas para ambos; no volvería a hacerlo nunca más.

Kyra se levantó y le ofreció la mano. Cuando él se la dio, tiró de él.

—Vamos.

Mike la siguió hasta el salón.

Kyra dejó el bolso en una silla y se volvió hacia él. No se habían soltado la mano.

Se arrodilló ante él sin dejar de mirarlo a los ojos en ningún momento y le agarró la erección que palpitaba bajo los pantalones.

Maldiciendo, Mike echó la cabeza hacia atrás, y cuando Kyra empezó a desabrocharle los botones, él trató de impedirlo.

—Nena…

—Déjame, Mike. Soy yo.

Precisamente por eso no debería permitírselo.

Kyra le acarició el tatuaje que tenía en el abdomen, resiguiendo las líneas de su nombre. Luego se inclinó y le besó la piel, trazando con la lengua los diseños que antes había acariciado con el dedo.

—Me encanta que tengas mi nombre grabado en tu piel. —Volvió a levantar la mirada—. Por favor, te deseo.

Mike no podía negarle nada. No es que la llevara tatuada sobre la piel, la llevaba en lo más profundo de su ser; en su sangre, en sus huesos.

Kyra le bajó los vaqueros rápidamente y su miembro saltó rígido y orgulloso inclinándose hacia ella, como si quisiera llamar su atención.

—Me encanta tu olor —dijo acariciándolo con la nariz.

Él rio de forma débil.

—Tú hueles mucho mejor. Sólo de imaginármelo, se me hace la boca agua. ¿Quieres que te lo demuestre? Bájate los pantalones.

—Ni hablar —replicó ella pasándole la lengua a lo largo del pene—. No pienso permitir que me arrebates el control de la situación. Esta vez no.

Él sonrió con ironía.

—Te prometo que te va a gustar.

—Oh, ya lo sé, cielo. Sé que eres muy bueno, pero ahora me toca a mí.

Mientras lo agarraba con una mano y le lamía el miembro, Kyra separó las piernas, deslizó la mano bajo las bragas y luego le ofreció los dedos a Mike para que se los chupara mientras ella le pasaba los dientes suavemente por el glande.

—Tendrás que conformarte con esto de momento.

«Joder, está mojada…» Tenía los dedos húmedos y sabía tan dulce como siempre. ¿Cómo iba a conformarse sólo con eso? Se estaba volviendo loco de deseo.

Mike trató de hablar, pero antes de que pudiera decir nada, Kyra lo agarró con más fuerza y empezó a meneársela arriba y abajo mientras le lamía la punta alrededor del piercing con su boca de diablesa. Tomó las bolas metálicas entre los labios y tiró de ellas suavemente, haciendo que su erección creciera aún más.

Lo besó, lo lamió y jugueteó con el glande, pero cuando trató de desenroscarle el piercing, Mike se lo cubrió con la mano.

—No.

—Cielo, me encanta este trasto, pero con él no puedo comértela toda como me gusta. Me gusta sentirte en lo más profundo de la garganta. Quítatelo, anda. No puedes seguir ocultándote detrás de un piercing toda la vida.

—No me estoy escondiendo —replicó él, pero por su tono era evidente que estaba a la defensiva. Hasta él mismo se dio cuenta.

—Sí que lo haces. Antes te encantaba que te la comiera muy despacio y muy profundamente. Que te tragara todo lo que pudiera. Eres muy grande y no puedo hacerlo con ese piercing ahí.

Mike quería defenderse diciéndole que no se estaba escondiendo detrás de un estúpido trozo de metal, pero los ojos de Kyra lo tenían hipnotizado y no podía mentir. Sin embargo, no apartó la mano.

—Soy yo, Mike —repitió ella, susurrando y acariciándole la base del pene con la nariz—. Te regalé mi virginidad, deja que te dé placer. Puedes confiar en mí. Permite que te mire mientras te corres.

Él cerró los ojos e hizo una mueca. No quería bajar las defensas y quedar tan vulnerable ante ella. Le daba mucho miedo que Kyra viera sus sentimientos tan a flor de piel, pero no podía negarse. No era capaz de negarle nada.

Respiró hondo y relajó la mano que sujetaba la de Kyra. Se dio cuenta de que a ella le temblaba el pulso cuando trató de aflojarle la barra que unía las dos bolas del piercing. Cada roce de sus dedos era una auténtica tortura. Joder, estaba a punto de correrse sólo por ese leve contacto. Era patético.

—Por fin —dijo ella cuando lo consiguió.

Mike se sintió… desnudo, expuesto. No sabía si se debía a la ausencia del piercing o a que Kyra estaba arrodillada a sus pies, a punto de hacerle una felación, pero el caso era que estaba aterrorizado. Por el significado de lo que iba a pasar. Especialmente para él.

—Kyra…

—Soy yo, cielo —susurró ella. Lo conocía tan bien que daba miedo—. Nadie más que yo.

Le lamió la punta mientras con las manos le acariciaba cariñosamente el resto del pene. Luego se lo metió en la boca, caliente y húmeda. Mike pensó que no iba a sobrevivir. Todo su cuerpo se tensó. Cuando Kyra le sostuvo las pelotas en las manos y se las arañó con delicadeza antes de meterse el miembro un poco más adentro, el corazón de Mike dio tal brinco en el pecho que lo perdió de vista: se le había salido del cuerpo y había echado a correr.

Mike afianzó las piernas por miedo a caer de boca sobre ella si no lo hacía. Kyra le estaba haciendo una mamada y sus piernas elegían ese preciso momento para ponerse a temblar. Muy masculino.

Ella debió de darse cuenta porque lo empujó con suavidad.

—Siéntate, cariño.

Tambaleándose, él se dejó caer sobre el sofá.

—Cierra los ojos y disfruta —susurró Kyra.

—Ni soñarlo. Llevo demasiados años practicando sexo con los ojos cerrados, imaginándome que era contigo. Dándome prisa en llegar para no darme cuenta de que no eras tú la que estaba conmigo. No quiero volver a pasar por eso. Quiero tener los ojos bien abiertos y no perderme ni un solo detalle.

Los ojos de Kyra se oscurecieron al oírlo, brillando con una emoción a la que Mike no se atrevió a poner nombre.

Kyra lo adoró con las manos y con la boca, lamiéndolo y tratando de metérselo tan adentro como fue capaz. Luego, tras mantenerlo en la garganta un rato, lo soltó lentamente y lo succionó. La presión hizo que a Mike se le endurecieran las pelotas y sintiera una necesidad imperiosa de correrse. Necesitaba descargarse en su interior, pero ella sabía lo que se hacía y no tenía intención de permitírselo aún. Apretó el puño alrededor de la punta y oprimió con fuerza, murmurándole al oído hasta que la necesidad de correrse remitió un poco. Luego volvió a torturarlo otra vez.

Mike le retiró los mechones de pelo que le habían caído sobre la cara para no perderse ni un detalle. Quería ver sus ojos grises, la melena de color negro azabache y la boca rosada que se extendía alrededor de su polla; las mejillas que se ahuecaban cuando lo succionaba hasta volverlo loco. Estaba perdiendo el control y no iba a poder resistir mucho más.

Le agarró la cabeza y tiró de ella.

—Nena, voy a correrme. Joder, para…

Kyra ignoró su ruego poco convencido. Siguió aferrada a él y no dejó que se retirara de su boca. Iba a correrse, no podría evitarlo.

—Joder, nena. Me corro…

Mike maldijo y se estremeció, incapaz de controlar sus reacciones cuando el clímax se apoderó de él dejándolo vulnerable ante Kyra, desnudo en cuerpo y alma. Ella era la dueña de su placer. Su corazón destrozado volvía a estar en sus manos.

Kyra se tragó su semen, algo que Mike no había permitido hacer a ninguna otra mujer. No dejaba que ninguna llegara hasta el final. Las arrancaba de su miembro a base de fuerza bruta, se clavaba en su sexo y las follaba hasta que se corrían. Y luego se corría él, pero con Kyra no tenía esa fuerza de voluntad. No tenía fuerza de ningún tipo; no podía parar a tiempo; no podía darle órdenes. Estaba a su merced.

Cuando Mike recuperó la conciencia, se encontró inclinado sobre ella. Tenía la cara enterrada en su pelo y la estaba abrazando con fuerza mientras ella le acariciaba los muslos.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Kyra.

Él la besó, notando su sabor en ella. Joder, qué bien combinaban.

—No lo sé. No puedo moverme.

—Oh, estoy segura de que te recuperarás enseguida —dijo ella, aguantándose la risa.

Mike no estaba tan seguro. Su cuerpo, era probable, pero ¿su corazón? Estaba por ver.

Esa noche, después de follarla fuerte y rápido, de tomarla lenta y suavemente, y de hacer que se corriera tantas veces que perdió la cuenta, se quedó en la cama, agotado y tenso al mismo tiempo. No, su corazón no iba a recuperarse nunca.