12

Kyra se dirigía a toda prisa al parque situado en las afueras de Alden, sorteando a la gente con la que se encontraba. Allí se celebraba la fiesta de la espuma de la que Sam llevaba tantos días hablando, y Kyra llegaba tardísimo. Kendall y las demás chicas le habían pedido que las acompañara a Boston para buscar ropa para la actuación en tiendas de segunda mano. A la vuelta habían encontrado mucho tráfico y se les había hecho tarde. Estaba segura de que su coche se recalentaría y se pararía en medio de la autopista, pero por suerte no las había dejado tiradas. La verdad era que su pequeña nube de malvavisco tosía y se quejaba mucho menos últimamente. Aunque lo cierto era que lo usaba poco, porque Mike siempre insistía en llevarla a los sitios.

Antes de salir hacia Boston, había dejado a Sam en casa de Rebecca. La anciana le había dicho que llevaría a la niña al gimnasio. Por eso, al ver que se le hacía tarde, Kyra había llamado allí y había hablado con Sara para avisar del retraso. Poco después, Sara le había devuelto la llamada diciéndole que no sufriera y que, cuando llegara a Alden, fuera directamente al parque. Pero Kyra seguía preocupada. Sam era tímida, sobre todo siempre que estaba con otros niños.

Cuando finalmente llegó al parque, se abrió camino entre la multitud hasta el meollo de la fiesta. Observó a todos los niños que estaban siendo bombardeados con el cañón de espuma.

«Dios mío —se dijo—. ¿Cómo voy a distinguir a Sam entre todos esos niños cubiertos de espuma?» Llamarla a gritos era inútil porque la música sonaba a toda pastilla. Al levantar la vista, el aire se le quedó atrapado en la garganta, sin poder salir. Mike estaba plantado frente al cañón, sin camiseta, vestido sólo con unos vaqueros. Y Sam estaba sentada sobre sus hombros. Ambos llevaban gafas de sol. Tenían los brazos levantados y gritaban y reían mientras el cañón de espuma los regaba.

Mike era el único adulto que se había metido a mojarse con los niños. La mayoría de los padres y las madres estaban sentados en terrazas cercanas.

A Kyra le temblaron las piernas. Se quedó quieta un rato observando cómo Mike y Sam saltaban y reían. Se lo estaban pasando en grande.

Cuando él se volvió y la vio, echó a andar en su dirección.

—¡Mami! —gritó Sam, haciéndose oír por encima de la música y limpiándose la cara con su manita.

—Hola, cariño. ¿Te lo estás pasando bien? —Era una pregunta retórica. Aunque Sam tenía la cara y la cabeza cubiertas de espuma, se notaba que se estaba divirtiendo muchísimo. Y Mike también.

Con una sonrisa de oreja a oreja, él le ofreció la mano a Kyra. Antes de que ella se diera cuenta de lo que pretendía, la abrazó, dejándola llena de espuma. Pudo mantener la cara seca unos segundos más, hasta que él se inclinó para besarla. La agarró por la nuca, mojándole el pelo.

—¡Mike! —trató de protestar Kyra, pero cuando él la abrazó con más fuerza y la besó profundamente, se rindió y se fundió contra su cuerpo.

Mike se quitó las gafas y se las puso a ella.

—Venga —susurró contra sus labios. Dándole la mano, caminó de espaldas hasta que la espuma le llegó a la altura de los muslos—. Tu ropa está ya toda manchada. Aprovecha y diviértete un rato.

Kyra iba a hacerle notar que él era el único culpable de que tuviera la ropa manchada, pero se mordió la lengua.

Mike le levantó los brazos y la hizo dar vueltas hasta que estuvo llena de espuma por todas partes. Sam, muerta de la risa, casi se cae de los hombros de Mike. Kyra alzó los brazos hacia su hija, pero Mike fue más rápido y sujetó a la niña por un brazo antes de que cayera. Con el otro agarró a Kyra por la cintura y la acercó a él, con lo que quedaron totalmente pegados. Kyra no se resistió. Al fin y al cabo, Mike era un experto en deportes de contacto. Lo estrechó con toda la fuerza de sus brazos.

—La próxima vez, llámame a mí —le dijo él al oído.

Kyra levantó la mirada.

—No quería molestarte.

—La próxima vez, me llamas —repitió Mike con más decisión. No añadió «O te las verás conmigo», pero se sobreentendía por su tono de voz.

Kyra estuvo a punto de pedirle explicaciones, pero él la agarró por el cuello y la besó profundamente delante de todo el mundo.

Desde que habían acordado dar un nuevo paso en su relación, Mike no se había cortado ni un pelo delante de nadie. La besaba y la tocaba cuando le apetecía. Al día siguiente, Kyra estaba calentando en el gimnasio antes de la clase de abdominales y glúteos cuando Mike entró en la sala y le dio un beso que la dejó mareada. Luego fulminó con la mirada a la hilera de tipos que estaban contemplándola apoyados en la pared mientras esperaban a que empezara la clase y los despachó con un gruñido ronco:

«¡Largo!».

Dos segundos más tarde, no quedaba nadie en la sala. Y no habían vuelto ningún día más. Kyra se estremecía al pensar con qué los habría amenazado Mike.

Angie había dado brincos de alegría. Sam había aceptado la nueva situación con naturalidad. No le había extrañado que Mike se quedara a dormir la noche que su madre se encontró mal, ni tampoco el beso, ni que se quedara a dormir al día siguiente y también al otro. No sólo no se había quejado a su madre, sino que estaba extática de felicidad.

Kyra se sentía feliz y asustada al mismo tiempo.

Mientras se estaban besando, un chorro de espuma los alcanzó desde un lado, interrumpiéndolos.

Kyra se limpió la cara, pero como también tenía la mano llena de espuma no arregló gran cosa.

—¿Cómo es que te has metido aquí dentro? ¿No eres ya un poco mayorcito?

—Sam no quería entrar sola, pero se moría de ganas de hacerlo, así que me la he sentado a hombros y hemos entrado juntos.

Kyra se lo quedó mirando unos segundos en silencio antes de decir:

—Esta noche vas a triunfar, que lo sepas.

Mike se echó a reír.

—Te recuerdo que últimamente triunfo todas las noches.

—Vas a triunfar más aún —subrayó ella moviendo las cejas. Como llevaba las gafas puestas, no estaba segura de que Mike hubiera visto el gesto, pero él se echó a reír, así que al menos había captado el sentido.

—Bueno, aunque eso suena maravillosamente bien —repuso él—, tendrá que ser tarde, porque tengo una cita esta noche.

Kyra entornó los ojos.

—¿Ah, sí?

—Sí. Con una preciosa morena a la que he prometido pizza y una película. Estás invitada a unirte a nosotros. Ya hemos estado negociando. Yo elijo la pizza y ella la película.

—Y ¿qué vais a ver?

Karate Kid, o el Karate Kid de la niña, o el nuevo Karate Kid, el del hijo de Will Smith. Aún no hemos acabado de decidirlo.

Ella se echó a reír.

—Parece que esa morena te tiene comiendo de su mano.

—¿Has oído lo que he dicho sobre la pizza? —preguntó Mike abriendo mucho los ojos—. Es una gran victoria, ¿no crees?

—¿Te da miedo la decoración de Sam?

—Los ositos de goma no pintan nada en una pizza. Nada de nada. Siempre que Angie los bañaba en vodka cuando estabais en la universidad ya me parecía mal, pero ¿gominolas fundidas sobre el tomate y el pepperoni? Eso es un crimen.

Kyra se echó a reír, pero no pudo decir nada porque Mike susurró:

—Y, por cierto, puede que la morena me tenga comiendo de su mano, pero su madre tiene mucho más poder sobre mí. Me tiene comiendo sobre todas las partes de su cuerpo. Sólo con que me sonría, ya pierdo la cabeza.

—Parece que llego tarde a la fiesta —dijo Max mientras Mike estaba golpeando el suelo con fuerza, tratando de librarse de la espuma.

—¿Qué haces aquí? ¿No te ibas a California?

—Sí, me voy dentro de dos días. Estaremos grabando durante un mes. Luego me tomaré unas vacaciones bien lejos antes de volver a rodar varias semanas más.

—¿Qué vas a hacer esta vez? ¿Heliesquí? ¿Salto base? ¿Escalada en hielo? ¿Wakeboarding?

Max le dirigió una sonrisa irónica.

—¿De verdad quieres saberlo? Aunque últimamente estoy muy tranquilito.

Mike negó con la cabeza. En realidad, no quería saberlo. Era verdad que Max se había calmado mucho desde que dejó el ejército. Desde que se ganaba la vida como especialista y doble de acción en rodajes, hacía sus locuras en condiciones mucho más seguras. Pero, como seguía siendo un adicto a la adrenalina, disfrutaba practicando cualquier deporte que llevara la palabra extremo detrás. Max los llamaba deportes. Cole los llamaba intentos de suicidio.

—Te enviaré una postal —dijo Max—. Entre una cosa y otra, estaré fuera varios meses. James sigue de luna de miel. Cole es un desastre con el kickboxing. Jack mataría a tus clientes, por no mencionar que parece haberse esfumado, porque no logro localizarlo. Así que he hablado con Zack, que ha aceptado hacerse cargo de mis clases de kickboxing. Si a ti te parece bien, claro.

—Sí, por supuesto.

Zack era uno de los colegas de James en la empresa de seguridad. Un tipo legal.

—Cuando James y Tate vuelvan —añadió Max—, estoy seguro de que James te echará una mano.

—¿Qué tal les van las cosas por Italia? —preguntó Mike mientras contemplaba a Kyra, que bailaba con Sam.

—Genial. Tate me ha enviado unas cuantas fotos. En todas ellas sale James sonriendo como un idiota.

—Bien. —Sí, ya sonreía como un idiota antes de irse de viaje.

—Su sonrisa me recuerda a la que tienes tú ahora mismo —comentó Max, y señaló a Kyra y a Sam con la cabeza—. ¿Qué pasa?

Mike se encogió de hombros. Sabía lo que le gustaría que pasara, pero tenía miedo de expresarlo en palabras por si acaso descubría que todo era un sueño que se desvanecía entre sus dedos. Porque, ¿qué posibilidades reales había de que una bailarina de primer nivel como Kyra se quedara con él en Alden? Ella ya había tomado esa decisión siete años antes, y no lo había elegido a él.

—Bueno —añadió Max—. Pase lo que pase, se te ve más feliz con ellas que con Melanie.

—Melanie era lo que pensaba que quería. Kyra es lo que necesito.

Lo que había necesitado desde siempre. Cuando se marchara —cuando se marcharan las dos—, probablemente se quedaría hecho polvo, pero se aferraría a su sueño mientras pudiera. Ya se preocuparía por las consecuencias más tarde.

No obstante, no pensaba compartir sus reflexiones con Max. Ni con ninguna otra persona. Sólo de imaginárselo, se estremecía.

—Parece que ya se le ha curado la lesión del hombro —comentó Max al ver que Kyra levantaba los brazos para bailar y dar vueltas con Sam.

Mike asintió. Su amigo tenía razón. Ya pronto Kyra podría volver a aceptar ofertas de trabajo en cualquier rincón del mundo. Porque las ofertas llegarían, de eso estaba seguro. El universo de Alden era demasiado pequeño para ella. Mike y su vida eran demasiado pequeños para ella.

—¿Te enteraste de qué le pasó? —quiso saber Max.

—Una lesión —respondió Mike incómodo—. Y deja de comértela con los ojos.

Max se echó a reír a carcajadas.

—¿Qué coño quieres que mire? Está cubierta de espuma de arriba abajo. No veo nada.

—Bien, pues sigue así —refunfuñó Mike.

—Joder, sí que estás pillado.

—Y ¿ahora te das cuenta?

Max resopló.

—No, pero he pensado que ahora que estás más calmado era un buen momento para sacar el tema sin temer por mi integridad física.

En ese momento Sam, cubierta de espuma, se acercó corriendo y gritando su nombre antes de lanzarse a sus brazos. Mike la levantó del suelo y ella le rodeó el cuello con sus bracitos.

—¡Vamos a hacer pizza! Hola, Max.

—Hola, cariño —la saludó él.

—¿Ya no quieres más espuma, pequeñaja? —preguntó Mike.

—No, ya vale. Mamá necesita ayuda. Se le ha metido espuma dentro de los zapatos.

Mike se volvió hacia Kyra, que trataba de mantener el equilibrio entre los niños que brincaban. Daba la impresión de ser bastante más alta que cuando había llegado, por la gran cantidad de espuma que tenía encima de la cabeza. Parecía que el tipo del cañón de espuma la había elegido como diana para practicar.

—Agárrate fuerte —le dijo a la niña—. Vamos a buscar a tu mamá.

Mike se acercó hasta Kyra y, mientras mantenía a Sam sujeta a una de sus caderas, se echó a Kyra encima del otro hombro.

Al oír el grito de su madre, la niña se echó a reír.

—Mamá se va a enfadar —le susurró a Mike al oído.

Él le guiñó un ojo.

—Pues ya verás cuando le pegue un manguerazo.

Kyra trataba de quitarse la espuma de encima mientras le daba palmadas en el culo, protestando, pero Mike la ignoró.

Estaban bastante cerca de casa de ella, lo que fue una gran suerte porque estaban muy mojados para sentarse en la camioneta. Y Mike era demasiado grande para meterse en el Fiat. Aunque ese día habría sido una buena ocasión para comprobarlo, porque estaba tan resbaladizo por el jabón que, si se quedaba atascado en ese cascarón, probablemente los bomberos podrían sacarlo.

Mike no soltó a ninguna de sus chicas hasta que llegaron al patio de Kyra. Sam se deshizo de su mano y fue a buscar la manguera. Mientras Mike dejaba a Kyra en el suelo y la ayudaba a apartarse el pelo de la cara, la niña empezó a regar a la pareja muerta de la risa antes de volver el agua hacia ella y regarse también.

—¡No te atrevas! El agua está helada —protestó Kyra al ver que Mike se hacía con la segunda manguera y la apuntaba con ella.

Se abalanzó sobre él, pero Mike abrió el agua y la alcanzó de lleno.

Protegiéndose con las manos, Kyra cogió entonces la manguera que su hija le ofrecía y se defendió atacando. La guerra de agua continuó cuando ya no quedaba ni rastro de espuma en el cuerpo de ninguno de los dos.

—¡Josh! —oyeron gritar a Sam—. ¡Mamá, ha venido Josh!

Mike se volvió hacia la niña. Un tipo al que reconoció porque era el guitarrista de Amantis sonreía desde detrás de la verja mientras bajaba el caballete de su Harley. Un Hummer se detuvo cerca y de él salió una rubia menuda. Era Alexa. Detrás de ella apareció un hombre grande como una montaña, con la mitad de la cara tatuada al estilo maorí. Era el marido y guardaespaldas de Alexa.

Mike se quedó muy quieto. La realidad llamaba a la puerta antes de lo esperado.

—¿Dónde está Tony? —preguntó Sam mirando a su alrededor. Mike supuso que estaba preguntando por el hijo de Alexa.

—Quería venir, pero tiene la gripe, cielo.

Sam hizo un mohín.

—¡Chicos! ¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Kyra, acercándose a ellos con una gran sonrisa en la cara.

—Vamos a visitar a nuestros padres en Boston —respondió Josh—, y decidimos pasar para ver cómo estabas.

—Qué bien. Venga, pasad todos —los invitó ella tras darle un abrazo a Alexa.

Cuando se volvió hacia Josh, Mike se puso tenso. La falda corta se le había subido mucho dejando al descubierto buena parte de los muslos. La blusa blanca mojada se le pegaba a las curvas. Se le transparentaba todo, hasta los pezones duros como piedras debajo del sujetador.

Mike se acercó a ella y le rodeó el torso con los brazos, cubriéndole el pecho.

—Rubita, necesitamos una toalla para taparte —le susurró al oído al tiempo que le dirigía una mirada de advertencia a Josh, que observaba la escena con una ceja alzada y expresión divertida.

El lenguaje corporal de Mike no le había pasado desapercibido, ya que mantuvo la mirada en los ojos de Kyra.

Sam rompió la tensión del momento. Tomó a Alexa y a Josh de la mano y tiró de ellos hacia el interior de la casa.

—¡Venga! Tú también, Wata —dijo volviéndose hacia el enorme tipo con la cara tatuada—. Hoy es día de pizza.

Wata y Josh se detuvieron en seco, haciendo una mueca de horror.

—Esta vez será Mike quien elija los ingredientes —aclaró la niña—. Hicimos un trato. A cambio, yo elegiré la película.

—Joder, menos mal —oyó Mike que murmuraban ambos.

—¿Qué podéis contarme de Drake? —preguntó Mike a los hombres cuando salieron al patio mientras se preparaba la cena.

Wata y Josh se miraron, como preguntándose cuánto podían contarle.

—Sé que el desgraciado fue el responsable de la detención y el encarcelamiento de Kyra —añadió él.

—¿Ella te lo contó?

Mike asintió, tratando de no enfadarse al ver la sorpresa en el rostro de Josh.

—¿Tenéis alguna pista de su paradero actual?

Mike ya había hablado con Frank Zaba, el detective encargado del caso. Frank le había contado que, personalmente, nunca se había creído que Kyra tuviera nada que ver con las drogas, pero no habían encontrado ninguna prueba que incriminara a Drake, y las drogas estaban en una bolsa de Kyra. Todos pensaban que, al ver a su mujer acusada de un modo formal, el marido asumiría voluntariamente su responsabilidad, pero no había sido así.

Wata habló por primera vez. Tenía una voz muy profunda.

—Está siempre en la carretera. Va y viene de Los Ángeles. Está metido en asuntos muy peligrosos con Bandana, uno de los mayores traficantes de la costa Oeste. Sabemos que Drake estuvo aprovechándose de su cargo como jefe de seguridad de la Summit para traficar durante años, hasta que decidió dar el salto a la liga profesional. No es que le pagaran mal por hacer la vista gorda en el barco, pero es en tierra donde se mueven cantidades astronómicas. En ese momento pasó de ser traficante a ser importador. Para eso necesitaba a Bandana. Entraron en contacto hace un par de años. Drake necesitaba su infraestructura. Y Bandana necesitaba un suministro fiable de droga. Drake se aprovechó de la banda y usó la infraestructura de la gira para tantear el terreno.

Mike miró a Wata fijamente a los ojos.

—Y ¿lo contrataste para que formara parte del equipo de seguridad?

—En aquel momento no sabíamos nada de eso —intervino Josh.

—Mi esposa lo contrató porque Kyra se lo pidió —explicó Wata—. No se nos ocurrió investigarlo más allá de confirmar sus credenciales con la compañía naviera, donde tenía un expediente impecable. Le encargamos que se ocupara de temas que no estaban estrechamente ligados a Alexa ni al resto de los músicos, así que no estaba directamente bajo mi supervisión. Cuando empezamos a sospechar algo, la policía se presentó y todo se fue a la mierda.

—Durante un tiempo lo mantuvimos en plantilla para proteger a Sam —añadió Josh—, pero luego desapareció.

—Zaba cree que Bandana y Drake están en guerra —señaló Mike.

Wata asintió.

—Eso es lo que se dice en las calles. Era cuestión de tiempo que Drake tratara de ocupar el lugar de Bandana. No le gusta compartir. Es de los que lo quieren todo.

Si de Mike dependiera, Bandana ya podía cargarse a Drake. Nadie iba a echar de menos a ese desgraciado.

En ese momento, Sam salió de la casa y los interrumpió:

—Mamá pregunta si queréis limonada o cerveza.

—Cerveza —respondió Josh.

—Mamá ya sabía que querrías cerveza, ¿verdad, mami? —preguntó la niña volviéndose hacia la ventana de la cocina.

Kyra le devolvió una sonrisa.

Wata se levantó y entró en la casa con Sam.

Mike examinó la cara de Josh mientras el guitarrista observaba a Kyra.

—La deseas —le soltó.

Josh se volvió hacia él.

—Por supuesto. La he deseado desde la primera vez que la vi. Luego la conocí más y, bueno, es imposible estar junto a Kyra y no sentir algo más profundo por ella.

Mike tuvo ganas de darle de puñetazos hasta dejarlo inconsciente, pero respiró hondo, apretó la mandíbula y se obligó a calmarse.

—Sin embargo, ella siempre estuvo fuera de mi alcance —siguió diciendo Josh—, y nunca me ha gustado ser plato de segunda mesa.

Mike había visto la foto de Josh muchas veces en las revistas. Cada vez con una mujer distinta.

—¿Por qué fuera de tu alcance? ¿No sales con mujeres casadas? —Lo dudaba bastante.

—No, idiota, porque quería más que sexo y ella no podía darme lo que ya te había entregado a ti.

Kyra siguió a Mike, que llevaba a una Sam completamente exhausta en brazos a la cama. Tras pasar una tarde inolvidable en la fiesta de la espuma y el resto de la velada comiendo pizza, jugando y viendo una película, se había dormido antes de que se marcharan los invitados y no se había despertado ni siquiera cuando Mike la levantó en brazos para llevarla a la cama. Después de arroparla, arrastró a Kyra hasta su dormitorio.

—Desnúdate —le ordenó tras cerrar la puerta y apoyarse en ella con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Pues tú también —replicó Kyra tratando de romper la tensión.

Él permaneció inmóvil mientras ella se desnudaba.

—¿Te marchas? —le preguntó Mike, que había estado muy raro toda la noche. Callado. Observador. Protector.

Cuando ella negó con la cabeza, Mike pareció relajar un poco los hombros.

—No. Todavía no. Amantis tiene que grabar un par de vídeos este invierno. Alexa quiere que me encargue de la coreografía.

Al parecer, la cantante se negaba a aceptar su renuncia. Se había mostrado con Kyra como si no hubiera pasado nada. Le había dicho que para ella seguía siendo su coreógrafa y su bailarina principal. A menos que ella no quisiera serlo. No obstante, Kyra ya no sabía lo que quería. No estaba segura de nada.

—¿De eso hablabais mientras estabais en la cocina?

Kyra se encogió de hombros.

—Entre otras cosas. Tenía curiosidad por saber de ti.

Kyra y Alexa se estaban preparando algo de beber cuando la estrella del pop había disparado a bocajarro.

—Así que éste es el famoso Mike, ¿eh? —le preguntó mirando por la ventana hacia la mesa del patio donde los tres hombres estaban sentados compartiendo lo que parecía ser un silencio incómodo. Bueno, excepto Wata. Al marido de Alexa el silencio nunca lo incomodaba.

A Kyra siempre le había sorprendido que la cantante y su familia llevaran una vida tan normal, a pesar de lo famoso que era el grupo. Alexa era muy reservada con su vida privada, y el hecho de que su esposo fuera un arma de destrucción masiva andante ayudaba bastante.

—Sí, es el famoso Mike —dijo.

—Por fin volvéis a estar juntos.

Kyra asintió.

—Al menos, mientras esté por aquí.

—Y ¿cuánto tiempo vas a quedarte?

Kyra se tocó el hombro en un acto reflejo.

—No lo sé. Estoy dando clases en el gimnasio local. Y estoy entrenando a un grupo de adolescentes que quieren presentarse al concurso anual de hip-hop de Boston. —Y la verdad era que estaba disfrutando mucho tanto de una cosa como de la otra.

—¿Y qué piensas hacer con «Menea el trasero»?

Kyra había logrado firmar un contrato con el programa con unas condiciones muy buenas. Participaría en el concurso siempre y cuando las fechas no coincidieran con ningún concierto o ensayo de Amantis.

Volvió a encogerse de hombros.

—Y ¿qué pasa con nosotros? —insistió Alexa.

«Y ¿qué pasa con Mike?», se preguntó Kyra.

Alexa pareció leerle a mente.

—Podrías tenerlo todo. ¿Lo sabes, no? Él podría acompañarte…

Kyra había bajado la vista. No, Mike no la acompañaría. Mike no era Wata.

Y, aunque se lo estaba pasando muy bien en Alden, empezaba a añorar su carrera profesional.

—¿Alexa sentía curiosidad por mí? —preguntó Mike colándose en los recuerdos de Kyra—. ¿Una superestrella del pop quería saber de mí?

—Puede que le haya hablado de ti una o dos veces durante todos estos años —admitió ella, acercándose a Mike mientras se quitaba la última pieza de ropa.

Él alzó una ceja y sonrió.

—¿Una o dos veces?

«O cien, o mil —pensó Kyra—. Tampoco vamos a ponernos puntillosos.»

—Ajá.

Desnuda, Kyra le apoyó las manos en el pecho y empezó a desabrocharle la camisa, pero él lo impidió.

—Túmbate en la cama y ábrete de piernas para mí —le ordenó mientras empezaba a desnudarse solo.

Ella se tragó la decepción y obedeció.

—Cariño, sobre este domingo…

—El domingo irá bien —susurró Mike terminando de quitarse la ropa.

—Pero…

—No hay peros que valgan. ¿Se ha ido la regla del todo?

—Sí, ¿por qué?

—Porque quiero hacerte el amor con la boca —respondió él acercándose a la cama y colocándose entre las piernas de ella.

Sus palabras la tomaron por sorpresa. Mike era muy macho y, tras pasarse toda la tarde lanzándole miradas asesinas a Josh cuando el guitarra se tomaba demasiadas libertades con ella, Kyra estaba convencida de que iba a querer demostrar quién mandaba allí. Y una de sus maneras favoritas de hacerlo era follársela con fuerza mientras ella estaba desnuda y él seguía vestido.

Antes de que pudiera decir nada, Mike le separó más las piernas y empezó a devorarla de un modo tan concienzudo y posesivo que ella se tensó enseguida. Él aflojó el ritmo hasta que la imperiosa necesidad de correrse amainó.

—Mike, por favor —le rogó Kyra sacudiéndose entre las sábanas—. Necesito llegar ya.

Pero él no se conmovió. Siguió lamiéndola con lametones suaves a lo largo de su sexo abierto, alimentando la hoguera del deseo, llevándola hasta el límite y volviendo a aflojar sin dejarla llegar al final.

Kyra estaba empapada y desesperada.

—Mírame —le ordenó él—. ¿Quién es tu dueño?

—Tú —gimió ella.

—¿Quieres que te dé permiso para correrte?

Kyra asintió, temblando de arriba abajo. Cuando él por fin le succionó el clítoris con fuerza, ella empezó a gritar, sumida ya en el orgasmo.

Pasado un rato, logró abrir los ojos. Mike la estaba observando. Tenía los labios húmedos por sus fluidos y sonreía.

—Me parece que te ha gustado.

Ella se echó a reír.

—¿Tú qué crees? Las mujeres de este país no saben lo que se han estado perdiendo.

Mike resopló.

—¿No has prestado atención a mi polla customizada? No como coños pero nunca tuve ninguna queja, créeme.

Ella se tensó y Mike pareció arrepentido.

—¿Cariño?

—No quiero que me hables de otras mujeres —dijo Kyra—. Ni de lo mucho que disfrutaban con el piercing de tu polla.

Él se puso a la defensiva.

—Has sido tú la que ha sacado el tema.

Kyra trató de salir de debajo de él, pero Mike dejó caer todo el peso de su cuerpo, atrapándola.

—Escúchame. Esas otras mujeres no significaron nada para mí. Sólo quería liberar tensiones, y ellas sabían perfectamente las reglas del juego. Joder, si querían chuparme la polla, tenían que ver tu nombre tatuado. Todas sabían a quién pertenecía. Y yo también.

Ella aspiró el aire con brusquedad.

—Mike…

—Cada noche, gatita, cuando me iba a dormir, cerraba los ojos y veía tu cara. Daba igual a cuántas mujeres me follara. Daba igual lo que hiciera para tratar de olvidarte.

Incapaz de soportar su escrutinio, Mike le cubrió la boca con la mano para impedir que replicara.

—Ya basta de charla. Antes me has dicho que esta noche iba a triunfar. ¿Lo has olvidado?

Tras un momento de miradas cargadas de tensión, ella susurró:

—¿Qué quieres que te haga?

—Quiero ver cómo te tocas —repuso él de inmediato—. Quiero que te acaricies hasta que tengas un orgasmo.

—Prefiero tenerlo con tu polla. —Mike era un maestro con la lengua, pero en ese momento quería sentirlo dentro de ella.

—Pues te aguantas.

«Vale.» Kyra acercó los dedos a la boca de él.

—Chúpalos —le dijo. En realidad no necesitaba más humedad, pero le gustaba provocarlo.

Kyra empezó a jugar con su sexo, arañándose los pliegues con las uñas y apretándose el clítoris con los dedos.

—Llevo años haciendo esto y viéndote en mi mente mientras lo hago —comentó—. Viéndote en mis sueños.

—¿Ah, sí? Y ¿qué hago en tus sueños?

«Me dices que me quieres», pensó Kyra, y se ruborizó.

—Me dices… Me besas por todas partes —rectificó ella sin atreverse a reconocer la verdad.

Mike sabía que estaba mintiendo, pero no insistió.

—Eso sé hacerlo, nena —señaló.

Le pasó los labios por los sensibles pezones; los lamió y los succionó mientras ella se daba placer deslizando los dedos en su interior.

—Todo sería más fácil si me dejaras tu polla.

—Yo estoy muy a gusto así —replicó él mirándola fijamente.

Kyra estaba cada vez más cerca. Notaba el cuerpo en llamas, el clítoris palpitante. Pero no era suficiente.

—Mike —dijo con la voz entrecortada, contrayendo las paredes vaginales mientras trataba de alcanzar el orgasmo—. Te necesito.

Bruscamente, él se echó hacia atrás, la tomó en sus brazos y se clavó en ella. Kyra gritó y apartó la mano del clítoris para calmarse.

—Sigue tocándote —le ordenó él sin dejar de embestirla.

La cara de Mike estaba muy tensa, al igual que los músculos de ambos lados del cuello.

—Mírame y dime lo que hago en tus sueños en realidad —le ordenó.

Kyra cerró los ojos, jadeando contra los labios de su amante.

—Mike…

—¿Qué hago? Dímelo —exigió él, clavándose en ella tan profundamente que lo sintió en lo más hondo del vientre. Agarrándola del pelo, le echó la cabeza hacia atrás para obligarla a aguantar la mirada—. Y, esta vez, quiero la verdad.

Con el otro brazo le rodeaba la cintura, haciéndola subir y bajar sobre su sexo mientras ella lo abrazaba con sus músculos internos. Kyra estaba perdiendo el control. No podía pensar. Estaba a punto de correrse.

—¡Me dices que me quieres. Siempre me dices que me quieres! —gritó un segundo antes de que el orgasmo se apoderara de ella.

Mike la agarró con más fuerza y se enterró en ella una y otra vez, cada vez más deprisa, hasta que al final se corrió gritando contra su cuello sin decirle las palabras que ella esperaba, fingiendo no haber oído nada. Tal vez sí había dejado claro quién mandaba allí después de todo.

—¡Venga, pequeñaja. Es la hora! —gritó Mike llamando a la puerta del vestuario.

Ese día volvían a empezar las clases de kárate para niños después de las vacaciones de verano.

Sam lo seguía muy a menudo por el gimnasio, pero nunca con tanto interés como cuando daba clases de kárate. Tal vez exteriormente la niña fuera idéntica a su madre pero, si bien Kyra nunca había mostrado el menor interés por las artes marciales, Sam era opuesta en eso. Se sentaba en el extremo del tatami, lo más cerca posible de Mike, y observaba con avidez los ejercicios, las katas y los combates. Lo absorbía todo. Corría hasta él para preguntarle cosas o se quedaba quieta y callada a su lado.

Descubrir las películas de Karate Kid no había hecho sino añadir más leña al fuego. Cuando Mike le llevó un uniforme gi con un cinturón blanco y le dijo que se cambiara, la niña estuvo a punto de caerse de culo a causa de la impresión. Sin embargo, enseguida se recuperó, se lanzó a sus brazos y le llenó la cara de besos pegajosos.

Salió del vestidor sonriendo de oreja a oreja y le dio el cinturón a Mike para que se lo atara correctamente, pero cuando miró hacia el tatami y vio allí a Marcy y a las otras niñas, titubeó.

—Todo va a salir bien, confía en mí —la tranquilizó Mike, ofreciéndole la mano.

Cuando Sam lo había abrazado y lo había llenado de besos, a Mike se le había hecho un nudo en el corazón, pero cuando le dio la mano para que la protegiera, le dejó de latir durante un momento. Joder, quería a esa pequeñaja como si fuera suya.

—Vale —dijo ella—, pero si Marcy tropieza con su propio pie y se cae, ya sabes…, por accidente, no me meteré en un lío, ¿no?

Mike se echó a reír.

—Si no la ayudas a que se caiga, no. No te meterás en líos.

—Jopé.

«Bueno, mejor que diga eso que no joder», se dijo. Sin embargo, se volvió hacia la niña con expresión severa.

—Sam.

—Lo siento —murmuró ella.

Mike era un monitor experimentado que sabía cómo hacer que los niños se divirtieran mientras aprendían disciplina. No podía ser tan difícil conseguir que Marcy y Sam se llevaran bien, ¿no?

Incorrecto.

Probó todos los trucos que se le ocurrieron, pero nada parecía funcionar. En cada nuevo juego que se inventaba, las niñas acababan discutiendo.

Sin embargo, al cabo de un rato se dio cuenta de que había alguien a quien las niñas odiaban todavía más que la una a la otra: Rick, un niño de ocho años, chulito como él solo.

Mientras Mike se preguntaba qué más intentar para que las niñas se llevaran bien, Rick se acercó a ellas por detrás e hizo lo que hacen todos los hombres cuando hay mujeres de por medio: cagarla. Les tiró de las coletas al mismo tiempo. Las dos niñas se volvieron al unísono y, como si estuvieran sincronizadas, lo empujaron y lo hicieron caer al suelo.

—¡Ah! —se quejó llevándose las manos al pecho—. Estáis locas. ¿Qué os he hecho yo?

Las dos niñas le dirigieron una sonrisa burlona, que se transformó en una de complicidad cuando se miraron la una a la otra.

Mike no daba crédito a lo que estaba viendo.

Había olvidado una regla básica en el combate: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Su trabajo en ese frente había terminado.