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Dos días después

A unos tres kilómetros de Alden

«Oh, no, no, no, no, por favor, no te me mueras. Hoy no, hoy ya he tenido bastante. Aguanta un rato más.» Kyra trató de negociar, pero el cochecito blanco tembló un poco más y, con un ruido sordo y una última sacudida, se detuvo por completo. Una espesa columna de humo salía del motor, ensombreciendo el parabrisas.

Kyra le habría dado un puñetazo al volante, de no ser por miedo a que su Fiat 600 —que ya tenía cuarenta años— se desintegrara por culpa del golpe.

Santo Dios, alguien allí arriba la había tomado con ella.

Alargó la mano hacia el teléfono, pero se detuvo al recordar que se había quedado sin batería. «Maldita sea.» Podía ir andando los tres kilómetros que faltaban para llegar al pueblo, pero ya iba con retraso y Angie debía de estar esperándola en el restaurante. Por no mencionar que, tras el espantoso día que había tenido, estaba exhausta, tanto física como emocionalmente.

Miró a su alrededor. Todo eran solares desiertos, excepto un club de striptease llamado Culos Arriba que estaba unos cien metros más adelante. Bueno, pues si la vida le daba limones… tendría que hacer limonada y bebérsela de un trago. «¡Culos arriba!» Se habría reído de su propia broma sin gracia, pero tenía miedo de echarse a llorar, y, si empezaba a llorar, no sabía si sería capaz de detenerse.

Caminó hasta la puerta del local y, con una mirada de súplica, le mostró el teléfono al guardia de seguridad.

—Se me acaba de morir el móvil. ¿Podría entrar para hacer una llamada?

El gorila la miró y se volvió hacia el coche que seguía humeando al otro lado de la carretera.

—Parece que esa nube de malvavisco que tienes por coche también acaba de morirse.

Nah, el vejestorio sólo se ha recalentado un poco. Dentro de un par de horas estará como nuevo.

Bueno, dentro de un par de horas, con una reparación a fondo y un buen cargamento de polvo de hadas; pero eso son detallitos sin importancia, ¿no?

El segurata la miró divertido y, echándose a un lado, le señaló la puerta con la barbilla.

—Hay un teléfono público junto a la barra.

Aunque era temprano, la música estaba alta, y el local, muy animado. Había bastantes clientes contemplando la actuación de una chica guapa y muy maquillada, con atributos que desafiaban las leyes de la gravedad, que bailaba alrededor de una barra en el escenario central.

Kyra se dirigió deprisa al teléfono y marcó el número de Angie. Le saltó el buzón de voz, lo que, después de todo, no era tan malo, ya que teniendo en cuenta el ruido que había en el local, probablemente no habría oído nada. Desesperada y a gritos le dejó un mensaje contándole lo que le había pasado y pidiéndole que fuera a recogerla.

Se planteó esperarla fuera, pero rechazó la idea. No sabía cuánto tardaría su amiga en llegar, y Kyra lo pasaba mejor en ambientes ruidosos y bulliciosos, sobre todo ahora que no soportaba quedarse a solas con sus pensamientos.

—¿Qué te pongo? —le preguntó la camarera cuando se sentó en uno de los taburetes de la barra.

—Agua, por favor.

La camarera, una mujer bajita y llena de curvas con el pelo corto de punta de color rojo fuego, le sirvió el agua y se quedó mirándola unos momentos.

—¿Qué pasa, cielo? ¿Problemas de hombres? ¿De trabajo? ¿De dinero? ¿Con el piso? ¿Con el coche?

Kyra hizo una mueca.

—Todo a la vez. Añádele una sentencia de divorcio de mierda y ya tienes el cuadro completo.

—Oh, Dios mío, pues creo que necesitas algo más fuerte que el agua.

«¿No me digas?» Pues sí, ¿qué tal volver a empezar su vida desde cero? Por desgracia, su hada madrina parecía demasiado ocupada como para acudir a echarle una mano.

—Gracias, el agua está bien —repuso sin embargo.

Además, no estaba segura de poder pagar nada más caro que eso. ¡Qué patético!

Sin ser consciente de lo que hacía, se frotó el hombro izquierdo. El leve dolor que sintió le recordó lo sucedido durante los últimos meses. Seis meses atrás, Kyra estaba en la cúspide de su carrera como bailarina y coreógrafa para uno de los principales grupos de pop a nivel mundial. En su palmarés había un espectáculo en Broadway que había tenido un gran éxito y muchas temporadas como bailarina profesional en un programa de televisión muy popular.

¿Y ahora? Ahora probablemente no podría ni siquiera bailar en la barra. Lo que era una gran ironía, porque así se había ganado la vida antes de conseguir su primer buen contrato.

Pero Kyra se negaba a obsesionarse con lo que había perdido, así que se entretuvo observando cómo la camarera preparaba cócteles.

Angie probablemente ya estaba esperándola en el restaurante cuando la llamó y había recibido su mensaje enseguida, porque al cabo de poco la vio entrar en el club de striptease y caminar directamente hacia ella.

—Si quieres que te sea sincera —dijo Angie señalando el escenario como quien no quiere la cosa—, si necesitas acabar en un club de striptease el día de tu divorcio, deberías buscar uno que se llamara Pollas Fuera, no Culos Arriba.

—Ja, ja. Muy graciosa.

—Sólo era una idea. —Angie miró a su amiga de arriba abajo, como si quisiera asegurarse de que estaba entera, y luego la abrazó—. ¿Ha sido muy horrible?

Ambas sabían que no estaban hablando del coche.

Kyra se encogió de hombros.

—Ya pasó.

Había superado la prueba igual que lo superaba todo: apretando los dientes y aguantando lo que le echaran. No había sido una medicina agradable de tomar, ni mucho menos, pero podría haber sido peor. Mucho peor.

—Deberías haber dejado que te acompañara —la riñó Angie, sentándose a su lado—. Aunque sólo fuera para darte apoyo moral. Bueno, y como apoyo mecánico.

Kyra negó con la cabeza. Ella solita se había metido en ese lío y ella solita iba a salir de él.

—No podía permitir que cancelaras las visitas de tus pacientes.

—¿Por qué no? Es verdad que algunas de esas mujeres están como una cabra, pero no tengo a ninguna con tendencias suicidas en estos momentos. Espera a que Barry, el especialista en bótox, se vaya de vacaciones. Esa semana preveo histeria colectiva. Será el fin del mundo.

Angie era la encargada de la salud mental de las clientas del spa y la clínica de belleza del Lake Club Resort, un hotel exclusivo situado a varios kilómetros de Alden que albergaba a aquellos que iban buscando el relax del campo de golf y a sus esposas o amantes, que preferían relajarse en el spa, poniéndose un poco de bótox o jugando al tenis. O cepillándose al monitor, lo que era más frecuente de lo que uno podía pensar. Era un complejo vacacional para la gente guapa y atrevida, donde los cotilleos y los líos clandestinos estaban a la orden del día.

—Bueno, no ha hecho falta. Todo ha salido según el plan.

Según el plan B, porque después de lo que había pasado con Drake, el plan A —y desde luego el favorito de Angie— era matar al desgraciado de un disparo y enterrar su cuerpo. Ya tenía incluso elegido el sitio: detrás del hoyo 9.

—Me imagino que aceptó tu propuesta, ¿no? —preguntó con impaciencia—. ¿Tienes la custodia exclusiva?

Kyra soltó una risa por completo desprovista de humor. ¿Si había conseguido la custodia? Sería más adecuado preguntar si su ex se había dejado comprar.

El hecho de que su ex fuera tan gilipollas que se hubiera dejado comprar la aliviaba y entristecía a partes iguales.

Desde el principio había sabido que él lucharía por la custodia, y no precisamente porque fuera un padre ejemplar, sino porque era muy fácil usar a Sam para conseguir lo que quisiera. Y eso era exactamente lo que había hecho, convirtiendo a su hija en moneda de cambio.

—Lo único que tengo ahora mismo, aparte de la casa que Cynthia me dejó y del coche (que sin duda sigue sacando humo ahí fuera ahora mismo) es la deuda de todas las tarjetas de crédito que él ha estado exprimiendo.

Kyra se había quedado la destartalada casa porque su ex no tenía ningún derecho a heredarla, pero sobre todo porque no se había enterado de que su madre adoptiva se la había dejado en herencia. De lo contrario, se la habría reclamado igualmente. No es que fuera rica pero, tras más de cinco años trabajando como bailarina en espectáculos de primer nivel, había logrado acumular un buen rinconcito de dinero. O eso pensaba, hasta que todo se había ido a la mierda al darse cuenta de que Drake se había gastado todo lo que no estaba clavado al suelo. La sentencia de divorcio había sido el golpe de gracia.

—Me ha dejado con una mano delante y otra detrás, pero tengo a Sam.

Y, en realidad, eso era lo único que importaba. Sam era todo lo que quería obtener de ese divorcio.

Su amiga soltó el aire que había estado conteniendo.

—Gracias a Dios.

«Sí. Ya puedes decirlo.»

—¿Te pasará una pensión para la niña?

Kyra negó con la cabeza y su amiga se mordió la lengua para no soltar una maldición.

—No me pasará nada, ésa fue su primera condición para concederme la custodia.

—Menuda basura de tío.

Cierto, pero Kyra prefería cerrar esa bolsa de basura y librarse de su ex de una vez por todas. Mejor eso que exigirle una pensión y seguir teniéndolo en sus vidas, sabiendo que no dudaría en usar a Sam para conseguir de ella lo que quisiera.

Se obligó a respirar hondo. Había confiado en que sería capaz de relajarse una vez que el miedo de perder a su hija hubiera desaparecido, pero no lo había logrado del todo. Más que nada porque no sabía cómo iba a poder mantenerla ahora que no tenía bienes materiales, ni ahorros, con un hombro lesionado y su reputación por los suelos.

Kyra había pasado la primera década de su vida con pocos recursos y, como solía ocurrir en estos casos, necesitaba un buen colchón material para sentirse segura. El tipo de colchón que sólo se conseguía con una considerable cantidad de dinero en el banco.

—Te lo advertí —dijo Angie—. Deberíamos haber elegido el plan A.

Kyra sacudió una mano en el aire.

—No digas bobadas. ¿Qué sabemos nosotras de matar gente? Habríamos tenido que contratar a un profesional, y esos tipos no son baratos.

—En este caso, te habría salido a cuenta —murmuró Angie—, aparte de que le habríamos hecho un favor a la humanidad.

En eso no le faltaba razón.

Kyra se echó hacia adelante y golpeó la frente suavemente contra la barra.

«Dios mío, menudo lío.» Estaba sin blanca y atrapada en Alden. ¡Nada más y nada menos que en Alden! Habría preferido estar en Fallujah dando una conferencia sobre la igualdad de género.

Había vuelto a Alden porque no tenía ningún otro sitio adonde ir, pero aunque lo hubiera tenido, tampoco contaba con dinero para desplazarse. Pensaba que, tras el divorcio, le quedaría lo suficiente para reparar la casa que había heredado de su madre adoptiva y así poder venderla, pero al final casi no le había quedado ni para pagar la luz y el gas de la semana siguiente. Ya podía quitarse las reparaciones de la cabeza.

Parecía que ese mes iba a tener que tirar de cupones de descuento para poder comer. Si su difunta abuela la viera, se sentiría orgullosa de ella.

Mientras volvía a dar golpes de cabeza contra la barra, oyó que Angie gritaba:

—¡Aquí, rápido, es una emergencia!

—Volando. —Un instante después, la camarera colocó un vaso de chupito y un plato con un enorme trozo de pastel de chocolate delante de Kyra.

Las dos amigas miraron el pastel y luego a la camarera, que acababa de sacar un bote de nata montada de no se sabía dónde y lo estaba agitando.

—¿Qué pasa? —preguntó—. Has dicho que era una emergencia, ¿no? Así es como las tratamos por aquí —afirmó sirviendo una enorme cantidad de nata sobre el pastel y llenando el vaso de bourbon al mismo tiempo sin derramar ni una gota—. Muerte por chocolate, un pastel de mil calorías por mordisco que reservamos exclusivamente para las urgencias. Por cierto, soy Red.

—Encantada de conocerte, Red. Yo soy Kyra, y ella es mi amiga Angie.

—Romperte la cabeza no te ayudará en nada, y ya te he dicho antes que el agua tampoco. En cambio, esto te ayudará en todo. Hazme caso. He pasado por tres divorcios, sé exactamente de lo que estoy hablando.

«¿Tres divorcios?» Red no parecía tener más de treinta años.

Como si pudiera leerle la mente, la camarera añadió:

—¿Qué quieres que te diga? Soy una optimista y empecé muy joven. Cuando llegue a los cincuenta, Elizabeth Taylor será una aficionada a mi lado. Y ahora elige de qué mal prefieres morir.

Kyra se quedó mirando el vaso con desconfianza. Nunca le había gustado beber, así que eligió el pastel.

—Esto me va a ir directo al culo.

—Cállate. Tienes un culo perfecto.

Ella no estaba tan convencida pero, en esos momentos, con su vida derrumbándose a su alrededor, tener el culo gordo era el menor de sus problemas.

Estaba en un tugurio de striptease no muy elegante a punto de ponerse ciega de chocolate y de nata de bote, de origen más bien dudoso. Cada vez caía más bajo.

—¿Sabes lo que más me duele? —preguntó Kyra sin levantar los ojos del plato mientras hundía la cuchara—. Lo alegremente que ha renunciado a Sam a cambio de dinero. No me malinterpretes: estoy encantada de haber conseguido la custodia de Sam, y no lamento ni por un segundo todo cuanto he tenido que pagar para conseguirla. Le habría dado muchísimo más, pero siento que mi hija tenga un padre tan impresentable.

Un padre no debería dejarse comprar bajo ninguna circunstancia. Kyra tampoco se sentía orgullosa de sí misma, pero no quería darle más vueltas a lo sucedido.

—¿En qué demonios estaría pensando cuando me casé con ese imbécil?

No había pensado en nada, ése había sido el problema. Drake la había deslumbrado cuando ella estaba sola, herida y asustada. Se había sentido perdida y él era el padre del bebé que esperaba. En aquel momento no le había parecido tan mala idea. Menuda visión de futuro, ¿eh?

—No le des más vueltas. Sólo alégrate de que ya haya pasado —dijo Angie, apretándole la mano—. ¿Cuándo vuelve Sam?

—El domingo. No quería que tuviera que pasar por este trago.

Kyra había enviado a su hija con unos amigos esa semana. No era que Sam no supiera el tipo de padre que tenía, pero aun así no le hacía ninguna falta un asiento en primera fila para presenciar el baño de sangre. Ella había tratado de protegerla, manteniéndola al margen de los problemas tanto como había sido capaz, y no pensaba dejar de hacerlo ahora.

Angie asintió.

—Lo que necesitas es animarte. Mañana es sábado. ¿Qué tal si pasamos el día entero en el spa, mimándonos un poco?

—No puedo permitirme los tratamientos del spa. —Mierda, ni siquiera sabía si podría pagar el pastel—. Estoy sin blanca.

Mucho se temía que su trabajo como monitora de aquadance en la piscina municipal no iba a alcanzarle para alimentar y vestir a su hija, y mucho menos para reformar una casa de arriba abajo. Su cuenta corriente estaba a cero. Lástima que no pudiera ir a la cocina, mezclar unos aguacates con un poco de aceite de coco y unas almendras y obtener una espectacular crema antiarrugas que pudiera empezar a vender en el garaje antes de ganar una fortuna con ella en internet.

Kyra no tenía ningún tipo de habilidad comercial. Sólo sabía bailar, y Alden no era precisamente un paraíso para los bailarines profesionales.

—Si necesitas dinero, yo podría… —empezó a decir Angie.

—No —la interrumpió Kyra—. Gracias, pero no. —Le agradecía el ofrecimiento, pero estaba acostumbrada a valerse por sí misma—. Lo que necesito son ingresos regulares. —Al menos hasta que pudiera largarse de allí y seguir adelante con su vida—. ¿Sabes si necesitan a alguien en el resort? Podría hacer cualquier cosa: un cursillo acelerado para aprender a poner bótox o pasear a los perros.

No podía ser muy difícil pasear chihuahuas, ¿no? Incluso con el hombro chungo podría hacerlo.

Angie carraspeó.

—Cariño, perdóname por hacerte notar algo tan obvio, pero eres una bailarina profesional. Una muy buena y muy solicitada, por cierto. Y, encima, eres una coreógrafa increíble que ha trabajado con gente muy famosa. Entiendo que estás pasando por un momento jodido ahora mismo y que necesitas un cambio de aires, pero en Boston hay un par de buenas compañías de danza. Y aunque no estés en plena forma, igualmente…

—Aún no estoy preparada.

Necesitaba esconderse del mundo para lamerse las heridas. Había sido muy feliz en su último trabajo, pero Drake se había encargado de arruinarle las cosas y no podía volver. Tendría que ponerse a hacer castings otra vez, y aún no tenía el hombro en condiciones. No se notaba durante el día a día, pero la danza profesional era muy exigente. Además, estaba cansada. Más que cansada: estaba agotada, exhausta, y no creía que eso tuviera que ver con el hombro, porque ni siquiera le apetecía buscar trabajo como coreógrafa. La comunidad de los bailarines profesionales era bastante pequeña, sobre todo a ciertos niveles, y los cotilleos llegaban a todos los rincones. Que te arrestaran antes de un espectáculo, te acusaran y te metieran en la cárcel no quedaba nada bien en un currículum. Un equipo de abogados había logrado sacarla de la cárcel gracias a un tecnicismo, pero una nube como ésa ensombrecía todos sus éxitos anteriores.

—¿Eres bailarina? ¡Oh, Dios mío! —gritó Red al reconocerla—. ¡Ya decía yo que me sonaba tu cara! Te conozco, eres Kyra Brims, de «Menea el trasero». Me encanta ese programa. Te emparejaron con aquel jugador de fútbol americano guapo como un ángel pero patoso como un elefante. ¡Lograste que llegara a semifinales!

Kyra sonrió.

—Ésa soy yo. Brian es un encanto.

—Te propondría que trabajaras aquí si sabes moverte en una barra, pero eso sería como contratar a Picasso para que pintara las paredes.

—Gracias, pero tengo el hombro lesionado.

—¿Qué te pasó? La temporada pasada ya no saliste en el programa.

No. Había estado de gira con Amantis hasta que todo se había ido a la mierda.

—Una pelea de gatas —bromeó tratando de relajar los músculos. No tenía la menor intención de contar lo que pasó en realidad—. La esposa de Brian se puso celosa.

En el largo silencio que siguió a sus palabras, Kyra notó dos pares de ojos clavados fijamente en ella.

Angie se aclaró la garganta.

—¿Sabes lo que de verdad necesitas? Un poco de acción. Estás demasiado tensa.

—¿Acción? —repitió Kyra distraída.

Su amiga puso los ojos en blanco.

—Acción, Kyra, acción. ¿Qué se supone que tienes que hacer cuando te caes del caballo?

—¿Vender el caballo?

A Red se le escapó la risa.

—No, idiota —respondió Angie, haciendo un gesto de desdén con la mano—. Tienes que volver a montar enseguida.

«Ah, ese tipo de acción.» Kyra se había caído de ese caballo en concreto hacía ya varios años y desde entonces no había dejado de patearle la cara.

Resopló.

—¿Es ése tu consejo como psiquiatra, que necesito tirarme a alguien?

—Pues, para ser sincera, sí.

—¿Es eso lo que les propones a las esposas florero que acuden a tu consulta entre liposucción y liposucción cobrándoles trescientos dólares la hora?

—No hace falta. Las esposas florero ya lo saben y lo hacen a menudo, al menos durante el tiempo que pasan en el resort. Y, créeme, no siempre con sus maridos.

—Yo no soy psiquiatra —intervino Red—, pero también me parece que deberías tirarte a alguien.

—¡Oh, ya lo tengo! —exclamó Angie—. Dentro de un mes se celebra la subasta de solteros. Recaudaremos fondos y apostaremos en tu nombre. Tal vez tengamos que vender un par de órganos vitales para poder conseguir a Max Bowen, pero merecerá la pena.

Por primera vez esa tarde, Kyra se echó a reír con ganas.

—Será mejor que conservemos todos los órganos; tal vez nos hagan falta.

Max Bowen era guapísimo, eso nadie lo discutía, pero nunca había sido el tipo de Kyra. Nadie había sido el tipo de Kyra excepto…, bueno, vale, ni siquiera merecía la pena pensar en ello.

—Entonces, tendremos que olvidarnos de Max. El año pasado, Mike —añadió Angie como quien no quiere la cosa, como si no supiera el efecto que ese nombre provocaba en su amiga, que iba a estar pendiente de cada palabra que dijera a continuación— recaudó casi tanta pasta como los Bowen. Bueno, excepto Cole, que se negó a participar. Desde que dejó los marines, restaura un edificio gratis cada año. Creo que lo hace para librarse de la subasta de solteros.

Kyra llevaba un tiempo fuera de Alden, pero recordaba perfectamente a los Bowen. Max, tan encantador e informal como siempre, seguía siendo un conquistador empedernido. Al parecer, James ya estaba cazado, al igual que Cole.

—¡Nada de subastas! —replicó—. No me parece bien pagar para salir con un hombre.

—En eso te doy la razón —dijo Red—. Además no te hace falta. Cualquier tío al que le funcione medianamente el cerebro se desprendería del huevo izquierdo a cambio de salir contigo.

—Exacto —convino Angie—. Búscate un chulazo y móntalo hasta que lo tengas bien domado.

Kyra se echó a reír por las palabras de su amiga. Angie estaba un poco loca, pero tal vez tuviera razón. Tenía veintiocho años, estaba divorciada, sin blanca y en el paro. Llevaba cuatro años viviendo como una monja, a pesar de pasar mucho tiempo rodeada de famosos espectacularmente guapos, no todos gais, por cierto. El universo le debía un montón de sexo por despecho, aunque sólo fuera para compensarla por los malos astros que la habían acompañado últimamente.

—Quizá tengáis razón. Puede que necesite una distracción, algún jovencito para quitarme las telarañas. —Y como premio por haber sobrevivido al divorcio. Joder, por haber sobrevivido a todo su matrimonio.

—¡Ésa es la actitud! —exclamó Angie—. Hay un monitor de tenis en el resort que estaría encantado de ser tu juguete sexual. Mañana te lo presento.

Kyra estaba a punto de decirle que los monitores de tenis no eran su tipo, especialmente los que se acostaban con esposas florero, cuando las exclamaciones de las chicas se detuvieron en seco y de pronto sintió que se le erizaba el vello de la nuca.

Se quedó inmóvil. «Mierda.» Lentamente, se volvió y se encontró a Mike a su espalda en todo su esplendor, con su 1,95 de altura, la mandíbula muy apretada y los ojos azules brillantes cargados de desprecio.

El jodido señor Zen siempre tenía una sonrisa para todo el mundo, excepto para Kyra.

De todos los clubes de striptease de todas las ciudades del mundo, ¿por qué demonios había tenido que ir a parar al club donde Mike iba a divertirse?

No debería haber vuelto a Alden, ni siquiera temporalmente. Por desgracia, no le había quedado más remedio.

Mike se la quedó mirando durante lo que le pareció una eternidad y Kyra notó que la espalda le crujía a causa de la tensión.

—¿Querías algo? —le preguntó con brusquedad, ruborizándose al darse cuenta de lo que acababa de decir.

Tenía que madurar. Habían pasado los años, pero seguía sin saber estar en su presencia sin ponerse a la defensiva; y sin sentirse avergonzada, enfadada, dolida y pequeña. ¡Muy pequeña, joder!

Mike la examinó de arriba abajo y, cuando llegó a los pies, volvió a subir negando con la cabeza.

—No —respondió—, por aquí no veo nada que me interese. —Luego, dirigiéndose a Red, añadió—: ¿Está Sinful?1

El pecho de Kyra se contrajo en un espasmo tan repentino, intenso e inesperado que ahogó un grito.

—Sí, está ahí detrás —repuso la camarera—. Puedes…

—Ahí estás, guapo. ¿Me esperabas?

Al oír esas palabras, Mike se volvió y Kyra se inclinó lateralmente para echar un vistazo a la rubia despampanante que se acercaba a él con una sonrisa cegadora.

—Hola, Sinful.

Aunque Kyra no le veía la cara, notó la sonrisa en la voz de Mike, que no se parecía en nada al tono que había usado con ella.

La rubia echó un vistazo a la barra, vio el pastel a medio comer y les dirigió una sonrisa irónica.

—¿Una emergencia tan temprano?

Red asintió.

—Ni te lo imaginas.

Cuando Sinful se echó a reír, su melena ondeó suavemente y sus ojos verdes se encendieron. Madre mía, era espectacular: desde la raíz del pelo rubio platino peinado en peluquería hasta las puntas de las uñas de los pies perfectamente pintadas de rojo sangre.

Kyra la odió a primera vista, con una intensidad que la tomó por sorpresa.

—Sígueme, guapo —dijo mirando a Mike y haciéndole un gesto con el dedo para atraerlo hacia sí. Las uñas de las manos eran del mismo color que las de los pies, pero más largas y sexis. Eran perfectas para arañar la espalda de Mike, tal como a él le gustaba—. Vayamos a buscar un sitio más íntimo para entrar en faena.

A Kyra le pareció que acababan de asestarle un golpe mortal. Apretó los dientes y luchó por no perder la compostura además del desayuno.

Ni siquiera ver a Mike con la bonita, callada y hogareña Melanie, la esposa ideal con la que Kyra lo había visto varias veces desde que había vuelto, le había resultado tan doloroso.

—Te sigo. —Mike se alejó detrás del voluptuoso trasero sin dedicarles siquiera una mirada de despedida.

Si no contaba la acalorada discusión que habían mantenido tras el funeral del padre adoptivo de Kyra seis años antes, Mike no le había dirigido la palabra desde que habían roto. Y cuando al fin se decidía a hacerlo, el desprecio le salía a borbotones por la boca, como si él fuera la parte ofendida.

«Imbécil.»

Quería salir corriendo de allí, pero tenía miedo de que las piernas no la sujetaran.

Se forzó a apartar la mirada de él y fue entonces cuando vio que todas las mujeres del local tenían los ojos clavados en su culo. Red, Angie y las otras dos camareras. Joder, si hasta la stripper parecía haberse detenido un momento para echarle un vistazo.

Kyra bajó la mirada hacia su regazo. No necesitaba comérselo con los ojos. Ya se había pasado tres horas haciéndolo mientras posaba delante de él, ambos en ropa interior, sin nada más que hacer. Mike tenía el cuerpo en tensión pero la mirada ausente. Sus ojos parecían estar clavados en la pared, a su espalda, como si ella no estuviera allí. Kyra, por el contrario, lo había pasado muy mal tratando de disimular que le faltaba el aire y fingiendo que no la afectaba su proximidad.

¿Por qué tenía que estar tan increíblemente bueno? ¿Por qué no le habría salido panza cervecera, o papada? Al menos podría haberse quedado calvo. Pues no, señor. Mike estaba mucho más guapo que siete años atrás. A los veinticinco había sido un jovencito de esos que te hacen babear, pero el hombre en el que se había convertido era algo de otra galaxia, tan intenso, con sus planos angulosos y sus tatuajes. Tenía tatuajes en los pectorales, en los brazos… Incluso la uve que formaban los músculos de su abdomen estaba enmarcada por un sexi diseño tribal. Ya los tenía cuando estaba con ella, pero ahora… Bueno, ahora su cuerpo era una obra de arte.

Y no sólo por los tatuajes. Tenía todos los músculos muy definidos y sin un gramo de grasa por ningún lado. Era asquerosamente perfecto.

Red se abanicó con una servilleta.

—Tengo una norma sagrada: nunca me lío con clientes, nunca. Cualquier persona que cruce por esa puerta está descartada. Ésa fue la enseñanza que saqué del fiasco de mi segundo matrimonio, pero si ese mojabragas me diera la menor indicación de que está interesado en mí, rompería mi regla sin pensarlo dos veces. La mitad de las chicas del local están locas por él y se le echan encima como moscas, pero él siempre les da largas. Ha venido ya varias veces esta semana y siempre se va a la parte de atrás con Sinful. No sé de qué va todo esto.

Kyra se puso aún más tensa. Ella tenía muy claro de qué iba todo eso: los bailes privados siempre se daban en la parte de atrás.

Lo que no entendía era por qué le dolía tanto.

—¿Os conocéis? —le preguntó Red a Kyra—. Había tanta tensión entre vosotros que casi no se podía respirar.

Ella trató de relajar los músculos. Hacía ya siete años que Mike no era su pareja. No era asunto suyo si frecuentaba un local de topless ni si se lo montaba regularmente con una stripper llamada Sinful.

—Es una larga historia —repuso—. No tiene importancia.

—¿No tiene importancia? —preguntó Angie incrédula—. Saliste con él mil años, Kyra. Estuvisteis juntos en el instituto y en la universidad. Te pidió que te casaras con él.

Red abrió unos ojos como platos.

—¿Ese dios del sexo te pidió que te casaras con él?

—Sí, pero lo rechacé y entré a trabajar en un crucero de lujo como bailarina —contó Kyra. Luego se volvió hacia su amiga y la fulminó con la mirada—. Y sabes tan bien como yo que aquello no fue una petición de matrimonio. A todos los efectos, aquello fue chantaje del bueno.

Y, por mucho que le doliera admitirlo, había funcionado. Había regresado a buscar a Mike un mes más tarde, dispuesta a renunciar a sus sueños y a aceptar sus condiciones, pero él ya había seguido adelante con su vida. Y, no contento con clavarle un puñal en el corazón, Mike lo había retorcido un par de veces.

Kyra había vuelto al crucero, y el resto, como suele decirse, era historia.

—Quería ver mundo —le explicó a una asombrada Red—, y él quería tenerme atada a la pata de la cama.

Sabía que estaba siendo un poco injusta, pero ¿y qué? Acababa de ver a Mike metiéndose con una stripper en un reservado. Eso le daba derecho a ser un poco injusta, ¿no?

Red la miró como si estar atada a la pata de la cama de Mike no fuera tan mala idea, pero no hizo ningún comentario.

—Bueno, al menos conseguiste ver mundo, ¿no?

—Ja. Intenta disfrutar mientras te pasas el día vomitando todo lo que tienes en el estómago. No pude ver nada en ninguno de los países que visitamos, aunque, eso sí, vomité en todos ellos.

—Vaya, qué malo es el mareo en el mar.

Kyra negó con la cabeza.

—No fue culpa del mar. Estaba embarazada del gilipollas del que acabo de divorciarme. Era el jefe de seguridad del barco.

Menuda ironía. Se había embarcado para poder bailar y ver mundo, pero no había podido hacer ni una cosa ni otra. Durante tres meses había estado vomitando sin parar y, cuando dejó de hacerlo, tres meses después, empezó a engordar y, como no le abrochaban los vestidos ceñidos, perdió su empleo como bailarina. Siguió trabajando en el barco, ocupándose de actividades de entretenimiento en cubierta, pero estaba tan preocupada por su futuro que no tenía ganas de visitar nada durante las escalas.

De hecho, había tenido suerte de que no la despidieran de inmediato. A bordo del barco había una norma que prohibía contratar a mujeres embarazadas, pero Drake había logrado que hicieran una excepción con ella. Se habían casado y habían permitido que siguiera a bordo hasta que estuvo de seis meses. A Drake ya le había ido bien perderla de vista, porque a esas alturas ya se había cansado de ella y había empezado a tontear con las otras bailarinas, con las que se lo pasaba mejor porque no habían dejado de tener buen tipo.

—No puedes fiarte de los jefes de seguridad —dijo Red antes de quedarse callada.

Kyra agradeció el silencio. No tenía ganas de volver a hablar de ese tema, y mucho menos en un bar de copas mientras Mike probablemente estaba empotrando contra la pared a aquella bomba sexual llamada Sinful. «Dios mío.» Volvía a tener ganas de vomitar.

¿Qué iba a decir? No le apetecía tener que admitir que, a pesar de todos los sapos que había tenido que tragar durante los años de convivencia con Drake, Mike había logrado algo que su ex nunca había conseguido. Concretamente, romperle el alma en tantos pedacitos que todavía los estaba buscando.

Angie le rodeó los hombros con un brazo.

—¿Sabes qué? Que le den al spa. Mañana vamos a hacer una fiesta de divorcio.

—¿Una qué?

Su amiga le dirigió una sonrisa traviesa.

—Ya me has oído. Una fiesta para celebrar que le has dado una patada en el culo a tu marido. Será una noche loca.

«¿Una noche loca?» Con la mala suerte que tenía últimamente, seguro que acababa volando sobre el Gran Cañón a lo Thelma y Louise.

—Angie, te lo agradezco mucho, pero no estoy de humor para fiestas —repuso.

Y tampoco es que conociera a tanta gente en Alden. Angie era la única amiga que le quedaba. El resto habían sido, sobre todo, amigos de Mike, y seguían siéndolo.

—Precisamente por eso la necesitas —insistió Angie, moviendo las cejas—. Yo me encargo del pastel de ruptura.

A Kyra le dio miedo preguntar.

Se había acabado la ración de Muerte por chocolate, así que se lanzó hacia el chupito de bourbon.