XV
Interludio
«Wait, till I come back to your side,
we'll forget the tears we've cried.»
Wait (The Beatles)
LO QUE REALMENTE había pasado desde que me bajé en Westminster era que anduve vagando por la ciudad tratando de discernir si el incidente del metro tenía o no algo que ver con la persecución a la que parecía estar siendo sometido. Como de costumbre, no llegué a ninguna conclusión.
También le estuve dando vueltas en la cabeza al aspecto que tenía el tío del metro. Sólo lo había visto unos segundos pero, en mi profesión, eso tenía que ser suficiente. Hice un retrato robot en mi cabeza: pelirrojo, con algo de barba, bastante alto, de ojos oscuros y con mirada burlona.
Me sonó el móvil. Qué raro. Se suponía que nadie conocía mi número. Siempre llamaba con número oculto desde mi encuentro con el Ruso y sus muchachos.
—¿Diga?
—Hola. ¿Estás bien?
No me esperaba que me llamase ella. Habíamos hablado hacía poco y además no quería decirle nada respecto a mis sospechas sobre lo que me había contado Travis.
—Sí, estoy bien. ¿Cómo has localizado mi número?
—De tu anterior llamada. —¿Había algo de titubeo en su voz? La dejé hablar—. Ha pasado algo.
—¿El qué? ¿Tú estás bien?
—Sí, sí, es sólo que… ¿Alguien te ha dicho algo sobre mí?
Dudé.
—No sé, ¿a qué te refieres?
—No puedo hablar mucho, pero creo que van a intentar confundirte. A decirte que es todo una trampa preparada por mí o algo así. Sabes que yo nunca te haría eso.
—¡Claro que lo sé!
—Lo digo en serio. Tienes que creerme.
—Siempre te creo.
No sé si mis palabras sonaban bien o mal en su cabeza. En la mía sonaban horrible. Como las típicas fórmulas que se dicen en determinadas situaciones y que, muchas veces, no quieren decir nada: «te acompaño en el sentimiento», «siento mucho tu pérdida», «¿quién lo iba a decir?», «no somos nadie». Palabras huecas.
—¿Dónde estás?
Qué manía estaba cogiendo la gente con conocer mi paradero.
—Sabes que no puedo decírtelo.
—Llevas unos días que no me puedes decir nada.
—Sí. Y seguirá siendo así hasta que todo esto se aclare. ¿Estás…
—¿Sí…?
Cambié de opinión y le pregunté otra cosa.
—¿Estás en la otra casa?
—Estoy en la calle. Pero sí, estoy durmiendo en la otra casa.
—Vale. No pases por la nuestra de momento.
—Si crees que son capaces de encontrarte a ti ahí, serán capaces de encontrarme a mí aquí —dijo en un tono muy solemne.
Tenía razón. No supe qué responder y le dije que la quería.
—Yo también te quiero.
Quedé con la cabeza hecha un lío. Busqué un hotel que no fuese muy caro para pasar la noche. Por hoy ya había tenido suficiente ajetreo. Supongo que ahora entenderán mejor por qué tuve el sueño que tuve.