CAPÍTULO III
128. El estilo elegante es de expresión graciosa y brillante. De las gracias del lenguaje, las unas, las de los poetas, son más grandes y más solemnes, mientras que otras son vulgares y más cómicas, parecidas a bromas, como las de Aristóteles, Sofrón y Lisias. Se decía, por ejemplo, de una anciana que «se podrían contar más fácilmente sus dientes que sus dedos» y de un hombre que «se ganó tantos dracmas como azotes mereció recibir»129. Tales agudezas en nada se diferencian de las bromas ni están lejos de la bufonada cómica.
129. Y el verso:
Las ninfas juegan con ella y Leto se alegra en su corazón130
y
y es fácil de reconocer; pero todas son hermosas130.
Éstas son las llamadas gracias solemnes y grandes.
130. Homero las usa a veces para dar intensidad y énfasis a la narración. Incluso cuando bromea es más temible y parece haber sido el primero en inventar gracias que inspiran horror. Por ejemplo, cuando describe a la persona más desagradable, al Cíclope:
A Nadie me lo comeré el último, a los demás los primeros131.
Es el regalo de hospitalidad del Cíclope. Del resto de su comportamiento nada lo mostró tan horrible: ni cuando se come a dos de los compañeros de Odiseo, ni por su puerta de piedra, ni por su maza, como por esta broma.
131. Jenofonte emplea también estos recursos de estilo y por medio de gracias de lenguaje introduce un gran efecto, como el pasaje en el que describe a una bailarina armada: «Preguntado (un griego) por un paflagonio si sus mujeres les acompañaban a la guerra, ‘Sí’, dijo, ‘y fueron ellas las que hicieron huir al rey’»132. A causa de la gracia, el gran efecto del pasaje es doble: por un lado porque no eran mujeres las que les acompañaban, sino las amazonas; por otro, porque el Rey era tan débil que fue puesto en fuga por mujeres.
132. Las formas de las gracias de lenguaje son tantas y de tales características. Las hay que residen en el tema, como por ejemplo, los jardines de las ninfas, los cantos de himeneo, los amores o toda la poesía de Safo. Tales asuntos, aunque sean dichos por Hiponacte133, son graciosos y el tema es alegre por sí mismo. Nadie podría cantar un himeneo estando irritado, ni cambiaría por medio del estilo al dios del Amor en una Erinis o en un gigante, ni las risas en llanto.
133. De modo que hay a veces una cierta gracia en los temas, pero también el lenguaje puede hacerlos más graciosos, como en:
Pues cuando la hija de Pandáreo, la aceitunada
golondrina, entona su hermosa canción, al comenzar
la nueva primavera134.
Aquí hay una golondrina, que es un pajarillo delicioso, y la primavera, que es agradable por naturaleza, pero con el lenguaje empleado el pensamiento se embellece en gran manera y es más amable con términos aplicados a un pájaro, como «aceitunada» e «hija de Pandáreo», que son toques personales del poeta.
134. Muchas veces existen también temas poco atractivos e incluso repulsivos por naturaleza, pero se convierten en agradables por obra del escritor. Parece que fue Jenofonte el primero en descubrirlo. Tomando una persona tenebrosa y sombría como el persa Aglaitadas encontró el medio de hacer esta broma agradable: «Es más fácil obtener de ti fuego que una sonrisa»135.
135. Éste es también el tipo de gracia más poderoso y el que depende sobre todo del que lo dice. El tema puede ser por naturaleza horrible y hostil a la gracia, como en el caso de Aglaitadas, pero el escritor demuestra que, incluso a partir de tales asuntos, es posible bromear, como también lo es sentir frío con el calor y calor con el frío.
136. Ahora, después que han quedado señalados los tipos de gracias, cuáles son y en qué consisten, vamos a señalar las fuentes de donde proceden las gracias. Para nosotros unas estaban en el lenguaje, otras en los temas. Así pues, indicaremos las fuentes por separado. En primer lugar, las del lenguaje.
137. Precisamente la primera gracia es la que tiene su origen en la brevedad, cuando el mismo pensamiento alargado es desagradable, por la rapidez de expresión se convierte en algo agradable, como en Jenofonte: «En realidad éste no tiene nada de común con Grecia, pues yo mismo lo vi con las dos orejas perforadas como un lidio; y así era»136. La expresión «y así era», que se añade, posee cierta gracia por su brevedad; en cambio, si fuera alargada con un mayor número de palabras, por ejemplo: «Lo que decía era verdad, pues el hombre tenía perforadas evidentemente las orejas», tendríamos en lugar de una gracia una desnuda narración.
138. Muchas veces se expresan dos pensamientos por medio de una expresión para producir un cierto encanto, como cuando alguien decía de una amazona durmiendo: «su arco yacía puesto en tensión junto a ella y su carcaj lleno, el escudo junto a su cabeza; pero ellas no sueltan nunca sus cinturones»137. Aquí se habla por una parte de la costumbre sobre el cinturón y por otra que ella no se desató el cinturón; dos ideas en una sola expresión. A partir de esta brevedad se consigue una cierta elegancia de estilo.
139. Una segunda fuente de la gracia de estilo procede del orden de palabras. Un mismo pensamiento colocado al principio o a la mitad de la frase puede no tener gracia, pero colocado al final es gracioso, como cuando Jenofonte dice de Ciro que: «Le da también presentes: un caballo, un manto, un collar y la promesa de no saquear su territorio»138. Entre todos los dones es el último, «la promesa de no saquear su territorio», el que tiene cierta gracia, por ser un regalo extraño y peculiar. Mas la causa de esa gracia en el estilo es su colocación en la frase. Ciertamente habría carecido de atractivo alguno, si lo hubiera colocado en primer lugar, diciendo: «Le da presentes: la promesa de no saquear su territorio, un caballo, un manto y un collar». En cambio, él pone primero los presentes usuales y deja para el final el nuevo y desacostumbrado. Por todo esto se produce la gracia de estilo.
140. Las gracias de estilo que resultan del uso de las figuras son obvias y muy numerosas en Safo. Por ejemplo, por medio de la repetición139, cuando la novia le dice a su virginidad:
Virginidad, virginidad, ¿adónde, abandonándome, te
has marchado?
y ella le responde con la misma figura:
Nunca más volveré a ti, nunca más volvere140.
Esto posee más encanto que si se hubiera dicho una sola vez y sin la figura. Sin embargo, la repetición parece haber sido inventada especialmente para dar energía al estilo. Pero Safo sabe emplear la energía más apasionada con cierto encanto.
141. Algunas veces ella consigue efectos graciosos con el uso de la anáfora, como cuando habla de la estrella vespertina:
Oh estrella de la tarde, tú lo traes todo,
dice, tú traes la oveja, tú traes la cabra,
tú traes el hijo a la madre141.
Aquí el encanto está en la palabra «traes», que se refiere siempre a la misma persona.
142. Muchas otras gracias de estilo se podrían citar. También resultan, por ejemplo, de la elección de palabras o por la metáfora, como en la descripción de la cigarra:
Derrama de sus alas una sonora canción, cuando
ella toca su canto, que vuela sobre la ardiente oscuridad142.
143. O a través de [...] un nombre compuesto y ditirámbico:
Oh Plutón, soberano de negras alas,
haz esto terrible más que las alas...143.
Estos juegos de lenguaje son más propios de la comedia y de la poesía satírica.
144. O también por una expresión común, como cuando Aristóteles dice: «cuando más centrado estoy en mí, tanto más enamorado me siento de los mitos»144; a través de palabras derivadas, como escribe en el mismo pasaje: «Cuanto más solitario y concentrado estoy, tanto más enamorado me siento de los mitos». La palabra «concentrado» tiene un carácter más común, pero la palabra «solitario» está formada sobre «solo».
145. Muchas palabras tienen un encanto, cuando son aplicadas a una cosa especial, como en: «Este pájaro es un adulador y un canalla»145. Aquí la gracia viene de que uno se mofa de un pájaro como si fuera una persona y porque se aplican al pájaro nombres desacostumbrados. Tales gracias de estilo proceden de las palabras mismas.
146. También de la comparación surge la gracia, como cuando Safo dice de un hombre incomparable:
Sobresaliente, como el cantor de Lesbos entre los extranjeros146.
Pues aquí la comparación más que grandeza produjo gracia, aunque hubiera podido decir sobresaliente como la luna entre los demás astros o como el sol más brillante, o usar otras comparaciones más poéticas.
147. Sofrón emplea también la misma figura, cuando dice:
Mira, tantas hojas y briznas arrojan los niños sobre
los hombres, como dicen, querida amiga, que los troyanos
arrojaron con barro sobre Ayante147.
La comparación es graciosa, pues se burla de los troyanos al tratarlos como niños.
148. Hay un encanto propio de la poesía de Safo, conseguido por medio de la metabolḗ. Después de haber dicho algo, lo modifica, como si cambiara su pensamiento; por ejemplo:
Elevad hacia lo alto el techo, carpinteros,
el esposo avanza semejante a Ares, más
alto que un hombre de elevada estatura148.
Ella se interrumpe a sí misma, porque había empleado una hipérbole imposible y porque ningún hombre es igual a Ares.
149. La misma figura se halla en las palabras de Telémaco: «Dos perros estaban atados delante del patio y puedo incluso decir sus nombres, pero, ¿qué sacaría yo con decirte sus nombres?»149. Pues éste, cambiando su pensamiento en medio de la frase y callándose los nombres, hace una broma.
150. Igualmente la cita del verso de otro escritor puede tener cierto encanto. Aristóteles, en alguna parte, mofándose de Zeus, porque no fulmina con el rayo a los malvados, dice:
Pero derriba su propio templo y ‘a Sunion promontorio de Atenas’150
Parece en verdad como si no fuera de Zeus de quien se mofara, sino de Homero y del verso homérico, y esto hace que el encanto sea mayor.
151. Algunas alegorías encierran también cierta chismorrería, como en la frase: «Delfios, vuestra perra lleva un niño en su vientre»151, o las palabras de Sofrón sobre los ancianos: «Aquí estoy con vosotros, hombres de cabellos del mismo color que los míos, dispuesto a hacerme a la mar, esperando un viento favorable para la navegación, pues las áncoras para hombres de nuestra edad son pesadas»152. Y sus alegorías sobre la mujer, cuando habla de peces, «crustáceos y dulces moluscos, golosina de las mujeres viudas»153. Tales cosas son de mal gusto y demasiado parecidas al mimo153.
152. Hay también cierto encanto en lo inesperado, como cuando el Cíclope dice:
El último me comeré a Nadie154.
Pues tal regalo de hospitalidad no lo esperaban ni Odiseo ni el lector. Y Aristófanes escribe de Sócrates:
Él derritió primero cera y después tomó un compás
y robó un manto de la palestra155.
153. La gracia procede aquí de dos fuentes. No sólo se añade algo inesperado, sino que no tiene relación alguna con lo que precede. Esta falta de relación se denomina gríphos (adivinanza). Un ejemplo de esto es, en Sofrón, Bulias en su entrada en escena como orador, pues no dice nada coherente consigo mismo, y otro en el prólogo de Menandro en su obra La mujer de Mesenia156.
154. Con frecuencia miembros semejantes producen cierta gracia de estilo, como cuando Aristóteles dice: «Yo fui desde Atenas a Estagira a causa del Rey, el grande, y desde Estagira a Atenas a causa de una tormenta grande»157. Al terminar los dos miembros con la misma palabra consigue un cierto encanto. Si quitas en el segundo de los miembros la palabra «grande», desaparecerá también la gracia.
155. Algunas veces reproches velados son semejantes a las gracias de estilo. Por ejemplo, en Jenofonte158, Heraclides, que se aproxima a cada uno de los comensales y le persuade para que dé a Seutes lo que pueda. Esto muestra cierto encanto y a la vez son reproches velados.
156. En efecto, tantas son las gracias que dependen del lenguaje y sus fuentes. En los temas las gracias se consiguen con el uso de un proverbio, pues por naturaleza un proverbio es un tema gracioso. Sofrón, por ejemplo, dice: «Epioles, que ya apioló a su padre»159, y en otro sitio: «Pintó al león a partir de la garra; pulió un cucharón; peló un comino»160. Emplea dos o tres proverbios sucesivamente para que se multipliquen los encantos de su estilo. En efecto, casi todos los proverbios existentes se pueden escoger de las obras de Sofrón.
157. Una fábula introducida a su debido tiempo es muy graciosa, sobre todo la que es sobre un tema conocido, como cuando Aristóteles escribe de un águila que «murió de hambre curvando el pico y que ella sufrió esto porque en otro tiempo, siendo hombre, cometió injusticia con un huésped»161. Él emplea en verdad una fábula conocida generalmente.
158. También podemos formar muchas fábulas apropiadas y convenientes a nuestro tema. Como aquel que hablando del gato dice que [...] el gato mengua y engorda con la luna y luego añade de su invención que: «de ahí la fábula de que la luna engendró al gato»162. La gracia no estará sólo en la invención, sino que la fábula por sí misma muestra cierta gracia al hacer al gato hijo de la luna.
159. Muchas veces también la gracia en el estilo resulta de una confusión por miedo, como cuando uno siente miedo sin motivo hacia una correa por confundirla con una serpiente, o la boca de un horno con un abismo en la tierra. Tales situaciones son más bien propias de la comedia.
160. También las comparaciones son graciosas, como si tú comparas un gallo a un persa163 porque éste lleva turbante empinado; y a un rey por el color purpúreo de su ropa o porque nosotros saltamos, cuando canta el gallo, como si hubiera gritado el Rey y sentimos miedo.
161. Las gracias en la comedia surgen del empleo de las hipérboles. Cada hipérbole es algo imposible, así Aristófanes dice de la voracidad de los persas que: «Asaban bueyes al horno en lugar de pan»164. Y otro escritor escribe de los tracios que: «Medoces, su rey, llevaba un buey entero en su mandíbula»165.
162. De la misma clase son frases como: «más sano que una calabaza», «más calvo que un cielo sin nubes»166 y las de Safo:
sus cantos eran más dulces que los sones
de un arpa lidia, más dorados que el oro166.
El encanto de todas estas expresiones [diferentes como son unas de las otras] se encuentra en el uso de la hipérbole.
163. Lo ridículo y lo gracioso son diferentes, en primer lugar, por su temática. Temática de lo gracioso son los jardines, las ninfas, los amores, que no producen risa. Ridículos son Iro y Tersites167. En realidad ambas cosas pueden ser tan diferentes como Tersites lo es de Eros168.
164. Se diferencian también por el léxico. Pues lo gracioso se acompaña de adorno y palabras bellas, que son las que, sobre todo, producen el encanto. Por ejemplo: «La tierra de abundantes coronas se llena de colores»169 y aquello de «golondrina aceitunada»170. Lo ridículo emplea palabras vulgares y comunes, como en la frase: «cuanto más solitario y concentrado estoy, tanto más enamorado me siento de los mitos»171.
165. Además, lo ridículo se desvanece con el adorno del estilo y en lugar de producir risa produce asombro. No obstante, se deben emplear las gracias de estilo con moderación. El adornar lo ridículo con la expresión es como hermosear un mono.
166. Por eso Safo, cuando canta a la belleza, lo hace con palabras bellas y dulces. También cuando canta al amor, a la primavera y al martín pescador. Cada palabra bella está bordada en su poesía y algunas palabras las creó ella personalmente.
167. De forma diferente se mofa del novio rústico y del portero en la boda. Entonces emplea expresiones más vulgares y palabras más de la prosa que poéticas, de tal modo que estos poemas suyos son más para ser hablados que cantados. No se adaptan a la danza o a la lira, a no ser que existiera un coro conversacional.
168. Sobre todo, ambos tipos de estilo se diferencian en su intención, pues no son iguales los propósitos del escritor gracioso y del bromista, sino que el uno quiere alegrarnos, mientras el otro hacernos reír. Y nuestras reacciones son diferentes: risa en un caso y elogio en el otro.
169. También por los lugares donde se dan son diferentes. Pues también allí, en el drama satírico y en la comedia, se dan juntas las artes de la risa y de la gracia. La tragedia acepta con frecuencia las gracias de estilo, pero la risa es su enemigo. Uno no podría imaginar una tragedia que nos hiciera reír, puesto que escribiría un drama satírico en lugar de una tragedia.
170. A veces, personas sensatas usan las bromas en momentos oportunos, como en las fiestas y los banquetes, así como para increpar a los hombres de vida fácil. Como: «El saco de harina que brilla de lejos»172, la poesía de Crates173 y «el elogio de la sopa de lentejas», que uno puede leer en una reunión de personas de vida licenciosa. Tal es el carácter en su mayoría de los Cínicos. Tales bromas hacen el papel de máximas y de proverbios.
171. Una indicación del carácter de una persona son sus chistes; éstos pueden indicar falta de seriedad o libertinaje. Como uno que ofrecía el vino que había sido derramado en tierra con las palabras: «Peleo en lugar de Eneo»174, pues la antítesis sobre los nombres propios y premeditación denuncian una frialdad de carácter y una mala educación.
172. En las burlas hay una cierta comparación, pues la antítesis es ingeniosa. Se pueden emplear comparaciones como: «Una klēmatís egipcia» significa un hombre grande y negro, y «carnero de mar» un estúpido en el mar175. Se pueden usar expresiones de este tipo, pero, si no podemos quedarnos en eso, deberemos de huir de las burlas como si fueran ultrajes.
173. Las palabras que llamamos hermosas contribuyen también a un estilo gracioso. Teofrasto las define así: «La belleza de una palabra es lo que agrada al oído o al ojo o lo que es apreciado por el pensamiento»176.
174. Son expresiones agradables a la vista: «de color rosa», «de piel fresca como las flores». Todo lo que es agradable de ver, es también bello al pronunciarlo. Agradables al oído son nombres como: Kallístratos y Annoṓn, pues el choque de la doble «l» es sonoro y también el de las dos «n».
175. Y, en general, por eufonía los escritores áticos añaden una «n» diciendo Dēmosthénēn y Sōkrátēn176a. Hay palabras que por su pensamiento son más apreciadas, como archáioi (antiguos) que es más noble que palaiói (viejos), ya que la palabra archáioi es más apreciada.
176. Entre los músicos se dice que una palabra es «suave», «áspera», «bien proporcionada» o «enfática». Una palabra suave está compuesta sólo o principalmente de vocales, por ejemplo: Áias. Bébrōke177 es una palabra áspera y su misma aspereza es debida a que su sonido imita la acción que expresa. Una palabra es bien proporcionada, cuando participa de los dos caracteres y mezcla por igual las letras.
177. El énfasis de una palabra es
debido a tres cualidades: a la amplitud de su pronunciación, a la
longitud de sus sílabas y a su forma. Bront178 por
brontḗ puede ser un ejemplo. Su aspereza la
debe a la primera sílaba y su longitud a la segunda por la vocal
larga; la amplitud por ser un dorismo, pues los dorios acostumbran
a abrir las vocales. Por esto las comedias no se escriben en dorio,
sino en un ático agudo. El dialecto ático tiene cierto carácter
terso y popular y por eso es apropiado a tales bromas.
178. Todas estas cosas han de ser discutidas unas junto a otras en otra ocasión. De las palabras mencionadas sólo las suaves deben ser empleadas por poseer cierta elegancia.
179. El estilo elegante se deriva también de la composición, aunque no es fácil hablar de este estilo. Pues ninguno de los escritores anteriores ha hablado de la composición elegante, sin embargo, yo voy a tratar de hacerlo lo mejor que pueda.
180. En verdad, cierto placer y gracia se producen si construimos nuestra composición con metros enteros o medios. Desde luego, no de forma que los metros sean aparentes cuando las palabras estén unidas, sino que, si uno divide la frase en partes, y las analiza, sólo entonces podamos descubrir por nosotros mismos que son metros.
181. E incluso si hay sólo una simple cadencia métrica tendremos el mismo efecto agradable. La gracia de tal placer penetrará en nosotros sin darnos cuenta. Este tipo de composición se halla sobre todo en los Peripatéticos, en Platón, Jenofonte y Heródoto; quizá también con frecuencia en Demóstenes, sin embargo Tucídides lo evita.
182. Como ejemplos de esto se podrían tomar los siguientes; Dicearco, por ejemplo, dice: «En Elea de Italia, siendo ya un hombre anciano de edad avanzada»179, en donde las finales de los dos miembros poseen una cierta cadencia métrica, pero permanece oculta a causa de la estrecha unión de las palabras, y así se produce un gran placer.
183. La elegancia de Platón se debe muchas veces al ritmo, que se alarga en cierto sentido y que no tiene base ni amplitud fijas. La primera hace al estilo sencillo y vigoroso y la segunda elevado. Sus miembros parecen que resbalan unos sobre otros, sin ser absolutamente métricos ni no métricos, como, por ejemplo, en el pasaje sobre la música, cuando dice: «Decíamos hace un momento»180.
184. Y de nuevo: «Tarareando sones y deleitándose en la canción pasa su vida entera»180, y después: «En primer lugar, si tuviera un síntoma de cólera como el acero lo ablandaría»181. Así la expresión es claramente elegante y suena a canción. Pero si cambiando el orden dijeras: «Lo ablandaría como el acero» o «él pasa entera la vida», privarías al pasaje de su gracia, que reside únicamente en el ritmo y no en el pensamiento ni en el léxico.
185. Platón emplea de nuevo un ritmo delicioso, cuando habla de los instrumentos musicales: «Te queda la lira en la ciudad»182. Si cambiando el orden dijeras: «en la ciudad te queda la lira», harías lo mismo que si cambiaras el ritmo. Y añade: «Y por el contrario, para los pastores en los campos habría una especie de siringa»182. A causa, pues, del alargamiento y de la amplitud de las sílabas, ha imitado en cierto modo muy graciosamente el sonido de una siringa. Esto será obvio a uno que diga la frase, después de cambiar el orden de las palabras.
186. En relación con la elegancia en la composición baste con lo expuesto, pues el tema es difícil. Se ha tratado de las características del estilo elegante, en dónde y cómo se origina. Y así como junto al estilo solemne se encuentra el frío, del mismo modo junto al estilo elegante se halla el contrario, y a él le doy el nombre común de «afectado». Éste, como todos los demás, se da en tres sitios.
187. En el pensamiento, como cuando uno dice: «El Centauro cabalgando sobre sí mismo»183, y cuando uno, al oír que Alejandro quería participar en las carreras de Olimpia, dijo: «Alejandro, corre a lo largo del nombre de tu madre»183 (es decir, Olimpiade).
188. Se podría dar también en las palabras, como: «Reía en algún lugar la rosa de dulce color»184. La metáfora «reía» no es en absoluto apropiada y, ni siquiera en poesía, un hombre en su sano juicio podría usar un compuesto como «de dulce color» (hēdýchroon); o como dijo uno: «el pino silbaba con las suaves brisas»184. De esta forma en relación con el léxico.
189. La composición es afectada cuando es anapéstica185 y parecida sobre todo a medidas métricas quebradas y poco dignas, como son por su carácter blando los sotadeos, por ejemplo: «Habiéndote secado con calor, cúbrete»186 y
Agitando la lanza de fresno del monte Pelión en su hombro derecho186,
en lugar de
Agitando del monte Pelión la lanza de fresno en su hombro derecho187.
El verso cambiado, cuánto se parece a aquellos hombres que según los escritores de fábulas fueron transformados en mujeres. Todo esto sobre el estilo afectado.