Hay un auto blanco en esta historia. El modelo es impreciso, la patente no existe, pero los alumnos del Pedro Prado hablan de un auto que días antes de que desapareciera Daniela estaba rondando el liceo. Un auto blanco y nuevo, conducido por un hombre al que ninguno sería capaz de describir.
Ximena buscó ese auto, buscó a ese hombre y buscó, también, al hombre del que se enamoró Daniela. Trató de recordar alguna conversación, se juntó con Pablo para saber si él tenía más información, pero ninguno de los dos sabía de esa historia. Sin embargo, insistieron. Siguieron pegando la imagen fotocopiada de Daniela en todos los lugares posibles, a pesar de que muchas veces se encontraron con que la gente la rompía o la rayaba, el rostro tirado en el piso, arrugado, en la tierra. Muchas veces fueron a Carabineros, pero nunca hubo respuesta, nunca hubo avances en la investigación.
La única vez que estuvieron cerca de saber algo fue esa tarde en que apareció en la casa de Ximena el carabinero a cargo de la investigación. Ellos terminaban de pintar un lienzo con el nombre de Daniela, que colgarían afuera de la Municipalidad de Iquique, cuando llegó el carabinero —que se presentó como Ernesto— y pidió conversar con el dueño de casa. Solo estaban ellos. Él dijo, entonces, que volvería más tarde, pero Ximena lo encaró. Le dijo que estaban cansados de buscar a Daniela y que nadie hiciera nada. Pablo quedó mirándola, sorprendido. Intentó detenerla, pero ella siguió.
¿Cómo no van a saber dónde está? Nos mienten. Se están burlando.
Baje la voz, primero que todo, le dijo el carabinero y le pasó una carpeta: ahí está toda la investigación.
Ella la abrió y empezó a ver las hojas.
Dile a tu familia que la lea para que se convenzan. Tu prima y las demás niñas se fueron de la casa porque no aguantaban más miseria. Ustedes lo saben, dijo, saben que están abandonados y que por eso se van. Ustedes también se irán. Yo los entiendo. No las busquen más. Ellas están bien. No pierdan el tiempo.
El hombre se dio media vuelta y salió de la casa.
Al día siguiente, cuando Pablo y Ximena iban saliendo hacia Iquique para colgar el lienzo con la cara de Daniela, la mamá de una de las niñas dijo que había recibido un llamado telefónico de su hija. Fue un llamado rápido, entrecortado. La niña dijo que estaba en Tacna, que unos hombres la habían llevado, que no la dejaban salir, que tenía miedo, y después se hizo un silencio largo y la llamada se cortó.
Los familiares de las niñas fueron donde el alcalde Soria para exigirle que las ayudara. Se encadenaron a las afueras de la Intendencia, un par de periodistas fuimos a cubrir la noticia, pero no hubo ninguna respuesta: ni el alcalde, ni los tribunales, ni el suboficial mayor a cargo de la investigación, que se encontraba en ese momento en Santiago entregando los informes que su equipo había logrado armar, después de meses de trabajo, fueron capaces de responder a las familias. Ninguno, tampoco, se interesó en el llamado de esa niña. Podía ser cualquier niña, podía ser un invento de esa madre.
Tres días después, una mujer que recorría los basureros de Alto Hospicio para recolectar cartones encontró otra mochila en la que había cuadernos y ropa de colegio. Era una mochila rosada. La llevó a Carabineros, pero nadie la quiso recibir.
A la mañana siguiente de que Carabineros anunciara en la prensa los resultados de la investigación y diera por cerrado el caso, Ximena desapareció.