CAPÍTULO ONCE
Anakin corrió hacia la chatarrería. Afortunadamente, Watto estaba fuera en un negocio inesperado, de última hora, y no se había llevado su speeder. Era una cosa vieja apaleada, pero Anakin se había asegurado de que no hubiera un speeder más rápido en Tatooine.
Lo llevó a través de las calles oscuras, girando por la parte trasera del Emporio de Comida Galáctica de Mos Espa.
Los jawas y scurriers estaban buscando entre la basura tras el mercado. Difícilmente prestaron ninguna atención mientras Pala, Kitster, Arawynne, y los niños ghostling corrían fuera de las sombras y saltaban a la parte trasera del speeder.
Anakin lanzó unas viejas mantas sucias sobre ellos, unas que normalmente usaban para mantener el sol lejos de la chatarra de Watto.
Le dio a los propulsores.
Justo mientras aceleraba por el callejón, la puerta trasera del mercado se abrió. Un par de cazadores de esclavos estaban allí: feroces rodianos con blásters pesados.
Soltaron una salva de fuego de bláster. Un rayo atravesó la carcasa de la parte trasera del speeder mientras Anakin giraba la esquina.
Anakin se dio cuenta sombríamente de que Watto probablemente nunca se percataría de otro agujero en su speeder. Se disparó a través de las calles de Mos Espa, fue al desierto abierto, y apretó el acelerador.
El speeder zumbó, sonando sobre la arena.
Rebotaba con cada subida y bajada de las dunas. Las estrellas esta noche brillaban ferozmente brillantes.
Pasó por las arenas del desierto con su luz apagada. El speeder gritó pasando un par de Exploradores Tusken que montaban un único bantha.
Pronto se acercó a la Roca Bantha, una enorme piedra roja que sobresalía del suelo en los cañones. En la oscuridad, la roca parecía más un bantha gigante que nunca.
Anakin miró arriba, buscando entre las estrellas las luces de naves. En la distancia, vio las luces de aterrizaje parpadeando de enormes cargueros y otras naves que se hundían hacia el espaciopuerto de Mos Espa.
Pero no vio ninguna nave cerca. Ninguna nave aterrizando, nada despegando. Suponía que era una buena señal. Quizás los contrabandistas estaban esperándoles.
O quizás nunca vinieron en primer lugar.
Encendió las luces del speeder. Pasaron por la oscuridad como un rayo en una tormenta de arena de verano.
Delante de él vio a una mujer mayor junto a un montón de rocas. Jira se levantó y les hizo un gesto con la mano.
Pala salió de debajo de la lona y miró alrededor. Jira estaba sentada sola en la pila de rocas. Pala no podía ver ninguna señal de la nave de un contrabandista.
—¿Están aquí aún? —preguntó Pala.
Jira sacudió su cabeza.
—Sólo vienen cuando les señalo que estamos preparados. Y tenemos un problema: no pude conseguir dinero suficiente.
El corazón de Pala se hundió. Había pasado por todos los problemas para liberar a los niños ghostling. Había sido capturada y casi asesinada. ¿Pero para qué?
Dorn se había ido, uno de sus mejores amigos, junto con un niño ghostling.
—¡Yo tengo algo de dinero! —gritó Anakin. Pala no podía imaginar que Annie tuviera ni de cerca suficiente. Pero de repente él extendió el brazo hacia su túnica y bolsillos y empezó a sacar monedas de una docena de mundos.
—Annie —preguntó Jira—, ¿de dónde has sacado esto?
—Eh, digamos que lo encontré en las tuberías.
Jira cogió un puñado de monedas y las miró de cerca.
—¿Será suficiente? —preguntó Pala.
—Los contrabandistas no son particulares —dijo Jira—. Sí, estará bien. Hay más que suficiente.
Las palabras no podían expresar lo sorprendida que estaba Pala por la visión del dinero de Anakin, o lo aliviada que se sentía. Ella corrió hacia él y le dio un abrazo. Ahora sería libre… si los contrabandistas aparecían.
Los otros niños reptaron fuera de debajo de las mantas y se quedaron en las cálidas arenas del desierto. Los ghostlings aún brillaban con su propia luz especial. Incluso embarrados y sucios, eran hermosos. Pero Kitster parecía miserable. Se quedó curvado, preocupado por Dorn.
Jira fue a la roca y alzó un pequeño bastón de luz. Lo alzó alto por encima de su cabeza y lo encendió, entonces lo balanceó en un lento círculo. Lo apagó, por un segundo, entonces repitió el movimiento dos veces más.
Cuando terminó, los propulsores de una nave espacial se volvieron visibles, altos sobre la Roca Bantha. Llamas azules estallaron de sus puertos de escape, y la nave se alzó desde un revoltijo de rocas, donde había estado oculta del ojo desnudo.
Por un momento surcó el aire, buscando por todo el mundo como una estrella fugaz. Entonces viró de vuelta hacia ellos, un carguero corelliano maltrecho hundiéndose para aterrizar.
Sólo cuando la nave tocó tierra y la escotilla se abrió Pala empezó a darse cuenta de que iba a lograr salir de esta con vida.
Pala abrazó a Anakin de nuevo y rompió a llorar de alivio y tristeza… alivio de que fuera a vivir, tristeza porque sabía que nunca volvería a ver a Anakin.
Un enorme hombre corrió desde la escotilla del carguero y se quedó en la rampa de desembarco, un hombre con pelo largo oscuro que fluía sobre sus hombros. Las luces de carga rojas en la escotilla ejercían un brillo espeluznante sobre él. Llevaba un par de blásters pesados… uno atado a cada pierna.
Miró a Jira y a los niños. Él sacudió su cabeza maravillado.
—¿Tenéis el dinero?
Pala había esperado que su voz fuera dura, ya que tenía el aspecto de un criminal duro. Pero en su lugar era suave, casi amable.
—Sí —dijo Jira. Ella cogió una bolsa de monedas, los ahorros de cada esclavo de Mos Espa, y se la dio. El contrabandista no miró en la bolsa. Meramente la sopesó pensativo.
—Bastará —dijo él. Contó a los niños—. Puedo apretarlos a todos a bordo… a duras penas.