CAPÍTULO DOS
Jira estaba en el aire caliente de Tatooine, un trapo azul atado alrededor de su pelo gris trenzado, entornando los ojos a los que pasaban y gritando:
—Fruta. Consiga su fruta aquí. —El pequeño toldo sobre su stand no le proporcionaba la suficiente sombra para que se quedara dentro.
Los jawas, granjeros de humedad, y criaturas de cientos de mundos pasaron junto a ella. Se dirigían hacia las frías y oscuras cantinas, refugiadas de los soles gemelos de Tatooine.
Anakin corrió hacia su stand desvencijado.
—Hola, Annie —dijo Jira en voz alta—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Anakin trató de ocultar la desesperación en su voz mientras susurraba:
—Necesito ayuda. ¡Pala y Dorn y Kitster han sido capturados con los niños ghostling!
El aliento de Jira se quedó atrapado en su garganta, y ella dio una pequeña tos de sorpresa. Miró alrededor, como si buscara un lugar para sentarse. Anakin podía ver la esperanza y la alegría irse de sus ojos, como si la acabara de golpear.
—Oh —dijo ella en voz alta, para cualquier viandante que pudiera estar escuchando—. Tú quieres algo especial. Creo que tengo uno en casa.
Cerró su pequeño stand de fruta, y Anakin la siguió a través de las calles polvorientas hacia su cuarto. Rodearon a un droide que estaba limpiando tras un dewback, entonces pasó a un par de baragwins musculados que estaban luchando en la calle mientras la gente hacía apuestas sobre el resultado.
Mientras caminaban con propósito, un altavoz colocado junto a una torre vaporizadora cercana anunció:
—Habrá una ejecución de esclavos al ponerse los soles esta noche, en la arena. Se invita al público a asistir. Reserva tu asiento ahora… ¡sólo cinco wupiupi!
Anakin trató de no revelar la profundidad de su miedo. Sabía lo que estaba ocurriendo.
Alcanzaron el pequeño cuarto de Jira. Anakin estaba de nuevo aturdido por lo estéril que era.
Tan pronto se cerró la puerta, Jira se giró con una expresión triste.
—Annie, eres un buen chico. —Anakin asintió. Podía decir que tenía malas noticias—. Tú y tus amigos habéis tratado de hacer lo correcto —dijo Jira—. Y por eso, tus amigos pueden tener que pagarlo con sus vidas.
—No quiero escuchar esto —dijo Anakin.
—Tienes que escucharlo. Hay una nave viniendo esta noche, en menos de cuatro horas. Se suponía que iba a llevarse a los niños ghostling. Ahora creo que tú deberías ir, en su lugar.
—¡No! —dijo Anakin. No podía soportar el pensamiento de dejar morir a sus amigos.
—Te estoy diciendo esto por tu propio bien. No queda nada que puedas hacer.
—Tú eres la que nos dijo que tuviéramos esperanza —dijo Anakin—. Tú eres la que dijo que siempre había esperanza.
Jira sacudió su cabeza tristemente.
—No conseguí el dinero —admitió ella—. Tengo parte, pero no lo suficiente ni de cerca. Quizás si les damos el dinero que tengo, los contrabandistas te llevarán a ti, en su lugar.
Anakin la miró ferozmente. Sus ojos se sentían como si estuvieran ardiendo, y él luchó contra las lágrimas.
—Consigue el dinero —dijo él—. De cualquier forma que puedas. Y prepárate para la puesta de los soles. Estaré preparado. Y así lo estarán mis amigos.