Capítulo 11

El fuego explotó a su alrededor. Alcanzó los árboles y llenó el aire con la peste de la brea ardiente, manaba en olas líquidas sobre la nieve y dejaba el suelo ardiendo lentamente a su paso. Ayaan se tiró de rodillas con los brazos sobre la cabeza cuando la segunda explosión impactó en la carretera, una tercera, fuego por todas partes y el ruido, una cuarta, el ruido la estaba martilleando, el aire retemblaba por el ruido. Veía las agujas de los pinos levantarse del suelo como si hubieran cogido el planeta y lo estuvieran sacudiendo.

Rodó sobre su espalda y se deslizó en un agujero, un pequeño hueco de nieve donde una piedra se había hundido en la tierra. Alargó una mano y tiró de Nilla. Ésta hizo ademán de hablar, pero Ayaan le indicó con la cabeza que no lo hiciera. Echó un vistazo por un lado de la roca y vio el helicóptero en el aire, no lo bastante cerca para tocarlo, aunque eso era sólo a causa de su pobre percepción visual de la profundidad, la incapacidad de sus ojos muertos de enfocar como era debido. El helicóptero estaba en el aire sobre el vagón de carga, blanco y naranja, y las momias se asomaron por la puerta de la tripulación. ¡Momias, en el nombre del Profeta! ¿Querían venganza? ¿Buscaban venganza por las cuarenta y nueve momias que había matado en Chipre?, se preguntó, y entonces hubo más explosiones, brillantes flores que se abrían sobre su cabeza, fuego y humo.

Su cerebro rebotaba dentro su cráneo como un animal intentando escapar. Se abrazó con fuerza y bajó la barbilla. Se hizo pequeña. El vestido de Nilla estaba manchado, echado a perder, las dos estaban empapadas de nieve derretida y salpicadas de rescoldos, algunos todavía ardiendo. Ayaan se sacudió las ascuas de la chaqueta, se pasó los dedos por el pelo para quitárselas. El helicóptero se quedó en el aire. Los rifles comenzaron a devolver el fuego desde tierra, los fanáticos vivos disparaban al helicóptero, pero el piloto sabía cómo mantenerse fuera del alcance. ¿Dónde estaban las ametralladoras? Ella misma había inspeccionado las ametralladoras del calibre 50 del vagón de carga, las había desmontado y limpiado durante el largo viaje, cuando se había alegrado de tener algo que hacer, cualquier cosa para acabar con el aburrimiento. ¿Dónde estaban?, ¿por qué no devolvían el fuego? Tenían alcance de sobra.

El helicóptero de asalto debía de haberlas eliminado. Inteligente. Nilla empezó a subir, agarrándose a un lado de la roca, pero Ayaan la bajó de nuevo. Estaban sólo a unos cuatro metros de la carretera, de la columna. Aun cuando las momias no les dieran, la columna podía hacerlo, tenía que dar la vuelta. Era el único movimiento lógico. La columna tenía que dar media vuelta.

¿Dónde estaba Erasmus? ¿Dónde estaba el camión? No lo había visto en días, lo habían enviado a una misión especial, pero lo necesitaban ahora. La columna tenía que dar media vuelta. Unos quinientos metros más atrás habían pasado junto a un estrecho desfiladero; no sería fácil, pero la columna tenía que dar media vuelta y dirigirse a la relativa seguridad de las paredes de piedra. ¿Dónde estaba Erasmus? La columna podría moverse mucho más rápido, podría darse la vuelta mucho más rápido con el camión, los fanáticos rezagados podían subirse atrás, podían colgarse de los lados.

El Zarevich no iba a hacer dar la vuelta a la columna. La columna seguía avanzando penosamente, arrastrándose a cinco kilómetros por hora como si no hubiera tenido lugar un ataque, manteniendo el rumbo como si nada hubiera pasado.

Otra explosión. Los escombros y los fragmentos de metal volaban como dagas, y las partes de cuerpos también, cuerpos humanos, y no importaba si eran vivos o muertos o no muertos, huesos humanos y carne volaban por encima de la cabeza de Ayaan como una lluvia horizontal de sangre.

¿Dónde estaba el puto camión? Lo oyó antes de verlo, lo vio sólo momentos antes de que pasara rugiendo por encima de su cabeza, las ruedas apenas hacían contacto con la carretera. El barro y las ascuas cayeron por el barranco salpicando la roca. El camión pasó de largo rugiendo, y entonces oyó el siseo y el ladrido característicos de un misil antiaéreo saliendo de su lanzamisiles, y vio el humo del misil, un delgado hilo blanco superpuesto al cielo azul. Abrió la boca, exultante, emocionada, y gritó de alegría cuando el misil dio un giro perfecto en el aire, volviéndose directamente a por el helicóptero que se daba a la fuga. Algo cayó por el lado del helicóptero cuando se ladeó para intentar zafarse de la persecución. Algo cayó y se balanceó en una cuerda como si fuera una araña.

Era Sarah.

Ayaan estaba demasiado lejos y el helicóptero se movía demasiado deprisa para verla bien. Pero no usó los ojos. Sintió la energía, tan familiar como el vello de detrás de sus propios brazos, una energía con la que había vivido durante años, desde mucho antes de que hubiera comprendido que esa energía existía y se podía percibir con los sentidos adecuados. Conocía esa energía.

Era Sarah.

El grito de alegría murió en su garganta y se cogió los dientes, literalmente se metió la mano en la boca y se cogió la mandíbula inferior, aterrorizada. En cualquier momento el misil AA colisionaría con la estructura del helicóptero, atravesaría el blando aluminio del fuselaje, se metería dentro y luego estallaría, su cabeza explosiva se descompondría en un millón de partículas de metralla, cada una con su propia trayectoria, su propia resolución balística; habría suficientes para hacer trizas a todas las personas que hubiera en el helicóptero. No quedarían más que trozos, trozos de carne arrancados y ensangrentados e irreconocibles.

—Sarah —graznó Ayaan.

—¿Ésa es Sarah? —preguntó Nilla, con la cara demudada por la confusión.

Ayaan se puso en pie y salió del barranco, de vuelta a la carretera. El helicóptero se había hundido entre los árboles y el misil AA lo seguía detrás. El pecho de Ayaan se convulsionó y salió de ella un eructo horrible que apestaba a cosas muertas. El misil rozó las copas de los árboles y explotó inofensivamente detrás del helicóptero a la fuga.

Bien. Sarah estaba a salvo. Ayaan no exhaló aliviada. Ella ya no respiraba. Pero su cuerpo se hundió. Se relajó un poco. Bien.

Salvo… si Sarah estaba atacando al Zarevich, entonces… entonces… Sarah era… Sarah había elegido… Sin saberlo, Sarah se había vuelto contra… contra Ayaan, quien de algún modo no explícito se había puesto del lado del lich ruso.

Lo entendió un instante más tarde, pero eso no la ayudó. Sarah tenía que saberlo, de algún modo había descubierto que la propia Ayaan ahora era un lich. Sarah había atacado específicamente con el propósito de higienizar a Ayaan. Salvo que había fallado.

Y salvo por el hecho de que Ayaan no quería ser higienizada. Siempre había creído que cuando llegara el momento suplicaría por una bala en la cabeza.

Se arrodillaría en la tierra y se postraría para que se lo dieran. Sólo que ahora, ahora tenía algo por lo que vivir, algo más importante que ella misma. El Zarevich iba a reconstruir el mundo. Ayaan quería ayudarlo.

Sarah estaba luchando contra ellos.

—Por el amor de Dios, mujer, ayúdame —chilló alguien a su espalda. Ayaan se volvió y vio al espectro de verde literal, físicamente, atrayendo necrófagos y fanáticos vivos hacia el vagón de carga, empujándolos hacia los focos de fuego. Cogían brazadas de nieve y las tiraban sobre las llamas. Unos cuantos tenían extintores de verdad y estaban intentando salvar la yurta. Se movían más rápido que los otros, más rápido de lo que se supone que se mueven los seres humanos. El espectro de verde los estaba acelerando. Ayaan echó un vistazo, a los trípodes de las ametralladoras. Uno había desaparecido por completo. Sólo quedaba un cráter en el vagón de carga. El metal fundido goteaba por el borde, formando largos carámbanos plateados.

La otra ametralladora estaba en llamas. Las cajas de munición estaban justo allí. Si las llamas se acercaban, si se calentaban demasiado, miles de balas estallarían a la vez, disparándose en direcciones al azar, atravesarían a los vivos y los muertos del vagón de carga, a todos los fanáticos reunidos a su alrededor, a todo el mundo que estuviera al alcance. Ayaan avanzó y la repelió una ola de fuego que ascendió sobre una ráfaga de viento. Se abalanzó hacia delante otra vez y vio que las cajas ya se estaban quemando. Tenía un segundo antes de ser agujereada completamente. Sin pensar, reunió energía y disparó a las cajas con su poder.

Estúpido, increíblemente idiota, pero funcionó. El fuego no podía existir sin combustible. Las cajas de madera se desintegraron bajo su descarga, la madera se oscureció, volviéndose gris, transformándose en polvo. Los largos cinturones de munición se deslizaron y cayeron por el borde del vagón de carga. No importaba, había apagado el fuego.

Ayaan ajustó su ritmo cuando el vagón de carga pasó sobre una hondonada en la superficie de la carretera. Todavía seguía moviéndose. Ella movió la cabeza en un gesto de impotencia y luego cogió el brazo del espectro de verde.

—Tenemos que detener la columna —le gritó. Él no le respondió lo suficientemente deprisa a su entender—. Déjame pasar para ver al Zarevich. Déjame hablar con él.

—¿Quién eres tú? —preguntó él—. Un mes atrás te castigué por intentar matar a mi señor. ¿Ahora quieres ser su aliada?

No tenía tiempo para aquello.

—Hago lo que me parece mejor.

Él cruzó los brazos sobre la túnica.

—Una política peligrosa en el mejor de los tiempos. No puedes verlo. Ya me ha dado órdenes de que la columna debe seguir adelante. A toda costa.

—Habrá otro ataque. Si fuera yo, tendría una emboscada dispuesta más adelante. Venga. Sé que no confías en mí. Me llamaste perro una vez, un perro que había que tener atado corto. Pero confía en mí ahora. Por favor. Hay mucho en juego.

Él negó con su cabeza de calavera.

—Tengo mis órdenes. ¿Por qué no vas y localizas a Nilla? Asegúrate de que está a salvo.

Ayaan gruñó frustrada y se dio media vuelta. Pero el espectro de verde estaba dispuesto a darle algo.

—Mi nombre es Enni Langstrom —dijo.

Ella se volvió. El espectro de verde la miraba con los ojos entornados, sus ojos hundidos eran estrechas aberturas cargadas de sospecha.

—Mi nombre era Enni Langstrom. ¿De acuerdo? Confío en ti lo bastante para que sepas mi nombre.

Ella asintió, comprendió. Él quería que Ayaan se sintiera parte del círculo íntimo del Zarevich. Quería premiar su lealtad. Estaba dentro.

Ahora sólo necesitaba resolver dónde encajaba Sarah. «Por favor —pensó—. Por favor, Sarah, ríndete. Vete a casa». Miró hacia los árboles que cubrían la montaña como una manta. Sarah tenía que estar por allí, en alguna parte. «Por favor, no me hagas luchar contra ti».

Ayaan siempre había estado dispuesta a sacrificar su vida por una buena causa. Siempre había creído que una vida era un precio muy bajo que pagar por el bien común.

Si llegaba a eso, a disparar una descarga de su oscuridad sobre el cuerpo de Sarah… Si hacerlo significaba preservar al Zarevich y, por lo tanto, la única oportunidad que le quedaba a la humanidad… Si llegaba a eso…

Asintió para sí misma. Entonces lo haría.