Capítulo 19
—¿Sientes el poder aquí? —preguntó el espectro de verde. Su cara atrofiada estaba arrugada con una resplandeciente fascinación. En él resultaba truculento, pero Ayaan comprendió a qué se refería. La curiosidad lo estaba matando; realmente quería saber qué había en el silo del mago.
Ayaan sintió una necesidad menos acuciante de saber y más una profunda cautela. Difusos y enroscados tendones de energía púrpura rezumaban de la estructura de metal. Las varas de la estructura parecían abrasadas, como si hubiera un incendio terrible. Los seis signos de brujería montados alrededor de la puerta del silo quemarían su carne si intentaba entrar.
Patience se adelantó, con la cara todavía húmeda. Todavía no se había derrumbado; era más dura de lo que Ayaan pensaba. Había accedido a ayudarlos sin que insistieran mucho. Quizá tan sólo se alegraba de tener algo que hacer. Acababa de sacrificar una cabra mientras ellos esperaban, algo que le salió de forma natural gracias a la práctica, y ahora hizo movimientos de corte alrededor de cada signo de brujería con la hoja ensangrentada de su cuchillo. Uno a uno se decoloraron, su potente magia se esfumó.
—Ahora la puerta está abierta —les dijo en el tono susurrante que Ayaan asociaba a la manera en que los hombres hablaban dentro de una mezquita. Comenzó a hacerse a un lado para dejarlos pasar, pero luego miró a Ayaan y a Erasmus—. Ella ha sido muy buena conmigo —les dijo. Ayaan no tenía ni idea de quién estaba hablando—. Por favor, no le hagáis daño.
Ayaan se volvió y miró al espectro de verde.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es esta cosa?
Él se encogió de hombros.
—Es un relicario. Supongo.
Ayaan negó frustrada y se acercó a la puerta. Si iba a escupir rayos o incendiar su alma, no había nada que pudiera hacer. Bajó una palanca y una barra se deslizó de la puerta. Se abrió sobre unos chirriantes y oxidados goznes.
Dentro el aire estaba cargado de polvo; no, polvo no, cenizas. Copos de cenizas blancas que se elevaban bajo unos cuantos haces de luz que se filtraban a través de los tablones de las paredes. La ceniza cubría el suelo, una capa tan profunda que a Ayaan le llegaba a los tobillos. Había un tronco seco y quemado, cubierto en un extremo de crestas plateadas como la piel de un cocodrilo, apoyado contra la pared más alejada. Tenía un agujero tallado en el centro de la parte más ancha. Al principio, Ayaan pensó que alguien había tallado un rostro humano en la parte superior del tronco. Pero se agachó al lado y vio piel de verdad, combada y transformada en carbón por el increíble calor.
Se arrodilló sobre la ceniza e intentó quitar parte del hollín y la suciedad para ver mejor la cara, pero parte de la mejilla cayó al primer roce. Estudió el rostro horrorizada y luego bajó la vista. Lo que había tomado por un tronco era lo que quedaba del cuerpo de una mujer. Alcanzaba a distinguir una caja torácica sobresaliendo a través de los trozos carbonizados de carne, podía intuir dónde estarían los brazos y las piernas. Más horrible aún, vio cómo debió de haber sido la mujer antes de que la quemaran viva. Alguien le había abierto el pecho con una sierra y le había sacado el corazón. El agujero que Ayaan había visto era la cavidad hueca en la que estaba su corazón.
Erasmus entró en el silo, la ceniza se pegaba a su brillante pelaje. La herida en el pecho del hombrelobo adquirió un nuevo significado para Ayaan. Había llevado con él a una cabra que balaba y daba patadas mientras la arrastraba. El animal debía de haber comprendido que aquél era un lugar de muerte. Quizá la cabra había estado cerca y había visto al mago quemar a la mujer, años atrás.
—Esto va a ser un poco sucio —le advirtió Erasmus. Ella no se movió. Fuera lo que fuese lo que estaba a punto de suceder, quería estar al lado de la mujer. Era una tarea tétrica, pero Ayaan no sabía de nadie más que pudiera estar allí para sujetar la mano de la mujer muerta, al menos metafóricamente.
Erasmus degolló a la cabra con su garra. Sujetó al animal por el cuello con firmeza mientras se retorcía y ponía los ojos en blanco, y luego lo levantó para que la sangre, que caía como de un globo de agua pinchado, salpicara el pecho de la mujer quemada. Un cuarto largo de la sangre fue directamente al agujero de su corazón.
Cuando la cabra dejó de sangrar, Erasmus la depositó con delicadeza en las cenizas del suelo. Lentamente, la cabra levantó la cabeza, sus ojos eran de un color más oscuro que antes. Se puso en pie sobre patas temblorosas y comenzó a caminar por el silo en busca de carne. Se volvió para mirar a Patience. Ayaan le voló el cerebro con su energía oscura y la cabra se tumbó de nuevo, esta vez para siempre.
—¿Qué se supone que vamos a conseguir con esto exactamente? —preguntó ella.
—La traeremos de vuelta, por supuesto. —Erasmus chupó la sangre que manchaba su garra peluda—. Los viejos, los primeros, son superfuertes. Puedes volarlos en pedazos, incendiarlos…, da igual, siempre pueden volver. No es fácil, y me han dicho que es increíblemente doloroso, pero con tiempo y sangre se puede hacer. No debería de llevar más de un par de meses. Naturalmente, será necesario rehidratar sus células, y eso es un montón de tejido muy dañado que recuperar, pero…
La cara de la mujer se hinchó y se puso pálida en un abrir y cerrar de ojos. Se incorporó y jadeó para inhalar, luego gritó, dolorida y furiosa. Sus brazos se levantaron, totalmente formados a pesar de que seguían negros de hollín, y se llevó las manos a las mejillas, la frente, los ojos. Miró a Ayaan, luego a Erasmus, y por último bajó la vista hacia su propio cuerpo desnudo. Después, desapareció por completo.
Ayaan quería frotarse los ojos, quería parpadear para quitarse lo que fuera que le estaba distorsionando la vista. Pero no, era cierto. La mujer quemada había revivido y luego desaparecido.
El espectro de verde entró dando patadas en el silo.
—¡Erasmus! —gritó—. ¿Dónde está?
El lich peludo sólo pudo levantar el brazo para replicar. A Ayaan le hubiera gustado sonreír al verlos a ambos impotentes. Cerró los ojos y escuchó.
Allí estaba. Ruidos de rozamiento, luego el ritmo acelerado de unos golpes metálicos. Algo no era normal en esos ruidos. Era menos como algo que oía y más como algo que imaginaba, o como si lo estuviera escuchando otra persona en otro sitio, no ella. Ayaan abrió los ojos. Una escalera, justo enfrente, conducía a la parte superior del silo. Levantó la vista y divisó una escotilla oxidada cerrada en la bóveda. Suspirando, Ayaan cerró sus débiles manos en un travesaño de la escalera y se impulsó hacia arriba. Sus extremidades no muertas protestaron de inmediato. Se sentía como si estuviera resbalando, como si fuera a caer de espaldas sobre la tierra apisonada del suelo del silo, pero de todos modos se agarró al siguiente travesaño. Uno tras otro uno tras otro uno tras otro. Cada tanto se paraba, enganchaba los brazos a los travesaños y escuchaba de nuevo, pero no oyó nada más.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó el espectro de verde, asomando sólo su cabeza encapuchada al silo. Ayaan lo ignoró y siguió escalando.
En lo alto, una delgada veta de metal, de unas cuatro pulgadas de ancho, recorría la base de la bóveda. La escotilla que había visto desde abajo estaba justo en lo alto de la escalera, montada sobre esa fina repisa. Ayaan cogió el mango que abría la escotilla y tiró con fuerza, utilizando todo su peso. Con un horrible rugido que sonó como si todo el silo fuera a colapsar a su alrededor, la escotilla se abrió, chirriando, y se coló un chorro de resplandeciente luz en el interior de la bóveda metálica.
La mujer rubia apareció allí como si hubiera salido de la luz. Estaba precariamente agarrada a la fina repisa, su piel pálida reflejaba la luz del sol, su pelo brillaba en un halo irregular alrededor de su rostro. Tenía la marca de un mordisco en el hombro, el único signo de violencia en ella, y un tatuaje negro de un sol radiante en la barriga. No obstante, su brillante silueta se duplicaba por el aura, un aullante vacío de energía oscura más vibrante y a la vez más tenue que ningún otro que Ayaan hubiera visto nunca.
—¿Eres un lich bueno o un lich malo? —preguntó la aparición, y Ayaan sólo fue capaz de ponerse de cuclillas en la escotilla del silo con la boca abierta, preguntándose qué estaba sucediendo. La mujer se inclinó hacia delante y cogió las manos de Ayaan.
—¿Quién eres? —preguntó finalmente Ayaan.
—¿Quién no soy? —contestó la mujer rubia con una sonrisa triste—. En su día me llamé Julie, pero no recuerdo mucho de ella. Ahora me llamo a mí misma Nilla. —Se encogió de hombros—. Me han llamado cosas peores.
Ayaan decidió dejar de lado esa línea de interrogatorio.
—¿Qué te sucedió?
Nilla apartó la mirada un momento, como si estuviera intentando hacer memoria.
—Me quemaron hasta matarme… Supongo que no funcionó. —Se encogió de hombros de nuevo. Ayaan pensó que algo no le funcionaba, algo psicológico. Aunque supuso que el hecho de que un mago se hubiera comido su corazón y la hubieran quemado viva le daba motivos para tener un cierto bagaje psicológico.
—Me dirigía a Nueva York, quería ver a Mael. Estábamos preparando el gran plan. Me paraba donde podía, en cualquier sitio que la gente me aceptara, vivos o muertos. Los ayudaba, si podía, si sentía que se lo merecían. —Abrió los ojos de par en par—. Nunca fui muy buena juzgando personalidades. Un montón de gente intentó matarme, estaba acostumbrada. Aunque nadie había intentando devorarme antes. ¿Sabes lo que es ver cómo te extirpan el corazón? Por suerte, estando muerta, no importa. A fin de cuentas no necesitaba mi corazón. Lo mismo podría haberme sacado el apéndice.
Desde el suelo del silo Erasmus les gritó:
—Señorita, no queremos hacerle daño —insistió él—. Queremos honrarla.
—Él cree que eso es cierto —le dijo Nilla a Ayaan—. Supongo que deberíamos bajar.
—Espera —la detuvo Ayaan, y cogió a la mujer del hombro—. Tengo muchas preguntas más.
Nilla sonrió de nuevo, esa triste, incluso demoledora, sonrisa.
—Nunca he sido muy buena con las preguntas. Primero debes tener unas cuantas buenas respuestas antes de ser buena con las preguntas. —Bajó la vista hasta su mano y luego la puso boca arriba. Tenía una pequeña gota plateada. Por su aspecto podría haber sido una joya en el pasado, pero el fuego la había fundido.
—Coge esto —dijo Nilla con un suave susurro—. Solía llevarlo en la nariz.
Ayaan casi lo dejó caer.
—Así no —la regañó Nilla. Se tocó la aleta de la nariz y le mostró a Ayaan donde estaba perforada—. Era un pendiente. Sarah lo querrá.
Ayaan abrió la boca para hablar, pero Nilla ya estaba bajando por la escalera. Esta vez permaneció visible. Abajo, Erasmus esperaba con una manta tejida a mano que probablemente había encontrado en la granja. Nilla se envolvió en ella agradecida. Cuando el espectro de verde le hizo una reverencia, ella le devolvió el gesto.
—Nuestro señor espera —dijo el lich de la túnica verde—. Él es el…
—Lo sé todo sobre vuestro Zarevich y lo que quiere. Mael Mag Och y yo hablamos de él a menudo. Vamos a hacer realidad sus sueños, ¿os parece?
Ayaan encabezó el camino de vuelta al todoterreno. Mientras Erasmus bailoteaba alrededor de su nueva amiga, parloteando como un cachorro contento, ella sonreía y reía y parecía verdaderamente emocionada por lo que les aguardaba. Sólo cuando vio los cadáveres sin manos ni labios pareció fruncir el ceño, y aun así fue un breve instante. Ayaan supuso que fue la única que se dio cuenta.