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Tecnología, logística y táctica

Desde 1915 hasta la primavera de 1916, la historia de la estrategia de ambos bandos estuvo marcada por la frustración y el fracaso. Para explicar por qué fue así es necesario volver a examinar cómo se libraron las batallas: cómo se llevó a cabo el despliegue de tropas y equipamientos, y qué armas hubo disponibles. El punto muerto al que se llegó en el ámbito de la táctica llevó a uno y otro bando a desarrollar estrategias más despiadadas: a los Aliados a aplicar cada vez más medidas de desgaste, y a los alemanes a seguir con su política en Verdún y a emprender una guerra submarina sin restricciones. Pero esta no fue en ningún momento una situación de equilibrio estático, pues tanto los defensores como los atacantes aumentaron la sofisticación de sus tácticas y el número y la potencia de las armas a su disposición. Se realizaron diversos avances que a partir de 1917 acabarían con el estancamiento. Aquí primero haré hincapié en las condiciones de defensa y ataque en Occidente, y luego en la consideración de hasta qué punto dichas condiciones también fueron válidas en otros lugares.

El Frente Occidental ha sido comparado con la barrera de fortificaciones defensivas del Imperio romano y el Telón de Acero que dividía a la Europa de la guerra fría, pero en realidad no tenía ningún precedente histórico. Las trincheras durante el asedio de Petersburg, en la última etapa de la guerra de Secesión norteamericana, se extendían a lo largo de unos ochenta y cinco kilómetros; pero, al igual que las que rodeaban Mukden (Shenyang) en el curso de la guerra rusojaponesa, fueron finalmente rebasadas. En cambio, el Frente Occidental se extendía a lo largo de unos 760 kilómetros, y no podía ser rebasado, a menos que se violara la neutralidad de Holanda o Suiza, o que los Aliados desembarcaran en Flandes[1]. Con la excepción de la retirada voluntaria de Alemania a la Línea Hindenburg, entre finales de 1914 y 1918 apenas se desplazó unos ocho kilómetros en uno u otro sentido. También constituyó el frente más difícil y decisivo, el teatro de operaciones en el que se concentraron un mayor número de tropas y cañones, y el cementerio no solo del gran proyecto concebido por Falkenhayn para Verdún, sino también de las sucesivas iniciativas emprendidas por los Aliados en el Somme y en Chemin des Dames.

Fundamentalmente, la defensa corrió a cargo de la infantería: soldados alemanes, franceses y del Imperio británico que demostraron una voluntad de ánimo y una resistencia de las que carecieron muchas unidades militares rusas y austrohúngaras. Sin embargo, como los tres ejércitos tenían la misma determinación a la hora de atacar, la variable de la moral careció de la importancia que tuvo en otros frentes y en períodos posteriores de la guerra. El Frente Occidental fue único no solo por las cualidades de los soldados que combatieron, sino también por el número de tropas presentes en él. A partir de 1870, Francia y Alemania habían multiplicado varias veces el tamaño de sus ejércitos, y más tarde se les unió el británico con sus proporciones colosales. Uno y otro bando disponían aproximadamente de 5000 efectivos por cada kilómetro y medio de frente[2], esto es, un número de hombres suficiente para crear una sólida guarnición defensiva y tener en reserva fuerzas de contraataque. A ello contribuyó el hecho de que los ciento cincuenta kilómetros de terreno más accidentado y boscoso que formaban el extremo meridional del frente resultaban menos apropiados para operaciones de gran envergadura, por lo que fueron escenario de pocos combates, aparte de una serie de ataques franceses lanzados en el macizo de los Vosgos en 1915. Incluso en muchos sectores situados entre Verdún e Ypres reinó relativamente la calma, sin que se produjeran en ellos grandes enfrentamientos. Las zonas más activas fueron las de Flandes y los dos flancos del llamado saliente de Noyon, en Artois y Champagne[3]. Sin embargo, aunque la elevada proporción de fuerzas desplegadas por kilómetro fuera una razón fundamental de la inmovilidad del Frente Occidental, este factor debe ser considerado juntamente con las fortificaciones de campaña y sus infraestructuras de apoyo, con las armas utilizadas para protegerlas y con las tácticas defensivas.

Los alemanes fueron los primeros en crear un sistema de trincheras. Podían ser claustrofóbicas, repulsivas, pestilentes, húmedas y frías, pero lo cierto es que constituían la mejor protección disponible contra los proyectiles y las ondas expansivas provocadas por las explosiones; y salvaban vidas. Proporcionalmente, casi todos los ejércitos sufrieron el mayor número de pérdidas durante las intensas campañas de las primeras semanas del conflicto. Las trincheras proporcionaban a los alemanes un glacis en su frontera occidental que les permitía consolidar su posición en Francia y en buena parte de Bélgica, ya fuera con fines anexionistas o comerciales. Dejaba que dispusieran de fuerzas para lanzar ataques en otros lugares, como Ypres en otoño de 1914 o posteriormente Polonia y Serbia, y la OHL consideró que cavarlas era un mal menor que serviría por lo menos para detener el avance aliado[4].

En enero de 1915, Falkenhayn ordenó que se organizara el frente de modo que una fuerza reducida pudiera defenderlo durante largo tiempo de la agresión de un número superior de efectivos. En la primera línea, el pilar de la resistencia debía ser una posición sólida, que había que mantener a toda costa y recuperar inmediatamente si uno de sus sectores caía en manos enemigas. Unida a esta zona por una serie de trincheras a modo de vías de comunicación, una segunda línea debía servir de refugio para las guarniciones cuando la primera fuera bombardeada. En la retaguardia, otras líneas tenían que quedar lejos del alcance de la artillería enemiga. El objetivo de Falkenhayn era reducir el número de bajas manteniendo una delgada primera línea del frente, pero si la guarnición principal se encontraba muy lejos de ella, había más posibilidades de que las fuerzas avanzadas se rindieran, y la artillería no podría protegerlas. Algunos de sus comandantes se opusieron en un principio a la segunda línea para facilitar la defensa de la primera. No obstante, en vista de las experiencias vividas, la OHL ordenó en mayo la construcción a lo largo de todo el frente de una línea de reserva a 2000-3000 metros de distancia de la primera: una empresa colosal que fue concluida a finales de aquel año[5]. Los alemanes contaron con la ventaja de poder elegir terrenos más elevados y menos húmedos, fáciles de cavar, situados por encima del nivel freático y con un emplazamiento idóneo para las observaciones de los artilleros. Las grandes batallas libradas en Champagne, a orillas del Somme, y en Arras consistieron en una serie de ataques aliados contra unas defensas situadas en lo alto de colinas y que en 1916-1917 tenían una profundidad de 4000-5000 metros, frente a los 1000 metros de profundidad de las británicas[6]. Las del Somme, que siguieron las instrucciones de Falkenhayn a rajatabla, estaban protegidas por dos cinturones de alambre de espino, cada uno de ellos de entre tres y cinco metros de altura y de unos treinta metros de profundidad. La «línea del frente» comprendía en realidad tres trincheras, situadas una de otra entre 150 y 200 metros de distancia: la primera era para los grupos de vigilancia, la segunda para la guarnición principal y la tercera para las tropas de apoyo. Las trincheras avanzadas de los alemanes (al igual que las británicas) no eran rectas, sino que cada diez metros aproximadamente dibujaban una especie de zigzag, o ángulo abrupto, que servía para proteger a los hombres de la explosión de las bombas y del fuego de enfilada si el enemigo capturaba un sector de la línea. Los alemanes cavaron trincheras más profundas: entre dos y tres metros en 1915, y entre siete y nueve en el Somme. A unos mil metros de la primera posición había una línea intermedia de nidos de ametralladoras; y tras ella, las trincheras de comunicación conducían a la posición de los soldados de reserva (la «segunda línea» del memorando de Falkenhayn), tan bien protegida por las alambradas como la primera y lejos del alcance de la artillería aliada, que, por lo tanto, debía trasladarse a una posición más avanzada para poder apoyar un ataque contra ella. A unos 3000 metros más atrás se encontraba la tercera posición, añadida tras los acontecimientos vividos en septiembre de 1915, cuando los franceses alcanzaron la segunda línea alemana. Enterrado a dos metros bajo tierra, un entramado de cables telefónicos conectaba la artillería de la retaguardia con las trincheras del frente. En el Somme los británicos no consiguieron capturar buena parte de la tercera línea hasta finales de septiembre[7].

La «tierra de nadie» situada entre las líneas del frente podía tener entre cinco y diez metros de ancho, y a veces casi un kilómetro; no obstante, la distancia media que separaba a los dos bandos era entre 100 y 400 metros. Detrás de esa tierra de nadie, cuando lanzaban un ataque, los alemanes se encontraban con unos sistemas de trincheras menos sólidos y elaborados que los suyos, aunque no por ello menos eficaces. Los belgas defendían el sector que, desde la costa, se extendía unos 25 kilómetros hacia en el interior, y más al sur estaba la zona británica, que abarcaba los 35 o 40 kilómetros siguientes a finales de 1914, pero más de 160 a comienzos de 1917. No obstante, hasta la llegada de los estadounidenses, los franceses se encargaron de al menos tres cuartas partes de la línea aliada. En enero de 1915, Joffre ordenó que sus tropas dividieran el frente en dos sectores, uno «activo» y otro «pasivo». En el primero una serie de fortines cubrirían al segundo, que debía estar perfectamente protegido con alambradas, pero vigilado solo por unos centinelas. Unos refugios a prueba de bomba situados tras esos fortines servirían para acoger a las compañías encargadas de contraatacar, y a unos tres kilómetros había que cavar una segunda línea de trincheras. Una pequeña guarnición debía bastar para la defensa de todo el complejo, pues se pretendía ahorrar recursos humanos y minimizar el número de bajas. En la zona frondosa del macizo de los Vosgos, e incluso en los exuberantes bosques de los alrededores de Verdún, había reductos aislados en vez de una línea defensiva continuada[8]. El sistema británico estaba a medio camino entre el francés y el alemán. En general, el frente británico estaba mejor guarnecido que el francés; y los británicos podían ceder menos terreno, sin dejar en manos enemigas las líneas ferroviarias de su sector o verse expelidos al mar. Normalmente tenían tres posiciones paralelas: la frontal, la de apoyo y la de reserva. Además de estar cavada en la tierra, la primera línea se construía con sacos de arena a modo de parapeto: en zonas anegadas las «trincheras» solían estar por encima de la superficie. Esta primera línea comprendía las trincheras de fuego y de mando, con una separación entre ambas de unos 20 metros. En la trinchera de fuego, pequeñas unidades avanzadas ocupaban los «saledizos» entre los traveses; la trinchera de mando albergaba puestos fortificados, refugios bajo tierra y letrinas. Las trincheras de comunicación conducían a la trinchera de apoyo, situada más atrás, a unos 70 o 100 metros, en la que había más alambradas y refugios más profundos; a una distancia de 450 metros aproximadamente estaba la trinchera de reserva, con todavía más puestos fortificados y refugios subterráneos; y tras esta se encontraba la artillería. En la práctica, el sistema no era tan ordenado como establecía el reglamento o la maqueta creada en Kensington Gardens para la opinión pública londinense. En los sectores activos, las trincheras estallaban por los aires por culpa de las minas y los bombardeos, y para alcanzar el frente había que superar un laberinto de cráteres y peligrosos obstáculos, cuyas complejidades exigían que los recién llegados se movieran con guías harto experimentados[9].

A su manera, las trincheras constituían un impresionante logro de la ingeniería, sobre todo si se tiene en cuenta la inmensa infraestructura que encerraban. Dicha infraestructura comprendía hospitales, cuarteles, campos de entrenamiento, depósitos de municiones, parques de artillería y redes telefónicas, así como carreteras y canales para el ejército, pero significaba principalmente ferrocarril. El Frente Occidental se encontraba en una de las zonas de Europa con más líneas ferroviarias, y los dos bandos añadieron a esta red cientos de kilómetros de vía férrea ancha y estrecha. En 1914, los alemanes tomaron la línea ferroviaria troncal que unía Metz y Lille (y conectaba con la costa por el este de Ypres); los combates se estabilizaron entre ella y las principales líneas de la zona aliada que iban de Nancy a Amiens pasando por París. En el sector británico, dos líneas transversales se dirigían hacia el norte desde Amiens hasta llegar a Hazebrouck y Dunkerque, y tras la batalla del Somme fue añadida una tercera hasta la ciudad de Arras[10]. A modo de prevención, los dos bandos solían colocar fuerzas de apoyo cerca de los sectores vulnerables de sus respectivos frentes, pero el ferrocarril permitió la llegada de un número mayor de tropas de refuerzo. En dos días, en Neuve Chapelle, el número de defensores alemanes pasó de 4000 a 20 000[11]; durante las tres primeras semanas de la batalla de Verdún, los franceses enviaron a ese frente tropas de refuerzo en 832 trenes; y en el curso de la primera semana de la del Somme, Alemania movilizó diez divisiones en 494 convoyes[12]. Cuando dejaban el tren, los dos bandos dependían casi exclusivamente del caballo, y en último término del hombre, para transportar los pertrechos y las provisiones hasta el lugar donde estaba emplazada su artillería o hasta la primera línea del frente[13], pero el ferrocarril suponía para el defensor una ventaja crucial, pues le permitía destacar tropas de refuerzos a la zona antes de que el atacante pudiera consolidar y expandir sus avances.

Además de la red ferroviaria, los defensores del Frente Occidental se beneficiaron de la infinidad de innovaciones introducidas por la revolución en tecnología militar que se produjo en el siglo XIX. En manos expertas, un fusil de retrocarga podía disparar hasta quince proyectiles por minuto, con un alcance de alrededor de ochocientos metros. Cuando disparaban echados en el suelo boca abajo, como utilizaban pólvora sin humo, los fusileros eran prácticamente invisibles, y la energía cinética de una bala girando a gran velocidad provocaba que el impacto de esta contra huesos y tejidos fuera descomunal[14]. Pero las ametralladoras y los cañones de campaña eran los verdaderos asesinos en masa. Todos los ejércitos europeos tenían su versión de la ametralladora Maxim, y a medida que avanzó la guerra fueron equipándose de distintos tipos de ametralladora ligera y pesada. Una ametralladora pesada tenía entre 40 y 60 kilos de peso, sin contar las cintas con los cartuchos y las cureñas, y eran necesarios tres y hasta seis hombres para ponerla en funcionamiento; la ligera (como la Lewis británica o la MG 08/15 alemana) pesaba entre 9 y 14 kilos, y resultaba más apropiada como arma de ataque, pues un hombre solo podía llevarla, aunque no sin dificultad. En agosto de 1914, un regimiento de infantería alemán comprendía doce compañías de fusileros y solo una de artilleros con seis ametralladoras, pero en 1915 se añadieron otras seis ametralladoras, y en 1916 seis más, por lo que la proporción de una ametralladora por cada doce fusiles pasó a ser de una por cada cuatro. En 1917 esta proporción era de una ametralladora por cada dos fusiles en muchas divisiones[15]. Una ametralladora pesada podía disparar hasta sesenta cartuchos por minuto, o lo que es lo mismo, el equivalente a cuarenta fusiles. Tenía mucho más alcance y podía «batir» (esto es, cubrir de plomo volador) un espacio en forma de elipse de casi 2500 metros de longitud y 500 de ancho[16]. Mientras los responsables siguieran proporcionando las cintas con los cartuchos y el líquido refrigerante necesario, la ametralladora en cuestión podía continuar con sus ráfagas mortales: en Loos, una llegó a disparar 12 500 proyectiles en una tarde[17]. En Neuve Chapelle bastaron dos nidos de ametralladoras para detener a los británicos hasta que llegaran los refuerzos; y dos de estas armas lograron frenar el avance francés en Neuville-Saint-Vaast el primer día del ataque del mes de mayo de 1915[18]. En Loos, el segundo día, las ametralladoras provocaron miles de bajas en las inexpertas divisiones de la BEF, sin que los alemanes sufrieran prácticamente pérdidas. El 1 de julio de 1916, sin embargo, muchas bajas británicas fueron causadas por la acción de la artillería, y no de las ametralladoras[19]. Los dos bandos mantenían los cañones de campaña apuntando hacia la llamada tierra de nadie y la primera línea enemiga para poder responder inmediatamente con «fuego de ayuda» si los centinelas lanzaban sus bengalas. En septiembre de 1915, en Champagne, los alemanes habían perfeccionado el arte de situar los cañones de campaña en «laderas ocultas al enemigo», de modo que cuando los Aliados, tras alcanzar una cima, seguían el avance descendiendo quedaban totalmente expuestos al fuego de los cañones alemanes, que la colina en cuestión había ocultado a los artilleros aliados[20]. En Verdún la artillería francesa, situada al oeste del Mosa, truncó el plan de ataque de Falkenhayn, y en Chemin des Dames los cañones alemanes causaron estragos entre los tanques de Nivelle. En esa fase de la guerra, la combinación de trincheras, ferrocarril, fusiles, ametralladoras y artillería resultaba demasiado potente para que una fuerza atacante lograra imponerse de manera abrumadora.

El recurso principal de cualquier agresor era el bombardeo. Tanto el GHQ como el GQG alteraron su doctrina táctica a lo largo de 1915 para subrayar el importante papel de los bombardeos a la hora de destruir las posiciones enemigas antes de que la infantería pudiera ocuparlas[21]. Según estimaciones recientes, las bombas fueron la causa de la muerte del 58 por ciento de los militares caídos durante la guerra[22]. Pero la artillería era un instrumento contundente[23]. La trayectoria plana que seguían los proyectiles disparados con rapidez por los cañones de campaña hacía que estos resultaran inefectivos contra las trincheras, especialmente porque en 1914 la mayoría de dichos proyectiles no eran bombas de gran poder detonante, sino de metralla, y esparcían fragmentos que en campo abierto causaban estragos entre la infantería, pero carecían del efecto explosivo necesario para destruir construcciones en forma de terraplén o de madriguera. En cualquier caso, durante el primer invierno de la guerra los Aliados tuvieron escasez de bombas de todo tipo. Así pues, precisamente por estas razones los alemanes pudieron protegerse de los cañones de 75 mm franceses cavando trincheras. Además, las divisiones francesas, a diferencia de las alemanas, no estaban equipadas con obuses de campaña ligeros (cuyos proyectiles dibujaban una trayectoria curva que los hacía mucho más efectivos contra las trincheras); en junio de 1915, solo había setenta y ocho obuses de 105 mm en todo el ejército francés[24]. Sus piezas de artillería pesada eran pocas, estaban obsoletas y se encontraban bajo en control central del GQG. Pero las cosas fueron mejorando. En Champagne, en septiembre de 1915, los franceses atacaron con 1100 cañones pesados, cifra muy superior a los 400 utilizados en mayo en Artois, y el bombardeo no duró cuatro horas, sino que se prolongó durante varios días[25]. De manera análoga, antes de la batalla del Somme los británicos tenían en total más del doble de cañones que en Loos, y habían cuadruplicado el número de obuses[26]. Pero seguía siendo insuficiente, y no solo porque las defensas alemanas fueran más sofisticadas aún. Las bombas de gran poder detonante requerían una vaina metálica consistente para impedir que se desintegraran: de las 12 000 toneladas de municiones disparadas antes de la batalla del Somme, solo 900 correspondieron a explosivos propiamente dichos[27]. Sin embargo, muchas bombas no detonaban o lo hacían en el interior del cañón. Además, los disparos de la artillería eran muy poco precisos. En las primeras campañas de 1914, los cañones solían operar con fuego directo como en guerras anteriores; los encargados de su manejo podían ver el objetivo y empezar a disparar hasta alcanzarlo. Pero en semejantes condiciones podían ser inmediatamente localizados, y la visibilidad resultaba difícil en un campo de batalla de tiros rápidos y constantes. En la guerra de trincheras se convirtió en norma utilizar fuego indirecto desde una posición oculta contra un objetivo imposible de ver. En el llamado proceso de marcación, los artilleros ajustaban el alcance, la elevación del cañón y la carga explosiva, siguiendo las instrucciones de un oficial observador de artillería (FOO, por sus siglas en inglés), que normalmente se comunicaba por teléfono desde la primera línea del frente, o las de un observador que informaba por radio desde un avión[28]. Era un proceso lento que, además, alertaba al enemigo; por otro lado, el FOO podía perder visibilidad por culpa de la lluvia o el humo, y la línea telefónica podía sufrir daños (algo bastante frecuente en las batallas, lo que obligaba a recurrir a las palomas y a los reclutas más veloces para mantener en funcionamiento un sistema de comunicaciones). Los alemanes podían acceder a las conversaciones telefónicas de los británicos en un radio de dos kilómetros aproximadamente, pero en 1915-1916 los británicos desarrollaron unos métodos de comunicación más seguros, como, por ejemplo, el «fullerphone» y el «power buzzer»[29]. Incluso cuando un cañón encontraba su objetivo, los cambios de velocidad del viento y de la presión y la temperatura atmosféricas podían alterar la caída de la bomba, del mismo modo que el desgaste y las fisuras del cañón podían repercutir en la precisión de la pieza de artillería. Por todas estas razones, los preparativos de un ataque tenían resultados decepcionantes en numerosas ocasiones. El primer día de la batalla de Verdún, un bombardeo emprendido por los alemanes con una intensidad sin precedentes no consiguió aniquilar a unas defensas francesas muy fragmentadas, pero astutamente dispersas. Cuando las tropas de asalto avanzaron se vieron sorprendidas por el fuego intenso del enemigo. En el Somme, los británicos dispararon más de 1,5 millones de bombas en cinco días, pero en buena parte del frente alemán las alambradas quedaron intactas, las trincheras permanecieron en su sitio y los cañones siguieron resonando. Los comandantes británicos operaron con suposiciones y no supieron calcular (de hecho, lo subestimaron escandalosamente) el bombardeo necesario para destruir el frente enemigo. Por casualidad llegaron a la fórmula correcta en Neuve Chapelle, donde concentraron casi toda la artillería de la BEF contra una sola línea defensiva, pero no igualaron esta densidad de bombas hasta dos años después en Arras[30]. Sin embargo, se necesitaba tal cantidad de bombas solo para atacar la primera posición que era imposible destruir en profundidad toda la zona de trincheras enemigas, y por intentarlo, Haig en el Somme y Nivelle en Chemin des Dames lo único que consiguieron fue demostrar la ineficacia de su artillería. Además, en el transcurso de la batalla del Somme, los alemanes empezaron a abandonar sus trincheras durante los bombardeos para dispersarse y refugiarse en los cráteres y hoyos abiertos por los obuses en los alrededores, creando un objetivo tan extenso que ningún bombardeo habría podido destruir. Intensificar y prolongar el bombardeo, con la esperanza de abrir una brecha simplemente con explosivos y metralla, era una empresa infructuosa.

La confianza en la preparación de la artillería también contribuyó a una inflexibilidad táctica, imposibilitando prácticamente cualquier efecto sorpresa. Poner en marcha una ofensiva en el Frente Occidental era como emprender un proyecto colosal de ingeniería civil. En Europa los británicos utilizaron a 21 000 sudafricanos de raza negra en sus batallones de trabajo: al final de la guerra representaban el 25 por ciento de la mano de obra en el Frente Occidental[31]. Los franceses trajeron mano de obra de China y Vietnam. Pero lo cierto es que eran los propios soldados los que hacían casi todo el trabajo, y una parte esencial de la construcción de trincheras dependía de un esfuerzo manual duro y continuo. En el Somme los preparativos comenzaron en diciembre de 1915, en una región de difícil acceso, que carecía de casas, carreteras y líneas ferroviarias, e incluso de aguas superficiales debido a su terreno calcáreo. En julio de 1916, los británicos habían almacenado 2,96 millones de proyectiles de artillería, tendido 112 000 kilómetros de cable telefónico (7000 de ellos a más de dos metros de profundidad) y construido unos 90 kilómetros de línea ferroviaria de vía ancha para una batalla en la que se esperaba que serían necesarios 128 trenes diarios[32]. Los franceses se pusieron manos a la obra dos meses antes de emprenderse la ofensiva de septiembre de 1915 y el ataque de abril de 1917, aunque en esta segunda ocasión necesitaron más tiempo que el pretendido por un impaciente Nivelle, pues el lugar propuesto presentaba, entre otros, el inconveniente de tener unas conexiones de transporte muy deficitarias[33]. Una de las razones de la persistencia de Falkenhayn en Verdún, de Haig en el Somme y de Nivelle en Chemin des Dames fue la envergadura de las inversiones preliminares realizadas en cada uno de estos tres campos de batalla, así como la dilación y el gasto que implicaba la preparación de nuevos ataques en otros escenarios.

En vista de las limitaciones de la artillería pesada, no es de extrañar que uno y otro bando buscaran soluciones alternativas, movilizando para ello a sus comunidades científicas e industriales. Para empezar, los alemanes no solo estaban más capacitados y mejor equipados para la construcción de trincheras que sus adversarios, sino también mejor pertrechados de armamento de asalto. En 1914 las granadas de mano eran un dispositivo habitual en el ejército alemán, así como los morteros ligeros. La bomba Mills, que se convirtió en la granada principal de los británicos, provocó numerosos accidentes cuando empezó a utilizarse, y no se fabricó una versión más segura hasta 1916. De manera análoga, el mortero Stokes, diseñado por iniciativa privada y adquirido por Lloyd George en calidad de ministro de Municiones, solo comenzó a ser empleado a partir de 1916[34]. Los alemanes también introdujeron el lanzallamas, usado por primera vez en febrero de 1915 en el Frente Occidental. Fueron utilizados prácticamente todos los lanzallamas del ejército del káiser para tratar de destruir los fortines y reductos de Verdún, pero en las últimas fases de la batalla se recurrió a ellos con menos frecuencia debido a su corto alcance y al peligro que corrían quienes los manejaban, que se convertían en fáciles objetivos. En el Somme los británicos también hicieron uso de los lanzallamas, los cuales, a pesar de las terribles heridas y el pánico que pudieran provocar, resultaron más espectaculares que verdaderamente efectivos[35]. Todas estas armas, sin embargo, eran más apropiadas para incursiones, o para barrer las trincheras enemigas, que para ayudar a las tropas a cruzar la tierra de nadie en una ofensiva. Para este tipo de empresa, otras tres tecnologías parecían más prometedoras. La primera consistía en abrir una galería bajo las trincheras enemigas para colocar minas, lo cual se puso en práctica en el invierno de 1914-1915 principalmente en el frente anglo-alemán. El primer día de la batalla del Somme se hizo explotar varias minas, pero fueron detonadas diez minutos antes de la hora cero, alertando así del asalto. La colocación de minas era un trabajo mucho más lento y peligroso que la preparación de la artillería pesada, aunque, si se mantenía en secreto, podía comportar la ventaja del efecto sorpresa. Sin embargo, por sí misma, la mina no era apropiada para ser algo más que un instrumento complementario de ataque.

Las otras dos tecnologías —el gas venenoso y el tanque— adquirieron mucha más importancia en el curso de la guerra. Ambos fueron concebidos para acabar con el estancamiento en las trincheras. Los británicos ya habían experimentado con el gas antes del estallido de la guerra, y en el invierno de 1914-1915 los franceses dispararon proyectiles con fusiles, y tal vez utilizaran granadas de gas, pero las sustancias empleadas eran más irritantes que letales[36]. Aunque haya buenas razones para pensar que los Aliados habrían utilizado gas si no lo hubiera hecho Alemania, los alemanes cargan justamente con el oprobio de haber sido sus introductores, hecho que se convertiría en una de las acusaciones de crímenes de guerra presentadas contra ellos en la conferencia de paz. Después de probar el gas lacrimógeno contra los rusos, la tarde del 22 de abril de 1915 los alemanes empezaron la segunda batalla de Ypres soltando una nube de cloro que supuso el inicio de la guerra química masiva, circunstancia que distingue a la Primera Guerra Mundial de cualquier otro conflicto armado anterior y de la mayoría de los enfrentamientos bélicos posteriores. En total fueron utilizadas durante la guerra 124 208 toneladas de gas, la mitad de ellas por Alemania. La cantidad se cuadruplicó entre 1915 y 1916, se dobló en 1917 y volvió a doblarse en 1918. En 1918 esta tecnología empleaba a unos 75 000 civiles y exigía unos procesos de fabricación altamente peligrosos, así como miles de soldados especializados. Probablemente fuera responsable de medio millón de bajas en el Frente Occidental (incluidos alrededor de 25 000 muertos), además de otras 10 000 en Italia y de un considerable número de ellas en Rusia (de donde no tenemos datos precisos). Pero la guerra con gas fue un microcosmos del conflicto en su conjunto como combinación de períodos de escalada y de estancamiento de las hostilidades. Tuvo su mejor oportunidad para convertirse en una tecnología decisiva cuando fue utilizada por primera vez, pero de nuevo, del mismo modo que se presentó, se dejó pasar la oportunidad.

Alemania era muy superior a Gran Bretaña y a Francia en la fabricación y la investigación de los productos químicos, y hasta el final de la guerra se dedicó de manera expeditiva y eficaz a la producción masiva de gases tóxicos. Falkenhayn consideraba el gas un instrumento táctico que podía facilitar el resultado definitivo que ansiaba en el oeste y compensar la escasez de bombas. Los alemanes se convencieron de que podían conciliar sus acciones con una interpretación pedante de la Convención de La Haya de 1899, y el asesor técnico de Falkenhayn, Fritz Haber, le dijo que era poco factible que inmediatamente hubiera represalias. La mayoría de los comandantes mostraron su disconformidad, temiendo que, si los Aliados respondían, Alemania se encontrara en desventaja por los aires occidentales que prevalentemente soplaban en Francia y en Flandes. En el saliente de Ypres, el comandante alemán deseaba probarlo, pero enseguida fue evidente que el gas comportaba graves inconvenientes. Para economizar bombas se decidió dispensar el cloro desde unos 6000 cilindros, previamente estacionados, que resultaban difíciles de ocultar y demasiado voluminosos a la hora de ser transportados (pero los Aliados harían caso omiso de las advertencias de los servicios de inteligencia), y podían tener pérdidas, lo que los hacía sumamente impopulares entre las tropas. El éxito dependía de un viento favorable, circunstancia que tardó semanas en materializarse. La OHL, pues, no esperaba unos resultados espectaculares, sino llevar a cabo una operación limitada con la que entorpecer las ofensivas aliadas de la primavera, distraer la atención de los movimientos de tropas alemanas rumbo a Rusia y (tomando la cresta de Pilckem) conseguir que el saliente de Ypres fuera indefendible. Al final, cuando a las cinco de la tarde fue lanzada la nube de gas contra un contingente de soldados argelinos que, presas del pánico, en su mayoría huyeron despavoridos, quedó abierta una brecha de casi 8000 metros al norte de Ypres, pero los alemanes disponían en aquellos momentos de pocas reservas y las tropas que mandaron avanzar carecían de máscara. Los Aliados aprovecharon la noche para tapar el hueco, y el impacto de una segunda nube, lanzada al cabo de dos días contra los canadienses, fue mucho menor. En junio los ejércitos aliados habían utilizado masivamente un tipo bastante primitivo de respiradores, y en septiembre los franceses recurrieron al gas en Champagne, y los británicos lo hicieron en Loos. Haig había depositado muchas esperanzas en el uso de esta arma, y confiaba en que le permitiera romper las líneas alemanas a pesar de su continua escasez de bombas; pero en Loos, la mañana del ataque, no soplaba el viento: aunque la nube de cloro resultó útil en algunos sectores, acabó gaseando a más hombres de sus formaciones que del ejército enemigo[37].

Después de lo de Loos, pareció evidente para los dos bandos que el gas no sería un arma decisiva para ganar la guerra, aunque ambos siguieron utilizándolo (los alemanes contra los rusos durante la campaña del verano de 1915 en Polonia, así como alrededor de una decena de veces en el Frente Occidental hasta agosto de 1916). En líneas generales, favorecía el ataque más que la defensa. Aunque los dos bandos introdujeron respiradores más eficaces, sobre todo los británicos con su «respirador de caja pequeña» (SBR: Small Box Respirator), también introdujeron más gases venenosos y métodos para diseminarlos. El fosgeno, seis veces más tóxico que el cloro, fue utilizado inicialmente por los franceses en Verdún. Este gas se disparaba en bombas, lo que hacía que su efectividad no dependiera tanto del factor viento. Los alemanes usaron el difosgeno en las llamadas bombas Cruz Verde antes de culminar su ataque también en Verdún el 23 de junio, aunque pusieron fin al bombardeo demasiado pronto y las máscaras antigás francesas resultaron bastante eficaces contra el producto tóxico[38]. El primer día de la batalla de Arras, los británicos dispararon grandes cantidades de fosgeno con un nuevo tipo de mortero, el Livens. Este lanzador era más fácil de montar y manejar que los cilindros, y los alemanes lo temían mucho porque apenas avisaba. En general, los Aliados llevaron ventaja en la guerra química hasta julio de 1917, cuando los alemanes atacaron a los británicos con gas mostaza, inaugurando una nueva e importantísima etapa en este campo. Aunque los dos bandos afirmaran, con cierta razón, que el gas causaba menos heridas terribles y un menor número de bajas que los explosivos detonantes, lo cierto es que siguió sembrando el pánico, haciendo que fuera mucho más penosa la situación de los soldados que estaban en primera línea. El uso de bombas de gas se generalizó cuando estas sustituyeron definitivamente a los cilindros. No obstante, continuaron siendo un arma complementaria y hostigadora que en la segunda batalla de Ypres, en Verdún y en Arras permitieron unos triunfos transitorios, pero sin resultados concluyentes.

Parecía menos probable obtener esos resultados concluyentes con los tanques, utilizados por los británicos en el Somme en septiembre de 1916 y en Arras, y por los franceses en la ofensiva de Nivelle. Los tanques se desarrollaron en Gran Bretaña y Francia de manera independiente, y los alemanes solo se interesaron por estas armas aliadas cuando las vieron en acción. En Francia el visionario que se ocultaba tras ellas era el coronel Jean Baptiste Eugène Estienne, que después de conseguir una entrevista con Joffre en 1915 recibió autorización para trabajar con la firma armamentista Schneider. No obstante, fue en Gran Bretaña donde se construyó el primer tanque preparado para entrar en combate, el Mark I, por una empresa de Lincoln dedicada a la fabricación de maquinaria agrícola, Foster & Co., bajo la supervisión del Landships Committee, un comité creado por Winston Churchill en calidad de primer lord del Almirantazgo. Churchill vio una luz al leer el informe que Hankey había presentado al gabinete tras entrevistarse con el equivalente británico de Estienne, el teniente coronel Ernest Swinton. Tanto este como su colega francés habían visto el tractor Holt, un vehículo estadounidense «guiado por orugas», que inmediatamente consideraron idóneo como medio para cruzar trincheras. Y si para Estienne fue crucial el respaldo de Joffre, para Swinton (que asumió la instrucción de la nueva Unidad de Tanques creada en febrero de 1916) lo fue recibir el apoyo entusiasta de Haig en cuanto este conoció el proyecto. En realidad, Swinton encontró excesivo aquel entusiasmo, pues habría preferido esperar hasta poder emprender un ataque masivo sin avisar[39]. En cualquier caso, ni el uso que hizo Haig de tanques en el Somme, ni el hecho de que utilizara gas en Loos sugieren que fuera un individuo obstinadamente contrario a las nuevas tecnologías.

Sin embargo, en aquellos momentos los tanques tuvieron un éxito relativo, no tanto por las objeciones que pudieran poner las altas esferas militares, sino porque aún distaban mucho de ser las armas en las que se convertirían en 1939-1945. Aunque hubieran sido utilizados masivamente, no habrían logrado restaurar una guerra abierta. El problema básico residía en su escasa potencia. Los tanques británicos Mark, desde el modelo I hasta el V, pesaban aproximadamente 30 toneladas y disponían de un motor de un máximo de 100 caballos; los Sherman y los T-34 de la Segunda Guerra Mundial pesaban más o menos lo mismo, pero contaban con un motor de 430 y 500 caballos respectivamente[40]. El Mark I tenía una velocidad máxima de entre 5 y 6,5 kilómetros por hora, y una autonomía de ocho horas como mucho. Iba poco armado: solo disponía de ametralladoras o de dos cañones ligeros. Su conducción era difícil; en su interior se respiraba un ambiente tórrido y contaminado por el monóxido de carbono. Era un blanco fácil para la artillería, y sufría numerosas averías. Aunque su peso era considerable, las nuevas balas perforadoras de blindaje desarrolladas por los alemanes podían penetrarlo sin dificultad. Era incapaz de atravesar los bosques destrozados de las inmediaciones del Somme, y resultaba sumamente vulnerable en aldeas y pueblos. Tampoco podía ascender por colinas escarpadas ni cruzar las zonas llenas de hoyos y cráteres que habían abierto las bombas. De las cuarenta y nueve máquinas que entraron en servicio el 15 de septiembre de 1916, trece no consiguieron llegar a la línea de partida. La cortina de fuego preparatoria lanzada por la artillería había dejado unos «pasillos» por cuya superficie alisada podían desplazarse los tanques, pero como muchos de ellos no lograron avanzar, la infantería de apoyo se encontró con las ametralladoras alemanas intactas. No obstante, tres vehículos consiguieron llegar y colaborar en la toma de Flers, localidad situada a unos dos kilómetros del punto de partida, y dos continuaron avanzando hacia el siguiente pueblo hasta que la artillería alemana los detuvo. En Arras, el primer día había sesenta de ellos, pero, una vez más, muchos se averiaron antes de que diera inicio la ofensiva, a la que poca cosa pudieron aportar. El segundo día, once tanques fueron enviados a apoyar el ataque a Bullecourt de los australianos, pero fracasaron estrepitosamente, y la ofensiva de la infantería, al carecer del debido respaldo, fue repelida, produciéndose 3000 bajas entre los efectivos atacantes, lo que vino a crear un legado de resentimiento hacia el Alto Mando británico y las tripulaciones de los carros de combate[41]. En Chemin des Dames, los tanques pesados Schneider de los franceses corrieron todavía peor suerte, pues llevaban el depósito de combustible en un lugar sumamente vulnerable, que la artillería alemana alcanzó con facilidad. Los vehículos Saint-Chamond, de fabricación estatal, constituyeron un objetivo aún más fácil[42]. Por decirlo suavemente, su entrada en acción fue desigual. Parecían idóneos para prestar apoyo a la infantería en operaciones de poca envergadura, derribando alambradas, silenciando los nidos de ametralladoras, elevando la moral de las tropas aliadas y causando desconcierto entre las filas enemigas. Todas estas virtudes bastaron para convencer al GHQ de la conveniencia de encargar centenares de ellos. Por otro lado, los franceses reaccionarían al desastre de Chemin des Dames depositando toda su confianza en tanques Renault más ligeros tripulados por dos efectivos. Durante la etapa central de la guerra, sin embargo, ni el tanque ni el gas lograrían restaurar la movilidad.

Así pues, hubo que buscar la solución en la infantería y la artillería, y en una mejor coordinación entre ambas. Otra tecnología nueva —el avión— fue importante precisamente porque vino a mejorar la efectividad de la artillería, ya fuera por medio de la observación directa (utilizada muy pronto por los británicos, concretamente en la batalla del Aisne de septiembre de 1914), ya fuera por medio de fotografías aéreas, práctica que empezó a llevarse a cabo en la primavera de 1915[43]. En 1914 la aviación había desempeñado un notable papel en misiones de reconocimiento —un avión francés, por ejemplo, observó cómo el I Ejército de Von Kluck se dirigía hacia el este de París, y los aviones alemanes controlaron los movimientos de los rusos antes de enfrentarse a ellos en Tannenberg—, pero este tipo de operaciones perdieron relevancia cuando los frentes se estabilizaron. La función de los aparatos aéreos como medio independiente de ataque terrestre se encontraba en su fase inicial, esencialmente porque los aviones no estaban preparados para llevar cargamentos pesados, aunque la aviación alemana lanzó bombas al principio de la batalla de Verdún, y la británica bombardeó cinco trenes enemigos durante la de Loos, ametralló a las tropas alemanas y soltó cincuenta toneladas de explosivos durante la del Somme[44]. Por último, otro medio estratégico de bombardeo también se encontraba en una fase incipiente, y no estaba relacionado con el avión, sino con un dirigible de la marina alemana, el zepelín, que no se utilizaba debido a la inactividad de la Flota de Alta Mar. Tras llevar a cabo una serie de incursiones preliminares en la costa oriental británica, estos aparatos atacaron Londres por primera vez en mayo de 1915, matando a 127 personas e hiriendo a 352 a lo largo de ese año. Aparecían invariablemente en noches serenas de luna nueva, y aunque los británicos no tardaron en aprender cómo detectar sus movimientos interceptando los mensajes por radio, al principio no encontraban la manera de destruirlos[45]. En 1916 los dirigibles alemanes ampliaron su radio de acción y llegaron a las Midlands y a Escocia, obligando a las autoridades locales a decretar el apagón general en numerosas ocasiones. A partir de septiembre de 1916, sin embargo, los defensores supieron calibrar el problema y empezaron a localizar las aeronaves escuchando en secreto sus mensajes de radio para luego derribarlas con la artillería antiaérea y con aviones de caza que disparaban unos proyectiles nuevos explosivos. En 1917 los bombarderos Gotha sustituyeron a los dirigibles como principal arma aérea contra Gran Bretaña. Los zepelines sentaron un precedente para nuevas formas de ataque contra civiles y vinieron a reforzar la sensación de la opinión pública británica de que la actitud del enemigo era absolutamente inaceptable, pero lo cierto es que apenas afectaron al esfuerzo de guerra de los Aliados[46].

El papel fundamental que debía desempeñar la nueva arma consistía, pues, en ayudar a la artillería. En 1915 los aviones británicos disponían de radio y desarrollaban códigos especiales para comunicarse con la artillería y controlar los efectos de los disparos, pero la observación directa era una tarea de la que se encargaban principalmente los globos amarrados a tierra, que estaban unidos a sus baterías por cables telefónicos[47]. Estos globos, sin embargo, constituían un blanco fácil para los cazas enemigos, y en poco tiempo se convirtieron en centro de duros enfrentamientos aéreos. Los aviones defendían a las tripulaciones de los globos y llevaban a cabo misiones de reconocimiento en las que tomaban fotografías. En general, la ventaja en este tipo de operaciones la tenían los Aliados, especialmente los franceses, que en 1914 disponían de muchos más aparatos aéreos que los británicos o los rusos y contaban con la mayor industria aeronáutica del mundo. El Royal Flying Corps (RFC) fue a la zaga de franceses y alemanes durante los dos primeros años del conflicto. Sin embargo, no puede decirse que al principio hubiera una verdadera guerra aérea en sentido estricto, pues los aviones de uno y otro bando no llevaban ametralladoras montadas, y las bajas que se produjeron fueron en su mayoría no ya fruto de la acción del enemigo, sino consecuencia de accidentes. Buena parte de los aparatos aéreos llevaban un motor de propulsión situado detrás del piloto, aunque este proporcionara menor potencia y maniobrabilidad que una hélice de tracción colocada en la parte frontal. El problema consistía en que una ametralladora fija podía dañar fácilmente las palas de la hélice. En la primavera de 1915, sin embargo, el aviador francés Roland Garros equipó su aparato con una ametralladora que disparaba a través de la hélice, cuyas palas estaban recubiertas con una placa metálica para desviar las balas que pudieran impactar en ellas. Los alemanes derribaron y capturaron su avión para estudiarlo, y la compañía de Anthony Fokker utilizó la información obtenida para comenzar a fabricar un mecanismo de sincronización que permitió colocar una ametralladora de tiro frontal que disparaba a través de la hélice de un nuevo monoplano con un solo motor sin dañar las palas. A lo largo de varios meses, durante el invierno y la primavera de 1915-1916, el «azote de Fokker» permitió que los alemanes llevaran la delantera, aunque más por la intimidación que suponía su monopolio de la nueva tecnología que por el número de aviones aliados derribados. Con la concentración de su aviación en la zona de Verdún, los alemanes lograron ocultar parcialmente sus preparativos para la batalla, y durante las primeras semanas de acción fueron los amos y señores del cielo. Pero en mayo todo cambió, pues los Aliados capturaron uno de sus Fokker, idearon su propio sistema de sincronización e introdujeron nuevos modelos con hélices propulsoras que no necesitaban ese equipamiento y superaban a los aparatos enemigos[48]. En las fases iniciales de la batalla del Somme, el comandante del RFC, Hugh Trenchard, se adhirió a la propuesta de Haig de lanzar «una ofensiva implacable y constante» para expulsar a los alemanes de su espacio aéreo, aunque esto significara dejar indefensos a los aviones de observación británicos y aceptar un elevado número de bajas entre sus tripulaciones[49]. Tras empezar la batalla con 426 pilotos, el RFC perdió 308 entre muertos, heridos y desaparecidos; otros 268 fueron enviados de vuelta a casa, siendo sustituidos por novatos poco adiestrados cuya esperanza de vida en otoño era poco más de un mes[50]. En septiembre, sin embargo, una nueva generación de cazas alemanes Albatros D. III volvió a equilibrar la balanza, y durante la «semana sangrienta» de abril de 1917 los «circos volantes» o grupos de cazas alemanes causaron una cantidad sin precedentes de pérdidas al RFC en Arras y dominaron el cielo en Chemin des Dames, impidiendo prácticamente a los franceses llevar a cabo cualquier misión de reconocimiento con fotografías aéreas o de observación desde un globo. No fue hasta mayo y junio cuando los Aliados pudieron volver a tomar la delantera, gracias a la llegada de una nueva generación de aviones, como, por ejemplo, los S. E.5 y los Sopwith Pup británicos y los Spad franceses[51]. En el cielo y en tierra, la iniciativa iba alternándose entre uno y otro bando, aunque en último término el combate aéreo siguiera siendo marginal. Su aplastante superioridad aérea no fue de mucha utilidad para los británicos el 1 de julio de 1916, y perderla no impidió que cosecharan numerosas victorias el primer día de la batalla de Arras, aunque en otros momentos (la primera fase de Verdún, la etapa final en el Somme o el episodio del Chemin des Dames) la superioridad aérea de los alemanes viniera a reforzar su efectividad en tierra.

La observación y la fotografía aérea contribuyeron, sin embargo, a una tendencia menos fascinante, pero más significativa, hacia una mayor efectividad de la artillería. En 1917 franceses y británicos disponían de más cañones, y más pesados, que disparaban un número infinitamente mayor de proyectiles más seguros, y tenían más bombas detonantes que de metralla. También eran cada vez mejores en la precisión de los disparos. Ejemplo de ello era el «tiro al mapa», esto es, la capacidad de dar en el blanco con las coordenadas de un mapa sin alertar previamente al enemigo y sin desvelar la propia posición durante las operaciones preliminares para delimitar el objetivo. Este tipo de acciones se vieron facilitadas cuando la BEF pudo preparar mapas nuevos a gran escala de todo el frente británico y se mejoró el fuego contrabatería, pues los británicos empezaron a utilizar técnicas novedosas, como, por ejemplo, la detección por destellos o por sonido para ponerse a la altura de los expertos franceses a la hora de localizar los cañones enemigos[52]. Eran unas técnicas que requerían mucha pericia y que un civil podía tardar meses, e incluso años, en dominarlas[53]. Otra novedad fue la introducción de cortinas de fuego para despejar el camino a la infantería, operación que se puso en marcha por primera vez en Loos y se generalizó en las últimas fases de la batalla del Somme. Los soldados caminaban tras una cortina de fuego que iba avanzando poco a poco a apenas veinte metros de distancia, no tanto con la finalidad de destruir las defensas enemigas como para neutralizarlas, obligando a los alemanes a buscar refugio hasta que los atacantes hubieran caído prácticamente sobre ellos e impidiendo que pudieran aprovechar el momento en el que cesaba el fuego para retomar sus posiciones de disparo en los parapetos. Sus efectos fueron incluso mayores cuando se combinaron (a partir de la batalla de Arras) con las nuevas espoletas 106 que hacían detonar las bombas cuando estas impactaban en el suelo, sin necesidad de que penetraran en la tierra, destruyendo así muchas más alambradas de espino[54]. En los ataques aliados de 1917, especialmente a finales de ese año, pudo silenciarse de antemano buena parte de la artillería alemana, y la infantería atacante estuvo mejor protegida.

En cierta medida, también había cambiado la actitud de la propia infantería en el momento de atacar. En esta fase de la guerra ya no se veían aquellas famosas oleadas de soldados avanzando a pie del primer día de la batalla del Somme. En 1915 los alemanes empezaron a experimentar con ataques e incursiones sorpresa por parte de unidades prototipo de sus posteriores fuerzas de asalto: pelotones especialmente adiestrados y equipados que operaban de manera independiente y utilizaban lanzallamas, morteros de trinchera, ametralladoras ligeras y granadas. El primer día de la batalla de Verdún, unas primeras unidades provistas de alicates y explosivos cortaron las alambradas francesas, utilizaron los lanzallamas contra los fortines, y el asalto principal, aunque adoptó la forma de oleada, fue emprendido tras una cortina de fuego que se iba abriendo paso. Cuando Ludendorff controló la OHL solicitó que cada ejército dispusiera de un pelotón de asalto, y dictó nuevas instrucciones sobre tácticas de asalto[55]. En el bando francés, Pétain empezó a utilizar la fotografía aérea en mayo de 1915 para ayudar a los artilleros antes de proceder al ataque de la cresta de Vimy, y enseñó a su infantería a avanzar en cuanto cesara el fuego de la artillería. Después de las ofensivas de 1915 y de la batalla de Verdún, los franceses corrigieron su doctrina táctica, y al inicio de los enfrentamientos en el Somme su infantería ya avanzaba como un rayo formando pequeños grupos que se cubrían unos a otros para distraer a las defensas. Los contraataques lanzados por Nivelle en Verdún siguieron un patrón similar[56], y en enero de 1917 los franceses crearon sus propias formaciones especiales de asalto, los grenadiers d’élite[57]. Todas estas prácticas innovadoras fueron el preludio de un cambio de doctrina. El panfleto del capitán francés André Laffargue sobre «El ataque en la guerra de trincheras», escrito a la luz de sus experiencias durante la ofensiva de Artois de mayo de 1915, ha suscitado muchísimo interés entre los historiadores, pues constituye un estudio pionero sobre la necesidad de desarrollar tácticas de infiltración, aunque no fuera totalmente novedoso ni la única fuente de los cambios doctrinales. En cualquier caso, fue utilizado como manual del ejército francés, y en 1916 ya había sido traducido al inglés y al alemán, influenciando el pensamiento tanto de Nivelle como de la OHL[58]. Incluso los británicos, cuyos comandantes parece que el 1 de julio de 1916 siguieron sus propias tácticas poco imaginativas porque dudaban que los Nuevos Ejércitos tuvieran la capacidad, la experiencia y la cohesión necesarias para actuar de manera independiente, reconsideraron su posición en vista de lo ocurrido en el Somme y en 1917 ya emitieron nuevas directrices[59]. En pocas palabras, Verdún y el Somme constituyeron un proceso de aprendizaje, pero parecía harto improbable que una combinación de tácticas sin superioridad material masiva pudiera evitar que las fuerzas atacantes avanzaran de manera lenta y difícil, pagando un elevado precio.

Hay una última razón que explica el estancamiento táctico: los defensores también se encontraban en una fase de aprendizaje[60]. En 1915-1916, la insistencia de Falkenhayn en conservar la primera línea recibía cada vez más críticas de la Sección de Operaciones de la OHL, cuyos oficiales preveían que con los progresos de la artillería aliada los costes de mantenerla guarnecida aumentarían. En Verdún ambos bandos sufrieron las consecuencias de concentrar un número elevado de efectivos en las trincheras avanzadas, y en la primera fase de la batalla del Somme los alemanes volvieron a sufrirlas. En el curso de esta batalla montaron unas defensas más dispersas, cambio que fue impulsado por Fritz von Lossberg, jefe del Estado Mayor del II Ejército, cuando optó por delegar las decisiones tácticas en los comandantes de los batallones tras observar que los mensajes de los cuarteles generales de las divisiones tardaban entre ocho y diez horas en llegarles. Cuando Hindenburg y Ludendorff pusieron fin a las operaciones en Verdún hubo disponibilidad de tropas frescas y cañones, y los alemanes desafiaron la superioridad aérea aliada, logrando a partir de septiembre de 1916 (con la ayuda de las condiciones climatológicas) detener prácticamente el avance anglo-francés y repeler las ofensivas con contraataques. En respuesta al poderío de la artillería enemiga, desarrollaron un sistema más flexible de defensa, a pesar de los recelos de muchos de sus comandantes. Ludendorff quería librar en el oeste una batalla defensiva menos costosa, y tenía una mente más abierta que Falkenhayn para hacerlo. Además de aprobar en septiembre de 1916 la construcción de lo que se convertiría en la Línea Hindenburg, pidió a su Estado Mayor que preparara un nuevo texto sobre doctrina defensiva, que fue publicado —no sin recibir críticas— en diciembre de 1916. Sus autores abogaban por una línea avanzada delgada que atrajera a los atacantes a un extenso campo de batalla donde recibirían disparos por los cuatro costados antes de ser repelidos por los contraataques de tropas frescas estacionadas en la retaguardia, lejos del alcance de la artillería, y, en efecto, en abril de 1917 las líneas del frente estaban menos guarnecidas que en julio de 1916. En Arras el VI Ejército alemán se vio sorprendido con sus divisiones de contraataque a veinticinco kilómetros de distancia cuando los británicos atacaron a las cinco y media de la mañana de un día de nieve del mes de abril y cesaron el fuego antes de lo previsto por los defensores. En cambio, en Chemin des Dames, donde sabían perfectamente lo que podía ocurrir, los alemanes mantuvieron delgada la línea del frente, y la infantería francesa que logró atravesar las primeras defensas se vio rodeada por el fuego procedente de los nidos de ametralladoras de cemento armado. Si Arras puso de manifiesto la progresión experimentada por los métodos y la tecnología de ataque, Chemin des Dames vino a subrayar que la defensa también había experimentado una evolución, y que en general seguía conservando su ventaja.

¿Hasta qué punto este análisis puede hacerse extensivo a otros escenarios de la guerra? La península de Gallípoli fue un minúsculo campo de batalla en el que los porcentajes de fuerzas presentes en relación con el espacio fueron incluso mayores que en Europa occidental. Como la región carecía de ferrocarril, los dos bandos recibían los pertrechos y provisiones por mar, los británicos y los franceses de Mudros, y los turcos de Constantinopla, al otro lado del mar de Mármara. Allí los Aliados disponían de menos municiones y de menos suministros de todo tipo que en el Frente Occidental, contaban con poquísimo apoyo aéreo, y se quedaron sin el respaldo de la artillería naval cuando, ante la amenaza de los submarinos, el Almirantazgo decidió retirar los acorazados de la zona. No obstante, no dudaron en trepar por colinas más escarpadas que las de Francia para enfrentarse a un enemigo enérgico y equipado con ametralladoras y fusiles modernos. En cuanto las Potencias Centrales pudieron transportar por tren piezas de artillería pesada a Constantinopla, a los Aliados no les quedó otra alternativa que la retirada. En líneas generales, los elevados porcentajes de fuerzas presentes en relación con el espacio y la revolución de la potencia de fuego tuvieron unas consecuencias similares en Gallípoli y en Francia.

Lo mismo cabe decir del frente italiano, donde en 1916 un millón y medio de soldados italianos se enfrentaron a un contingente austríaco al que probablemente doblaban en número. Aunque la frontera austro-italiana se extendía a lo largo de unos 600 kilómetros, sus dos sectores activos —el Isonzo y el Trentino— constituían únicamente una pequeña parte del conjunto (el frente del Isonzo tenía unos 100 kilómetros de longitud)[61]. De ahí que los porcentajes de fuerzas presentes en relación con el espacio fueran, una vez más, elevados. En casi toda la frontera, los Alpes se erigían desde la llanura septentrional de Italia como una muralla que servía para disuadir a cualquier atacante. Allí las condiciones eran muy duras, incluso más que en Francia: había que abrir las trincheras en las rocas con la ayuda de explosivos, o había que cavarlas a los lados de los glaciares. Miles de soldados murieron congelados, asfixiados por la elevada altitud o enterrados por las avalanchas. En el sector del Isonzo había un estrecho desfiladero entre los Alpes Julianos y la meseta calcárea del Carso, pero el propio río Isonzo formaba una barrera, en paralelo a la cual los austríacos establecieron puestos fortificados. Enseguida se produjo un estancamiento en el frente del Isonzo que se prolongó hasta 1917, mientras que el ataque lanzado por los austríacos en el Trentino en 1916, aunque sirvió para ganar más terreno (y en una zona más montañosa) que el conquistado por los italianos en el Isonzo, había sido contenido antes incluso de que la ofensiva de Brusílov atrajera la atención de Conrad. En 1915, los austríacos se encontraban en Italia en una inferioridad numérica relativamente mayor que los alemanes en Francia, pero contaban con la ventaja de la topografía —mesetas áridas y rocosas que se elevaban al este de un río de aguas torrenciales—, y durante años habían estado mejorando sus infraestructuras ferroviarias. Los italianos no estaban tan bien pertrechados de cañones pesados y municiones como los franceses y los británicos, y los austríacos disponían de muchas más ametralladoras que ellos. Detener los ataques resultaba sorprendentemente fácil. Según un observador francés, la artillería italiana, dispersada a lo largo de un frente muy amplio, simplemente no lograba destruir los cañones y las trincheras de los austríacos, y parecía que el Alto Mando no sabía que para conseguirlo hacía falta una buena preparación[62]. Al cabo de un año, la situación había cambiado muy poco: como la artillería italiana no era capaz de destruir las segundas líneas defensivas austríacas y de contrarrestar el fuego de las baterías enemigas, su infantería caía en medio de certeras cortinas de fuego defensivas, y era repelida con contraataques. Los italianos hicieron más prisioneros y ganaron más territorio que en 1915, pero seguían avanzando con suma lentitud[63]. Aunque en el curso de la guerra Cadorna aumentó el número de soldados y cañones a su disposición, parece que su ejército aprendió muy poco del Frente Oriental. No empezó a recurrir a las cortinas de fuego para facilitar el avance hasta la primavera de 1917, y modificó muy lentamente la táctica de su infantería[64]. Pero los propios austríacos carecían de la energía suficiente para lanzar un ataque, y no debe subestimarse la resistencia del soldado italiano ordinario. Hasta la llegada de los alemanes en el otoño de 1917, ningún bando fue capaz de acabar con aquel estancamiento.

Si en Gallípoli y en el frente italiano la dinámica táctica de los combates fue parecida a la de Francia y a la de Bélgica, no puede decirse lo mismo de otros escenarios. Tanto en Oriente Próximo como en África, los porcentajes de fuerzas presentes en relación con el espacio fueron infinitamente menores, y las circunstancias logísticas increíblemente distintas. El problema inicial tal vez fuera localizar al enemigo en vez de explorar y reconocer la llamada tierra de nadie. El frente del Cáucaso, un teatro desconocido con cambios extremos de clima y de terreno, no es fácil de comparar con cualquier otro escenario de Europa, aunque la guerra de montaña de los Cárpatos y el Trentino tal vez presentara ciertas analogías. Por otro lado, fuerzas atacantes fueron repelidas por defensores atrincherados y equipados con fusiles y ametralladoras en Tanga en noviembre de 1914, en Ctesifonte un año más tarde, y cuando los refuerzos británicos no consiguieron cruzar las posiciones turcas que asediaban Kut. Cuando Murray atacó Gaza en la primavera de 1917, lanzó los tanques contra las alambradas de espino y las trincheras de los defensores, pero los turcos dejaron abierto un flanco, que luego aprovecharían los británicos para cruzar al interior. A pesar de que lejos de Europa las circunstancias operacionales fueran increíblemente distintas, las condiciones tácticas del Frente Occidental siguieron desarrollándose en todos los lugares en los que se combinaban las armas modernas con elevados porcentajes de fuerzas presentes en relación con el espacio.

El Frente Oriental y el de los Balcanes pertenecen a una categoría a medio camino entre los de Francia, Flandes, el Isonzo y Gallípoli por un lado, y los de Mesopotamia y África por otro. Con una extensión aproximada de 1700 kilómetros a comienzos de 1915, la longitud del Frente Oriental doblaba con creces la del Occidental, aunque la retirada de los rusos lo redujo a unos 1000 kilómetros antes de que la campaña de Rumanía lo ampliara otros 400 más. Como los ejércitos que combatían en él eran considerablemente más pequeños que los del oeste, los porcentajes de fuerzas presentes en relación con el espacio no eran tan elevados. En el invierno de 1915-1916, los Aliados occidentales tenían desplegados a 2134 efectivos por kilómetro de frente, pero los rusos solo 1200[65]. Con una división y media Alemania guarnecía en el este un sector que en Francia o Bélgica habría requerido la presencia de cinco divisiones, y Austria-Hungría cubría su frente italiano con un contingente seis veces superior al destacado a su frente ruso[66]. En el este también había un menor volumen de ametralladoras y piezas de artillería, y la llamada tierra de nadie ocupaba una zona mucho más extensa. Tan extensa que a veces había ganado pastando entre los ejércitos. Como había menos riesgo de sufrir bombardeos, el sistema de trincheras era más reducido, con más hombres concentrados en primera línea y un número inferior de reservas móviles. Pero en el este también había menos líneas ferroviarias, lo que ralentizaba el traslado de refuerzos. Todos estos factores facilitaban el avance, y tanto los alemanes en Gorlice-Tarnow como las tropas de Brusílov en Lutsk lograron romper las líneas enemigas, aunque en circunstancias significativamente distintas. En Gorlice, los rusos habían estacionado la artillería de campaña en unos bastiones situados en pequeñas colinas, desde las que controlaban las trincheras. El sector constituía un sólido reducto según los parámetros del Frente Oriental, pero no del Occidental (sus alambradas de espino eran rudimentarias). El bombardeo de los alemanes fue el más intenso que se había visto hasta entonces en el este, si bien la superioridad de su artillería no podía compararse con la de los franceses y los británicos en 1915 o en la batalla del Somme, y la táctica de su infantería era muy poco innovadora[67]. Las tropas de asalto empezaron a subir por las colinas la noche anterior, y se habían cavado las trincheras mirando hacia las posiciones rusas, pero ya en pleno día los soldados comenzaron a avanzar en línea de escaramuza (apoyados por las ráfagas de la aviación), sufriendo numerosas bajas por los disparos de los fusiles y las ametralladoras enemigas. Tuvieron la suerte de que las defensas de buena parte del sector no tardaron en ceder: los rusos empezaron a rendirse o a retirarse precipitadamente porque sus generales temían quedar rodeados. En cambio, en 1916 los austríacos que se enfrentaban a Brusílov habían construido tres líneas fortificadas, cada una con tres trincheras, con nidos de ametralladoras, refugios profundos y muchísima alambrada, aunque los vuelos de reconocimiento habían informado al general ruso de que el enemigo disponía de pocas reservas. Los hombres de Brusílov consiguieron un efecto sorpresa cavando trincheras hasta las líneas enemigas e iniciando un intenso bombardeo, seguido por el ataque de unidades especialmente seleccionadas y adiestradas. En otras palabras las posiciones defensivas fueron más elaboradas, y las tácticas de asalto más sofisticadas, que un año antes[68]. Allí, a lo largo de un frente más reducido y estático que en 1915, las condiciones también fueron muy parecidas a las del Frente Occidental. En otros frentes la movilidad se vio cada vez más obstaculizada, incluso cuando los ejércitos del oeste se acercaban, aunque con dificultades, a la solución de este problema. Sin embargo, por importantes que sean las consideraciones tácticas, tecnológicas y logísticas a la hora de explicar el desarrollo de la guerra, estas no bastan si se estudian de manera aislada. Tras el triunfo de Brusílov, los posteriores ataques rusos contra los alemanes en las inmediaciones de Kovno, aunque fueron lanzados en un frente estrecho y con cortinas de fuego más densas, se revelaron inútiles. El Frente Oriental seguía diferenciándose del Occidental en un aspecto muy significativo. Los ejércitos de Gran Bretaña, Francia y Alemania no tenían la misma efectividad, y por regla general los alemanes provocaban más bajas entre las filas enemigas de las que sufrían[69]. Pero hasta 1917 estos tres ejércitos eran comparables en su determinación a persistir en la acción aun a costa de soportar un elevado número de pérdidas. En cambio, Brusílov rebasó unas posiciones bien equipadas que en el oeste ninguno de los dos bandos habría abandonado con tanta facilidad, y los alemanes rompieron las líneas enemigas en Gorlice con mucha menos potencia de fuego y pericia táctica de la que habrían necesitado para hacer lo mismo en Francia. Muchas unidades austrohúngaras eran tan inferiores a las rusas en cohesión, moral y equipamiento como las rusas solían serlo en comparación con las alemanas. Los avances en la producción de armas fueron fundamentales también para explicar los contrastes existentes entre los distintos escenarios de la guerra y el modelo general de combate. La calidad y la cantidad de efectivos disponibles, y los éxitos y los fracasos de las economías de guerra serán los temas que a continuación entrarán en escena.