13
El segundo viaje del capitán James Cook

Cuando el más valiente de los viajeros ingleses pereció,

Fue un salvaje quien oyó sus últimos lamentos,

Y lejos de la tierra donde su memoria se venera,

En una isla tropical yacen sus huesos.

Injusto fue el destino que el movimiento detuvo

De quien con vigor inquebrantable, con firme dedicación,

Examinó cada costa y todo océano explicó,

En zonas tórridas, frías y templadas.

GEORGE B. AIRY (sexto director del Real Observatorio), Dolcoath.

Col en salmuera.

Ésa fue la consigna del segundo viaje triunfal del capitán James Cook, que comenzó en 1772. Al añadir generosas raciones de este típico alimento alemán a la dieta de su tripulación inglesa (algunos hombres le hacían ascos), el gran navegante logró erradicar el escorbuto de sus naves. La col, cargada de vitamina C, se corta finamente y se deja en sal hasta que fermenta y se pone agria. Se mantiene indefinidamente en un barco, o al menos el tiempo que se tarda en dar la vuelta al mundo. Cook la adoptó como verdura de alta mar, y la col salvó la vida de los marinos hasta que el zumo de limón, y más adelante de lima, la sustituyeron en las provisiones de la Marina de Guerra inglesa.

Con sus hombres bien alimentados, Cook tenía todas las manos disponibles para realizar exploraciones y experimentos científicos. También llevó a cabo trabajos de campo para el Consejo de la Longitud, cotejando el método de la distancia lunar, que Cook dominaba como buen marino que era, con varios relojes marinos nuevos construidos a imagen y semejanza del de Harrison.

«He de hacer constar que nuestro error (en longitud) no puede ser muy grande, siempre que contemos con tan buena guía como la del reloj», dice Cook en su diario durante la travesía del Resolution.

Harrison quería que Cook llevase el H-4 original, no una copia ni una imitación. De buen grado hubiera apostado el saldo de su premio dejando que la pérdida o la ganancia de las £ 10.000 restantes dependiesen de la actuación del reloj bajo las órdenes de Cook. Pero el Consejo de la Longitud dijo que el H-4 tenía que quedarse en casa, dentro de las fronteras del reino, hasta que se decidiera su situación respecto al resto del premio de la longitud.

Curiosamente, el H-4, que había superado dos pruebas marítimas, obtenido la aclamación de tres capitanes e incluso un testimonio en favor de su precisión del Consejo de la Longitud, falló la prueba de diez meses en el Real Observatorio, entre mayo de 1766 y marzo de 1767. Funcionaba irregularmente, de modo que a veces se adelantaba hasta veinte segundos al día. Quizá fuera consecuencia de los daños sufridos cuando se desmontó para revelar la maquinaria. Algunos autores aseguran que Nevil Maskelyne lo trató mal mientras se encargaba de darle cuerda diariamente. Otros opinan que distorsionó la prueba a propósito.

Hay algo extraño en la lógica empleada por Maskelyne para recoger las estadísticas que servirían como descalificación del H-4. Hizo como si el reloj estuviera realizando seis viajes a las Indias Occidentales, cada uno de ellos de seis semanas de duración, volviendo a los términos originales del Decreto de la Longitud de 1714, que aún estaba en vigor. No tuvo en cuenta el hecho que el reloj parecía haber sufrido daños, evidentes en la forma variable y exagerada de reaccionar ante los cambios de temperatura en lugar de aclimatarse tranquilamente y con precisión, tal como era su característica. Por el contrario, Maskelyne se limitó a registrar las estadísticas de su actuación en cada «viaje», mientras el H-4 permanecía encerrado en el observatorio. Después, tradujo el adelanto en tiempo en grados de longitud, y esto a su vez en distancia al ecuador, expresada en millas náuticas. En el primer simulacro de viaje, por ejemplo, el H-4 se adelantó trece minutos y veinte segundos, ó 3 grados, 20 minutos de longitud, de modo que cometió un error de doscientas millas náuticas. Salió un poco mejor parado en las siguientes excursiones, sobre todo en la quinta tentativa, cuando erró sólo ochenta y cinco millas al haberse adelantado cinco minutos y cuarenta segundos, es decir, 1 grado 25 minutos de longitud. Así, Maskelyne se vio obligado a concluir que: «No se puede confiar en el reloj del señor Harrison para mantener la longitud dentro de los límites de un grado en un viaje a las Indias Occidentales de seis semanas de duración».

Sin embargo, las pruebas anteriores demostraban que el reloj de Harrison ya había mantenido la longitud dentro de los límites de medio grado, o incluso algo mejor, en dos viajes reales a las Indias Occidentales.

Pero Maskelyne sostenía que no podía confiarse en que el reloj mantuviese la posición de un barco en una travesía de seis semanas «ni mantuviese la longitud dentro de los límites de medio grado durante más de unos cuantos días, y quizá no tanto, si el frío es muy intenso. No obstante, se trata de un invento útil y valioso, y, en combinación con las observaciones de la distancia de la Luna desde el Sol y las estrellas fijas, puede resultar de considerable provecho para la navegación».

Con estas palabras de débil alabanza, Maskelyne admitía con tacto la existencia de ciertos defectos en el método de la distancia lunar, a saber: todos los meses, du rante unos seis días, la Luna está tan cerca del Sol que no se la ve, y no pueden efectuarse mediciones de la distancia lunar. En tales ocasiones, no cabe duda que el H-4 podría «resultar de considerable provecho para la navegación». También vendría bien un reloj para los trece días al mes en que la Luna ilumina la noche y se encuentra en el extremo opuesto del mundo respecto al Sol. Incapaces de medir la enorme distancia entre los dos grandes cuerpos durante esas semanas, los navegantes establecían la relación entre la Luna y las estrellas fijas. Comprobaban las horas de sus observaciones nocturnas con un reloj corriente que podía no ser suficientemente exacto, en cuyo caso no les valía la pena tanto desvelo. Con un reloj como el H-4 a bordo podía fijarse la distancia lunar con absoluta precisión temporal. Por tanto, en opinión de Maskelyne, el reloj podía realzar el método de la distancia lunar, pero no reemplazarlo.

En definitiva, Maskelyne consideraba el reloj menos constante que los astros.

Harrison interpuso una andanada de objeciones en un opúsculo que costeó él mismo, aunque sin duda lo escribió con ayuda de un négre, porque su diatriba está en un lenguaje claro e inteligible. Uno de los puntos del opúsculo ataca a las personas que supuestamente debían de estar presentes cuando Maskelyne manipulaba el H-4, todos los días. Estos individuos residían en el cercano hospital Real de Greenwich, institución para marinos que ya no estaban en condiciones de trabajar. Harrison sostenía que los antiguos navegantes eran demasiado viejos y respiraban con demasiada dificultad como para subir la empinada cuesta hasta el observatorio. Incluso si hubieran tenido suficiente aliento como para llegar a la cima, no se hubieran atrevido a contradecir al director, por lo que se limitaban a estampar su firma en el registro, secundando lo que escribiese Maskelyne.

Aún más: Harrison se quejó que el H-4 había sido expuesto a la luz directa del Sol. En el interior de una caja con una cubierta de cristal, el reloj soportó un calor tan sofocante como el de un invernadero. Además, el termómetro para medir la temperatura ambiental del reloj se encontraba en el otro extremo de la habitación, y a la sombra.

Maskelyne ni siquiera se molestó en contestar uno solo de estos alegatos, y no volvió a dirigir la palabra a los Harrison, ni ellos a él.

Harrison esperaba recuperar el H-4 tras haber aceptado el desafío de Maskelyne. Pidió al Consejo de la Longitud que se lo devolvieran. El Consejo rehusó. A sus setenta y cuatro años, Harrison tuvo que rehacer dos de sus relojes basándose en su experiencia pasada y en los recuerdos del H-4. A modo de guía, el Consejo le facilitó un par de ejemplares del libro en el que aparecían los dibujos y las descripciones del propio Harrison, publicados hacía poco por Maskelyne con el título The Principles of Mr. Harrison 's Timekeeper with Plates of the Same (Principios del reloj del señor Harrison con láminas del mismo). Al fin y al cabo, lo que perseguía este libro era permitir que cualquiera reconstruyera el H-4. (A decir verdad, era imposible comprender la descripción, porque la había redactado Harrison).

Con el fin de encontrar pruebas que el H-4 podía reproducirse, el Consejo también contrató al relojero Larcum Kendall para que intentara fabricar una copia exacta. Esto pone de manifiesto lo implacablemente que el Consejo seguía el espíritu de la ley tal como sus miembros la interpretaban, porque el Decreto de la Longitud original no estipulaba que el método «factible y útil» tuviera que ser copiado por su inventor ni por ninguna otra persona.

Kendall, conocido y respetado por Harrison, había sido aprendiz de Jefferys. Quizás ayudara en la construcción del reloj de bolsillo de Jefferys, e incluso en la del H-4. También había actuado como perito en el exhaustivo «descubrimiento» del H-4, aquel que duró seis días. En definitiva, era el más indicado para construir la reproducción. Incluso Harrison lo creía así.

Kendall la terminó al cabo de dos años y medio. Al recibir el K-1, en enero de 1770, el Consejo de la Longitud volvió a convocar a la comisión que había examinado el H-4, pues sus miembros serían seguramente los mejores jueces de la semejanza entre ambos aparatos. A tal efecto, se reunieron para examinar el K-1 John Michell, William Ludlam, Thomas Mudge, William Mathews y John Bird. Kendall se ausentó en esta ocasión, como era de esperar. Naturalmente, su puesto en el jurado lo ocupó William Harrison. Por unanimidad se consideró al K-1 la exacta reproducción del H-4, salvo por el hecho de llevar más ornamentos grabados en la placa en la que Kendall había puesto su nombre.

Pródigo en elogios, William Harrison expresó ante el Consejo que, en algunos aspectos, la destreza de Kendall superaba a la de su padre. Seguramente le hubiera gustado tragarse sus palabras cuando, más adelante, el Consejo eligió el K-1 y no el H-4 para navegar por el Pacífico con el capitán Cook.

La decisión del Consejo no tenía nada que ver con cuál era el mejor reloj, porque consideraba el H-4 y el K-1 como gemelos. Se trataba simplemente que hubiera aparcado el H-4. De modo que Cook se llevó el K-1 en su viaje alrededor del mundo, así como tres imitaciones más baratas ofrecidas por un fabricante de cronómetros advenedizo llamado John Arnold.

Mientras tanto, ya en 1770, Harrison, a pesar de lo mal que le habían tratado, de su avanzada edad, su escasa vista y unos ataques periódicos de gota, había terminado el primero de los dos relojes cuya construcción le había ordenado el Consejo. El que en la actualidad se conoce como H-5 tiene la misma complejidad interna del H-4, pero un aspecto externo austero. La esfera no lleva ningún adorno en especial. La pequeña explosión de estrellas de cobre del centro parece en cierto modo ornamental, cual una florerilla de ocho pétalos. En realidad, se trata de un botón moleteado que atraviesa la cubierta de cristal de la esfera: al darle la vuelta se ajustan las manillas sin necesidad de levantarla, y de este modo se elimina la acumulación de polvo.

Tal vez Harrison deseara que la estrella fuera una especie de mensaje subliminal. Dado que recuerda la posición y la forma de una rosa de los vientos, recuerda asimismo el otro instrumento, más antiguo, la brújula magnética, en el que confiaron los navegantes durante tanto tiempo para hallar el rumbo.

La chapa del H-5 parece vacía y uniforme en comparación con la exuberancia decorativa de la pieza correspondiente del H-4. En realidad, el H-5 es obra de un hombre más triste pero también más prudente, obligado a hacer lo que antaño había hecho de buen grado, incluso con alegría. Sin embargo, el H-5 es un objeto bello por su misma sencillez. Actualmente ocupa un lugar central en el Museo de relojeros de Guildhall de Londres, literalmente en medio de la estancia, donde descansa sobre el raído cojín de satén rojo que incluye su caja original de madera.

Tras haber construido este reloj en tres años, Harrison dedicó otros dos a probarlo y ajustarlo. Cuando llegó a convencerle, tenía setenta y nueve años. No podía iniciar otro proyecto de las mismas proporciones. Incluso si hubiera podido terminar el trabajo, las pruebas oficiales se hubieran prolongado hasta la siguiente década, algo que no ocurriría con su vida. Esta sensación de encontrarse entre la espada y la pared, sin esperanza que se le hiciera justicia, le dio coraje para llevar sus cuitas ante el rey.

Su Majestad el rey Jorge III se interesaba vivamente por la ciencia, y había seguido de cerca las pruebas del H-4. Incluso había concedido audiencia a John y William Harrison cuando el H-4 volvió de su primer viaje a Jamaica. Con anterioridad, el rey Jorge había inaugurado un observatorio privado en Richmond, justo a tiempo de contemplar la culminación de Venus, en 1769.

En enero de 1772, William escribió una conmovedora carta al rey contándole las penurias de su padre con el Consejo de la Longitud y el Real Observatorio. Preguntaba cortésmente, suplicante, si el nuevo reloj, el H-5, podía «alojarse durante cierto tiempo en el observatorio de Richmond con el fin de comprobar y manifestar su grado de excelencia».

El rey mantuvo una larga entrevista con William en el castillo de Windsor. En un relato posterior de este encuentro fundamental, escrito en 1835 por el hijo de William, John, se cuenta que el rey murmuró: «A esta gente la han tratado cruelmente». Y le prometió en voz alta: «¡Por Dios, Harrison, yo me encargaré que se le haga justicia!».

Fiel a su palabra, Jorge III confió el H-5 a su tutor particular en ciencia, S. C. T. Demainbray, para una prueba de seis semanas, algo que recuerda el modus operandi de Maskelyne. Al igual que en las anteriores pruebas en tierra y mar, se cerró la caja del H-5 y las tres llaves se distribuyeron entre tres personas: una fue para el doctor Demainbray, otra para William y una tercera para el rey. Los tres se reunían en el observatorio todos los días, a mediodía, para confrontar el reloj con el regulador y darle cuerda.

A pesar de tan respetuoso trato, el reloj no se portó bien en un principio. Adelantaba y atrasaba sin explicación, para gran bochorno de los Harrison. Un buen día, el rey recordó que había guardado unos imanes naturales en un armario cerca de donde se encontraba el reloj, y él mismo se precipitó a quitarlos de allí. Liberado de la atracción de aquellas piedras, el H-5 recobró la calma y actuó tal como todos esperaban.

El rey amplió el plazo de la prueba en previsión de las objeciones de los enemigos de Harrison. Al cabo de diez semanas de observaciones cotidianas, entre mayo y julio de 1772, defendió con orgullo el nuevo reloj, porque el H-5 había demostrado su precisión hasta el límite de un tercio de segundo al día.

Tomó a los Harrison bajo su protección y les ayudó a superar la contumacia del Consejo, recurriendo directamente al primer ministro, lord North, y al Parlamento, en busca de «simple justicia», como la denominaba William.

Acuciados por el gobierno, los miembros del Consejo se reunieron el 24 de abril de 1773 para rastrear el tortuoso curso del caso de Harrison una vez más, ante dos testigos del Parlamento, donde se debatieron los pormenores tres días después. Por sugerencia del rey, Harrison abandonó las reclamaciones por vía judicial y se limitó a apelar al corazón de los ministros. Era un anciano. Había dedicado toda su vida a estas tareas. Y aunque había alcanzado el éxito, sólo le recompensaban con la mitad del premio, a lo que añadían otras exigencias que se le hacían imposibles.

Esta forma de proceder dio buen resultado. La resolución definitiva tardó aún unas semanas en canalizarse, pero a finales de junio Harrison recibió £ 8.750. Esta suma casi totalizaba el resto del premio de la longitud que se le debía, pero no era el premio codiciado. Se trataba de una gratificación concedida por la benevolencia del Parlamento, muy a pesar del Consejo de la Longitud.

Poco después, otro decreto del Parlamento anunciaba los términos dentro de los cuales aún se podía obtener el premio. Este nuevo decreto de 1773 revocaba toda la reglamentación anterior sobre la Longitud. Las reglas para poner a prueba nuevos relojes imponían las condiciones más estrictas: todos los participantes tenían que presentarse por duplicado, y someterse a pruebas de un año entero en Greenwich y, a continuación, dos viajes marítimos alrededor de Gran Bretaña (el primero en dirección este, el segundo hacia el oeste), así como de otras travesías con el punto de destino que decidiese el Consejo, culminando en hasta doce meses de observación en el Real Observatorio. Se oyó comentar riendo a Maskelyne que el decreto «les ha dado a los mecánicos un hueso tan duro de roer que se les van a romper los dientes».

Sus palabras resultaron proféticas, porque nadie llegó a reclamar el dinero del premio.

Sin embargo, Harrison volvió a sentirse vengado en julio de 1775, cuando Cook regresó de su segundo viaje deshaciéndose en alabanzas hacia el método de encontrar la longitud por medio de un reloj.

«El reloj del señor Kendall (que cuesta £ 450) supera las expectativas de su más entusiasta defensor, y al ser corregido de vez en cuando con observaciones lunares, ha resultado nuestro guía más fiel a lo largo de las vicisitudes de los climas», escribió el capitán.

En el diario de navegación del Resolution aparecen numerosas referencias al reloj, al que Cook llama «nuestro buen amigo el reloj» y «nuestra guía infalible, el reloj». Con su ayuda, trazó las primeras cartas de las islas del Pacífico sur, de gran precisión.

«No haría justicia a los señores Harrison y Kendall si no reconociese que hemos recibido gran ayuda de este reloj tan útil y valioso», anotó Cook asimismo en el diario.

Tan encantado estaba con el K-1 que lo llevó en su tercera expedición, el 12 de julio de 1776. Este viaje no fue tan afortunado como los dos anteriores. A pesar de la gran diplomacia de este renombrado explorador y de sus esfuerzos por respetar a los nativos de las tierras a las que llegaba, tuvo graves problemas en el archipiélago de Hawai.

En su encuentro inicial con Cook, el primer hombre blanco al que veían, los hawaianos pensaron que se trataba de la encarnación de su dios, Lono. Pero cuando regresó a su isla meses más tarde, tras diversas incursiones por Alaska, empezaron a incrementarse las tensiones y tuvo que marcharse de allí rápidamente. Por desgracia, al cabo de unos días, el palo de trinquete sufrió un percance que obligó a Cook a regresar a la bahía de Kealakekua. En el transcurso de las hostilidades que siguieron a este accidente, el capitán fue asesinado.

Casi en el mismo momento en que moría Cook, en 1779, según un relato de la época, el K-1 dejó de funcionar.