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Historia de dos retratos
Medid bien el tiempo. ¡Qué desagradable
Es la dulce música, cuando no se miden
Bien los tiempos y no se guarda el compás!
Lo mismo ocurre en la música de la vida humana.
He abusado del tiempo y ahora el tiempo abusa
De mí, pues ahora el tiempo me ha tomado por el
Reloj que marca sus divisiones; mis
Pensamientos son los minutos.
WILLIAM SHAKESPEARE, Ricardo II.
Se han conservado dos impresionantes retratos de John Harrison, ambos realizados en vida. El primero es un retrato oficial al óleo, obra de Thomas King, pintado entre octubre de 1765 y marzo de 1766. El otro es un grabado de Peter Joseph Tassaert, fechado en 1767, a todas luces extraído del cuadro, que copia casi en todos los detalles. En todos menos uno, y esta diferencia nos cuenta una historia de degradación y desesperación.
En la actualidad, el cuadro se encuentra en la galería del antiguo Real Observatorio. Muestra a un Harrison de aspecto importante, con levita y calzón de color chocolate, en posición sedente, y rodeado por sus inventos, entre ellos el H-3 a la derecha, y el regulador de precisión con péndulo de rejilla que construyó para verificar los demás relojes, a su espalda. Aun estando sentado adopta una postura erguida y una expresión de competencia, satisfecho pero no presuntuoso. Lleva peluca blanca de caballero, y tiene la piel más blanca y lisa que imaginarse pueda. (Según se cuenta, a Harrison empezaron a fascinarle las maquinarias de reloj en la infancia, mientras se recuperaba de una enfermedad que, por todas las trazas, era un caso de viruela, grave en aquella época. Hemos de llegar a la conclusión de que esta historia es un tanto exagerada, o que Harrison experimentó una recuperación milagrosa, o que el pintor eliminó las señales de la viruela).
Sus ojos azules, aunque algo acuosos dados sus setenta y tantos años de edad, sostienen una mirada directa. Sólo las cejas, elevadas en el centro, y las arrugas entre ellas, delatan los cuidados de su oficio, las continuas preocupaciones. Tiene el brazo izquierdo doblado, y la mano apoyada en la cintura. El antebrazo derecho reposa sobre una mesa, y sostiene entre los dedos… ¡el reloj de bolsillo de Jefferys!
¿Dónde está el H-4? Hacía tiempo que lo había terminado, y era la niña de sus ojos. Sin duda Harrison querría haber posado con él. Y de hecho, posa con él en el grabado de Tassaert. Resulta extraño ver cómo se separan las medias tintas del óleo en la muñeca derecha de Harrison. En esta imagen, su mano está vacía y señala vagamente hacia el Reloj, en este caso sobre la mesa, un tanto escorzado por la perspectiva, encima de unos dibujos que lo representan. Hay que reconocer que el aparato es demasiado grande para que Harrison lo sujete cómodamente en la palma de la mano, como podía hacer con el reloj de Jefferys, que tenía la mitad de tamaño que el H-4.
La razón de que el H-4 no aparezca en el retrato al óleo es que no estaba en poder de Harrison cuando posó para el cuadro. Fue recuperado más adelante, cuando su creciente fama como «el hombre que descubrió la longitud» dio pie a que se hiciera el grabado que lo incluía. Los acontecimientos que se produjeron entre medias estuvieron a punto de hacerle perder la paciencia a Harrison.
Tras la segunda prueba del Reloj en el verano de 1764, el Consejo de la Longitud dejó que pasaran meses enteros sin decir una palabra. Sus miembros estaban esperando que los matemáticos cotejaran los cálculos que se habían efectuado de la actuación del H-4 con las observaciones de los astrónomos sobre la Longitud de Portsmouth y Barbados, todo lo cual había que tener en cuenta para el veredicto. Cuando oyeron el informe final, los miembros del Consejo admitieron que mantenían «unánimemente la opinión de que dicho reloj ha funcionado con suficiente corrección». Difícilmente hubieran podido decir otra cosa. El Reloj había demostrado que podía dar la Longitud dentro de los límites de dieciséis kilómetros: con una exactitud tres veces mayor de lo que exigía el Decreto de la Longitud. Pero este extraordinario éxito sólo le sirvió a Harrison para obtener una pequeña victoria. El Reloj y su creador tendrían todavía que dar muchas explicaciones.
Aquel otoño, el Consejo se ofreció a entregarle la mitad del dinero del premio a condición de que él les entregase a su vez todos los relojes marinos y les revelase la magnífica maquinaria del H-4. Si Harrison quería la cantidad íntegra, las £ 20.000, tendría también que supervisar la construcción no de una, sino de dos copias del H-4 como prueba de que se podían reproducir su diseño y funcionamiento.
Para colmo, Nathaniel Bliss rompió la larga tradición de longevidad que caracterizaba al puesto de director del observatorio. John Flamsteed desempeñó el cargo durante cuarenta años; Edmond Halley y James Bradley, durante más de veinte cada uno, pero Bliss murió al cabo de dos años de haber ocupado el puesto. El nombre del nuevo director, y miembro ex officio del Consejo de la Longitud, que se anunció en enero de 1765 era, como sin dudarlo había predicho Harrison, el de Nevil Maskelyne.
Maskelyne, de treinta y dos años de edad, tomó posesión de su cargo un viernes. Al día siguiente por la mañana, sábado 9 de febrero, incluso antes de la ceremonia de besar la mano al Rey, asistió a la reunión del Consejo de la Longitud que estaba prevista, en calidad de miembro más reciente. Escuchó con atención el debate sobre el espinoso asunto del pago a Harrison y después atendió a su propio programa.
Leyó en voz alta un largo memorando de elogio al método de la distancia lunar. Cuatro capitanes de la East India Company que le acompañaban corearon sus palabras. Todos ellos habían utilizado ese procedimiento, muchas veces, tal como señalaba Maskelyne en The British Mariner's Guide, logrando siempre averiguar la Longitud en cuestión de unas cuatro horas. Coincidieron con Maskelyne en que debían publicarse las tablas y difundirse, «para que este método pueda ser practicado fácilmente por todos los navegantes».
Esto señaló el comienzo de una explosión de actividades encaminadas a institucionalizar el método de la distancia lunar. El cronómetro de Harrison sería rápido, pero también una rareza, mientras que los cielos eran accesibles a todos.
La primavera de 1765 le causó a Harrison más aflicciones, que adoptaron la forma de un nuevo decreto del Parlamento. Esta ley —oficialmente llamada Decreto V de Jorge III— sumaba una serie de advertencias y condiciones al Decreto de 1714, e incluía estipulaciones que se aplicaban específicamente a Harrison. Incluso se le nombraba y se exponía el estado de su enfrentamiento con el Consejo.
El humor de Harrison se deterioró. En más de una ocasión salió dando un portazo de una reunión del Consejo, oyéndosele jurar que no aceptaría las escandalosas exigencias que se le querían imponer «mientras le quedara una gota de sangre inglesa en el cuerpo».
Lord Egmont, presidente del Consejo, llegó a espetarle: «Señor… sois el ser más extraño y obstinado que he conocido jamás, y si hicierais lo que queremos que hagáis, algo que está en vuestro poder, os daría mi palabra de entregaros el dinero, pero tan sólo con que lo hicierais».
Harrison acabó doblegándose. Entregó los dibujos y una descripción escrita. Prometió develarlo todo ante una comisión de expertos elegida por el Consejo.
Aquel verano, el 14 de agosto de 1765, un ilustre grupo llegó a casa de Harrison, en Red Lion Square. Estaban presentes dos de los profesores de matemáticas de Cambridge a los que Harrison se refería burlonamente como «sacerdotes» o «curas», el reverendo John Michell y el reverendo William Ludlam. Asistían tres famosos relojeros: Thomas Mudge, quien estaba profundamente interesado en construir relojes marinos, William Mathews y Larcum Kendall, antiguo aprendiz de John Jefferys. El sexto miembro de la comisión era el respetado constructor de instrumentos científicos John Bird, que había provisto al Real Observatorio de instrumentos para trazar mapas siderales, y de artefactos únicos a muchas expediciones científicas.
También estaba Maskelyne.
En el transcurso de los seis días siguientes Harrison desmontó el reloj pieza a pieza, explicó —bajo juramento— la función de cada una de ellas, describió cómo funcionaban en conjunto las diversas innovaciones para marcar la hora casi perfectamente, y contestó a todas las preguntas que se le formularon. Una vez acabado el interrogatorio, los jueces firmaron un certificado que decía que, en su opinión, Harrison había dicho todo cuanto sabía.
Como golpe de gracia, el Consejo se empeñó en que Harrison volviera a ensamblar el Reloj y que lo entregase, cerrado con llave en su caja, para ser confinado (secuestrado, en realidad) en un almacén del Ministerio de Marina. Al mismo tiempo, tenía que empezar a construir las dos reproducciones, sin el Reloj para servirle de guía y desprovisto incluso de sus esquemas y descripciones originales, que Maskelyne había enviado a la imprenta para que los copiaran, grabaran y editaran en forma de libro, que se vendería al público.
Qué situación para posar ante un pintor. Sin embargo, fue en esta tesitura cuando King pintó a Harrison. Quizás adoptara una expresión de tranquilidad a finales de aquel otoño, cuando acabó recibiendo las 10.000 libras que le había prometido el Consejo.
A principios de 1766, Harrison volvió a tener noticias de Ferdinand Berthoud, que llegó de París con muchas esperanzas de conseguir lo que no había logrado en su viaje anterior, en 1763: enterarse de los detalles de la construcción del H-4. Harrison no se sentía muy inclinado a confiar en Berthoud. ¿Por qué habría de confesar sus secretos a nadie que no pudiera obligarle a hacerlo? El Parlamento estaba dispuesto a pagar 10.000 libras por la información que al parecer Berthoud esperaba gratis. En nombre del Gobierno francés, Berthoud le ofreció 500 libras por realizar un viaje con el H-4. Harrison rechazó la oferta.
Sin embargo, antes de ir a Londres, Berthoud había mantenido correspondencia, de relojero a relojero, con Thomas Mudge. Al estar en la ciudad, pasó por la tienda de Mudge, en Fleet Street. Al parecer, nadie le había dicho a Mudge —ni a ninguno de los demás peritos— que las explicaciones de Harrison eran asunto confidencial. Mientras cenaba con el relojero francés, Mudge se explayó con el H-4. Lo había tenido en sus manos y se le habían enseñado sus más íntimos detalles, que compartía ahora con Berthoud. Incluso hizo dibujos.
Se comprobó luego que Berthoud y los demás relojeros del continente no robaron la idea de Harrison para la construcción de su propio reloj marino. Sin embargo, Harrison tenía razones para sentirse humillado ante el descuido con que se había aireado su caso.
Los miembros del Consejo de la Longitud no se disgustaron demasiado con Mudge por su indiscreción, y, por otra parte, tenían otras cosas que examinar aparte del asunto de Harrison. Entre ellas destacaba la petición del reverendo Maskelyne, que quería empezar a publicar anualmente las efemérides náuticas para los navegantes interesados en averiguar la Longitud mediante el método de la distancia lunar. Al aportar cuantiosos datos prefigurados, reduciría el número de cálculos aritméticos a realizar por el marino y, por consiguiente, acortaría drásticamente el tiempo necesario para averiguar una posición: de cuatro horas a unos treinta minutos. El director del observatorio aseguraba estar más que dispuesto a cargar con la responsabilidad del trabajo. Lo único que necesitaba del Consejo, en tanto que editor oficial, era recursos económicos para pagar salarios a dos ordenadores humanos que se encargarían de las matemáticas, así como los honorarios del impresor.
Maskelyne publicó el primer volumen del Nautical Almanac and Astronomical Ephemeris (Almanaque náutico y efemérides astronómicas) en 1766, y continuó supervisándolo hasta el día de su muerte. Incluso después de su muerte, en 1811, los marinos siguieron utilizando su obra unos años, ya que la edición de 1811 contenía predicciones hasta 1815. Otras personas recibieron el legado y siguieron publicando las tablas lunares hasta 1907, y el Almanaque hasta nuestros días.
El Almanaque representa la imperecedera aportación de Maskelyne a la navegación, a la vez que la tarea perfecta para él pues abarca múltiples detalles, realmente insoportables: doce páginas llenas de datos para cada mes, abreviados y en tipo menudo, con la posición de la Luna calculada cada tres horas respecto al Sol o las diez estrellas indicadoras. Todos coincidían en que el Almanaque y el libro que lo acompañaba, las Requisite Tables (Tablas imprescindibles), proporcionaban a los marinos la forma más segura de fijar la posición en el mar.
En abril de 1766, después de que el retrato de Harrison estuviese acabado, el Consejo le propinó otro golpe que bien pudo cambiar su semblante.
Con el fin de aclarar todas las dudas que pudieran quedar acerca de la exactitud del H-4, el Consejo decidió someterlo a otra prueba, más rigurosa aún que los dos viajes anteriores. Con tal fin, habría que trasladar el Reloj del Ministerio de Marina al Real Observatorio, donde, durante un período de diez meses, sería sometido a pruebas diarias realizadas por Nevil Maskelyne en su condición de director del observatorio. También habría que enviar las tres grandes máquinas de longitudes (los tres relojes marinos) a Greenwich, para que cotejaran su marcha con la del gran reloj regulador del observatorio.
Será fácil imaginar la reacción de Harrison al ver que su tesoro, el H-4, tras haber languidecido muchos meses en una torre solitaria del Ministerio de Marina, iba a caer en manos de su peor enemigo. Al cabo de unos días, oyó que alguien llamaba a su puerta: era Maskelyne, que llegaba sin previo aviso y con una orden para incautarse de los relojes marinos.
«Señor John Harrison —comenzaba la misiva—. Nosotros, los miembros del Consejo de la Longitud, designados por los decretos del Parlamento para el descubrimiento de la Longitud en el mar, os requerimos que entreguéis al reverendo Nevil Maskelyne, director del Real Observatorio de Greenwich, los tres relojes o máquinas que aún se encuentran en vuestras manos y que pasarán a ser bienes públicos».
Acorralado, Harrison llevó a Maskelyne a la habitación en la que guardaba los relojes que habían sido sus fieles compañeros durante treinta años. Todos estaban en funcionamiento, cada uno con su forma característica, como viejos amigos en animada conversación. Poco les importaba que el tiempo los hubiese dejado desfasados. Seguían charlando entre sí, ajenos al resto del mundo, bien atendidos en aquella casa tan acogedora.
Antes de separarse de sus relojes marinos, Harrison le pidió a Maskelyne que le hiciera una concesión: que firmara una declaración en la que se aseguraba que los relojes se hallaban en perfectas condiciones cuando él los había encontrado bajo el techo de Harrison. Maskelyne protestó; después accedió a admitir que, según todas las apariencias, se encontraban en perfectas condiciones, y estampó su firma. La cólera fue intensificándose por ambas partes, de modo que cuando Maskelyne le preguntó a Harrison cómo debía transportar los relojes (es decir, si había que llevarlos tal cual estaban o parcialmente desmontados), Harrison se enfadó y dio a entender que cualquier consejo que diera se utilizaría en su contra si ocurría algún incidente. Finalmente dijo que el H-3 podía ser llevado tal cual, pero que había que quitarles algunas piezas al H-1 y al H-2. Pero no se sentía capaz de presenciar tal ignominia, y se fue al piso de arriba para estar solo en sus habitaciones. Desde allí oyó el estrépito de algo que se estrellaba contra el suelo. Los trabajadores que había llevado Maskelyne habían dejado caer el H-1 al llevarlo al carro que esperaba a la puerta. Por supuesto, se había tratado de un accidente.
Aun cuando el H-4 había viajado en un barco en compañía de Larcum Kendall, por el río Támesis hasta Greenwich, los otros tres relojes marinos fueron por las calles de Londres dando tumbos en un carro sin suspensión. Cualquiera puede imaginar la reacción de Harrison. El medallón en esmalte vidriado con su retrato de perfil, obra de James Tassie, fechado en 1770, representa al relojero con sus delgados labios vueltos hacia abajo.