16.LA TIERRA
Fue un comunicado lacónico, entregado de manera oficial a toda la prensa del mundo. Era relativo al planeta Marte, y decía escuetamente:
“Por una causa que no se ha podido determinar, las comunicaciones con Marte han quedado completamente interrumpidas, y todos los mensajes enviados han quedado sin respuesta, sin recibirse siquiera el acuse automático de recepción. Ello hace suponer que algún desgraciado accidente haya ocurrido en “Burbuja roja”, y a consecuencia del mismo sus diez hombres hayan perecido. A pesar de ello, la Confederación seguirá a todo ritmo su plan de rescate, y se espera que dentro de tres meses como máximo una nave sustituía de la desaparecida "Marte IV” parta hacia el planeta.”
Era el primer paso dado para correr un velo sobre todo lo ocurrido en torno a la Burbuja. El segundo lo dio el propio presidente con una llamada personal, por línea directa, a Artewood.
—General —le dijo—, a partir de este mismo momento queda establecido el secreto militar en torno a todo lo concerniente a “Burbuja roja”. No se podrá hacer ningún comentario sobre el particular, y si recibe alguna pregunta difícil de contestar y cuya respuesta le sea imposible eludir, consúlteme antes de hacer nada. ¿Ha comprendido?
—Por completo, presidente —respondió Artewood.
—Nada más entonces. Téngame al corriente de todos los adelantos con respecto al nuevo cohete.
Y esté atento a mis indicaciones.
—Bien, presidente. —Artewood hizo una pausa—. Y... presidente, ¿qué va a suceder ahora con los diez hombres de la Burbuja?
—¿Qué desea saber sobre ellos?
—Sólo úna cosa: ¿podremos rescatarlos con vida?
Von Birof se encogió levemente de hombros.
—No lo sé —respondió—. Pero ahora no importan ya los diez hombres en sí; importa sólo la Burbuja en conjunto. Es preciso seguir manteniendo la base, cueste lo que cueste. Y ahora adiós, tengo mucho trabajo.
—A sus órdenes.
Von Birof apretó el pulsador de ruptura de la comunicación, y quedó unos instantes pensativo. Tomó de sobre su mesa el telegrama que había recibido el día anterior de la Unión Socialista de Estados Orientales, y que era lo que le había forzado, más que todo lo demás, más que la opinión pública del mundo incluso, a dar su nota a la prensa:
“Enterados de la desgracia ocurrida al destacamento “Burbuja roja” de Marte, ofrecemos toda nuestra ayuda a la Confederación de Estados Occidentales para rescatar a los diez hombres aislados en ella. Con nuestra adhesión.”
Y firmaba el propio jefe del Consejo de la Unión. Von Birof sintió deseos una vez más de romper aquel pequeño pedazo de papel, haciéndolo miles, millones de trozos. Los orientales sabían aprovechar todos los momentos para hacer propaganda, pero esta vez no se saldrían con la suya; en absoluto. Tal vez los diez hombres de Marte murieran, no importaba ya. Pero la Burbuja se conservaría incólume. Los cinco años de plazo transcurrirían sin novedad, y Marte pasaría a ser propiedad de la Confederación. Los orientales no meterían sus sucias narices en el planeta. A pesar de todo.
Speaker nunca había tenido aspiraciones de héroe. Por eso, cuando leyó el comunicado oficial en los periódicos y vio que la cosa iba mucho más en serio de lo que al principio hubiera podido creer, se detuvo a pensarlo detenidamente.
Al principio había enfocado mal las cosas. Para él, todo aquello no había pasado de ser la posibilidad de hacer una inmensa campaña publicitaria en provecho propio, en torno a la Burbuja marciana y a los diez hombres que había en ella. Su papel había estado claramente delimitado: él sería el paladín de aquellos diez hombres encerrados en ella, el que hablaría al mundo de ellos, el que haría compadecerlos a toda la Tierra. Pero las cosas habían cambiado.
Esto era lo malo. La situación seguía siendo la misma, es cierto, y el problema de los diez hombres —nueve hombres ya— de Marte era tan difícil como antes. Pero las cosas habían cambiado allí en la Tierra, y lo que él creía no hubiera pasado de ser una simple campaña periodística se había convertido en un asunto político de primera trascendencia. Y eso era lo malo.
Tendido en la cama de su lujoso apartamento, fumando cigarrillo tras cigarrillo, pensaba. Su actitud de antes ya no le parecía tan sencilla. Antes se trataba sólo de embaucar a unos cuantos millones de personas, de jugar un poco con sus sentimientos en provecho propio y sin hacer demasiado mal a nadie. Ahora ya era enfrentarse a lo que decía la Confederación, ponerse ante ella y decir fuertemente: “¡no!”. La actitud era la misma, pero la trascendencia había variado mucho.
Recordaba lo que había dicho Von Birof en su despacho, en su última entrevista: enfrentarse a él era enfrentarse a toda la Confederación. Sin embargo, él no le tenía miedo a Von Birof. Y ¿le tenía acaso miedo a la Confederación? La respuesta no era tan fácil, pero él podía asegurar que no.
Speaker no tenía ni había tenido nunca aspiraciones de héroe. Sin embargo, ahora no podía echarse atrás. Sería como derribar de un soplo el castillo de naipes que había ido edificando hasta entonces, y aquello le haría mucho daño ante el público, su público. Debía evitarlo.
Él no tenía aspiraciones de héroe, se repitió, pero ahora no podía hacer ya otra cosa. A la vista del público lo tendría que ser, lo quisiera o no.
Y lo sería.
Arrojó el cigarrillo a medio consumir, y se levantó de la cama. Se acercó al videofono y marcó una clave.
—¿Arwey? —pidió a la encargada de la centralilla. Arwey era el corresponsal en Nueva York de una de las cadenas más grandes de periódicos de todo el mundo. Él era quien mejor podría ayudarle.
Poco después, el rostro anguloso y delgado del periodista aparecía en la pantalla.
—¡Hola!, Speaker —saludó—. Precisamente deseaba verte; tú tal vez puedas informarme mejor que nadie. ¿Qué demonios pasa con la Burbuja marciana? Esto es un galimatías.
Speaker esbozó una sonrisa.
—Precisamente por esto te he llamado, Arwey. Necesito hablarte de la Burbuja marciana, como periodista. ¿Puedes venir a mi casa? Te esperaré.
Arwey se sorprendió ligeramente, pero no lo demostró demasiado. Asintió con la cabeza.
—De acuerdo, Speaker. Iré inmediatamente. ¿Es importante?
—Sí; muy importante.
El periodista consultó su reloj.
—Estaré ahí dentro de diez minutos —dijo—. Hasta ahora.
Speaker cortó la comunicación y regresó a la cama. Se tendió y encendió un nuevo cigarrillo. No acababa de gustarle lo que iba a hacer, pero no tenía otro remedio. Y la culpa no sería tampoco toda suya.
Mentalmente, empezó a preparar la entrevista que iba a sostener con Arwey, y el tono en que ésta sería dicha.