10.LA TIERRA

 

“Cuando las cosas empiezan a salir mal, es inútil detener la avalancha. Todo, absolutamente todo, saldrá también mal.”

Esto pensaba el general Artewood, mientras el estratorreactor de línea le conducía de nuevo a París, a entrevistarse con el presidente Von Birof. No podía haber salido bien; desde que estalló la nave y la estación orbital, sabía que no podía haber salido nada bien. Y ahí estaban las primeras consecuencias.

Von Birof había sido ya puesto al corriente por un comunicado personal urgente del mensaje de la Burbuja. Artewood no sabía lo que iría a decirle el presidente, pero él sabía que toda la responsabili dad sería suya. Y él no tenía la culpa de nada. ¿Qué culpa tenía si la nave y la estación habían desapa recido, y si los de la Burbuja habían sido tan estúpidos que habían dejado estropearse las dos terceras partes de sus alimentos de reserva? ¿Qué culpa tenía él en todo aquello?

Von Birof lo recibió en su despacho, después de liquidar sus asuntos personales con su secretario. El ya afilado rostro del presidente parecía más afilado que nunca, al adoptar una actitud grave. Inició la conversación:

—En su comunicado me ha expuesto los hechos. Expóngame ahora también las consecuencias. ¿En cuánto tiempo puede estar lista una nave que supla a la "Marte IV”?

—Los técnicos me dieron ayer su respuesta —dijo Artewood—: seis meses. Sin embargo, después de recibir el comunicado de Marte, les presioné para que rebajaran su tiempo. Se comprometieron a hacerlo en cuatro meses, con plena libertad de acción, doscientos hombres más a su servicio, y dos millones de universales sobre presupuesto.

Von Birof permaneció silencioso unos instantes.

—¿Y esto qué representa para la Burbuja?

Artewood movió dubitativamente la cabeza.

—Hemos de tener en cuenta que necesitaremos al menos otro mes para habilitar la nave para su salida, cargarla y prepararla. Y que su velocidad de crucero no será tan efectiva como la de “Marte IV". Necesitará al menos dos meses y medio o quizá tres para alcanzar el planeta.

—Esto supone casi ocho meses antes de que pueda llegar allí. Es mucho tiempo.

—Lo único que puedo prometerle es un esfuerzo para lograr que la nave pueda llegar a Marte a los siete meses, a partir de hoy. Pero no puedo ofrecerle seguridades.

Von Birof empezó a trazar arabescos con un dedo sobre su carpeta, siguiendo una línea imaginaria.

—La situación es crítica —dijo—. Según el mensaje, los de Marte sólo disponen de alimentos para tres meses.

—Pero racionando los alimentos podrían alcanzarles para cuatro; incluso para cinco.

Von Birof movió la cabeza dubitativamente.

—No entiendo mucho de estas cosas —dijo—. Pero dudo que una persona que resista cinco meses con los alimentos que le alcanzarían sólo para tres, pueda luego aguantar dos meses más sin comer nada en absoluto. Además, según tengo entendido, las raciones de que dispone la Burbuja son más bien exiguas.

Artewood tuvo que afirmar con la cabeza. Aquello era cierto.

—Tenemos, por lo tanto, que proceder con tiento —siguió el presidente—. No nos interesa que el público vea con demasiada claridad lo que sucede. Si simpatiza demasiado con los de la Burbuja, puede ponerse contra nosotros, y ésto es lo último que nos interesa. ¿Puede proponerme alguna otra solución aparte de ésta, general?

Artewood negó con la cabeza.

—Esta es la más rápida y la que mejor podemos poner en práctica—. Hizo una breve pausa, como meditando—. Aunque existe también otra —añadió—, mucho mejor que ésta en lo que al factor tiempo se refiere.

—¿Cuál es?

Artewood inspiró lentamente el aire.

—Los Orientales disponen también de una nave doble atómica y a reacción. La proyectaron al mis mo tiempo que nosotros, para llegar también a Marte. Nosotros nos adelantamos, y entonces ellos la adaptaron para intentar alcanzar Venus. En la actualidad están terminando las últimas fases del proyecto, y la nave se encuentra en condiciones de alcanzar cualquier planeta cercano, sea éste Venus o el propio Marte. Podría partir en el término de pocos días, un mes como máximo. Si llegáramos a un acuerdo...

Von Birof reaccionó rápidamente ante aquellas palabras. Alzó vivamente la cabeza y sus ojos relampaguearon por unos instantes.

—Esto nunca, general —gritó casi—. Es lo último que pensaría hacer en mi vida, y usted, más que nadie, debería saberlo.

—¿Entonces? —dijo Artewood.

—Prosiga con su proyecto e infórmeme periódi camente. Es preciso que esté terminado lo antes posible.

—¿Y qué debemos comunicarles a los diez hombres de la Burbuja?

Von Birof meditó brevemente la respuesta.

—Que racionen al máximo sus provisiones —dijo—, y que no deben preocuparse; serán salvados a su tiempo. Nada más.

Artewood fue a decir algo a aquel respecto, pero lo pensó mejor. Se puso en pie, con un seco taconazo.

—Bien, presidente —dijo.

Dio media vuelta y salió.

Bob Speaker sabía moverse cuando convenía a sus intereses. Un día después de su última llamada telefónica tenía ante su mesa una copia exacta del mensaje enviado a Artewood desde la Burbuja.

Speaker se preciaba de entender mucho de asuntos espaciales. En realidad, no entendía en absoluto, pero daba la impresión en todo momento de ser una autoridad en la materia. Su gran virtud era una lógica portentosa, y era ella la que le permitía resolver todos los problemas que se le planteaban, con bastantes garantías de encontrar la solución verdadera.

En pocos segundos, y siguiendo un razonamiento lógico, hubo hecho el planteamiento y el análisis de la cuestión. Y encontró el nudo gordiano del asunto, el lugar preciso donde él podría meter su espada y cortar.

Ahora estaba todo muy claro. Por un lado tenía a la Burbuja, con una provisión limitada de subsistencias, y sin saber cuándo ni cómo iban a acudir a rescatarlos. Por el otro lado tenía a la Tierra, que debía encontrar una solución al problema. No podía dejarles morir así, sin hacer nada; debía intervenir.

Y sólo podía hacerlo de dos maneras: o construir un sustituto de la nave desaparecida, lo cual les llevaría un cierto tiempo, o pedir ayuda a los Orientales.

Ante las dos alternativas, su espíritu lógico le decía cuál era la que el gobierno de la Confederación escogería. Por lo tanto, todo estaba ya listo para su actuación.

Sonrió. Todos los elementos que intervenían estaban bien distribuidos sobre su mesa. Los diez seres aislados en la Burbuja, ante un futuro incierto. El gobierno de la Tierra, ante una solución que no era la más satisfactoria. Y él en medio, dispuesto a manejar los hilos de los acontecimientos.

No haría falta siquiera acudir a ver a Artewood. Con lo que ya sabía y su habilidad, podría jugar tranquilamente con los sentimientos de todo el mundo. Aquel sería su gran triunfo.

Estaba satisfecho. Ahora sabía ya que su próximo "Marte show” iba a ser un rotundo éxito.