12.LA TIERRA
Speaker no sabía a ciencia cierta lo que iba a suceder a continuación, aunque imaginaba que podía ser algo de aquello. Por esto no se sorprendió demasiado cuando, a través del monitor, vio que la emisión del “Marte show” era cortada antes de su salida por la antena.
No siguió hablando; no existía ya motivo. Había previsto ya aquello cuando, apenas empezó su intervención, el regidor empezó a hacerle señas de que cambiara y alguien salió corriendo de los estudios. Sin embargo, lo que quería decir ya lo había dicho. Ahora ya no le importaba que cortaran la emisión.
Pero debía guardar las apariencias.
Acudió al regidor y empezó a chillarle airadamente por haber cerrado la transmisión. Se irritó, como era lógico que se irritara, por algo que debía considerar totalmente fuera de razón. Le acusó de que aquello iba a hundir el programa, de que los anunciantes reclamarían daños y perjuicios, de que la emisora perdería millones por aquel acto. Entonces, alguien le golpeó suavemente en el hombro, y una voz preguntó:
—¿Señor Speaker?
Se volvió. Un hombrecillo insignificante, con grandes gafas oscuras, vestido de gris, estaba ante él. En la mano llevaba algo, un carnet abierto, mostrando una fotografía, unas siglas y un nombre. Era un carnet de identificación del Departamento de Seguridad dé la Confederación.
—Haga el favor de acompañarme, señor Speaker. Tengo órdenes de llevarle a París.
Bob Speaker sonrió.
—Con gusto —dijo.
Von Birof estaba de pie junto a su mesa de caoba auténtica, tabaleando suavemente sobre el tablero. Su gesto era enormemente hosco.
—Esto no fue lo que convinimos, señor Speaker —dijo—. Usted me prometió mantener la reserva oficial.
—Hace ya casi quince días de ello —dijo Speaker—. ¿No cree que es ya mucha reserva?
Von Birof movió la cabeza.
—Usted no comprende, Speaker. No lo comprende en absoluto.
—¡Oh, sí, presidente! Yo creo que sí comprendo. Es más, creo que lo comprendo demasiado.
El tabaleo de los dedos del presidente aumentó de intensidad.
—¿Cómo supo el texto del mensaje enviado desde Marte?
Speaker sonrió.
—Es mi secreto, presidente. Tengo muchas amistades en todas partes. Y mucha influencia.
Von Birof guardó silencio unos instantes. De repente, su tabaleo dejó de oírse.
—Señor Speaker —dijo—, con lo que acaba de hacer hoy acaba de hacerse reo de un delito grave. No sé si lo comprenderá así, pero por si no lo ha visto quiero hacérselo notar. ¿Qué tiene que decir en su favor?
—Sólo siento curiosidad por una cosa. ¿Por qué cortaron la emisión?
—No podíamos arriesgarnos a que siguiera hablando. Ya había dicho demasiado.
—¿Fue usted quien ordenó que se me vigilara constantemente ?
—Exacto. De un hombre como usted nunca puede estarse plenamente seguro.
Speaker se echó a reír francamente.
—Me admira usted, presidente —dijo—. ¿Cree que con esto ha solucionado algo?
Von Birof volvió a su sillón y se sentó pesadamente en él. Sus ojos eran duros al mirar al hombre.
—Ha cometido una gran equivocación —dijo—. Ha querido jugar con nosotros, sin pensar en que siempre llevaría las de perder. No hemos podido evitar que mostrara su juego al público, pero de lodos modos ha perdido.
—Tal vez —dijo Speaker—. Pero, dígame, ¿por qué no muestran también ustedes su juego al público?
Von Birof no respondió.
—Yo se lo voy a decir —siguió Speaker—. Usted tiene una ideología política muy acusada, presidente; usted y todo el Consejo de la Confederación. Para ustedes, Marte en sí no significa nada, pero representa todo el orgullo de la posesión. Se adelantaron a los Orientales en ocuparlo, y ahora no quieren abandonarlo por nada del mundo. Es muy honroso poseer todo un planeta, aunque no nos sirva para nada. Por eso no piensan abandonarlo, no lo harán, a menos que no puedan resistir. Pero resistirán.
Von Birof enarcó las cejas, sin decir nada.
—He de confesarle que desde un principio vi algo de su juego —continuó Speaker—, aunque he de decir también que en los primeros momentos creí sus palabras. Lo que se me dijo era lógico: una suave reserva oficial, hasta que se tuvieran soluciones concretas que ofrecer. Entonces se comunicaría al público: la nave “Marte IV” y la estación orbital han desaparecido; pero estamos dispuestos a gastarnos los millones de universales que sean necesarios para salvar a estos hombres que están aislados en la Burbuja. Dentro de este plazo máximo de tiempo, los diez hombres de Marte estarán de vuelta a la Tierra.
"Pero la cosa les salió mal. Si hubieran hecho esto, nada hubiera pasado; la gente hubiera tomado como lógicas estas palabras, y las hubiera aceptado; el honor de la Confederación hubiera quedado a salvo. Pero de repente interviene un nuevo factor, en el último mensaje de Marte: la Burbuja no podía mantenerse el tiempo que la Confederación necesitaba para disponer de otra nave que sustituyera a la “Marte IV”. Y todo lo que habían pensado hasta entonces se vino abajo.
Von Birof seguía silencioso, casi sin pestañear. Speaker prosiguió:
—Se encontraban de repente con los caminos cerrados. Ahora no podían volverse atrás. No podían decir al público lo que antes habían ocultado, ya que parecería que lo habían hecho por otros motivos. Ustedes mismos se han encontrado encerrados en su propia trampa.
—Es usted muy listo —dijo suavemente el presidente.
—Gracias —respondió Speaker—. Pero todavía hay algo más. Ahora tienen ante ustedes sólo dos caminos: o dejar morir a los diez hombres en la Burbuja, mientras construyen una nueva nave, o pedir ayuda a los Orientales para acudir a rescatarlos. Esto último no piensan hacerlo, es lo último en que pueden pensar. Por lo tanto, sólo les queda un camino. Aunque los diez hombres de Marte mueran, ustedes mantendrán la Burbuja. Y esto es lo único que les importa.
—¿Y bien?
—Por eso mantienen su silencio. No pueden decir que los diez hombres de la Burbuja se encuentran irremisiblemente condenados a muerte, a menos que pidan ayuda a los Orientales. Hay algo que se lo impide, y este algo es la opinión pública. La opinión pública es como un gran monstruo capaz de destrozar las ideas más arraigadas en la mente de un pueblo. Cuando se ha formado una opinión de algo, no hay nadie que pueda variar ya su opinión. Y si la opinión pública forma una corriente de simpatía hacia los hombres de la Burbuja, nada podrá cambiar esta corriente. Es esto lo que temen, ¿verdad? Prefieren mantener el silencio, y luego dar una versión conveniente a los hechos, cuando la nave de rescate llegue al fin al planeta: un infor tunado accidente, que no haya dejado ningún superviviente en la Burbuja. Y el honor de la Confederación quedará a salvo.
Von Birof dejó vagar entre sus labios una leve sonrisa irónica.
—Veo que sabe analizar bien las cosas —dijo—. He de admitir que no se ha equivocado mucho en ello.
Speaker quedó pensativo.
—Aún no lo sé exactamente —dijo—. Pero al menos he conseguido que la gente conozca la verdad.
—No me dirá que lo ha hecho movido por un sentimiento de humanidad hacia los diez hombres de la Burbuja.
—¿Y por qué no? Al fin y al cabo, yo podría considerarme como su ángel tutelar aquí en la Tierra —sonrió—. Pero entre personas como usted y yo no valen las mentiras. No, no es eso. Si me he erigido en paladín de la causa de Marte, ha sido solamente para halagar mi vanidad. Quiero hacer algo grande, verdaderamente grande. Y ahora se me ha presentado la ocasión de llevarlo a la práctica.
—¿Y cree que podrá llevarlo a cabo con éxito?
Speaker miró al presidente irónicamente.
—¿No lo cree usted así? —preguntó.
—No, no lo creo. No olvide que el poder lo tiene el Estado, no el Pueblo.
—Pero yo no soy precisamente el pueblo, presidente. Yo podría decir que pertenezco a una tercera clase, una clase intermedia entre el Estado y el Pueblo. Y una clase privilegiada, además.
Speaker sonreía divertido. Se sabía seguro de sí mismo, y sabía que el presidente lo sabía también. Aquella era su fuerza.
—Usted no puede hacer nada contra mí —dijo—. Hay cien millones de personas que me respaldan. Y estos cien millones de personas constituyen una gran parte de este monstruo que es la opinión pública.
—Y usted pretende hacer mover a estos cien millones de personas a su antojo, ¿no es verdad?
—¿Y por qué no, si ello me favorece?
Von Birof se levantó de su asiento.
—Me da usted asco, Bob Speaker —dijo; y puso en el nombre del otro todo su desprecio—. Hubiera admitido que usted hiciera lo que ha hecho por humanidad, por ayudar a estos diez hombres. Pero nunca por vanidad.
Speaker dejó escapar una risita sarcástica.
—La humanidad, como sentimiento, no existe, presidente. Sólo existen los intereses. Los intereses de una nación, de un individuo... Lo demás ya es secundario. Todo en el mundo se mueve por el interés.
—Menos los cien millones de hombres que le siguen a usted.
—Éstos ya no son personas, presidente. Son sólo la masa.
Von Birof se inclinó por sobre la mesa, acercando su rostro al de Speaker.
—Le voy a decir algo, Bob Speaker —murmuró—. No tengo poder para impedir que usted haga lo que quiera, en esto tiene razón. Pero le prometo que no conseguirá lo que pretende. Hay intereses mayores que el suyo, y aunque sea preciso eliminarle a usted, al igual que quizá sea preciso dejar morir a estos diez hombres, se hará, no lo dude.
Y yo me encargaré de ello.
Speaker no respondió a aquellas palabras. Pero supo, desde aquel mismo momento, que Von Birof cumpliría, a poco que pudiera, lo que había dicho.