Capítulo 16
Glory quedó fascinada por la inmediata colaboración que obtuvo por parte de Cy Parks, de Eb Scott y de varios de sus compañeros cuando habló con ellos sobre rescatar a Rodrigo.
—Estuvo con nosotros en África —dijo Cy.
—Y en Oriente Medio con Dutch, Archer y Laremos para proteger a un jeque amigo nuestro cerca del Golfo Pérsico.
—Colby Lane iría encantado —añadió Cy—. Rodrigo le salvó la vida.
—No, con su mujer embarazada, no creo —musitó Eb con una sonrisa—. Se muestra muy protector con ella.
—Ya tenemos gente suficiente —señaló Cy—. Incluyendo a un agente federal muy competente.
—¿Quién? —preguntó Glory
—Lo siento, eso es información confidencial —contestó Eb—. Te doy mi palabra de que es un hombre al que ningún secuestrador querría enfrentarse.
Cy le dirigió una sonrisa a Glory.
—Desde ahora, nos encargamos nosotros —dijo.
—Quiero ir con vosotros —protestó ella.
Él negó con la cabeza.
—Ésta es una operación para gente que entrena constantemente. Tú quieres que Rodrigo sobreviva. Si vas, y tenemos que cuidar de ti, la distracción podría costarle la vida.
Ella suspiró.
—De acuerdo. No interferiré. Nos despedimos antes de que se marchara, y no fue una despedida feliz. La versión oficial es que mi hermanastro se puso en contacto con vosotros y os pidió que rescatarais a Rodrigo. Es mejor que nunca sepa que yo estuve implicada.
—Estuvisteis casados —dijo Cy.
—Fue un impulso del que él se arrepintió —dijo ella—. Necesita una mujer que pueda llevar la vida que él lleva, no una que le impida hacer lo que desea y le amargue la vida. De todas formas, tiene a alguien en Houston. Es joven y muy guapa. Yo nunca pude competir.
Cy pareció querer decir algo, pero supo que no serviría de nada.
—Como quieras.
—Jason dijo que le llamarais —añadió ella—. Os proporcionará el equipamiento necesario. —Vaciló un instante—. ¿Tú no vas…? Tienes un hijo pequeño…
Cy sonrió.
—Nunca saldría de la operación con vida —dijo—. No, es un trabajo para hombres más jóvenes. Él… —añadió señalando a Eb Scott—…tiene un puñado de jóvenes atrevidos en la unidad antiterrorista que viven para el torrente de adrenalina que les da el peligro. Nuestro agente federal llevará a un equipo para rescatar a Rodrigo.
—Tendrán que pasar a México —dijo ella preocupada.
—Deja de hablar como una abogada —dijo Eb—. Resulta que Rodrigo está emparentado con gente importante del gobierno mexicano. Estoy seguro de que podré obtener el permiso, y nos ofrecerán su ayuda. El hermano de Fuentes se ha metido en un lío mayor del que podía imaginar.
—Diles que le den un puñetazo de mi parte —dijo ella—. Ya he tenido suficientes Fuentes en mi vida.
—Lo que desees —prometió Cy.
—¿Alguien me mantendrá informada… de lo que ocurra?
—Sí —contestó Cy.
—Gracias —dijo ella.
—De nada —añadió él con una sonrisa.
Fue un infierno concentrarse en el trabajo sin saber nada de lo que estaba ocurriendo en México. Conocía la reputación de Cy y de Eb. Sospechaba que Márquez sabía más de la operación de lo que le decía. No lograba que hablara. Intentó llamar a Kilraven para que le sonsacara información a Eb, pero no estaba de servicio y, cuando llamó a su casa, tampoco contestó nadie. Resultaba frustrante, como poco.
Aún podía oír la voz furiosa de Rodrigo, maldiciéndolos a Kilraven y a ella. No comprendía por qué. Al principio había pensado que serían celos, pero empezaba a replantearse esa idea. Había dejado claro que no la deseaba.
La había llamado tullida aquel día, hablando con Sarina. Había dicho que se avergonzaba de ella delante de sus amigos. Las palabras tenían mucho poder. Herían en lo más profundo del alma. Más tarde le había asegurado que no hablaba en serio, pero sólo después de enterarse de la pérdida del bebé. Probablemente su cambio de actitud se debiese a la culpa. O a la pena. Había dicho que la pena no podía sustituir al amor, y tenía razón. Glory no quería que fingiera un cariño que no podía sentir. Sería mejor que nunca supiera su implicación en el rescate, si los hombres de Eb lograban salvarlo. Considerando que el hermano de Fuentes lo culpaba a él de su muerte, era posible que Rodrigo fuera asesinado incluso antes de pedir un rescate. Pero, si pedían el rescate, ¿a quién se lo pedirían? La respuesta resultaba tan evidente que le sorprendió no haberlo pensado antes. Telefoneó a Alexander Cobb a Houston durante la hora de comer y le preguntó si había recibido alguna llamada de rescate sobre Rodrigo.
—Sí —contestó él—. ¿Cómo lo sabías?
—No puedo decírtelo.
—Ya sabes que no lo pagaremos —añadió él—. Nuestra política es no ceder al chantaje bajo ninguna circunstancia. Estos criminales han secuestrado al menos a dos agentes federales en los últimos meses. A uno lo mataron, y al otro lo devolvieron en muy malas condiciones. —¿Agentes federales? —preguntó ella.
—Tienen en sus filas a varios ex policías y líderes paramilitares —contestó Cobb—, incluyendo a un grupo llamado los Zetas, que estuvo en el ejército antes de cambiar de bando. Tienen topos en todas las agencias que se encargan del tráfico de drogas. Primero lo intentan con sobornos y, si eso no funciona, matan para dar ejemplo. Tres periodistas han muerto por investigar las redes del narcotráfico. Uno de nuestros informadores fue encontrado en mitad de una autopista, muerto, con una nota que decía que todos los infiltrados correrían la misma suerte. No puedes imaginar las ganas que tenemos de atrapar a esos tipos.
—Sí, me lo puedo imaginar —respondió ella.
—Supongo que sí, dado que tú procesas los casos de drogas.
—En cuanto a Rodrigo…
—Lo siento —dijo él—. Si hubiera algo que pudiera hacer, créeme, lo haría. Pero la política de la agencia tiene mis manos atadas.
Glory se sintió vacía por dentro. Las normas eran las normas.
—Lo comprendo. Gracias de todos modos. Hubo una pausa.
—El infiltrado al que mataron era el primo de Rodrigo —dijo él.
Un escalofrío recorrió su espalda. Aquel hombre había ayudado a Rodrigo a atrapar a otros dos traficantes. Si ellos sabían que era un informador, probablemente les hubiera dicho, bajo tortura, cómo capturar a Rodrigo. Pero también significaba que no recibiría ayuda, y eso disminuía sus posibilidades de supervivencia.
—La cosa empeora por momentos —dijo pensando en voz alta.
—Hay días en los que nada sale bien —murmuró Cobb—. De todas formas, tenemos a gente fuera de la agencia negociando. El hermano de Fuentes tiene a otro hermano en prisión en México. Existe la posibilidad de que libere a Rodrigo a cambio de que suelten al hermano.
—Al menos aún queda esperanza —dijo ella.
—Es una esperanza muy pequeña, pero no dejes de tener fe —añadió él—. Mucha gente ha subestimado a Rodrigo, y les ha salido caro.
—He oído algunas de sus hazañas —dijo ella.
—Es la punta del iceberg. Él es el material del que están hechas las leyendas. No hay hombre más peligroso al servicio del gobierno. Ha regresado muchas veces de misiones que eran una muerte segura. No dejes de creer en él.
—No lo haré —prometió Glory—. Jamás. Gracias.
—De nada.
Cada vez que sonaba el teléfono, Glory daba un respingo, siempre con la esperanza de que fueran noticias sobre Rodrigo. No podía concentrarse en el trabajo. Sólo quería saber que estaba vivo en alguna parte. Entonces podría seguir con su vida. Hacía ya tiempo que había renunciado a la esperanza de compartirla con un hombre.
Y entonces, pocos días después de que comenzara todo, Cy Parks la llamó. —¿Está vivo? —preguntó ella de entrada.
—Sí —contestó él—. Lo han liberado a cambio del hermano de Fuentes. Podría haber dicho que era una mala elección, pues eso aumentaría el poder de los capos de la droga, pero no pudo hacerlo.
—¿Entonces está bien? —insistió.
—Sólo tiene algunas magulladuras —respondió Cy—. Y está enfadado con todos por dejar salir de la cárcel al hermano de Fuentes. Nos lo dijo a nosotros y a todos los miembros del gobierno mexicano a los que se encontró. Y además en unos cinco idiomas —añadió riéndose—. Ese hombre tiene un vocabulario precioso cuando pierde los nervios.
—¿Ha vuelto a Houston?
—Sí —contestó él—. Colby y Sarina Lane, junto con su hija, lo recogieron en el aeropuerto. Por suerte, Rodrigo dejó de maldecir en cualquier idioma salvo en danés delante de la niña.
Glory tuvo que aguantar la risa. Era muy propio de Rodrigo.
—Gracias, Cy —dijo—. Y, por favor, dales las gracias a los hombres que participaron. Sé lo mucho que arriesgaron.
—Se lo diré.
—¿No le dijisteis a Rodrigo que…?
—¿Tu participación en el rescate? No. Creo que fue un error, por cierto, pero es tu vida.
—Estoy en deuda contigo —dijo ella.
—A nosotros también nos cae bien Rodrigo, Glory —respondió Cy—. Cuídate.
—Tú también.
Glory se sentó en el sofá y se quedó mirando a la pared mientras las lágrimas de alegría resbalaban por sus mejillas. Rodrigo estaba bien; no había muerto. No lo habían despedazado y tirado en alguna autopista de México. Se sentía tan agradecida que no podía expresarlo. Había sido un día agotador entre el juicio por asesinato y la angustia mental de los últimos días. Se puso una vieja camiseta y unos pantalones de chándal y se fue a la cama.
Sonó el telefonillo y pensó que estaba soñando. Miró el reloj y vio que eran las tres de la mañana. Nadie llamaría a esa hora. Se tapó la cabeza con la almohada y volvió a dormirse.
Sintió que algo le tocaba el pelo. Era algo más que un roce. Era una caricia. Estaba soñando. Sonrió. Olió la colonia y el jabón. Rodrigo siempre olía bien. Estaba vivo. Era curioso que recordara esas cosas sobre él tan intensamente que parecía como si estuviera con ella en la habitación. Murmuró eso en voz alta. Sonó una risa a su lado.
Ella se giró y se acurrucó contra lo que parecía ser un antebrazo. Estaba caliente y tenía algo de vello.
—Dormilona.
Se quedó quieta. No parecía la voz de un sueño. Se giró sobre su espalda y abrió los ojos. Estaba un poco desenfocado y no podía distinguir los detalles. Pero era Rodrigo, sentado al borde de la cama. Llevaba traje.
—¿Cómo…?
—¿Cómo he entrado? —preguntó él—. Olvidas lo que hacía para ganarme la vida. Aún puedo ser sigiloso.
Encendió la lámpara de la mesilla. Parecía cansado, pero sus líneas de expresión se habían suavizado. Tenía alguna magulladura en la mandíbula, y un par de cortes. Pero estaba tan guapo como siempre. Le encantaba mirarlo.
—Te imaginaba con un camisón, como el que llevabas puesto en la granja la noche que fui a buscarte —murmuró.
—No suelo ponerme cosas bonitas —contestó ella.
—En el juzgado sí. Me pareciste la mujer más elegante que jamás había visto. —Alguien te lo dijo —murmuró ella con tristeza.
—¿Decirme qué?
—Que envié a los hombres de Eb a buscarte.
—¿De verdad? —preguntó sorprendido—. ¿Incluso después de lo que te dije en la fiesta de Jason?
—Maldita sea —murmuró ella. Acababa de delatarse—. Bueno, si no lo sabías, ¿qué haces aquí?
—No deberías haber hablado con Kilraven después de la fiesta —dijo él—. No sabe guardar un secreto.
Glory se sintió traicionada por su mejor amigo.
—Pensé que te odiaba.
Rodrigo se encogió de hombros.
—Probablemente, a su manera, pero yo no puedo odiarlo después de que me quitara de encima a tres de los mejores hombres de Fuentes y enviara a uno directo al infierno con su automática.
Glory se incorporó y se quitó el pelo de la cara. Se quedó mirándolo a los ojos.
—¿Kilraven fue a rescatarte? —preguntó.
—No puedes decírselo a nadie —contestó él—. Pero él también trabaja para el gobierno. Se desenvuelve bien en citaciones con rehenes. Antes trabajaba con Garon Grier en uno de los equipos de rescate de rehenes del FBI.
—Por eso no podía ponerme en contacto con él.
Rodrigo asintió.
—Le gustas. Le di las gracias por ayudar en mi rescate, pero también le dije que, si te tocaba, le daría su merecido.
Glory estaba confusa. No sabía cómo responder a eso.
—Escucha —dijo—. Estás en plena forma, eres inteligente y guapo. Puedes realizar misiones con hombres diez años menores que tú. Yo en cambio… —Tomó aire—. Yo nunca podré realizar tareas arduas. Tengo mala salud. No encontraré una cura milagrosa. Probablemente nunca pueda tener un hijo. Sería mejor que regresaras a Houston y te casaras con Conchita, o con alguien como ella; alguien joven, fuerte y sana.
Rodrigo la miró como si sus palabras fueran rocas.
—Nunca podré convencerte de que no pensaba realmente las cosas que le dije a Sarina sobre ti, ¿verdad? He estado solo mucho tiempo. He realizado trabajos peligrosos y he disfrutado del riesgo. He conseguido mantenerme alejado de las relaciones serias. Sí, deseaba a Sarina y a Bernadette, pero eso no podía ser. Tuve que superar el dolor de perderlas. Y luego me enfrenté al dolor de perderte a ti, al dolor de ser rechazado por segunda vez. Negar que pudiera sentir algo por ti era mi manera de huir, no sólo figuradamente. —Se rió suavemente—. Nunca sabrás lo que sentí cuando Coltrain me dijo que habías perdido al bebé. Te había humillado, te había echado de mi vida, te había atacado por ir a verme a Houston. La pena era como una losa. Podrías haber muerto. Perder al bebé fue duro. Perderte a ti… —Se detuvo y evitó su mirada—. Me emborraché. Destrocé un bar. No llegué a esos extremos ni cuando me enteré de que Sarina iba a volver con Colby Lane. De hecho acabé esposado. El juez dijo que, la próxima vez, me mandaría realizar servicios comunitarios para la comunidad con un cartel colgado del cuello en el que dijera que no se me diera alcohol.
Ella se rió a pesar de todo.
—Estás muy guapa cuando sonríes —dijo él mientras le acariciaba el pelo—. Hice una estupidez. Estaba furioso por el lugar que Kilraven ocupaba en tu vida cuando me marché de San Antonio. Caí en la trampa que me había tendido el hermano de Puentes. No lo vi venir.
—Me alegra mucho que te liberaran.
—Yo también —respondió él acariciándole los labios con los dedos—. Es demasiado tarde para discusiones filosóficas, pero me gustaría venir a buscarte por la mañana para llevarte a dar una vuelta. Quiero enseñarte algo.
Al día siguiente era sábado. Tenía el día libre. El corazón se le aceleró.
—Debo de estar soñando —dijo ella.
Rodrigo se inclinó y la besó, lentamente al principio, luego con más pasión hasta colocarle la cabeza sobre la almohada. Ella se agarró a sus hombros y le devolvió las caricias.
Pero Rodrigo se apartó rápidamente.
—No —dijo con voz rasgada—. Ahora no. Así no. Vendré a por ti a eso de las nueve. ¿De acuerdo?
Glory se sintió sorprendida, y conmovida, por su resistencia. Parecía decidido a demostrarle que aquello era algo más que deseo por su parte. Sus ojos decían cosas increíbles.
—De acuerdo —contestó ella casi sin aliento.
Rodrigo sonrió, se puso en pie y se dirigió a la puerta.
—Hasta mañana.
Salió con el mismo sigilo con que había entrado. Ella se quedó tumbada allí, asombrada, durante varios minutos antes de apagar la luz y volver a dormirse.
Por la mañana, claro, estaba segura de haberlo soñado todo. Tenía alarma en su casa, de modo que cualquier intruso que intentara entrar la haría saltar.
Pero, a las nueve en punto, sonó el telefonillo.
—¿Bajas? —preguntó Rodrigo.
—¡Dame dos minutos! —exclamó ella, y corrió a vestirse.
Se puso unos pantalones negros y un jersey bajo el abrigo. Llevaba botas a juego. Rodrigo estaba esperándola en el vestíbulo, con vaqueros y sudadera, muy relajado y ligeramente despeinado. Estaba elegante de todas formas.
La agarró del brazo y la condujo hasta su coche.
—¿Dónde vamos? —preguntó ella cuando arrancaron.
—Es un secreto —contestó él con una sonrisa.
Parecía más relajado, más feliz que nunca.
Soplaba un viento frío y caían algunos copos de nieve. La Navidad estaba cerca. La calle
principal de Jacobsville estaba adornada con guirnaldas que colgaban desde los edificios. Había luces por todas partes y árboles de Navidad en los escaparates. La plaza tenía el árbol más grande de todos, flanqueado por renos iluminados y elfos, así como un Santa Claus muy realista subido a su trineo.
—Siempre me ha encantado este lugar —dijo ella—. Incluso en los momentos malos de mi niñez.
—Jason me lo contó la noche que me marché —confesó él—. Ojalá lo hubiera sabido, Glory.
—No es algo de lo que suela hablar.
—Porque no quieres compasión. Jason también me contó eso. He cometido tantos errores, contigo, cariño. Espero poder compensarte algún día.
—¿Qué tienes en mente? —preguntó ella.
—Espera y verás.
Se metió por una calle lateral y luego por otra. Finalmente aparcó frente a una casa y paró el motor.
Había un cartel de Se Vende en el jardín. Había árboles y arbustos por todas partes, y lo que parecían ser jardines de flores en mitad de la entrada. La casa era de estilo español, con arcos y un gran porche que parecía extenderse hasta el infinito. A un lado había un patio de piedra con un estanque y una cascada, construido de tal forma que uno pudiera sentarse en el borde y contemplar los peces de colores. Las verjas eran de hierro forjado negro. Todo el jardín estaba vallado. Había árboles de pecanas en la parte de atrás. Era la casa más bonita que Glory había visto jamás.
—El autobús de la escuela solía pasar por aquí —dijo de pronto— para recoger a algunos niños que vivían aquí. Me encantaba la casa. Solía soñar con vivir en ella algún día.
—Jason me lo dijo —respondió él—. Tiene una piscina interior climatizada. Los ejercicios en el agua ayudarían a tu cadera. Tiene una cocina moderna, un salón, un jacuzzi, vestidores y dos cuartos de baño. El jardín de atrás es lo suficientemente grande para cultivar cualquier verdura.
Glory sentía que el corazón le latía con fuerza. Se giró hacia él y lo miró a los ojos, para hacerle una pregunta que no podía pronunciar en voz alta.
Él sacó una caja del bolsillo y la abrió. Dentro había un juego de anillos con diamantes y esmeraldas.
—Este juego de anillos no lo compré pensando en otra persona —dijo, sintiéndose aún culpable—. Los compré para ti.
Glory se quedó sin palabras y los ojos se le nublaron con las lágrimas.
Rodrigo le colocó la caja en las manos y las cerró sobre ella.
—La casa viene con un agente del gobierno que ha conocido tiempos mejores —dijo—. Aún hay que adiestrarlo un poco, pero no costará mucho trabajo. El fiscal del distrito, Blake Kemp, necesita un ayudante. Los casos son menos estresantes que los que llevas en San Antonio. Aquí hay buenos médicos que pueden cuidar de ti. Yo podría trabajar para la oficina de San Antonio en vez de la de Houston. Hay muchos agentes de la DEA allí. Dejaría el trabajo de incógnito, claro. Ya me conocen demasiado, y mi primo murió intentando protegerme.
A Glory le daba vueltas la cabeza. Rodrigo deseaba casarse con ella de nuevo. Quería vivir con ella. Estaba prometiéndole cosas. Pero su mirada parecía algo indecisa, como si no estuviera seguro de su amor por él.
—Pensé que no te gustaban las chicas directas como yo —dijo.
Él se rió.
Ella también. Abrió los brazos y Rodrigo se acercó. Se unieron bajo el frío y se besaron como si no existiera el mañana. La amaba. Su boca se lo decía sin necesidad de palabras. Ella estaba diciéndole lo mismo.
El sonido de una sirena hizo que se separaran. Se giraron y miraron hacia la calle.
Cash Grier estaba sentado en su coche patrulla con las luces puestas.
—¡Escándalo público! —exclamó—. ¡Ese comportamiento no se tolera aquí, en el pueblo más puro de todos!
—Menuda historia —dijo Rodrigo—. ¡Lo que pasa es que estás celoso! ¿Por qué no te vas a casa a besar a tu propia esposa mientras yo termino de convencer a la mía?
Cash se rió escandalosamente.
—Deberías casarte con él, Glory —dijo—. Nunca he conocido a un hombre que necesitara más lecciones de comportamiento. ¡Deberías oírle maldecir!
—¡Ya lo he hecho, gracias!
Otro coche patrulla apareció tras el del jefe y encendió la sirena también.
—Ey —le dijo Kilraven a Cash—. ¡Estás obstruyendo el tráfico! ¡Muévete o te pondré una multa!
—¡Vigila esa boca, Kilraven, o te destituiré para que ayudes a cruzar la calle a los escolares!
—¡Los niños me adoran! —fue la respuesta—. ¡Hola, Glory! Creo que estás a punto de salir del mercado.
—¡Puedes apostar a que sí, Kilraven! —le dijo Rodrigo, y rodeó a Glory con un brazo—. Mira lo que consigues salvándole la vida a la gente —bromeó.
Kilraven simplemente se rió.
—Yo no me atrevería a casarme —dijo—. ¡Las mujeres se suicidarían en masa si yo saliera del mercado!
—Vamos —dijo Cash—. Sandy nos ha preparado un estofado de carne para comer en la comisaría. ¡Con pan casero y mantequilla de verdad!
—¡Una carrera! —Kilraven pisó el acelerador y adelantó a Cash mientras se despedía de Rodrigo y de Glory con la mano.
El jefe de policía puso la sirena en marcha y salió tras él.
Rodrigo miró a Glory con el corazón.
—Cásate conmigo —dijo—. Te amaré hasta que la oscuridad me lleve, y la última palabra que susurre será tu nombre.
—Te quiero —contestó ella con lágrimas en los ojos.
—Y yo. Te quiero más que a mi vida.
—Me casaré contigo.
—Sí.
Se inclinó y le secó las lágrimas con sus besos. La abrazó y la mantuvo ahí durante largo rato, con los ojos cerrados, saboreando la novedad de pertenecer a alguien.
—¿No te importará que a veces no pueda seguirte? —preguntó ella, aún insegura.
Rodrigo le dio un beso en la frente.
—¿Te importaría a ti si yo fuera ciego, o si hubiera perdido un brazo, como Colby Lane?
—Oh, no —dijo ella—. Seguirías siendo Rodrigo. Y yo seguiría queriéndote. Más que nunca.
—Más que nunca —repitió él—. ¿Te gusta la casa?
—Me encanta. ¿Podemos comprarla y vivir aquí?
Rodrigo sacó unos papeles del bolsillo interior de su chaqueta y se los entregó. Era el contrato de venta de la casa. Ella lo contempló asombrada.
—No estaba seguro de mis posibilidades —confesó Rodrigo con una sonrisa—. Pensé que, si te gustaba la casa, tal vez te casarías con el dueño para conseguirla.
—Muy bien pensado —contestó ella con una sonrisa.
—Tengo la llave —dijo Rodrigo mientras le estrechaba la mano—, por si quieres echar un vistazo antes de pedir la licencia matrimonial.
—Sí, me encantaría —contestó Glory acariciándole el hombro con la mejilla.
Rodrigo le pasó el brazo por encima y la condujo hacia la casa. Sonrió al meter la llave en la puerta y abrirla.
Había seis jarrones con rosas en el salón. Varias cajas de bombones apiladas en el sofá. Y, cuando Glory estaba intentando asimilar la sorpresa, una banda de mariachis comenzó a tocar una canción de amor.
Rodrigo suspiró.
—Flores, bombones y serenatas —dijo con una sonrisa—. La combinación perfecta para ganarse el corazón de una mujer. ¿He acertado?
—Oh, sí, cariño —contestó ella—. ¡Has acertado! —Y lo besó para demostrárselo.
En los momentos más oscuros de su vida, Glory había soñado con tener un hogar, un marido e hijos. Aquello parecía un milagro. Si tan sólo pudiera haber un bebé, algún día, sería la mujer más feliz sobre la tierra.
Rodrigo pareció captar esa tristeza. La giró hacia él y le levantó la barbilla.
—A veces —dijo—, lo único que nos queda es la fe y la esperanza. Pero los milagros suceden cada día. Espera y verás.
Ella sonrió. Era una esperanza agridulce.
Dos años más tarde, casi el mismo día, dio a luz a un niño, gracias a la atención médica constante, a los nuevos fármacos y a sus oraciones. Con los ojos empañados por las lágrimas, miró a su marido y dijo:
—Sí. ¡Los milagros ocurren!
—¿Qué te dije? —bromeó él.
Contemplaron al recién nacido y vieron en su hermoso rostro a generaciones de Ramírez y
de Barnes. John Antonio Frederick Ramírez recibió el nombre por sus dos abuelos, uno de ellos danés, y por un tío abuelo.
Rodrigo la besó y dijo:
—Uno es suficiente. No pienso volver a pasar por el mismo miedo. No podría vivir si te perdiera.
Aquello fue tan profundo que hizo que a Glory se le acelerase el corazón. Podía ver la sinceridad en su mirada. Levantó la mano y le acarició la boca con los dedos.
—No me perderás —prometió—. Me pegaré a ti con pegamento.
Rodrigo tomó aliento y se relajó. Agachó la cabeza y, mientras contemplaba cómo su hijo se amamantaba, enumeró sus bendiciones. ¡Tenía tantas!
Glory sonrió para sí, segura de su amor y de los años que tenían por delante. El dolor de su vida anterior la había templado, igual que el fuego templa el acero. Su fuerza le había hecho superar los peligros a los que se había enfrentado y, finalmente, le había permitido ganar el corazón de aquel hombre. Pensó en lo que había soportado a lo largo su vida, sin temor, y supo que todo había merecido la pena a cambio de lo que tenía ahora.
Miró la cara de su hijo y sintió cómo el bebé le agarraba el dedo con la mano. Fue el día más maravilloso de su vida. Apoyó la mejilla en el hombro de Rodrigo y dijo:
—Estaba pensando.
—¿En qué?
—En que mi vida comenzó el día que te conocí.
—¡Querida mía! —susurró él en español—. Al igual que la mía comenzó cuando te conocí a ti.
Glory cerró los ojos y sonrió. Era, sin duda, el día perfecto.