Capítulo 9

Al día siguiente, Glory aún seguía flagelándose por la noche anterior. Tenía que intentar no dejarse arrastrar tan fácilmente por Rodrigo. Era casi seguro que estaba embarazada. Tenía que hablar con un médico antes de que fuera demasiado tarde y ver cuáles eran los riesgos reales que correría si decidía tenerlo. Cuanto más sentía los síntomas, más vinculada se sentía a la pequeña criatura que crecía en su interior. Lo deseaba con todo su corazón, sin importar las complicaciones que supondría, tanto física como laboralmente.

Mientras tanto, observó que Consuelo estaba extrañamente nerviosa. No paraba de sacar su móvil para asegurarse de que funcionaba. Además, trabajaba de manera distraída. Una vez incluso se olvidó de añadir azúcar a la fruta.

—¿Qué sucede? —le preguntó Glory—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? La otra mujer la miró de forma extraña.

—Ojalá hubiera conocido a alguien como tú hace años —dijo con aire enigmático—. Fue

como si el mundo entero se volviera en mi contra. Nadie me ofrecía su ayuda.

Glory sonrió gentilmente.

—Sabes que haría cualquier cosa que pudiera por ti.

Curiosamente, eso pareció incomodar más a Consuelo.

—Gracias —dijo apretando los dientes—. Pero es demasiado tarde.

Antes de que Glory pudiera preguntar más, sonó el móvil de Consuelo. La mujer estuvo a

punto de dejarlo caer en la cacerola de la fruta al intentar contestar.

—¿? —dijo en español. Escuchó, hizo una mueca de dolor y miró a Glory—. ¿Es absolutamente necesario? ¿Estás seguro? —vaciló, escuchó y finalmente concluyó—. .

—Ocurre algo, ¿verdad? —preguntó Glory cuando Consuelo colgó el teléfono. —Sí —fue la respuesta. Consuelo se secó las manos y se quitó el delantal. No la miraba a

los ojos—.Tengo que salir, sólo unos minutos, a la tienda a comprar… a por más… ingredientes.

Puedes quedarte sola, ¿verdad?

—Por supuesto. —Glory la sustituyó en los fogones y comenzó a remover la fruta. Sonrió, aunque sin ganas. Algo pasaba, y estaba casi segura de que tenía que ver con ella—. No te preocupes. Estaré bien.

La otra mujer le dirigió una mirada de auténtico horror.

—Ten… ten cuidado, ¿de acuerdo? —tartamudeó—. No tardaré.

—De acuerdo.

Consuelo salió por la puerta sin mirar atrás. A los pocos segundos, Glory oyó cómo se alejaba su coche.

Se apartó de los fogones y sintió un vuelco en el corazón. No estaba segura de lo que sabía, pero sentía que el peligro andaba cerca. Su trabajo la había vuelto más sensible al peligro, especialmente ahora. El comportamiento errático de Consuelo era demasiado inquietante como para ignorarlo. Se fue a su habitación, cerró la puerta con pestillo y marcó el número de la oficina de Cash Grier en su móvil. Antes de que diera tono, oyó cómo la puerta trasera se abría de golpe. —¿Dónde está? —preguntó una voz masculina.

—¿Cómo iba a saberlo? —contestó otra voz—. ¡Búscala!

Glory colgó el teléfono y marcó el número de emergencias.

—Unidad del condado de Jacobs. ¿En qué puedo ayudarle?

Glory proporcionó la información de manera sucinta.

—Estoy sola y desarmada y hay unos hombres en la casa —dijo—. Creo que quieren hacerme daño.

—Dos minutos —dijo la operadora—. Manténgase al teléfono.

Por el teléfono, Glory oyó cómo daban la alarma a la policía local. Hubo interferencias en la voz de la operadora, y acto seguido un «10-76» con voz profunda, seguido de una sirena de policía que Glory oyó simultáneamente en el teléfono y en la calle. Debía de haber un coche patrulla cerca de allí si la operadora decía que podían llegar en dos minutos. Era un condado grande.

Si la policía conseguía llegar a tiempo...

Se oyeron pisadas y gritos amortiguados cuando intentaron abrir la puerta del dormitorio.

Glory caminó descalza y se colocó detrás de la puerta con el bastón en alto. Si alguien conseguía entrar, ella daría el primer golpe. ¡Maldito Fuentes! Maldito por ser tan cobarde y enviar a otros a hacer el trabajo sucio.

Dieron una patada a la puerta, pero ésta no cedió. Oyó maldecir en español y, acto seguido, varios disparos contra la puerta, donde ella habría estado si no hubiera tenido la idea de atacarlos primero. Una de las balas atravesó la madera alrededor del picaporte y otra destrozó la cerradura. —¡Sal de ahí, rubita! —dijo una de las voces.

Pero, a medida que la puerta comenzaba a abrirse, la sirena de policía se hizo más fuerte y se oyó el coche patrulla en el jardín. Glory sentía que el corazón iba a salírsele del pecho, acompañado de aquel dolor tan familiar que se extendía por el brazo izquierdo. Pero se sentía valiente de todos modos.

—¡Qué diablos…! —exclamó la otra voz.

—¡Es la policía! ¡Ha llamado a la policía!

—¡Ahora intentad dispararles a ellos! —gritó ella.

—¡La próxima vez te atraparé! —dijo una voz fría y violenta con acento español—. ¡Te juro que lo haré!

—¡Ni lo sueñes! —murmuró otra voz masculina.

Se oyeron golpes y pisadas; después un disparo. Y, finalmente, silencio.

—¿Señora, sigue al teléfono? —preguntó la operadora con preocupación. —Sí —contestó Glory—. Se han producido disparos en el pasillo y otro fuera. Yo estoy encerrada en mi dormitorio.

—Quédese ahí.

—¡Desde luego!

Hubo más gritos y golpes. Y otra vez silencio.

Alguien llamó a la puerta.

—Señora, es la policía —dijo la misma voz que había contestado al intruso—. ¿Está bien? No sabía si contestar o no.

Oyó las interferencias al otro lado de la puerta y después la misma voz masculina al teléfono antes de que la operadora contestara a la llamada.

—Es la policía de verdad —le aseguró la operadora—. Puede abrir la puerta. —Gracias —dijo Glory—. Muchas gracias.

—Un placer.

Glory colgó el teléfono y abrió la puerta con cuidado. Un policía alto y fuerte de pelo negro y ojos grises estaba allí. Observó el bastón levantado en actitud amenazante.

—Oh, perdón —dijo ella bajando el bastón—. Lo siento.

—¿Iba a golpearlo en la cabeza? —preguntó el policía con una sonrisa—. No sé si eso habría ayudado, tiene la cabeza muy dura. Glory se asomó al pasillo y vio a un hombre tirado en el suelo boca abajo con las manos esposadas a la espalda. Antes de que le dieran la vuelta y lo pusieran en pie, supo que se trataba de Marco, que la miró con odio.

—Por la mañana estaré fuera, rubita —le dijo—. ¡Y tú habrás muerto por la noche! —Oh, yo no contaría con ello —dijo el policía.

—No, yo tampoco —contestó su acompañante, también de uniforme. Tenía el pelo rubio y una agradable sonrisa—. ¿Está bien, señora?

—Estoy bien, muchas gracias a los dos —contestó ella.

—¿Conoce a éste hombre?

—Sí. Es el hijo de nuestra cocinera.

—Hay agujeros de bala en la puerta. ¿Estaba intentando dispararle? —preguntó el primer agente.

Glory vaciló. No se atrevió a decir la verdad. Marco lo sabía, y sonrió sarcásticamente. —No lo sé —mintió ella.

Marco se carcajeó.

—Chica lista —dijo.

Los policías parecían sospechar. Glory vio entonces entrar a Cash Grier. —Acabo de enterarme —le dijo, y miró a sus agentes—. Lleváoslo al centro de detención.

Lo acusaremos de asalto con agravantes. Yo me encargaré de tomarle declaración a ella. —¡No he intentado hacerle daño! —exclamó Marco—. Sólo quería hablar con ella. Cash observó los agujeros de bala en la puerta y dijo:

—Hablar de mala manera, aparentemente.

—Es su palabra contra la mía —insistió Marco—. Estaré en la calle en veinticuatro horas. Puedo llamar a mi abogado, ¿verdad?

Fuentes tendría los mejores abogados que el dinero pudiera comprar. Glory nunca se había sentido tan frustrada. Miró a Marco con desprecio. Casi habría merecido la pena descubrir su verdadera identidad y poder acusarlo de intento de asesino, así como dar la razón, lo cual les conduciría al hombre para el que Marco trabajaba: Fuentes.

—Sacadlo de aquí —ordenó Cash—. Enseguida salgo.

Se llevaron a Marco por el pasillo.

Glory se apoyó en la puerta, respiró profundamente y trató de controlar el dolor del brazo. —Siéntate —dijo Cash, y la ayudó a sentarse en una silla en la habitación—. ¿Tienes la medicina?

—Aquí no. —Era difícil respirar, y más difícil hablar.

—Puedo llamar a una ambulancia.

Glory tragó saliva. Eso complicaría las cosas aún más. Se concentró en respirar. Lentamente, el dolor comenzó a remitir.

—Me pondré bien —le aseguró a Cash—. No es la primera vez que tengo éste problema. —Es angina, ¿verdad? —preguntó él.

—Sí. Me daban pastillas de nitroglicerina, pero haría cualquier cosa antes que tomármelas. Me hacen daño a la cabeza.

Cash se apoyó en la cómoda y frunció el ceño.

—Conociendo tu historial médico, me pregunto si no serás una suicida, teniendo en cuenta

tu trabajo.

—Qué extraño —musitó ella—. Eso es justo lo que dice mi médico.

—Tal vez deberías hacerle caso. Pienso llevarte a una casa en la que estés a salvo y vigilada. Ella negó con la cabeza.

—Si haces eso, Fuentes gana. Marco ha fallado. Cree que quedará impune. Pero Fuentes hará lo posible por matarlo a él también. No perdona los fallos.

—¿Eso crees? Me pregunto por qué un hombre tan peligroso como Fuentes enviaría a un joven drogadicto y pandillero a realizar el trabajo de un profesional.

Glory se quedó pálida. No se había dado cuenta, pero ahora lo veía claro. Era una trampa. El verdadero asesino había enviado a Marco para ver cómo estaba la situación, para comprobar el tiempo de reacción de los agentes de la ley, y para averiguar cómo reaccionaría ella. —Estaba preparado, ¿verdad? —preguntó horrorizada.

—Eso creo —respondió Cash.

—¿Y qué hacemos ahora?

Cash intentaba pensar con rapidez. No estaba seguro de nada, salvo de que deseaba saber qué estaba haciendo la DEA en el condado de Jacobs. Había sido uno de sus nuevos hombres, el de ojos grises que había acudido a ayudar a Glory, quien había ignorado una orden de la DEA de retirarse ante una venta de droga realizada en Comanche Wells. Nadie sabía con exactitud quién era el agente secreto ni lo que se proponía, y las agencias federales tendían a no compartir su información con la policía local a no ser que no les quedara más remedio.

—¿Qué diablos pasa aquí? —preguntó una voz familiar y ligeramente acentuada. Glory levantó la mirada y vio entrar en la habitación a Rodrigo, que contempló los agujeros de bala en la puerta y luego la miró preocupado—. ¡Niña! —preguntó al tiempo que se arrodillaba frente a ella—. ¿Estás bien?

Glory sintió un vuelco en el corazón, porque se había dirigido a ella de forma cariñosa. Contempló sus ojos negros y se sintió a salvo. Sin pensar, abrió los brazos y él la rodeó con ternura. Sintió las lágrimas en los ojos y se odió a sí misma por mostrar debilidad. Pero había pasado mucho miedo. Miedo auténtico. El corazón aún le latía con fuerza. Se sentía vulnerable. —¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Rodrigo a Cash.

—Es una larga historia —respondió Cash—. No puedo divulgar lo que sé. Rodrigo entornó los ojos. Conocía a aquel hombre, y a sus contactos. Había estado persiguiendo a un capo de la droga, pero alguien iba detrás de Glory. No sabía por qué, y sabía que era inútil preguntárselo a Cash. Al menos él estaba acostumbrado a los secretos. —¿Puedes decirme quién ha hecho esto? —preguntó.

—Marco —murmuró ella contra su pecho—. Ha sido Marco. ¡Pobre Consuelo! —¿Dónde está?

—Tuvo que salir a comprar. La llamaron por teléfono. Parecía nerviosa cuando colgó, y dijo que tenía que salir —dijo Glory.

Rodrigo miró a Cash a los ojos y éste supo entonces quién era el agente secreto de la DEA. No había reconocido a Rodrigo, al que sólo había visto a oscuras durante un enfrentamiento con Cara Domínguez varios meses atrás. Rara vez había visto esa mirada en la cara de otro hombre, pero le resultaba familiar. Obviamente, Rodrigo estaba implicado emocionalmente con Glory y parecía que quisiera vengarse personalmente de Marco. Se mostraba protector con ella. Pero Cash no descubriría su verdadera identidad; ni la de Glory. Si la situación hubiese sido algo menos peligrosa, habría resultado incluso cómica. Ambos guardaban secretos que, al parecer, no podían compartir el uno con el otro.

—Shhh —susurró Rodrigo—. No pasa nada. Estás a salvo. Nadie va a hacerte daño aquí.

Nunca más. Te lo juro.

—Había pensado en traer a alguien a trabajar para ti, para que la tenga vigilada —dijo Cash. Rodrigo lo miró y dijo:

—Ya se intentó antes y no funcionó. Yo cuidaré de ella.

Fue una advertencia velada. Cash hizo memoria y comenzó a recordar otras cosas que había oído sobre ese agente. Al parecer había sido mercenario durante años. Se le daba tan bien que habían puesto precio a su cabeza en casi todos los países del planeta. Durante los últimos tres años, había trabajado para la DEA en Arizona. De hecho había actuado de incógnito en la operación de Manuel López y había ayudado a capturarlo. Más recientemente, había colaborado en el arresto y condena de Cara Domínguez. Y ahora iba detrás de Fuentes. Cash lo sabía, pero no podía admitirlo; al menos delante de Glory.

—Yo estaba escondida detrás de la puerta cuando intentó entrar —murmuró ella mientras se apartaba de los brazos de Rodrigo—. Iba a darle en la cabeza con el bastón, pero empezó a disparar.

—Gracias a Dios que estabas detrás de la puerta y no frente a ella —dijo Rodrigo. —¿Qué van a hacer con Marco? —le preguntó ella a Cash.

—Leerle sus derechos, encerrarlo y esperar que el juez fije la fianza en un millón de dólares.

Glory se rió.

—Oh, creo que Mary Smith estaría encantada de hacerlo si se lo pidieras. Odia a los traficantes.

—¿Conoces a una juez? —le preguntó Rodrigo sorprendido.

—He oído hablar de ella —contestó Glory—. Uno de mis primos tuvo problemas con la ley y ella llevó el caso —mintió.

—Entiendo.

—Tendrás que testificar —dijo Cash—. Eres la única testigo que tenemos. La historia de mi vida, pensó ella.

—Pero en realidad no lo he visto —contestó—. Sólo lo he oído.

—Intenta conseguir una condena con esas pruebas —murmuró Rodrigo mientras examinaba los agujeros de bala—. Un buen abogado defensor jurará que Marco vino a ayudarla y fue erróneamente acusado.

—¿Pero y el arma? —preguntó Glory.

Cash apretó los dientes.

—¿Qué sucede? —insistió ella.

—No hemos encontrado el arma.

—Así no ganaremos el caso —contestó Rodrigo.

—Había dos hombres —dijo Glory—. El otro, el que se escapó, probablemente se llevara el arma al oír las sirenas. Marco estaba ocupado amenazando con atraparme la próxima vez. Así que por eso lo habéis atrapado.

—Lo mantendré encerrado todo el tiempo que pueda —prometió Cash—. Pero no será el único intento.

—Aquí estará a salvo —repitió Rodrigo. Luego los miró a los dos durante unos segundos—. Supongo que ninguno de los dos querrá decirme por qué la ayudante de mi cocinera atrae a asesinos a sueldo.

Cash y Glory intercambiaron miradas.

—Así que vamos a jugar a las sillas musicales y a las veinte preguntas mientras el jefe de

Marco planea la manera de quitar a Glory de en medio, ¿verdad? —dijo Rodrigo. —Pensamos que esto era una prueba —dijo Cash—. Para ver el tiempo de respuesta y la reacción de Glory.

—La próxima vez será más listo y atacará en mitad de la noche, cuando ella esté durmiendo —dijo Rodrigo.

—Si alguien me prestara una pistola… —intentó decir Glory

—¡No! —exclamó Cash.

—Por un mísero faro —se defendió ella.

—Y un parabrisas —respondió él—. Nada de armas.

Rodrigo sabía que estaban hablando de algo que no podían compartir con él. Más secretos. —Ya se nos ocurrirá algo —le aseguró a Cash—. Pero me gustaría hablar contigo antes de que te marches.

Cash sabía que no le iba a gustar lo que tuviera que decirle.

—Esperaré fuera —contestó, y se volvió hacia Glory—. ¿Estás segura de que no necesitas una ambulancia?

—Sí, gracias.

Rodrigo le acarició el pelo y se levantó.

—No tardaré ni un minuto —le aseguró—.Túmbate. Ya has tenido más emociones de las que te convienen.

Ella asintió y atravesó la habitación lentamente, ignorando los agujeros de bala. Al llegar a la cama, prácticamente se desplomó sobre la colcha.

Una vez en el porche, Cash y Rodrigo se miraron con actitud desafiante. —Será mejor que me digas qué está pasando —dijo Rodrigo.

—¿Igual que tú me mantienes informado a mí? —respondió Cash con frialdad. Rodrigo entornó los ojos. Aquel hombre era inteligente, y no era de los que aceptaban las mentiras con facilidad.

—Supongo que ya sabes quién soy y por qué estoy aquí.

—Sí —contestó Cash.

—Eso es todo lo que puedes saber —dijo Rodrigo—. Lo siento. Ésta no es mi operación. Tengo que hacer lo que me ordenan.

—¿Puedes al menos decirme si lo que estás haciendo tiene alguna conexión con Fuentes? Rodrigo asintió.

—Tenemos un topo —dijo—. Nos proporciona información. Tuve que hacerme pasar por otra persona para averiguar cómo funciona la red de distribución; es formidable. Sigo teniendo un primo que trabaja para Fuentes, aunque Manuel López asesinó a uno de mis primos por infiltración hace algunos años. Hay un cargamento de cocaína procedente de Perú que llegará en dos semanas. Sabemos cómo entrará en el país y cuál es su destino.

—Hay un almacén vacío en Comanche Wells —dijo Cash—, y allí pueden realizarse actividades sin que nadie se entere.

Rodrigo asintió.

—Estuvimos allí anoche —dijo—. Alguien en un coche patrulla sin identificar casi hace que me maten por negarse a efectuar una retirada.

—Es uno de mis nuevos agentes —dijo Cash—. Lo siento. Acaba de volver de ultramar. Era oficial en una unidad de combate en el frente y se ha olvidado de cómo cumplir órdenes. De hecho estaba en las fuerzas especiales.

—Nosotros también tenemos a unos cuantos de ésos —dijo Rodrigo—. Son muy valiosos en el lugar apropiado. Pero son un riesgo cuando no siguen las órdenes.

—Ya se lo dije —contestó Cash—. No volverá a hacerlo.

—Seguimos sin hablar de lo que acaba de ocurrir en ésta casa —dijo Rodrigo.

—Lo sé.

—¿Qué tiene o sabe Glory que sea tan importante como para intentar matarla?

Cash sopesó los hechos y decidió que tenía que contestar a aquel hombre, aunque sin delatar a Glory.

—Tiene información que podría vincular a Fuentes a un asesinato. Si lo condenan, eso tendría fuertes repercusiones en la red de distribución. Fuentes no quiere que testifique.

—Menuda coincidencia —musitó Rodrigo—.Y acaba metida aquí, en mitad de un asunto de drogas.

—Y casi la matan —añadió Cash.

—Fuentes no enviaría a Marco a realizar un trabajo como ése. Marco no tiene lo que hay que tener. No, lo envió aquí para comprobar cómo estaban las cosas. La próxima vez, enviará a un asesino profesional y acabaremos enterrando a Glory.

—Eso es lo que le he dicho a ella.

—Y el juicio es dentro de poco, imagino.

—Sí —contestó Cash—. Ciertas personas hablaron con los Pendleton para que contrataran a Glory como ayudante en la cocina. El fiscal del caso pensó que correría menos peligro en un pueblo pequeño, donde todos pudiéramos vigilarla mientras él consigue pruebas suficientes para convencer al jurado de que Fuentes estaba matando a los informadores que hablaban más de la cuenta.

—Imagino que Márquez y tú sois las personas que planean vigilarla.

—Tenía a un tipo trabajando para ti que se suponía que iba a mantenerme informado. Pero se ha ido.

—Yo sigo trabajando aquí —dijo Rodrigo—. No le ocurrirá nada.

—No puedes vigilarla a todas horas —dijo Cash—. Deja que te ayude.

Rodrigo sintió un vuelco en el estómago. De pronto se sentía vulnerable. Había disfrutado de Glory como pasatiempo, pero la idea de perderla resultaba horrible. No podía soportar la idea de verla muerta. Era curioso lo mucho que le dolía pensar en su cuerpo inerte.

—Ese fiscal debería haber enviado a un guardaespaldas con ella —comentó Rodrigo.

Cash se rió.

—¿Y con qué presupuesto se pagaría eso?

—No con el nuestro —admitió Rodrigo—. No pienso pagarles horas extras.

—No podrías, si tu presupuesto es como el nuestro.

—Lo es. Nadie tiene dinero para ahorrar hoy en día. —No mencionó que tenía dinero de sobra para haber hecho ese trabajo sin cobrar.

Los tres años que había trabajado para la DEA habían sido sólo para poder ser el compañero de Sarina.

—De acuerdo —dijo Cash—. Tendré a alguien disponible para que la siga si sale de la granja. ¿Tú puedes protegerla aquí?

—Sí —contestó Rodrigo.

—Entonces tal vez podamos mantenerla con vida hasta que Fuentes vaya ajuicio. —Apretó los labios—. La madre de Marco está implicada en esto. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí —contestó Rodrigo—. Su marido está en la cárcel federal. Marco acaba de salir y, si podemos demostrar que tenía un arma, sería una violación de la condicional y volvería a prisión. Es una pena que Consuelo se haya permitido mezclarse en esto.

—Haría cualquier cosa que su hijo le pidiera —dijo Cash—. Es todo lo que tiene.

—Es una pena.

—Sí.

—¿Vas a acusarla?

—¿Con qué pruebas? —preguntó Cash—.Ya nos va a costar incluso presentar cargos sólidos contra Marco.

—Maldito bastardo —murmuró Rodrigo—. Me gustaría darle su merecido.

—No está permitido. Recuerda, somos de los buenos.

—Darle su merecido sería algo bueno.

—No querrás enfrentarte a Blake Kemp en un juicio. Acaba de ser nombrado fiscal del distrito. El que teníamos sufrió una apoplejía y murió. Kemp se encarga del trabajo hasta que haya elecciones, y te aseguro que se presentará. Ya es toda una leyenda.

—Lo sé —dijo Rodrigo—. ¡Maldita sea!

—Eso es justo lo que están diciendo en estos momentos los criminales —dijo Cash riéndose—. Es muy duro con los defensores.

—Tengo entendido que también estaba en las fuerzas especiales, junto con Cag Hart.

Cash asintió.

—Tenemos muchos ex militares por aquí. Si necesitas ayuda, haré todo lo posible.

—Gracias.

—¿Te has enterado de lo de tu antigua compañera?

—¿Sarina?

—Sí —dijo Cash—. Está embarazada.

Rodrigo recibió las palabras como un puñetazo. Sarina no le había dicho nada. Había tenido la oportunidad en la fiesta.

—Debe de ser una noticia maravillosa para ellos.

—Sí. Andy Kebb, de la inmobiliaria, me lo contó. Iban a mudarse aquí; incluso compraron la finca de Hob Downey para construir en ella. Pero ahora quieren quedarse en Houston, así que han vuelto a poner en venta la propiedad. Supongo que están muy asentados allí. Aunque no sé cómo va a mantener Sarina el trabajo en la DEA en su estado.

Rodrigo simplemente asintió. Sentía como si un agujero frío y oscuro se hubiese abierto en su interior.

—Bueno, me marcho de aquí. Si nos necesitas, házmelo saber —añadió Cash—. Pondremos más coches patrulla por la zona.

—Dile a tu nuevo agente que, la próxima vez que desobedezca una orden mía, entrará con los pies por delante en la sala de urgencias más cercana. —Rodrigo no sonrió al decirlo, y sus ojos reflejaban toda la rabia que sentía.

—Oh, ya se lo he dicho —respondió Cash—.Yo tampoco tolero la desobediencia.

—Pero puedes darle las gracias por haber estado rápido hoy. Aunque fuera sólo una prueba, Marco es impredecible. Tal vez Glory estuviera muerta si no hubiese actuado con rapidez. Se la debo.

—Se lo diré —prometió Cash.

—Y lo que yo hago aquí sigue siendo alto secreto.

—Eso también lo sé. Cuídate.

—Lo mismo digo.

Cash se marchó y Rodrigo regresó a la casa. Se sentía mareado. Sarina estaba embarazada. No se lo había dicho. No había telefoneado ni escrito. ¿Tan poco le importaba, después de tres años de amistad, que ni siquiera podía compartir la buena noticia con él?

Se sentía perdido y solo. Todos sus sueños habían muerto. Nunca sería el único hombre en la vida de Sarina. Era un golpe duro.

Caminó por el pasillo hasta la habitación de Glory y se detuvo junto a su cama. Tenía las mejillas sonrojadas y aún estaba nerviosa.

Se sentó a su lado. Le recordaba un poco a Sarina. Pero no era tan inteligente ni valiente. Sarina podía disparar un arma y se había enfrentado a tipos muy peligrosos durante años. Sin embargo, aquella pobre mujer se escondía porque su testimonio podía acabar con Fuentes en prisión. No podía imaginarse a Sarina escondiéndose de nadie.

Pero no era justo compararlas. Sarina tenía una salud excelente. Aquella mujer, en cambio, tenía problemas que la hacían más vulnerable. Estaba siendo poco razonable porque se sentía herido.

Estiró la mano y le acarició el pelo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó.

—Sí —contestó ella—. Me pondré bien. Pareces triste.

—Tal vez lo esté —dijo él, evitando su mirada.

—¿Hay algo que pueda hacer?

Rodrigo la miró y consideró lo único que podría pedirle y que no sólo le ayudaría a curarse, sino que le demostraría a Sarina que no iba a pasar el resto de su vida llorando por no poder tenerla.

—Sí —dijo de pronto—. De hecho, sí que puedes hacer algo. Puedes casarte conmigo.