Capítulo 10

—¿Casarme contigo? —preguntó Glory.

—¿Por qué no? En la cama lo pasamos bien. Nos gustan las mismas cosas. Nos llevamos bien.

—Pero, no estamos enamorados —protestó ella.

Sí sentía algo por él, pero no iba a decírselo. Al menos, no mientras él siguiera llorando la pérdida de la otra mujer.

—¿Qué es el amor? El respeto mutuo y la amistad me parecen igual de importantes — respondió él—. Te muestras reticente. ¿Es porque me gano la vida trabajando con las manos?

—No, no es eso —contestó ella—.Yo te admiro.

—¿Por qué? —pareció sorprendido.

—Porque tratas bien a la gente; con diplomacia y con tacto —explicó Glory—. Nunca gritas ni humillas a los demás trabajadores. Te desvives por ser amable con las mujeres y los niños. Eres sincero. No te importa trabajar duro. Y no te da miedo nada. Por todo eso.

Rodrigo no había esperado una lista de sus cualidades. Le sorprendía que sintiera eso por él. No era lo que aparentaba, pero ella lo aceptaba tal cual. Durante años, las mujeres, exceptuando a Sarina, lo habían deseado por lo que pudiera darles. Y sin embargo allí había una que pensaba que era pobre y no le importaba.

—Me siento halagado —dijo mirándola a los ojos—. Pero hay algo más. Algo que no me has dicho.

Glory apartó la mirada.

—Vamos —insistió él.

—Oí lo que le dijiste a Consuelo sobre mí —confesó—. Que no era el tipo de mujer que te atraía… que era demasiado simple…

Rodrigo la estrechó entre sus brazos y dijo:

—Tengo un temperamento muy cambiante. A veces digo cosas que no siento. Aquello no lo decía en serio. De verdad.

Ella se relajó.

Rodrigo la tumbó de nuevo y le acarició la mejilla.

—Tú no quieres tener hijos conmigo —dijo.

El orgullo aún le dolía al tener que confesarlo.

—No lo decía en serio. De verdad —dijo ella. Aún no sabía si podría quedarse embarazada—. He estado pensando, y no me importaría tener un hijo.

Rodrigo arqueó las cejas y luego sonrió.

—¿De verdad?

—De verdad —contestó ella con una sonrisa, y sintió un vuelco en el corazón al ver su expresión.

—¿Entonces te casarás conmigo? —preguntó él mientras le acariciaba los labios con el dedo.

Era una locura. No podía casarse; el trabajo no le dejaba tiempo libre. No podría tener un hijo; podría morir. Pero estaba casi segura de que ya se había quedado embarazada. Si pudiera encontrar un buen médico, alguien que pudiera vigilarla de cerca, tal vez no fuera tan peligroso. Después de todo, estaba el caso de Grace Carver, que tenía una válvula cardiaca mal y sobrevivió al embarazo tras casarse con el agente del FBI Garon Grier. Si Grace podía, ¿por qué ella no? Además, con su pasado, no quería tener el bebé fuera del matrimonio. Aquellos valores tradicionales que le habían enseñado de niña no desaparecían tan fácilmente.

—Vamos —insistió él.

Glory lo miró y sonrió. Nunca se arriesgaba. Siempre se mostraba conservadora. Pero había cierta promesa en aquellos ojos negros, y el corazón le latía desbocado en el pecho.

—Sí —dijo, negándose a pensar en las consecuencias.

—¿Sí, qué? —bromeó él.

—Sí, me casaré contigo —susurró Glory.

Segundos después, Rodrigo estaba devorando su boca con pasión. Glory lo deseaba. No le importaba que no tuviese ni un penique a su nombre y que nunca pudiera proporcionarle una seguridad financiera. Se parecía tanto a Sarina...

Se apartó de ella y se incorporó. Glory parecía ensimismada, feliz. Él se sintió culpable porque estaba utilizándola, en cierto modo, para escapar del dolor del rechazo. Pero ella jamás tendría que saberlo. Podrían estar juntos durante un tiempo, disfrutando el uno del otro. Entonces, más tarde, quizá hubiese un bebé. La idea de pronto le resultó deprimente. Se estaba engañando a sí mismo al pensar que podría ser feliz con una sustituta, aunque fuera con un bebé. Nunca sería Sarina, y el bebé nunca sería Bernadette. El dolor era como una cuerda alrededor de su corazón; asfixiante.

—¿Cuándo? —preguntó ella, e interrumpió sus pensamientos.

Rodrigo se levantó y frunció el ceño.

—¿Cuándo quieres?

Ella vaciló un instante. De pronto Rodrigo le parecía distinto. Tal vez estuviera ya arrepintiéndose. Tal vez ella también debería arrepentirse; su vida corría peligro y estaba viviendo una mentira. No podía casarse con nadie…

—Hoy —dijo él abruptamente—. Ahora mismo.

—¿Ahora mismo?

—Podemos cruzar la frontera en poco tiempo —dijo Rodrigo—. Las bodas mexicanas son vinculantes.

Glory sentía que la cabeza le daba vueltas. Fuentes había enviado un asesino tras ella. Marco había disparado contra su puerta hacía menos de media hora. El verdadero asesino aún seguía suelto, y ella iba a casarse con un hombre que probablemente fuera traficante de drogas, aunque no hubiese sido condenado.

—¿Qué sucede? —preguntó él.

No podía decirle todo eso. Al menos de momento. Lo miró a los ojos y supo que no importaría. Fuera lo que fuera, ya estaba enamorada de él. Era demasiado tarde para echarse atrás. Incluso aunque sólo pudieran tener poco tiempo juntos, seguramente aquello fuera mejor que no tener recuerdos de amor en absoluto.

—No sucede nada —mintió mientras se ponía en pie—. Yo me apunto si tú te apuntas.

Rodrigo le agarró la cintura con las manos y la miró a los ojos.

—Me aceptas por pura fe —le dijo—. Sé que sospechas que no soy lo que parezco. Hemos tratado de evitar el tema, pero sé que estuviste con Márquez anoche. Sé dónde estuviste, Glory.

Glory se sintió anestesiada. No quería tener que pensar en sus actividades nocturnas. Quería casarse con él. Quería vivir con él.

—Tú no sabías dónde iba Márquez, ¿verdad? —preguntó él.

Glory aceptó la vía de escape que estaba ofreciéndole.

—No. Dijo que íbamos a dar una vuelta.

—¿Te dijo por qué estaba vigilando el almacén de Comanche Wells?

—Oh, sí —mintió ella—. Dijo que se trataba de un grupo de inmigrantes ilegales que querían entrar en el condado y que se refugiaban en ese almacén hasta encontrar hogares seguros.

Rodrigo sintió que se había quitado un peso de encima. Al parecer, Márquez no estaba metido en el caso. Estaba trabajando en algo totalmente diferente y probablemente sospechara que formaba parte de aquella operación con inmigrantes. Eso hizo que se sintiera menos amenazado.

—Rodrigo —dijo ella suavemente—. No estarás metido en algo que vaya contra la ley, ¿verdad?

Él suspiró. No podía contarle la verdad.

—¿Te servirá si te doy mi palabra de que, de ahora en adelante, nunca infringiré la ley?

Los ojos de Glory estaban radiantes, llenos de sueños por cumplir.

—¿De verdad? —preguntó.

—Sí —contestó él con una sonrisa.

—Pero me habría casado contigo aunque estuvieras implicado en algo ilegal, Rodrigo. Aunque albergaría la esperanza de que lo dejaras, por mí.

Rodrigo se sentía como un chico en su primera cita. Comenzó a sonreír y no pudo parar.

—Te prometo que nunca te haré daño. Y que te protegeré de cualquiera que pretenda hacértelo. Si nos casamos, podremos compartir la habitación y nadie se acercará a ti por las noches. Yo cuidaré de ti.

La cara de Glory se iluminó.

—Yo también cuidaré de ti —dijo.

—¿De verdad? —preguntó él riéndose—. Qué amable por tu parte.

Glory se abrazó a él impulsivamente y apoyó la mejilla en su pecho.

—En toda mi vida —dijo suavemente—, nunca me he sentido tan segura como cuando estoy contigo.

Eso le hizo sentir aún más culpable, pero no dejó que se notara y simplemente la abrazó con fuerza.

—Así es como quiero que te sientas.

Saboreó aquel contacto tan íntimo, pensando en la facilidad con que podría haberla perdido por la temeridad de Marco. Se preguntó qué habría visto exactamente para poner su vida en peligro. Pensaba averiguarlo, pero aún no.

Tras un minuto, la apartó de su pecho y dijo:

—Será mejor que nos vayamos.

—¿Qué pasa con Consuelo? —preguntó ella.

—Fingiremos que no sabía nada sobre el tema y ganaremos tiempo.

—¿Realmente crees que pensaba dejar que su hijo me matara?

—No lo sé, Glory —contestó él sinceramente—. No creo que lo deseara.

—Yo tampoco. Marco pertenece a la banda de Los Serpientes —añadió ella—. Ellos no olvidan los errores.

Rodrigo ladeó la cabeza mientras la observaba.

—Es cierto. —Se preguntó si Márquez le habría contado eso.

¿Cómo sino conocería la existencia de una banda callejera de la gran ciudad?

—Puede que no viva lo suficiente como para que presenten cargos.

—Es cierto.

—Pobre Consuelo.

—Sigues preocupada por lo de anoche, ¿verdad? —preguntó él mientras tomaba uno de sus rizos con los dedos.

Se refería a la venta de droga. Ella levantó la mano y le tapó la boca con los dedos.

—No me importa lo que seas ni lo que hagas —dijo—. Sólo sé que… que me importas y que confío en ti. No importa. Nada importa.

Rodrigo tomó aliento. Glory pensaba que era un criminal y no le importaba. Lo deseaba a pesar de todo.

—Algún día, tal vez importe —dijo con sinceridad.

—Entonces afrontaremos juntos ese día, cuando llegue —contestó ella con testarudez.

—Supe que eras especial la primera vez que te vi, cuando hiciste que me subiera por las paredes con la broma de la embajadora.

—No te gustó mucho.

—La verdad es que sí me gustó —contestó él—. Te admiré al ver que no te acobardabas ante nadie.

Glory quiso preguntarle por la mujer rubia, a la que realmente amaba. Tal vez hubiera habido una auténtica ruptura. Pero fue una cobarde. Realmente no quería saberlo. Sin embargo, conseguiría que Rodrigo se enamorase de ella. Sabía que podría, si lo intentaba. Mantendría el secreto sobre el bebé y sobre su trabajo, y avanzaría día a día.

Los casó el cura de un pueblo en una pequeña capilla. El cura no hablaba inglés, pero el español era la lengua materna de Rodrigo, de modo que no importó. Glory no había dicho nada de anillos, pero Rodrigo sacó unos durante la ceremonia y se los puso en el dedo. El anillo de boda era un precioso aro con un dibujo de oro blanco y amarillo. La alianza tenía los mismos detalles y estaba rematada con un enorme diamante. Debían de haber costado una fortuna. Quiso protestar, pero era demasiado tarde. Le quedaban un poco ajustados, y no pudo evitar preguntarse si los habría comprado para otra persona; la mujer rubia, tal vez.

—Son preciosos —dijo mientras regresaban en el coche.

—¿El qué?

—Los anillos. ¿Cómo los conseguiste tan rápido?

—Los tenía desde hacía unos meses —contestó él.

Los odiaba. Quiso quitárselos del dedo y tirarlos por la ventanilla. Aunque eso no serviría

de nada. Rodrigo aún lloraba la pérdida de aquella mujer rubia y de su hija. Pero tal vez si tenía paciencia podría conseguir que la amara. Entonces le pediría los anillos de boda y de compromiso. Cuando pudiera hablarle con total tranquilidad del bebé que probablemente estuviera gestándose en su interior, tal vez Rodrigo le comprara otro juego de anillos, adquiridos exclusivamente para ella.

Consuelo estaba en la cocina cuando regresaron a casa. Había estado llorando y parecía pálida. Se puso en pie de un salto cuando se abrió la puerta trasera.

—Estás bien —exclamó al ver a Glory—. ¡Estaba tan preocupada! Cuando regresé, te habías ido, y lo único que me dijeron los empleados fue que habían oído sirenas. Marco me llamó desde el centro de detención y me dijo que necesitaba un abogado. ¿Para qué?

Rodrigo no sonrió.

—Marco disparó una pistola contra la puerta del dormitorio de Glory; estaba intentando matarla.

Consuelo pareció horrorizada.

—No. Oh, no, él nunca te haría daño. Ha sido un malentendido, nada más —dijo firmemente—. Sé que ha sido arrestado, pero dijo que sólo estaba intentando llamar tu atención. Fue el otro chico quien disparó. Dijo que el policía lo acusa de asalto y de haber efectuado los disparos, pero Marco no tiene pistola. Está en libertad condicional, así que tendría que regresar a la cárcel si tuviera un arma.

Hablando de vivir en un sueño, pensó Glory. Pobre mujer. No podía dejar de defender a su hijo, incluso después de haber sido pillado in fraganti.

—Además, la policía no ha encontrado el arma —añadió Consuelo. Se quedó mirándolos y entonces se dio cuenta de que Glory llevaba anillos—. ¡Os habéis casado!

—Sí —contestó Rodrigo sonriendo—. Hemos cruzado la frontera.

—¡Pero deberíais habérmelo dicho! Puedo preparar una tarta y una cena especial. — Intentaba negarlo todo—. Tengo que ir a ver si hay suficientes huevos...

—Consuelo, esta noche no —dijo Rodrigo—. Ha sido un día muy duro para Glory. Todavía no se siente bien, después del incidente de antes.

La mujer la miró y observó su cara roja y sus ojos hinchados.

Pobrecita —dijo en español—. Lo siento mucho. ¡Lo siento!

Glory se acercó a ella y la abrazó.

—Tú no tienes que disculparte por nada —dijo suavemente—. Gracias por la oferta, pero preferiría acostarme y no pensar en comer. Estoy muy cansada.

—Claro que lo estás —dijo Consuelo. Por un instante, su mirada pareció extraña. Glory no encontró la manera de describirla. Pero luego sonrió y la mirada desapareció—. Piensa en lo que te apetezca comer y te lo llevaré más tarde. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestó Glory.

Rodrigo la agarró del brazo y la condujo hasta su habitación. Puso cara de rabia al ver los agujeros de bala en la puerta.

—Tienes que trasladarte a mi habitación —le dijo.

—Ahora no —contestó ella riéndose—. Lo siento, pero es cierto que estoy cansada. Sólo quiero tumbarme un rato.

—No es mala idea. Tengo que ir a ver a los hombres para comprobar lo que están haciendo. Se suponía que Castillo debía encargarse de ellos después de la comida, pero quiero asegurarme. Estarás bien —añadió, y le dio un beso en la boca—. Métete el teléfono móvil en el bolsillo y llámame si necesitas algo.

—No sé tu número —respondió ella.

Rodrigo estiró la mano y ella le entregó el teléfono. Él lo abrió para guardar el número, y frunció el ceño al ver los nombres que había grabados.

—¿Oficina del fiscal de San Antonio? —preguntó.

—Es por el caso de Fuentes —contestó ella, obligándose a no parecer nerviosa.

—Claro. —Qué coincidencia, pensaba él, que ambos estuvieran en peligro por culpa de Fuentes. Marcó su número, lo guardó en marcación rápida y le devolvió el teléfono—. Soy el número quince —dijo, y comenzó a reírse—. Debes de pasar mucho tiempo al teléfono.

Muchas horas al día cuando estaba en el trabajo, pero no podía decírselo.

—Trabajo para una agencia cuando no estoy cocinando —le dijo apresuradamente—. Tengo clientes regulares para los que trabajo.

Rodrigo asintió, pero su mente ya se había puesto en marcha.

—Volveré enseguida —prometió. La ayudó a meterse en la cama y le dio un último beso— . Está muy guapa, señora Ramírez —bromeó. Era extraño lo bien que sonaba.

Ella sintió lo mismo y sonrió con todo su corazón.

—Señora Ramírez —repitió con un suspiro.

Jamás había pensado en casarse, y de pronto lo había hecho con un hombre que podía ser narcotraficante. Pero no quería pensar en eso. Iba a disfrutar cada momento que estuviera casada con aquel hombre tan fantástico y tan sexy.

Rodrigo le dirigió un guiño desde la puerta.

Ella cerró los ojos y se quedó dormida.

Aquella noche durmió en los brazos de Rodrigo. Fue la primera noche en toda su vida adulta que durmió bien. No se había acercado a ella con intenciones sexuales, argumentando que ya había tenido suficiente por un día. Además, dijo que tenían el resto de sus vidas para disfrutar de ese placer en particular.

Glory trabajó en la cocina con Consuelo, como de costumbre, pero la otra mujer estaba claramente distraída. Casi al mediodía, sonó el teléfono y se apresuró a contestar.

—¿Marco? —exclamó—. ¿Dónde estás? ¿Qué? No. ¡No! ¿Cómo pueden haberla encontrado? Oh, ese idiota. ¡Te advertí que…! —miró a Glory. Estaba hablando en español. Glory estaba trabajando a pocos metros y parecía ajena a lo que estaba diciendo—. Buscaré un abogado para que te represente. Sí, lo comprendo. Lo haré. ¡He dicho que lo haré, Marco! No te preocupes, encontraré la manera de sacarte de allí. De momento, haz lo que te digan. Sí. Sí. Te quiero.

Colgó el teléfono y regresó a los fogones junto a Glory.

—¿Malas noticias? —preguntó Glory.

—Ese idiota con el que se junta Marco tenía la pistola. Fue él quien disparó a tu puerta, porque estaba borracho —dijo Consuelo—. Ahora él se escapa y Marco es acusado de violar la condicional por tenencia de armas. ¡Me dan ganas de estrangular a ese chico!

Nunca nada era culpa de Marco, pensó Glory. Siempre era otra persona la que cometía el error y culpaba a Marco.

—¿Tú no viste quién disparó el arma? —preguntó Consuelo.

—Claro que no. Estaba detrás de la puerta —contestó Glory.

—Marco jura que no fue él.

Glory recordaba la amenaza de Marco. Había dicho que la próxima vez la atraparía. No quería mencionárselo a Consuelo, o su buena relación laboral acabaría en ese instante. Aunque sí le dolía un poco que Consuelo estuviera defendiendo a su hijo, que realmente había intentado dispararle.

—Tienen a Marco en el centro de detenciones. Tengo que ir a llevarle algo de dinero. ¿Puedes quedarte aquí?

—Sí —le aseguró Glory.

—Sólo queda una remesa de confitura de melocotón y ya no tendremos que hacer nada hasta que lleguen las manzanas, así que no creo que te cueste mucho terminar.

—Me las arreglaré. Vete y encárgate de tu hijo.

Consuelo se quitó el delantal y se alisó la blusa sobre los pantalones. Era extraño, pensó Glory. Aquellos pantalones parecían de seda. Al igual que la blusa. Era un atuendo algo caro para llevar en la cocina.

—No tardaré —le aseguró Consuelo con una sonrisa.

—De acuerdo.

Mientras Consuelo y Rodrigo estaban fuera de casa, Glory telefoneó a la consulta de la doctora Lou Coltrain y concertó una cita con ella para esa tarde. Probablemente Consuelo comiera antes de regresar, y a Rodrigo no le importaría comer algo frío; le dejaría una nota, aunque no mencionaría dónde iba.

No había muchas consultas aquel día, de modo que pudo ver a Lou pronto. La doctora, alta y rubia, sonrió al verla entrar en la consulta.

—¿Señorita Barnes? Soy Lou Coltrain.

—Encantada de conocerla —dijo Glory—. Me encantaría que me dijera que no estoy embarazada.

—¿Por qué?

—Es un mal momento. Y… tengo la tensión alta —añadió.

—¿Cómo de alta?

Glory se lo dijo.

—¿Estás medicada?

—Sí. —Le dijo la dosis y el efecto de las pastillas que tomaba.

—¿Está casada?

Glory se sonrojó y después se rió.

—Sí. Me casé ayer, en México.

Lou vaciló un instante.

—¿Sabe? Un análisis de sangre el día después de casarse no va a ser muy determinante.

—Hace varias semanas desde mi última regla —le dijo Glory—. Este hombre tan increíble y sexy apareció sin avisar. No pude resistirme y… no pude negarme cuando me pidió que me casara con él. Realmente quiere tener un hijo.

Lou acercó su taburete y se sentó.

—¿Qué desea usted? —preguntó.

Glory vaciló.

—Pensé que quería seguir con mi trabajo sin complicaciones. Pero ahora las complicaciones son mucho más excitantes que el trabajo. Mi médico y mi jefe me enviaron aquí para mantenerme alejada del estrés y del peligro.

—Entiendo —dijo Lou mientras escribía en su libreta—. ¿Cuál es el nombre y el número de teléfono de su médico?

Glory se los dio.

—¿Está tomando algo para diluir la sangre aparte del diurético y la medicina para la hipertensión?

—Sí.

—¿Alguna angina?

—Ayer —respondió Glory.

—¿Qué la desencadenó?

—Un hombre me disparó a través de la puerta de mi dormitorio.

Lou dejó de escribir y miró a su paciente con la boca abierta.

—¡Así que eso es lo que ocurrió! Oímos las sirenas, y alguien dijo que había un francotirador suelto por la granja Pendleton. ¿Lo atraparon?

—En el acto —contestó Glory con una sonrisa—. Al menos a uno de ellos.

—¿Por qué estaba disparándole a usted?

—Tengo pruebas de que un narcotraficante conspiró para cometer asesinato —contestó Glory—. Tengo que vivir el tiempo suficiente para testificar en el juicio.

—Todo eso y un bebé… ¡Señorita Barnes, es usted una heroína!

—Señora —la corrigió Glory—. Señora Ramírez.

—Aún recuerdo la primera vez que alguien me llamó señora Coltrain —dijo la doctora—. La emoción nunca desaparece, ¿verdad? Bien, deje que le saque sangre y luego hablamos.

Media hora y una urgencia más tarde, Lou regresó al despacho de Glory, se sentó y sonrió. —Tiene que tomar decisiones.

—¿Lo estoy? —preguntó Glory casi sin aliento.

—Lo está —respondió Lou—. Podría ser un falso positivo a estas alturas, pero,

considerando los síntomas que tiene, lo dudo. Si está pensando en abortar, éste es el momento para hacerlo. Si es lo que desea.

—No lo es —dijo Glory, y vaciló—. Existe un riesgo, ¿verdad?

—¿Ha estado tomando la medicina para diluir la sangre regularmente?

—Sí. ¡No pensé que…!

—Tiene que ir a ver a su médico —dijo Lou, tratando de no sonar tan preocupada como realmente estaba.

—No puedo volver a San Antonio ahora mismo —respondió Glory—. Allí soy una diana andante.

—Entonces la derivaré a una cardióloga que viene desde Houston un día a la semana. Es muy buena, y viene mañana.

—Eso estaría bien.

—Deje que la examine para hacer unas recomendaciones. Luego hablaremos todos. Incluyendo su marido —añadió la doctora—. Él forma parte de esto. No puede tomar esa decisión usted sola.

—Puede que tenga que hacerlo —dijo Glory con tristeza—. No le he contado a lo que me dedico realmente, ni lo graves que son mis problemas de salud.

—¿Eso es acertado?

—La verdad es que no. Pero no pensaba en quedarme embarazada cuando nos…

—Es entonces cuando se debe pensar en eso —le recordó Lou—. Especialmente en su caso.

—Estaba confundida —dijo Glory—. No he tenido mucha vida familiar. —Dado que Lou parecía una persona empática y agradable, Glory se abrió a ella y le habló de su pasado, incluyendo el trágico destino de su padre.

—La gente que ha tenido menos traumas que usted siempre echa la culpa de sus problemas a la niñez. Y mírese.

—Yo tuve suerte —dijo Glory—. Al menos en algunos aspectos. —Miró a Lou fijamente—.Yo deseo tener este bebé. Por favor, dígame que hay probabilidades…

—Siempre hay probabilidades, aunque sean pocas… —respondió Lou—. Pero tiene que hablar con la cardióloga antes de tomar una decisión. No es sensato perder la vida por traer un niño al mundo.

—Dígaselo a Grace Grier —dijo Glory.

Lou se rió.

—Mi marido se lo dijo, pero fue inútil, claro. Grace era una mujer muy decidida.

—Yo también lo soy. Me gradué en la facultad de derecho con honores —añadió.

—No me sorprende.

Lou concertó la cita para Glory. Se dijo a sí misma que tendría que inventarse algo para salir de la casa sin levantar sospechas. No lo sabía, pero ese problema estaba a punto de resolverse solo.

Lo primero que advirtió cuando entró en la casa fue lo tranquila que estaba. No sonaba ningún reloj. No se oía nada en la cocina. El agua no corría. Nada. Fue como entrar en una tumba. Se preguntó por qué le habría venido esa analogía a la cabeza al tiempo que se apoyaba en el bastón y fruncía el ceño.

Segundos más tarde, la analogía cerró de un portazo tras ella.

—Por fin —dijo una voz familiar—. ¡Por fin te tengo donde te quería! ¡Sola, sin poder escapar!