Capítulo 11

Glory agarró el mango del bastón con fuerza. Durante los años que había pasado rodeada de policías y sheriffs, había aprendido algunas técnicas básicas de autodefensa. Esperaba que esas técnicas pudieran salvarle la vida, porque oyó el seguro de una pistola tras ella.

—Date la vuelta —dijo la voz—. ¡Quiero que veas quién va a matarte!

Glory pensaba que se le iba a salir el corazón por la boca, pero no iba a rendirse sin luchar. Llevaba el bastón de su bisabuelo, el que había utilizado para matar serpientes de cascabel. Era pesado y mortífero. Se apoyó en el bastón, como si le resultara doloroso darse la vuelta. Se movió muy lentamente, hasta que pudo ver un poco de tela por el rabillo del ojo. Entonces levantó el bastón de pronto, se giró con rapidez sobre su pierna sana y asestó un golpe certero con todas sus fuerzas. Se oyó un grito.

La pistola, el bastón y Consuelo cayeron al suelo. Glory no vaciló. Se lanzó a por la pistola, la agarró y apuntó a la cocinera, que estaba tendida en el suelo, tratando de entender lo que había ocurrido.

Glory se incorporó y trató de respirar profundamente. Se arrastró hacia la mesa donde había dejado el bolso y lo tiró al suelo junto a ella. Sacó su móvil sin dejar de mirar a Consuelo, que se retorcía.

Abrió el teléfono con la mano que tenía libre y marcó el 911. Cuando contestó la operadora, le dio la información con calma y pidió ayuda.

—¿Señora, hay una pistola implicada?

—Sí, la hay —contestó Glory—, y estoy apuntando con ella a la mujer que acaba de intentar matarme.

—Enviaremos una unidad a su casa en pocos minutos. Por favor, manténgase al teléfono.

Consuelo se dio la vuelta. Se sentó y sintió el golpe en la cabeza. Observó entonces a Glory, que estaba apuntándola con su propia pistola.

—Si te mueves, te mato —dijo Glory sin pensar.

—¡Oh, eres tú! —exclamó Consuelo—. ¡Gracias a Dios! ¡Me habían dicho que alguien iba a matarme!

—Buen intento —contestó Glory.

—Me creerán si soy lo suficientemente convincente —dijo Consuelo, e intentó levantarse.

—Yo que tú no lo haría —respondió Glory, y amartilló la pistola, tratando de aparentar seguridad, pero sabía que no podría efectuar un disparo certero ni aunque lograra sujetar el arma sin que le temblara la mano.

Sin embargo, el farol debió de funcionar, porque Consuelo vaciló.

Glory rezaba para no tener que disparar. Probablemente le daría a cualquier cosa menos a Consuelo. Ni siquiera podía manejar una pistola del calibre 22, y aquélla era una Colt Automática del 45.

Le temblaba la mano al sujetar el arma. Consuelo la observaba con interés creciente. Justo cuando Glory empezaba a temer que la mujer pudiera lanzarse sobre ella, oyó las sirenas en el jardín.

Segundos más tarde, Cash Grier entraba por la puerta trasera seguido de dos agentes.

—Parece que el ganso está en la cazuela —le dijo Glory a Consuelo.

—Ha sido todo un malentendido —dijo Consuelo con una sonrisa temblorosa—. Me llamaron y dijeron que alguien quería matarme, y Glory entró sin avisar.

Cash se acercó a Glory.

—¿Es eso lo que ha ocurrido? —le preguntó.

—No —contestó Glory mientras le entregaba el arma—. Entré en casa y ella apareció detrás de mí. Me dijo que me diera la vuelta para poder ver quién iba a matarme.

—¡Eso es mentira! —exclamó Consuelo—. ¡Me llamaron…!

Se detuvo cuando uno de los agentes la puso en pie y la esposó.

—Sí, te llamaron —convino Cash—. Te llamó Fuentes para decirte que llevaras a cabo tu misión.

Consuelo se quedó con la boca abierta.

—¿Se me olvidó mencionar que pinchamos tu teléfono? —añadió Cash.

Consuelo sonrió a Glory con frialdad, mostrando por fin sus verdaderas intenciones.

—Puede que haya fallado —dijo—, pero Fuentes encontrará a otro para que haga el trabajo.

—Lo dudo —le dijo Cash—. También pinchamos su teléfono.

—Brillante —murmuró Glory.

Cash la ayudó a levantarse mientras se llevaban a Consuelo al coche patrulla.

—A veces tenemos suerte —dijo él—. Pero también tenemos problemas. Márquez dio orden de pinchar el teléfono de Fuentes, pero Fuentes ha desaparecido y nadie sabe dónde está.

Glory sintió que le temblaban las rodillas. Se sentó en una silla junto a la mesa de la cocina.

—Así que Consuelo tenía razón. Enviará a otro a matarme.

—Estamos trabajando en un caso —dijo Cash—. No puedo contarte los detalles, pero implica un gran cargamento de una sustancia ilegal. Fuentes ha tenido problemas con sus distribuidores. Si pierde este cargamento, no tendremos que ir tras él. Sus distribuidores nos lo entregarán.

—¿Puedo ayudar? —preguntó ella.

—Claro. No juegues con pistolas —dijo él—. Me he enterado de lo de las prácticas de tiro.

—Sí, bueno, probablemente le habría dado a algo si hubiera disparado con eso —dijo ella señalando la pistola.

—Menos mal que mientes bien —añadió él—. ¿Estás bien?

Glory asintió.

—¿Sabes? Vine aquí para intentar alejarme del estrés.

—Ya hemos atrapado a la asesina —dijo Cash—. Y estamos trabajando en la operación de Fuentes. Con un poco de suerte, volverás a San Antonio dentro de poco. Si realmente quieres irte. También nos hemos enterado de lo de la boda.

—¿Cómo? ¡Si no se lo he dicho a nadie!

Cash pareció intranquilo. Luego frunció el ceño.

—Es curioso. No recuerdo cómo me he enterado.

Aquello resultaba sospechoso. Estaba ocurriendo algo que a ella no le contaban. —¿Quién te lo ha dicho? —insistió.

Cash empezaba a estar acorralado cuando se oyó una furgoneta en el jardín. Rodrigo entró por la puerta como un tornado. Se fijó en la escena. Su camisa estaba manchada de sudor y el pelo mojado le caía sobre la frente. Era un día muy caluroso.

—He oído las sirenas. ¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Un pequeño problema con el servicio —dijo Glory.

—¿Te importa traducir eso? —dijo mientras se acercaba a ella.

Glory cambió de posición en la silla. Le dolía mucho la cadera.

—Cuando llegué a casa, Consuelo estaba esperándome con esa pistola.

—¿Consuelo? —preguntó él, completamente sorprendido. Se arrodilló frente a Glory y le acarició los brazos—. ¿Te ha hecho algo? ¿Estás herida?

Fue como ir al cielo. Glory adoraba aquella mirada, mezcla de preocupación por ella y de furia hacia la persona que había intentado matarla. Se sintió segura.

—Por suerte tu esposa es habilidosa con el bastón —intervino Cash. Levantó el bastón para ver su peso y frunció el ceño—. Es pesado.

—Era de mi bisabuelo —dijo Glory—. En sus tiempos, los hombres engrasaban sus bastones, así eran más pesados y podían usarlos para defenderse. Solía matar serpientes de cascabel con eso. Es una suerte que sea tan pesado, porque sólo me bastó un golpe para derribar a Consuelo.

—Qué valiente —dijo Rodrigo con orgullo.

Glory quería creer que su preocupación era real. Se lanzó a sus brazos y saboreó la fuerza de su abrazo.

—Una vez más, has tenido que salvarte sola —dijo él—.Ya van dos veces en pocos días. Dos veces son demasiadas. Tengo que cuidar mejor de ti, señora Ramírez.

Cash observó los anillos que llevaba Glory

—Bonitos anillos —dijo, tratando de salir del agujero en el que casi se había caído.

—Oh, los has visto —dijo Glory, y se relajó.

—Nunca habría imaginado que Consuelo era una asesina —dijo Rodrigo sin dejar de abrazarla—. ¡Debería haberlo sabido! Si Marco estaba implicado, Consuelo también tenía que estarlo.

—Tiene un historial policial tan largo como mi pierna —dijo Cash—. Imagino que aquí no comprobáis el pasado de los empleados.

—¿Para una cocinera? —musitó Rodrigo—. Sé realista.

—Observé que llevaba ropa de seda —comentó Glory—. Me pareció extraño para trabajar en una cocina.

—También debí darme cuenta de eso —dijo Rodrigo.

Ella simplemente sonrió. No quería herir sus sentimientos diciendo que un granjero apenas reconocería la seda si la veía.

Rodrigo vio esa mirada y tuvo que aguantarse la respuesta. Por supuesto, Glory no tenía por qué pensar que pudiera ser algo más de lo que aparentaba.

—Glory tendrá que rellenar una denuncia, ¿no? —le preguntó a Cash.

—Sí, si vamos a presentar cargos contra Consuelo. También tendrá que denunciar a Marco; lo dejé correr porque estaba muy disgustada. ¡Jamás imaginé que tuviera que presentar dos denuncias!

—No me importa —contestó Glory—. Dime lo que tengo que hacer —añadió, fingiendo que no conocía el procedimiento.

Cash le siguió la corriente, tratando de no reírse.

—La llevaré al juzgado para que pueda denunciar a la madre y al hijo —le dijo a Rodrigo— . Imagino que tú estarás ocupado buscando una nueva cocinera.

—Desde luego —convino Rodrigo mientras ayudaba a Glory a levantarse—. Tenemos que sacar más cargamentos, y éstos son los últimos melocotones. Es una pena que Consuelo haya tenido que atacar en este momento. Si hubiera esperado unos días, habría sido genial para la granja.

—No creo que la granja fuera su prioridad —murmuró Glory—. Terminaré mi trabajo en cuanto haya ayudado al jefe Grier a meter a Marco y a Consuelo entre rejas.

—Habla con la juez —le dijo Rodrigo a Cash—. Intenta que establezca la fianza en un millón de dólares para cada uno.

—Haré lo posible —prometió Cash.

—¿Seguro que estás bien? —le preguntó a Glory, que tenía la cara roja.

—Estoy bien. Un poco agitada por todo esto, nada más —le aseguró ella.

Le dolía la cabeza, y el corazón le latía demasiado rápido. Esperaba no desmayarse.

—¿La traerás de vuelta a casa? —le preguntó a Cash.

—Por supuesto.

—Entonces voy a empezar a buscar una cocinera —respondió Rodrigo.

—Puedes intentarlo con la esposa de Ángel Martínez —dijo Glory—. Es una gran cocinera, según dice Ángel.

—Probablemente sean inmigrantes ilegales —contestó Rodrigo.

—Eso no lo sabes.

Rodrigo la miró a los ojos durante varios segundos y finalmente sonrió.

—De acuerdo —dijo—. Pero, si acabo en prisión por contratar ilegales, tendrás que pagarme la fianza.

—Nadie va a necesitar fianza salvo Consuelo y su hijo, podéis creerme —les aseguró Cash con una sonrisa—. Ángel y su familia no tendrán ningún problema.

Por suerte no miró a Glory cuando dijo eso. Ambos habían pedido favores para que se tratara el caso de Ángel con la esperanza de obtener un resultado positivo. Mientras tanto, ése hombre tenía tres hijos a los que mantener, y su mujer no trabajaba.

—¿Qué hará la mujer con los niños? —preguntó Rodrigo—. Todos tienen menos de siete años. No puede dejarlos solos mientras trabaje aquí.

—Puede traer a los niños —contestó Glory—. Los mantendremos ocupados mientras cocinamos.

Rodrigo la miró largo rato, pero no dijo nada.

Cash y ella fueron al juzgado y presentaron una denuncia por asalto contra Marco y otra por intento de asesinato contra Consuelo. Cash la denunció también por posesión de armas, pues Consuelo tenía antecedentes y no se le permitía tener un arma. Glory rellenó los informes y prestó declaración. El juez se mostró fascinado por la historia, sobre todo al saber que Glory se había defendido sola.

—Estos capos de la droga son cada vez más poderosos —comentó—. Pero, mientras siga habiendo demanda, seguirá habiendo oferta. Eso se aplica a casi todo, sobre todo a las drogas. Cuando yo era pequeño, no teníamos droga en los colegios. Tengo que admitir que jamás conocí a nadie que las consumiera. Pero eso fue en los cincuenta. El mundo ha cambiado mucho desde entonces. Veíamos a Hopalong Cassidy y a Roy Rogers en el cine y a Superman en la televisión en blanco y negro. Teníamos muchos héroes a los que emular. Me parece que en el mundo moderno, demasiados chicos admiran a los traficantes de droga, y su objetivo en la vida es crecer e ir a la cárcel. Por alguna razón, estamos perdiendo a una generación entera de ciudadanos, y las drogas son en gran parte responsables. Dinero rápido, coches caros, ninguna posibilidad de ascenso y una sentencia cuando te detienen. ¿Qué atractivo tiene eso?

—A mí no me pregunte —contestó Glory—. Yo paso mi tiempo intentando meterlos en prisión.

—Ya he oído hablar de usted —dijo el magistrado con una sonrisa—. Es toda una leyenda, señorita Barnes. Conocí a su padre. Era un buen hombre. A todos nos dolió ver cómo lo encarcelaban por un delito que no cometió.

—Muchas gracias —dijo ella, aguantando las lágrimas—. Yo limpié su nombre, aunque hubieran pasado años. Su condena fue la razón por la que estudié derecho.

—Eso pensaba. Me alegro de haber tenido la oportunidad de conocerla. Ahora que Blake Kemp es nuestro fiscal, puede considerar la idea de regresar aquí a luchar contra el crimen. Podría buscar balas de plata y una máscara…

Ella se rió.

—Nunca podría pasar por el llanero solitario —le aseguró—. Soy demasiado baja.

—Aún así —dijo él—. Es una idea.

—Todos los magistrados que he conocido eran algo sombríos —le dijo Glory a Cash de camino a casa.

—Lionel no —respondió él—. Es un personaje en el pueblo. Creo que el término es «excéntrico».

—¿Hace excentricidades?

—Eso depende de cómo se mire. Supongo que mucha gente se sentiría incómoda con un lobo en casa, pero él es soltero. Puede hacer lo que quiera.

—¿Un lobo? ¿Un lobo de verdad?

—Sí. Una loba, en realidad. Es una belleza. La encontró en la autopista y tuvo que pasar por todo el infierno burocrático habitual para ayudarla. Los veterinarios no pueden tratar a animales salvajes. Hay que buscar un rehabilitador certificado. Y no hay muchos, de modo que muchos animales heridos mueren mientras buscas a alguien que conteste al teléfono. Muchos de ellos están tan ocupados que tiemblan cada vez que suena el teléfono. Bueno, el caso es que Lionel acogió a la loba y la cuidó hasta que estuvo bien. Luego hizo el curso para obtener el certificado de rehabilitador. Está especializado en lobos. De modo que pudo quedarse con la loba, que había perdido una pata a consecuencia del accidente. Nunca hubiera podido volver a vivir en libertad. La lleva a la escuela a veces y da conferencias sobre lobos. Es una loba muy tranquila. A los niños les encanta. Va con correa, claro. Puede que sea un excéntrico, pero no está loco. Lo único que haría falta es un niño que huela a mortadela...

—¡Oh, para! —exclamó ella riéndose—. ¡Eso es terrible!

—Sería terrible. Pero Lionel es una persona responsable. Incluso tiene una licencia de lobos.

—¡Nadie consigue una licencia de lobos! —dijo ella.

—Se puede, si conoces al jefe de policía y éste tiene contactos con los mandamases del pueblo.

—Sí, pero eso es sólo porque los mandamases te tienen miedo —dijo ella—. Eres demasiado peligroso como para arriesgarse a ofenderte.

—Vaya, gracias —contestó él.

—Oh, eres una leyenda local en Texas —le confesó Glory—. Nuestro jefe de justicia estatal amenaza a la gente contigo.

—Sólo a los federales —dijo él—. Y sólo si le enfadan mucho. Al fin y al cabo, soy su primo.

—¿De verdad?

—Tengo contactos en lugares extraños —musitó él con una sonrisa—. Como uno de nuestros federales, que trabaja de incógnito. Han puesto precio a su cabeza en todos los países del mundo salvo éste. Ha ayudado a atrapar a algunos de los mayores miembros del cártel de la droga, por no mencionar que atrapó a un asesino infantil en Centroamérica a caballo y en mitad de la selva. No es tarea fácil en un día normal, pero ese día además llovía.

—¿Quién es ese loco? —preguntó ella riéndose.

Cash adquirió una mirada extraña y se aclaró la garganta.

—Bueno, no sé su nombre —mintió—. Ya sabes, iba de incógnito.

—Debe de estar en la lista oficial de personas a las que llamar en una emergencia — contestó ella con una sonrisa.

—Así es.

—Ojalá pudieras conseguir que viniera aquí para llevar a Fuentes a la selva y darle su merecido —murmuró—. Sigue suelto, y yo sigo en peligro.

—Estamos ocupándonos de ello. Ten paciencia. Y ten cuidado también. En la granja hay personas peligrosas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

Cash maldijo en silencio. No era su intención decir nada, pero sería mejor que Glory supiera la verdad. Si no, podría bajar la guardia y acabar muerta.

—Uno o dos empleados de la granja tienen antecedentes, principalmente por violencia. Uno de ellos mató a un policía en Dallas y nunca lograron demostrarlo; mató también al único testigo que había. —Aparcó frente a la granja, apagó el motor y se giró para mirarla. Estaba pálida—. Ese bastón es una buena arma, pero la gente se enterará de que lo utilizaste. No te funcionará una segunda vez. Me gustaría llevarte al campo de prácticas de tiro y enseñarte a disparar debidamente. —Levantó una mano cuando vio que Glory se disponía a hablar—. No es física nuclear. Se puede enseñar. Enviaré a alguien a buscarte el sábado por la mañana, sobre las nueve. Márquez estará en casa. Tiene un revólver del calibre 32 que puedes utilizar. No pesa tanto como una del 45 y se ajustará mejor a tu mano.

—Él ya intentó enseñarme —protestó ella.

—Márquez intentó enseñar a su madre —dijo Cash—. Le enseñó a disparar a los cuervos.

—¿Perdón? —le sorprendía.

Bárbara, la madre adoptiva de Márquez, adoraba a los cuervos.

—Estaba explicándole el retroceso de la pistola y dijo que tenía que compensar. No le dijo cómo. Ella pensó que se refería a que debía levantar la punta del arma cuando disparara, y eso hizo. Le dio a un cuervo. Por suerte sólo le alcanzó en las plumas de la cola y el animal siguió volando. Pero ahora la llaman la Espantacuervos, y no quiere volver a tocar un arma.

Glory se echó a reír. Era muy típico de Rick, que no era el mejor profesor del mundo, aunque mostrara entusiasmo.

—Así que te enseñaré yo —respondió Cash.

—De acuerdo. Mi seguro lo cubre todo. Pero asegúrate de que no haya coches patrulla cerca.

—Lo haré. Cuídate. No te alejes de la casa, lleva siempre el teléfono móvil y no vayas a ninguna parte sola. Ni siquiera fuera, sobre todo de noche.

Glory se mordió el labio inferior. Durante unos minutos, se había olvidado de su situación.

—Sabes cosas que no me cuentas —dijo.

Él asintió.

—No puedo contártelas. Simplemente vigila tus espaldas. Márquez te recogerá a eso de las nueve el sábado por la mañana. Y no le digas por qué voy a enseñarte yo en vez de él. Tiene un verdadero problema de actitud con la autoridad.

—Lo sé —dijo ella riéndose—. No diré nada. Gracias, Cash.

—Todos estamos en el mismo bando —le dijo él—. Tenemos que cuidarnos los unos a los otros.

—Desde luego.

Glory entró en la casa y cerró la puerta, nerviosa e inquieta. Cash Grier sabía algo sobre alguien de la granja, alguien con antecedentes que había matado a un policía y que seguía suelto. Sólo conocía a un hombre lo suficientemente rudo como para hacer algo así: su marido. Era curioso que no hubiera investigado el pasado de Consuelo, o haberle pedido a Jason Pendleton que lo hiciera. ¿Y si Rodrigo trabajaba para Fuentes y le pedían que la matara después de que Consuelo la hubiera pifiado?

Sintió como si todo su mundo se hiciera pedazos a su alrededor. Dos intentos de asesinato, dos salvamentos. Había tenido suerte de que Marco disparara a la puerta y no a la pared. También había tenido suerte al poder usar el bastón para derribar a Consuelo. Pero, si su propio marido intentaba matarla, ¿qué haría?

Observó que Cash no había mencionado que Rodrigo pudiera protegerla. ¿Habría alguna razón? ¿Acaso sabía que Rodrigo estaba implicado en la venta de droga realizada en Comanche Wells? ¿Se lo habría dicho Márquez?

Se sentía muy cansada. Su vida se había vuelto increíblemente complicada. Además de eso, se había olvidado de tomar la medicación para la tensión. Apretó los dientes. Estaba embarazada y tenía que tomar medicinas peligrosas si no quería acabar en el hospital. ¡Si tan sólo pudiera ir a San Antonio para visitar a su médico!

Entonces recordó su cita con la cardióloga al día siguiente. Necesitaría una excusa para ir al pueblo. Ya se le ocurriría algo, si Carla Martínez trabajaba de cocinera.

Se tomó la medicina con la esperanza de que no dañara al feto y luego regresó a la cocina a trabajar.

Una hora más tarde, Carla Martínez se presentó en la puerta trasera con sus tres hijos; dos niñas y un niño. El chico, Hernando, era el mayor, con siete años.

—¿Podemos entrar? —preguntó Carla en español.

Obviamente no hablaba inglés. Glory se sintió aliviada de haber estudiado idiomas.

Sí, entre —dijo con una sonrisa—. ¡Bienvenidos! Muchas gracias por ayudarme.

De nada, señora —contestó Carla respetuosamente.

Glory le mostró lo que tenía que hacer, luego sentó a los niños a la mesa y les dio mantequilla de cacahuete y galletas junto con un vaso de leche; salvo a la pequeña, que sólo tenía tres años. La niña se reía con sus preciosos ojos negros. Glory no pudo resistirlo. La tomó en brazos y la llevó consigo al fregadero, donde consiguió enjuagar los platos con una mano mientras sujetaba a la niña con la otra.

Rodrigo apareció sin avisar, para hacer de intérprete a Glory. Se detuvo en la puerta y observó fascinado cómo compaginaba el trabajo con la niña. Estaba riéndose, feliz, encantada con ella. Pensó en lo agradable que sería tener un hijo. Pero entonces recordó a Bernadette en sus brazos, abrazándolo y preguntándole qué haría sin él. Quería tanto a esa niña. Había sido un duro golpe que su madre y ella se fueran a vivir con Colby Lane. Su tristeza se reflejaba en su expresión.

Glory sintió su presencia, se dio la vuelta y vio el rostro serio de Rodrigo al otro lado de la cocina. Ni siquiera le hizo falta hablar. Supo lo que estaba sintiendo, y por qué. En ese momento, supo que nunca podría decirle lo de su hijo, y se preguntó si estaría a punto de cumplir con el encargo de Fuentes y quitarla a ella de en medio.

Rodrigo vio la extraña mirada en sus ojos y frunció el ceño.

—¿Ocurre algo? —preguntó.

—Nada. Acabamos de empezar —contestó Glory.

—Pensé que necesitarías un traductor.

—No, pero gracias. El español se me da bien. No me queda más remedio, con mi trabajo. —Podría haberse mordido la lengua con aquel comentario.

—¿Tu trabajo?

—En la agencia —explicó—. Tengo muchos clientes que necesitan a alguien bilingüe.

—Entiendo. —Rodrigo miró a Carla y le preguntó en español cómo estaba.

Carla se mostró entusiasmada con la señora Ramírez y con el trabajo. Le iba a encantar trabajar allí.

Al menos alguien estaba feliz, pensó al mirar de nuevo a Glory. Parecía distinta de pronto. ¿Cash le habría dicho algo? La observó intensamente y se dio cuenta de que se mostraría más cercana si supiera su secreto. Pero se sentía inquieta por algo. Tal vez tuviera miedo de que Consuelo pudiera escapar; o de que Fuentes enviara a otra persona a matarla.

Él no creía que el capo de la droga tuviera tiempo. Castillo, otro hombre y él iban a cruzar la frontera el sábado con un cargamento a través de un puente flotante improvisado con barriles de aceite. Era el mayor cargamento del que Fuentes se había hecho cargo; cocaína pura, y mucha. Poco sabía Fuentes de que su nuevo distribuidor iba a recibir mucha ayuda. Fuentes tenía que caer. Era escoria. El joven miembro de la banda que había estado pasándole información decía que Fuentes había matado a chicos simplemente por quejarse de su trato. No tenía respeto por nadie. Había golpeado a su propia madre delante de un miembro de la banda porque se le habían quemado los huevos. El chico decía que nadie quería trabajar para un monstruo como él, sin importar el dinero.

Se preguntó cómo reaccionaría Glory cuando supiera la verdad sobre su papel en aquella misión. Era una mujer dulce, pero no tenía cultura ni sofisticación. Nunca encajaría en su mundo. Había cometido un terrible error al casarse con ella. Había sido la emoción del momento, para castigar a Sarina por olvidarse de él. Pero lo único que había conseguido era darse cuenta de lo triste que estaba.

No podía pasar el resto de su vida atado a aquella mujer. Iba a tener que abordar el tema del divorcio.

Pero, primero, tenía que ayudar a capturar a Fuentes. Tal vez eso le salvara la vida a Glory. Cuando todo hubiera acabado, quería saber cómo se había metido ella en aquel lío. Fuentes no enviaba a asesinos a sueldo para matar a empleadas en una agencia sin una buena razón. Decía que había visto algo ilegal, pero él quería saber qué. Por desgracia no tenía tiempo para interrogatorios en ese momento. Tenía un trabajo que hacer.